jueves, 12 de junio de 2008

V.G. Bielínskii a Gógol

Salzburgo, 3 (15) de julio de 1847.

Usted tiene razón sólo en parte, al ver en mi artículo a un hombre enojado: ese epíteto es demasiado débil y delicado para expresar el estado, al que me condujo la lectura de su libro. Pero no tiene razón en absoluto, al adjudicar eso a su juicio, realmente no del todo lisonjero, sobre los admiradores de su talento. No, ahí había una razón más importante. El sentimiento del amor propio ofendido aun se puede soportar, y a mí me bastaría ingenio para callar sobre ese tema, si todo el asunto estribara sólo en eso, pero no se puede soportar el sentimiento de la verdad, de la dignidad humana ofendido, no se puede callar cuando, al amparo de la religión y la defensa del látigo, predican la mentira y la inmoralidad en lugar de la verdad y la virtud.
Sí, yo lo quise a usted con toda la pasión con que un hombre, vinculado carnalmente a su país, puede querer su esperanza, honor, gloria, a uno de sus grandes líderes en el camino de la conciencia, el desarrollo y el progreso. Y usted tenía una razón fundada para salir, aunque fuera por un instante, de su sereno estado de espíritu, perdiendo el derecho a ese amor. Digo esto, no porque considere mi amor la recompensa de un gran talento, sino porque en ese sentido represento no a una, sino a muchas personas, que ni usted ni yo hemos visto en su gran mayoría y que, por su parte, tampoco lo han visto nunca a usted. Yo no estoy en condición de darle ni la mínima noción de la indignación, que provocó su libro en todos los corazones nobles, ni del aullido de júbilo bárbaro que dieron todos sus enemigos ante su aparición, los no literarios (los Chíchikovs, Nozdrióvs, Gorodníchis, y por el estilo), y los literarios, cuyos nombres le son conocidos1. Usted mismo ve bien, que de su libro renegaron incluso personas que, por lo visto, eran del mismo espíritu de su espíritu. Si éste fue escrito a consecuencia de una profunda convicción sincera, entonces debió producir en el público esa misma impresión. Y si éste fue recibido por todos (con excepción de no muchas personas, a quien hay que ver y conocer para no alegrarse con su aprobación) como un pícaro, pero demasiado refinado artificio, para alcanzar por medios celestiales objetivos puramente terrenales, de eso es culpable sólo usted. Y eso no es nada asombroso, lo asombroso es que usted encuentre eso asombroso. Yo pienso que eso es, porque usted conoce profundamente Rusia sólo como artista, y no como ese hombre pensante, cuyo papel se adjudicó con tanto infortunio en su libro fantástico. Y eso no es porque usted no sea un hombre pensante, sino porque ya hace muchos años que se habituó a ver Rusia desde su hermosa lejanía2, y pues es sabido que no hay nada más fácil, que ver los objetos desde lejos como los queremos ver; porque usted vive en esa hermosa lejanía totalmente ajeno a ésta, en sí mismo, dentro de sí, o en la monotonía de un círculo orientado a igualdad suya, e impotente para oponerse a su influencia sobre éste. Por eso no advirtió que Rusia ve su salvación no en el misticismo, no en el ascetismo, no en el pietismo, sino en los avances de la civilización, la ilustración y el humanismo. Ésta no necesita sermones (¡ya oyó bastante!), ni plegarias (¡ya aprendió bastante!), sino despertar en el pueblo el sentimiento de la dignidad humana, extraviado por tantos siglos en el fango y el estiércol; unos derechos y unas leyes conformes no con la doctrina de la iglesia, sino con el sentido común y la justicia, y un estricto cumplimiento de éstos según las posibilidades. Y en lugar de eso, ésta representa en sí el espectáculo terrible de un país, donde los hombres comercian con hombres, sin tener para eso la justificación que utilizan con malicia los plantadores americanos, al afirmar que el negro no es hombre; un país donde los hombres se llaman a sí mismos no por su nombre, sino por apodos: Vánkas, Stiéshkas, Váskas, Paláshkas; un país donde, finalmente, no hay no sólo ninguna garantía para el individuo, el honor y la propiedad, sino incluso un orden policial, y hay sólo inmensas corporaciones de diversos ladrones y saqueadores