Yo1 aún no respondí a su última carta, amabilísimo Gogolito, y ésta merecía una respuesta, y una respuesta generosa, pues nos describía la recuperación de su salud. La curación, por sí misma, es ya uno de los grandes placeres de la vida, pero la curación en medio de los encantos de la naturaleza napolitana, y ante los sentimientos que llenan ahora su alma con renovada viveza, esa curación es la visión desde la tierra de una mejor vida; quiera Dios que ésta le traiga una salud plena, y constante por largo tiempo. Y yo lo sustituí en el orden de la prueba, ésta se manifiesta en mí de la forma más penosa, se manifiesta en mi pobre esposa2. Usted la dejó ya enferma. La enfermedad pronto disminuyó y ella pudo abandonar la cama; digo: esa enfermedad que usted vio, pues en su lugar la sustituyó otra torturante, insistente, esa que usted conoce bastante, pero conoce de otra forma y, pienso, menos severa, sus nervios están muy alterados; el tedio físico incesante, que se expresa en el miedo a la muerte, y el tedio espiritual incesante, que se expresa en la impotencia absoluta. Ninguna fuerza puede quitarle esas ideas oscuras, que como monstruos revuelan en su alma. No puede dedicarse a casi nada, y nadie puede ofrecerle ninguna diversión. La lectura le irrita los nervios, la conversación es sólo sobre su enfermedad y, como a propósito, nuestro círculo familiar se descabala a menudo por las enfermedades, de modo que solemos quedarnos totalmente solos; aunque por esa parte, no obstante, es nuestro socorro principal. Hasta ahora podía caminar y fortalecerse con el aire, pero desde hace cierto tiempo eso disminuyó: un resfriado la encerró en casa, y otra depresión la mantuvo dos semanas en cama. Ahora, empieza a moverse de nuevo, pero está débil y flaca como un esqueleto. Así es nuestra vida desde el mismo Shvalbáj. Con todo esto, La Odisea3 calla, y ya hace exactamente dos años que calla. De lo que sucede dentro de mí no hablo; estoy poco satisfecho con esto, y eso aumenta la desgracia. Que Dios me ayude a ser digno de la prueba que me envió, y a pasarla del modo que Él exija.
Soy culpable ante usted no sólo por mi silencio, sino porque me demoré en reenviarle la carta recibida en su nombre, desellada pero no leída por mí. Se la envío. Otras noticias no puedo darle. Pasó a verme Michel Vielgórskii4, que iba como correo de Berlín a Suiza. Asimismo estuvo aquí Bariatínskii5, que totalmente saludable, robusto y floreciente regresa a Petersburgo. De su libro6 me escribe Ishímova7, que éste salió y produce un gran efecto. Eso me alegra indeciblemente. Adiós, mi gentil, escríbame cuando se disponga a ponerse en camino. No puedo esperar que me escriba desde el camino. Aunque eso sería bueno. Esa necesidad de expresar directamente sus impresiones, en el mismo lugar donde se reciben, genera una palabra totalmente distinta, llena de vida y de carácter individual, sobre la que influye también la persona con quien compartes tus ideas y sentimientos. Y usted pues, está habituado a compartir conmigo muchas cosas. Yo ahora sólo recibí unos anticipos pero, con el tiempo, si sólo no me voy de este mundo, recibiré todo un capital. Perdone. Mi enferma lo reverencia de alma.
Suyo, Zhukóvskii.
Responda de inmediato.
1Vasílii Zhukóvskii, poeta, escritor, traductor, antiguo director de la revista El Heraldo de Europa, preceptor de la familia zarista, protector de escritores.
2Elizaveta Zhukóvskaya (Reitern de nacimiento), esposa de Vasílii Zhukóvskii.
3Vasílii Zhukóvskii trabaja por esta época en una traducción de La Odisea, de Homero.
4Mijaíl Vielgórskii, hijo de los condes Vielgórskii, diplomático.
5Alexánder Bariatínskii, teniente.
6Los Pasajes selectos de la correspondencia con los amigos.
7Alexándra Ishímova, escritora, traductora, pedagoga.
Imagen: Paul Baum, Sobre el Asbach, Weimar, 1885.