domingo, 8 de junio de 2008

Gógol a S.T. Aksákov


Nápoles, 8 (20) de enero de 1847.

Recibí su carta1, mi buen amigo Serguéi Timoféevich. Le agradezco por ésta. Todo lo que se debe tomar en consideración de ésta, se ha tomado. Convendría limitarse a eso pero, ya que en su carta se advierte una gran inquietud por mí, pues considero necesario decirle unas pocas palabras. De nuevo le repito una vez más, que está en un error al sospechar en mí alguna nueva tendencia. Desde mi temprana juventud tuve un solo camino, por el que voy. Yo sólo era reservado, porque no era estúpido, eso es todo. La causa de sus actuales deducciones y conclusiones sobre mí (hechas tanto por usted, como por otros), estuvo en que yo, confiando en mis fuerzas y en mi (al parecer) consumada madurez, me atreví a hablar de lo que convenía callar aún por algún tiempo, hasta que mis palabras no llegaran a una claridad, que se hicieran comprensibles hasta para un niño. Aquí tiene toda la historia de mi misticismo. Me convenía trabajar aún en silencio por algún tiempo, quemar aún lo que convenía quemar, no decir una palabra a nadie sobre mi yo interno y no responder a nada, en particular no dar ninguna respuesta en cuanto a mis obras a mis amigos. En parte, los imprudentes empujones por el lado de ellos, en parte, la imposibilidad de ver por mí mismo, en qué grado de mi educación personal me encuentro, fueron la causa de la aparición de los artículos, que tanto perturbaron su espíritu. Por otro lado, todo eso sucedió no sin la voluntad de Dios.
La aparición de mi libro, que contiene la correspondencia con muchas personas notables de Rusia (con las que yo, acaso, nunca me encontraría si viviera en Rusia, y me quedara en Moscú), será muy necesaria para muchos (a pesar de todos los lugares incomprensibles), en muchos aspectos verdaderamente sustanciales. Y aun será más necesaria para mí mismo. Mi libro será atacado desde todos los rincones, desde todas las partes y en todos los aspectos posibles. Esos ataques los necesito mucho ahora: éstos me mostrarán más de cerca a mí mismo, y me mostrarán, al mismo tiempo, a ustedes, o sea, a mis lectores. Si no viera con más claridad qué soy yo mismo en el presente instante, y qué son mis lectores, me sería resueltamente imposible hacer mi labor con sensatez. Pero eso ustedes, por ahora, no lo entenderán, tomen eso mejor, simplemente, como una fe; ustedes a través de eso se quedarán en ganancia. ¡Y no me oculten ninguno de sus sentimientos! Después de leer el libro, al instante, mientras no se enfrió nada aún, viértanlo todo al desnudo, como está, en el papel. No se turben de ningún modo si se les escapan palabras rudas: eso no es nada en absoluto, a mí éstas incluso me gustan mucho. Mientras más francos y sinceros sean ustedes conmigo, en más ganancia se quedarán. La mano para eso, utilicen la primera, la que les venga; quien más frecuente y vivamente escriba, a ése y díctenle. Secretos, en ese sentido, yo no tengo ninguno. Hubo un solo secreto, sobre el que le rogué no recordarme incluso nunca, y que usted, con insensatez, me recordó en su carta2. Usted mismo dijo, que ni su familia lo conoce, y le dio a escribir esas palabras no a su mano3. Eso no está bien. Si usted sintió la necesidad de recordarme sobre ese asunto, para hacer una comparación con la disposición por parte de la venta de El inspector (cuya edición y presentación he aplazado), pues mejor hubiera sido arreglarnos, simplemente, sin esa comparación, además de que ésta no es ni correcta ni acertada en absoluto. Hay obras que, realmente, se deben realizar de modo tal, que nuestra otra mano no vea eso, y hay obras que se deben realizar abiertamente, a la vista de todos, cuya esencia es, simplemente, nuestro deber ineludible, y no una hazaña de beneficencia. Si casi todos nuestros escritores publicaron libros para los pobres, si incluso Bulgárin, Grech y muchos otros, que fueron reprochados por codicia, hicieron a favor de los pobres donativos, lecturas públicas y por el estilo, ¿por qué pues yo no puedo asimismo, y qué clase de excepción soy yo pues?, ¿y por qué un kópek para otro es un deber, y para mí una hazaña de beneficencia? ¡Amigo mío, usted no sopesó las cosas como se debe, y pensó en reforzar sus palabras con las palabras del mismo Cristo! Eso, lo puede hacer sin error sólo aquél, que vive ya todo en Cristo, lo incluyó en todas sus obras, pensamientos y empresas, le dio sentido a toda su vida con él, y se llenó todo del espíritu de Cristo. Pues, de otra forma, en cada palabra de Cristo usted verá su idea, y no ésa con que está dicha. Pero es suficiente sobre usted. Y no lo olvide: ¡la franqueza en todo lo que se relacione con sus ideas sobre mí! ¡Lo abrazo! Trasmítale una reverencia a todos los suyos.

Queriéndolo mucho, G.

1Del 9 de diciembre de 1846.
2Se refiere a la ayuda de Gógol a los estudiantes necesitados.
3Tras perder la vista, Serguéi Aksákov dicta comúnmente sus obras y cartas a algún miembro de su familia. La carta a Gógol en cuestión es escrita por la mano de Konstantín Aksákov.

Imagen: Edward Moran, Passing Ambrose Lightship, XIX.