servidores. Las cuestiones más vivas, actuales y nacionales para Rusia son ahora: la abolición del régimen de servidumbre, la suspensión del castigo corporal, la introducción, según las posibilidades, del estricto cumplimiento, siquiera, de esas leyes que ya existen. Eso lo siente incluso el propio gobierno (que sabe bien lo que hacen los hacendados con sus campesinos, y cuánto los últimos le roban anualmente a los primeros), como lo demuestran sus tímidas e infructíferas seudo-medidas a favor de los blancos negros, y su cómica sustitución del látigo de un rabo por el rebenque de tres rabos3. ¡Estas son las cuestiones que ocupan con alarma a Rusia en su apático duermevela! ¡Y en este mismo momento un gran escritor, que con sus admirables y artísticas, con sus profundas y auténticas creaciones contribuyó tan poderosamente a la autoconciencia de Rusia, dándole la posibilidad de contemplarse a sí misma como en un espejo4, se aparece con un libro que, en nombre de Cristo y de la iglesia, enseña al bárbaro hacendado a sacarle más dinero al campesino, y a mal llamarlo jeta sucia!... ¿Y eso no debió llevarme a la indignación?.. Si usted hubiera realizado un atentado contra mi vida, entonces no lo odiaría yo más por esas líneas deshonrosas... ¿Y después de eso quiere, que crean en la franqueza de la tendencia de su libro? No, si en realidad se hubiera llenado de la verdad de Cristo, y no de la doctrina diabólica, no le hubiera escrito eso en absoluto a su adepto entre los hacendados. Le habría escrito que, como sus campesinos son sus hermanos en Cristo, y que como un hermano no puede ser esclavo de su hermano, pues él debe darle la libertad o, siquiera, por lo menos, servirse de su trabajo con la mayor ventaja posible para ellos, concibiéndose a sí mismo, en lo profundo de su conciencia, en una posición falsa respecto a ellos. Y la expresión: ¡eh tú, jeta sucia5! ¿a cuál Nozdrióv, a cuál Sobakiévich se la oyó, para ofrecerla al mundo como un gran descubrimiento a favor y enseñanza de los mujíks rusos, que ya sin eso no se bañan pues, creyéndole a sus señores, no se consideran a sí mismos personas? ¿Y su concepto sobre el tribunal nacional ruso y la represión, cuyo ideal encontró en las palabras de esa mujer estúpida del relato de Púshkin6, en cuyo juicio se debe azotar al inocente y al culpable? Y eso, además, ya se hace entre nosotros a menudo, aunque más a menudo azotan sólo al inocente, si éste no tiene para redimirse del delito, ¡ser culpable sin culpa! ¡Y ese libro pudo ser el resultado de un arduo proceso interior, de una elevada ilustración espiritual!.. ¡No puede ser! O usted está enfermo y necesita apurarse a curarse o… no me atrevo a decir mi idea...
Predicador del látigo, apóstol de la ignorancia, partidario del oscurantismo y la incultura, panegirista de las costumbres tártaras, ¿qué hace usted?.. Mire bajo sus pies: pues está parado sobre un abismo... Que sustente semejante doctrina con la iglesia ortodoxa, eso aun lo entiendo: ésta siempre fue sustento del látigo y aduladora del despotismo pero, ¿a Cristo pues, para qué lo mezcló ahí? ¿Qué halló de común entre él y alguna iglesia, más aun la ortodoxa? Él fue el primero que proclamó a los hombres la doctrina de la libertad, la igualdad y la fraternidad, y con su martirio estampó, reafirmó la verdad de su doctrina. Y ésta fue una salvación para los hombres, hasta el momento en que se organizó en iglesia, y adoptó como fundamento el principio de la ortodoxia. La iglesia apareció como una jerarquía y, por lo tanto, como partidaria de la desigualdad, aduladora del poder, enemiga y represora de la fraternidad entre los hombres, y continúa siéndolo hasta ahora. Pero el sentido de la doctrina de Cristo, lo descubrió el movimiento filosófico del siglo pasado. Es por eso que algún Voltaire, que apagó con el arma de la burla las hogueras del fanatismo y la ignorancia en Europa es, por supuesto, más hijo de Cristo, más carne de su carne y sangre de su sangre que todos sus popes, prelados, arzobispos y patriarcas orientales y occidentales. ¿Es posible que usted no sepa eso? Y pues todo eso, ahora, no es ninguna novedad para cualquier alumno de gimnasio...
