Moscú, 29 de octubre de 1848.
¿Cómo está usted?, ¿cómo está su salud, mi buenísima Anna Mijáilovna? En cuanto a mí, recién me recupero de mis insomnios, que siguieron incluso aquí, en Moscú, y sólo ahora empiezan a cesar. Moscú está solitaria, tranquila y favorable para las ocupaciones. Yo aún no trabajo así como quisiera, siento cierta debilidad, aún no tengo esa bendita disposición de espíritu que hace falta para crear. Pero mi alma intuye algo, y mi corazón está lleno de la esperanza palpitante de ese tiempo deseado. Escríbame unas cuantas líneas sobre sus ocupaciones y su estado de espíritu. Yo estoy curioso por saber, cómo empezaron las lecciones rusas1 en su casa. Por ahora, no le envío aún la lista de los libros, que deben conformar la lectura rusa en su sentido histórico. Es necesario abarcar bastante y examinar previamente, para saber dárselos a usted uno tras otro en orden, para que no resulte la sopa después de la salsa, y el pastel antes del asado. Escríbame cómo se dispone mi profesor-auxiliar2, y en qué orden le sirve los platos. Yo estoy muy seguro, de que le dirá muchas cosas buenas y necesarias, y al mismo tiempo estoy seguro, de que a mí también me quedará espacio para incluir mi discurso, y añadir algo así, que él olvide decir. Eso no depende de que yo sea más leído e instruido que él, sino de que cualquier hombre mínimamente talentoso tiene su propia intuición original, que le pertenece en particular, debido a lo cual ve toda una parte que los otros no advierten. He aquí por qué mucho quisiera, que nuestras lecciones en conjunto empiecen con el segundo tomo de Las almas muertas. Después de éstas, a mi alma le sería más fácil y libre hablar de muchas cosas. Hay muchas partes de la vida rusa que aún, hasta ahora, no han sido descubiertas por ningún escritor. Yo quisiera que, tras leer mi libro, las personas de todos los partidos y opiniones digan: "Él conoce bien al hombre ruso. Él, sin ocultar ninguno de nuestros defectos, sintió más profundamente que nadie nuestra dignidad". Quisiera asimismo hablar de lo que aún, desde los días de mi infancia, gustaba de meditar mi alma, de lo que ya hubo voces e insinuaciones confusas, dispersas en mis obras más incipientes. Ésas no cualquiera las advirtió... Pero, aparte de esto. No olvide, junto con la historia rusa, leer la historia de la iglesia rusa, sin eso muchas cosas de nuestra historia son oscuras. La obra de Fillaretto Rízhskii3 salió ahora completa: cinco libros. Éstos se pueden encuadernar en un tomo. Ese libro lo tiene, al parecer, Matvéi Yúrievich4, a quien, con esta ocasión, abrace fuertemente por mí. Sobre la salud, de nuevo una instrucción para usted: por Dios, no esté sentada en un lugar más de hora y media, no se incline sobre la mesa: su pecho es débil, usted debe saber eso. Intente, por todos los medios, acostarse a dormir no más tarde de las once. No baile en absoluto, en particular los bailes salvajes: éstos ponen la sangre en agitación, pero el movimiento correcto, necesario al cuerpo, no lo dan. Y a usted, no le sientan los bailes en absoluto, su figura no es tan esbelta ni ligera. Pues usted no es bien parecida. ¿Sabe acaso eso a ciencia cierta? Usted es bien parecida sólo entonces, cuando en su rostro aparece un movimiento bondadoso; se ve, entonces, que los rasgos de su rostro ya están formados para expresar su bondad de alma, tan pronto pues no tiene usted esa expresión, se torna fea.
Abandone todas, incluso las pequeñas salidas a la sociedad. Usted ve que la sociedad no le consiguió nada: buscaba en ésta un alma capaz de responder a la suya, pensaba encontrar a un hombre con quien quería ir de la mano por la vida, y encontró menudencia y trivialidad. Abandónela pues por completo. Hay en la sociedad inmundicias que, como las bardanas, se nos pegan por mucho que miremos. A usted ya se le pegó algo, qué exactamente, yo por ahora no le diré. Que Dios la guarde asimismo de la veleidad de la tal llamada amabilidad mundana. Conserve la sencillez de los niños, eso es mejor que todo. "¡Observe la santidad con todos!" He aquí lo que me dijo una vez un santo anacoreta. Yo, entonces, no entendí esas palabras, pero mientras más entro en éstas, más profundamente oigo su sabiduría. Si nos acercáramos a toda persona como a un santo, pues la propia expresión de nuestro rostro se haría mejor, y nuestro discurso se investiría de ese decoro, de esa sencillez amorosa y familiar que gusta a todos, y provoca de su parte también la disposición hacia nosotros, de modo que nadie nos dirá entonces una palabra indecorosa o mala. No deje pasar las pláticas con esas personas, de las que puede aprender mucho, no se turbe si tienen un aspecto severo. Sea sólo atenta con éstas, sepa cómo preguntarles, y se soltarán a conversar con usted. Recuerde que usted debe hacerse rusa de verdad, de alma y no de nombre. A propósito: no olvide que me prometió, cada vez que encuentre a Dal5, obligarlo a contarle sobre el modo de vida de los campesinos en los distintos gobiernos de Rusia. Entre los campesinos, en particular, se oye la originalidad de nuestro ingenio ruso. Cuando le ocurra ver a Pletnióv6, no olvide preguntarle por todos los literatos rusos con quienes tuvo relaciones. Esos hombres eran más rusos que los hombres de otros estamentos, y por eso usted conocerá necesariamente muchas cosas tales, que le explicarán de modo aun más satisfactorio al hombre ruso. Si ve a Alexándra Ósipovna7, hable con ella sólo de Rusia: en los últimos tiempos, ella vio y conoció bastante de lo que sucede dentro de Rusia. Ella, asimismo, puede nombrarle muchas personas notables con quienes conversar no es inútil. En una palabra, tenga ahora asunto con esas personas que ya no tienen asunto con la sociedad, y saben eso que no sabe la sociedad. ¡Que Dios la guarde! Adiós. No me olvide y escríbame más a menudo. Deme sermones tan severos y ásperos, como yo a usted, sin ocultar lo malo que observó en mí. Nosotros pues, nos prometimos eso el uno al otro.
Todo suyo, N. Gógol.
A ambas hermanas, Apolinaria y Sofía Mijáilovna, abrácelas fuertemente. En las cartas a mí, por ahora, escriba así: a la Tvierskáya, en la oficina de El Moscovita. Dentro de una semana me mudo y le enviaré la dirección del nuevo apartamento.
1En 1848, Vladímir Sologúb (escritor) empieza a darle a su esposa y a su cuñada unas lecciones sobre historia y literatura rusas, que no duran mucho.
2Gógol nombra así en broma a Vladímir Sologúb.
3La Historia de la iglesia rusa en cinco partes (M y Riga, 1847-1848) del obispo Fillaretto Rízhkii, futuro arzobispo de Chernigóvski.
4Matvéi Yúrievich Vielgórskii, conde, hermano de Mijaíl Vielgórskii.
5Vladímir Dal, escritor, etnógrafo, lexicógrafo.
6Piótr Pletnióv, escritor, crítico, profesor del Instituto Patriótico, editor de la revista El contemporáneo, rector de la Universidad de San Petersburgo.
7Alexándra Ósipovna Smirnóva (Rossetti de nacimiento), dama de compañía de la zarina, esposa del gobernador de Kalúga, amiga de Vasílii Zhukóvskii y Alexánder Púshkin.
Imagen: Mihail Utkin, At Kremlin, 1993.