¿Y por eso, es posible que usted, el autor de El inspector y de Las almas muertas, es posible que usted francamente, de alma, le cantó un himno al infame clero ruso, poniéndolo sin medida por encima del clero católico? Supongamos, que usted no sabe que el segundo fue alguna vez algo, mientras que el primero nunca fue nada, excepto sirviente y esclavo del poder laico; pero, ¿es posible pues, que no sepa en realidad, que nuestro clero se encuentra bajo el desprecio general de la sociedad rusa y el pueblo ruso? ¿Sobre quién el pueblo ruso hace el cuento grosero? Sobre el pope, la popeza, la hija del pope y el obrero del pope. ¿A quién el pueblo ruso llama raza de imbéciles, renegados7 y garañones? A los popes. ¿No es acaso el pope en Rusia, para todos los rusos, el representante de la glotonería, la avaricia, la reverencia profunda y la desvergüenza? ¿Y usted no sabe todo eso? ¡Es extraño! En su opinión, el pueblo ruso es el más religioso del mundo: ¡mentira! El fundamento de la religiosidad es el pietismo, la veneración, el miedo a Dios. Y el hombre ruso pronuncia el nombre de Dios rascándose el trasero. Dice de la imagen: si conviene-a rezar, si no conviene-a tapar las ollas. Mire fijamente, y verá que por su natura es un pueblo profundamente ateo. En éste hay aún mucha superstición, pero no hay ni huella de religiosidad. La superstición pasa con los avances de la civilización, pero la religiosidad a menudo convive con éstos; un ejemplo vivo es Francia, donde hay ahora muchos católicos sinceros, fanáticos entre las personas ilustradas y educadas, y donde hay muchos que, apartados del cristianismo, aún están por algún Dios tenazmente. El pueblo ruso no es así: la exaltación mística no está en su natura en absoluto, tiene demasiado sentido común, claridad y positividad en la mente para eso: y en eso mismo pues, acaso, estribe la grandeza de su destino histórico en el futuro. La religiosidad no se la inculcó incluso al clero, pues unos pocos personajes separados, exclusivos, que se distinguen por su serena, fría, ascética contemplación, no demuestran nada. La mayoría pues de nuestro clero siempre se distinguió, solamente, por sus panzas abultadas, su pedantería teológica y su ignorancia bárbara. Es un pecado acusarlo de religiosidad, intolerancia o fanatismo: más pronto se le puede elogiar por su indiferencia modelo en el asunto de la fe. La religiosidad se manifestó entre nosotros sólo en las sectas cismáticas, tan opuestas en su espíritu a la masa popular, y tan ínfimas ante ésta en su número.
No voy a extenderme sobre su ditirambo del vínculo amoroso del pueblo ruso con sus soberanos8. Se lo diré directamente: ese ditirambo no despertó simpatía en nadie, y lo comprometió a los ojos de personas, incluso, muy cercanas a usted en otros aspectos, por su tendencia. En lo que respecta a mí, personalmente, le ofrezco a su conciencia deleitarse con la contemplación de la divina belleza de la monarquía (está tranquila sí, dicen, y es conveniente para usted), sólo que continúe contemplándola razonablemente desde su hermosa lejanía: de cerca pues, ésta no es ni tan bella ni tan inofensiva... Observaré sólo una cosa: cuando de un europeo, en particular católico, se apodera el espíritu religioso, éste se convierte en un acusador del poder injusto, semejante a los profetas hebreos, que acusaban de ilegalidad a los poderosos de la tierra. Entre nosotros pues, es al revés, si a un hombre (incluso honrado) lo alcanza la enfermedad, conocida entre los médicos-psiquiatras con el nombre de religiosa mania, éste al instante incensa más al dios terrenal que al celestial, y aún se pasa tanto de la raya, que aquél quisiera recompensarlo por su esclavo empeño, pero ve que con eso se compromete a los ojos de la sociedad... ¡Es una bestia nuestro hermano, el hombre ruso!..
Recuerdo aun, que en su libro usted afirma como una gran e indiscutible verdad, que para el pueblo simple la instrucción no sólo es inútil, sino incluso positivamente nociva9. ¿Qué decirle sobre eso? Que lo perdone su Dios bizantino por esa idea bizantina, sólo si cuando la trasladó al papel no sabía la que armaba...
"Pero puede ser, -me dirá, -supongamos, que yo me extraviaba y todas mis ideas son una mentira, ¿pero por qué pues, me quitan el derecho a extraviarme, y no quieren creer en la franqueza de mis extravíos?" Porque, le repondo, semejante tendencia en Rusia ya hace tiempo que no es una novedad. Incluso, hace poco fue agotada por completo por Burachék10 y hermandad. Por supuesto, en su libro hay más inteligencia e incluso talento (aunque no hay mucha riqueza de lo uno ni lo otro en éste) que en las obras de éstos; en cambio, ellos desarrollaron esa doctrina común a ambos con mayor energía y mayor continuidad, llegaron con valentía hasta sus últimos resultados, se lo dieron todo al Dios bizantino, no le dejaron nada a Satanás; mientras que usted, queriendo ponerle una vela al uno y al otro, entró en contradicción, defendió por ejemplo a Púshkin, la literatura y el teatro que, desde su punto de vista, si tuviera el escrúpulo de ser consecuente, no pueden servir de nada a la salvación del alma, pero si pueden servir de mucho a su perdición. ¿La cabeza de quién pues, pudo recocinar la idea de la solemnidad de Gógol con Burachék? Usted se colocó demasiado alto en la opinión del público ruso, como para que éste pueda creer en la franqueza de semejantes convicciones. Lo que parece natural en los estúpidos, pues no puede parecerlo en un hombre genial. Algunos se detuvieron en la idea, de que su libro era fruto de una depresión intelectual, cercana a la locura positiva. Pero ésos pronto renunciaron a esa conclusión: está claro que el libro no se escribió en un día, ni en una semana, ni en un mes sino, acaso, en un año, dos o tres, en éste hay relación, a través de la exposición descuidada se entrevé la reflexión, y los himnos a las autoridades del poder disponen bien la situación terrenal del devoto autor. He aquí por qué se corrió el rumor en Petersburgo, de que usted escribió ese libro con el objetivo de entrar como preceptor de un hijo heredero11. Aún antes de esto, se hizo célebre en Petersburgo su carta a Uvárov12, donde usted dice con aflicción, que a sus obras en Rusia les dan un sentido torcido, después manifiesta su insatisfacción con sus obras anteriores, y declara que sólo quedará satisfecho con sus obras cuando aquel que, y demás13. Ahora, juzgue por sí mismo: ¿se puede uno asombrar, de que su libro lo comprometió a los ojos del público como escritor y, más aún, como hombre?
Usted, en cuanto yo veo, no entiende del todo bien al público ruso. Su carácter está determinado por la situación de la sociedad rusa, donde se agitan y buscan salida las fuerzas frescas que, oprimidas por un yugo pesado, sin encontrar salida, sólo producen tristeza, añoranza y apatía. Sólo en la literatura, a pesar de la censura tártara, hay aún vida y movimiento progresivo. He aquí por qué el título de escritor, entre nosotros, es tan honorable, por qué es tan fácil el éxito literario, incluso con poco talento. El nombre de poeta, el título de literato ya hace tiempo que opacó entre nosotros el oropel de las charreteras y los uniformes de colores. Y he aquí por qué entre nosotros, en particular, es recompensada con la atención general cualquier tal llamada tendencia liberal, incluso con pobreza de talento, y por qué cae con tanta rapidez la popularidad de los grandes poetas, que se entregan de modo sincero o no sincero al servicio de la ortodoxia, la monarquía y la nacionalidad. Un ejemplo excelente Púshkin, a quien le bastó escribir sólo dos tres versos de súbdito fiel y ponerse la librea de paje, para privarse de pronto del amor popular14. Y se equivoca bastante si piensa no en broma, que su libro cayó no por su mala tendencia, sino por la crudeza de las verdades que, al parecer, expresa a todos y cada uno. Supongamos, usted pudo pensar eso de la hermandad de escritores, pero el público pues, ¿cómo pudo caer en esa categoría? ¿Es posible que en El Inspector y en Las almas muertas le dijo a éste con menos crudeza, con menos certeza y talento verdades menos amargas? Y éste realmente se enfadó con usted hasta el furor, pero El Inspector y Las almas muertas no cayeron por eso, mientras que su último libro se hundió en la tierra con deshonra. Y el público tiene razón ahí: éste ve en los escritores rusos a sus únicos líderes, defensores y salvadores de las tinieblas de la monarquía, la ortodoxia y la nacionalidad, y por eso siempre estará dispuesto a perdonarle a un escritor un libro malo, pero nunca le perdonará un libro malsano. Esto demuestra cuánta intuición fresca y saludable, aunque aún en embrión, hay en nuestra sociedad, y esto mismo demuestra que ésta tiene futuro. ¡Si usted quiere a Rusia, alégrese conmigo de la caída de su libro!..
No sin cierto sentimiento de autosuficiencia, le diré que me parece, incluso, que conozco un poco al público ruso. Su libro me asustó con la posibilidad de una influencia negativa en el gobierno, en la censura, pero no en el público. Cuando en Petersburgo se corrió el rumor, de que el gobierno quería publicar su libro en una cantidad de muchos miles de ejemplares, y venderlo al más bajo precio, mis amigos se abatieron, pero yo entonces les dije que, a pesar de lo que fuera, el libro no iba a tener éxito y pronto lo olvidarían. Y, realmente, ahora es más recordado por todos los artículos escritos sobre éste, que por sí mismo. ¡Sí, el hombre ruso tiene un profundo, aunque aún no desarrollado instinto de la verdad!
Su conversión, es posible, pudo ser sincera. Pero la idea, darla a conocer al público, fue la más desdichada. Los tiempos de devoción inocente hace tiempo ya que pasaron para nuestra sociedad. Ésta ya entiende, que es lo mismo rezar en cualquier lugar, y que en Jerusalén buscan a Cristo, sólo los hombres que nunca lo llevaron en su pecho, o que lo perdieron15. Quien es capaz de sufrir ante la visión del sufrimiento ajeno, a quien le es penoso el espectáculo de la opresión de los hombres ajenos, ese lleva a Cristo en su pecho, y no tiene por qué ir a pie a Jerusalén. La humildad que usted predica, en primer lugar, no es nueva, y en segundo, redunda, por una parte, en un terrible orgullo, y por la otra, en la más deshonrosa humillación de su dignidad personal. La idea de convertirse en una especie de perfección abstracta, de humildad superior a todos, puede ser fruto sólo del orgullo o de la flaqueza y, en ambos casos, conduce inevitablemente a la hipocresía, la mojigatería y la sinología. Y además de eso, usted se permitió expresarse sucia y cínicamente no sólo de otros (eso sólo sería descortés), sino también de sí mismo, y eso es ya repulsivo, porque si un hombre que le pega a su prójimo en la mejilla provoca indignación, pues un hombre que se pega a sí mismo en la mejilla provoca desprecio. ¡No! Usted simplemente está oscurecido y no iluminado, no entendió ni el espíritu ni la forma del cristianismo de nuestro tiempo. No la verdad de la doctrina cristiana, sino un miedo enfermizo a la muerte, al diablo y al infierno emana de su libro. ¡Y qué lenguaje, qué frases! "Todo hombre se ha vuelto ahora una basura y un trapo16." ¿Es posible que piense, que decir todo en lugar de cada significa expresarse bíblicamente? ¡Qué gran verdad es esa, que cuando un hombre se entrega por completo a la mentira, lo abandonan la inteligencia y el talento! Si su libro no llevara puesto su nombre, y se excluyeran de éste esos lugares donde habla de sí mismo como escritor, ¿quién pensaría que ese presumido y desaliñado alboroto de palabras y frases, es obra de la pluma del autor de El inspector y de Las almas muertas?
En lo que respecta a mí personalmente, le repito: usted se equivocó, al considerar mi artículo una expresión de despecho ante su juicio sobre mí, como uno de sus críticos. Si sólo eso me hubiera enojado, yo habría replicado con despecho sólo a eso, y de todo lo restante me hubiera expresado con serenidad y de modo imparcial. Y es verdad, que su juicio sobre sus admiradores es doblemente no bueno. Yo entiendo la necesidad de darle un coscorrón a veces a un estúpido, que con sus alabanzas, con su entusiasmo por mí sólo me hace ridículo; pero esa es una necesidad penosa porque, como que es incómodo, humanamente, pagarle con enemistad, incluso, a un amor falso. Pero usted tenía en cuenta a personas, si no con una inteligencia notable, pues con todo no estúpidas. Esas personas, en su admiración por sus creaciones, tuvieron acaso más expresiones entusiastas, que todas las que usted expresó sobre sus labores; y de todos modos su entusiasmo por usted procede de una fuente tan pura y generosa, que usted no debería en absoluto entregar sus cabezas a sus enemigos comunes y a los suyos, y aún, por añadidura, culparlos por la intención de darle un cierto sentido reprensible a sus obras. Usted, por supuesto, hizo eso por afición a la idea central de su libro y por imprudencia, pero Viáziemskii, ese príncipe de la aristocracia y siervo de la literatura, desarrolló su idea, y publicó contra sus admiradores (por lo tanto, contra mí más que todos) una verdadera denuncia17. Eso lo hizo, probablemente, por gratitud a usted, por que a él, a un mal coplero, lo convirtió en un gran poeta, al parecer, en cuanto recuerdo, por "su verso grávido que se arrastra por la tierra18". ¡Todo eso no está bien! Y que usted sólo esperaba un momento, cuando podría hacer justicia a los admiradores de su talento (haciéndola con orgullosa humildad a sus enemigos), eso yo no lo sabía, no podía, por cierto, reconocerlo, y no querría saberlo. Yo tenía ante mí su libro, y no sus intenciones. Lo leí y releí cien veces y, de todas formas, no encontré en éste nada más, de lo que hay en éste, y lo que hay en éste perturbó y ofendió profundamente mi alma.
Si diera rienda suelta a mi sentimiento, esta carta pronto se convertiría en un grueso cuaderno. Yo nunca pensé escribirle sobre este tema, aunque lo deseaba con angustia, y aunque usted le dio derecho por escrito a todos y cada uno a escribirle sin ceremonia, teniendo en cuenta sólo la verdad19. Viviendo en Rusia yo no podía hacer eso, pues los Shpékins20 aduaneros desellan las cartas ajenas no sólo por placer personal, sino también por deber del servicio, como delatores. Pero el presente verano la tuberculosis incipiente me expulsó al extranjero, y N21 me reenvió su carta a Salzburgo, de donde parto hoy con Ánnenkov a París, a través de Francfort del Main. El recibo inesperado de su carta me dio la oportunidad de decirle todo eso, que tenía en el alma en contra suya con motivo de su libro. Yo no sé hablar a medias, no sé ser pícaro: no está en mi natura. Sea que usted o el tiempo mismo me demuestren, que me equivoqué en mis conclusiones sobre su persona, yo seré el primero en alegrarme de eso, pero no me arrepentiré de lo que le he dicho. Se trata aquí no de mi o de su persona, sino de un tema que está muy por encima no sólo de mí, sino incluso de usted, se trata aquí de la verdad, de la sociedad rusa, de Rusia. Y esta es mi última palabra en conclusión: si usted tuvo la desdicha de abjurar con orgullosa humildad de sus auténticas grandes obras, pues ahora debe abjurar con verdadera humildad de su último libro, y expiar el pecado mortal de su salida a la luz, con nuevas creaciones que recuerden las anteriores vuestras.

Salzburgo, 15 de julio de 1847.

1Los Pasajes selectos de la correspondencia con los amigos son criticados por T.N. Granóvskii, V.P. Bótkin, P.V. Ánnenkov (ver P.V. Ánenkov y sus amigos. SPb., 1892, p. 529-530, 533, 547) y los Aksákov. Asimismo publican críticas E.I. Guber (Las Noticias de San Petersburgo, 1847, No. 35), N.F. Pavlóv (Las noticias moscovitas, 1847, No. 28, 38, 46; también El Contemporáneo, 1847, t. III, No. 5; t. IV, No. 8). El libro es elogiado por F.V. Bulgárin (SP, 1847, No. 8) y P.A. Viáziemskii (Las Noticias de San Petersburgo, 1847, No. 90, 91).
2Vissarión Bielínskii se refiere a la vida de Gógol en el extranjero. En el capítulo once de Las almas muertas, Gógol escribe: "¡Rusia! ¡Rusia!, te veo, desde mi maravillosa y hermosa lejanía te veo".
3En 1845, el Código penal de los delincuentes y los presidiarios de Rusia sustituye el castigo con látigo por una numerosa cantidad de golpes con rebenque.
4Vissarión Bielínskii se refiere al epígrafe de El Inspector: “Al espejo no hay nada que reprocharle, si tienes la jeta torcida”.
5En su capítulo Al hacendado ruso, de los Pasajes selectos.., Gógol aconseja: "...y al que se atreviese a hacerle alguna falta de respeto o no escuchar sus palabras sensatas, pues zúrralo ahí mismo delante de todos, dile: "¡Ah, tú, jeta sucia!'" (Prosa religiosa, pag. 163).
6En su capítulo El tribunal rural y la represión, de los Pasajes selectos.., Gógol escribe: "Y ves que, con bastante sensatez procedió la comandante en el relato de Púshkin, La hija del capitán que, tras enviar a un teniente a juzgar a un soldado de fila y a una mujer de pueblo, que se habían peleado en un baño por una jofaina de madera, le dio la siguiente instrucción: 'resuelve quién es inocente y quién es culpable, y castígalos a los dos'" (Prosa religiosa, pag. 187).
7Renegado, apóstata de la ortodoxia.
8En su capítulo Sobre el lirismo de nuestros poetas, de los Pasajes selectos.., Gógol escribe: "El amor entró en nuestra sangre, y formó en todos un parentesco carnal con el zar" (Prosa religiosa, pag. 85).
9En su capítulo Al hacendado ruso, de los Pasajes selectos.., Gógol aconseja: "Enseñar al mujík a leer y escribir, para luego brindarle la posibilidad de leer los libritos banales, que editan para el pueblo los filántropos europeos, es realmente una sandez" (Prosa religiosa, pag. 165).
10Stepán Burachék, escritor, crítico, periodista, editor de la revista El Faro.
11Nikolai Románov, gran duque, nacido el 20 de septiembre de 1843, hijo del zar Alexánder II.
12Serguéi Uvárov, ministro de ilustración popular, hombre de estado, literato.
13Vissarión Bielínskii, evidentemente, se refiere a la carta de Gógol a Serguéi Uvárov: "Me consolaba hasta ahora la idea de que el soberano, a quien es caro en verdad el bienestar espiritual de sus súbditos, dijera acaso de mí con el tiempo, así: ‘Ese hombre sabía ser generoso, y sabía con qué expresarme su reconocimiento" (Acad., XII, p. 484), o alude a una frase del proyecto contenido en la carta oficial de Gógol a Nikolai I, enviada a Petersburgo por Luisa Vielgórskaya: "Juzgarme en este asunto puede sólo aquel que, al abarcar no sólo alguna parte del gobierno, sino todo junto posee, a través de eso, una visión más plena y multifacética que la de las personas ordinarias <...>, por lo tanto, juzgarme puede sólo el soberano" (Acad., XIII, p. 424- 425).
14Alexánder Púshkin recibe el título de paje en 1834.
15En los Pasajes selectos.., Gógol informa sobre su intención de hacer un viaje a Jerusalén.
16En su capítulo Qué puede ser la esposa.., de los Pasajes selectos.., Gógol escribe: "Ahora, entre nosotros, todo se ha disipado y desatado. Todo hombre se ha vuelto una basura y un trapo" (Prosa religiosa, pag. 184).
17En su artículo Yazíkov y Gógol, Piótr Viáziemskii afirma que a Gógol intentan mostrarlo como la cabeza de la nueva "escuela natural", "haciendo que encarne cierta bandera negra literaria", y también que "muchos escritores no reconocidos se alimentaban de su nombre, como de su único pan de cada día" (Las noticias de San Petersburgo, 1847, Nº 90, 91).
18En el artículo Cuál es finalmente la esencia de la poesía rusa.., de los Pasajes selectos.., Gógol comenta sobre: "...ese verso grávido de Viáziemskii, que parece arrastrarse por la tierra, penetrado a veces de esa cáustica, agobiante tristeza rusa” (Prosa religiosa, pag. 265).
19En su capítulo Cuatro cartas a diversas personas.., de los Pasajes selectos.., Gógol escribe: "Con motivo de Las almas muertas, la gran masa de lectores podría escribir otro libro, mucho más curioso que Las almas muertas, que podría enseñarme no sólo a mí, sino también a los lectores, porque, no hay por qué ocultar el pecado, todos nosotros conocemos muy mal Rusia” (Prosa religiosa, pag. xxx).
20Shpékin, administrador de correos de El Inspector, pieza de Nikolai Gógol.
21Nikolai Nekrásov, poeta, redactor-editor de la revista El Contemporáneo, redactor de la revista Apuntes patrios.

Imagen: Carl Hasenpflug, Mercado y Iglesia de Halberstadt, 1830.