Pogódin me hizo la demanda2: ¿por qué hace tanto tiempo que yo no le escribo y si no estoy enojado con usted, Serguei Timoféevich? Yo no le escribí porque, en primer lugar, usted mismo no respondió a mi última carta, y en segundo porque usted, como oí, se enojó conmigo por ésta3. Por Cristo mismo, póngase en mi situación, sienta su dificultad y dígame por sí mismo: ¿cómo ser, cómo, sobre qué y qué puedo escribir ahora? Si yo tuviera fuerzas para decir una palabra franca, la lengua no se me soltaría. Se puede hablar en un lenguaje franco sólo con ese, que cree algo en nuestra franqueza. Pero si sabes que ante ti está un hombre, que ya se formó su propio concepto de ti y está afirmado en éste, ahí en el hombre más franco enmudece la palabra, no sólo en mí, que soy un hombre, como sabe, reservado, y cuya reserva proviene de su incapacidad para explicarse.
Por Cristo mismo, le ruego ahora ya no por amistad, sino por esa caridad que debe ser propia de toda alma buena y piadosa, por caridad le ruego ponerse en mi situación, porque mi alma está extenuada, por mucho que me fortalezco e intento tener sangre fría. Mis relaciones con todos esos amigos, que se apuraron a trabar amistad conmigo sin conocerme, se hicieron demasiado penosas. ¡Cómo no me dio vueltas la cabeza por completo, cómo aún no perdí el juicio con todo este embrollo, eso yo mismo no lo puedo entender! Sólo sé, que mi corazón está roto y mi actividad se paralizó. Se puede aun librar una batalla contra los enemigos más encarnizados, pero guarde Dios a cada uno de esta terrible batalla con los amigos. Ahí sucumbe todo lo que haya en ti. ¡Amigo mío, yo sucumbí! Eso es todo lo que puedo decirle ahora. En lo que respecta a la inmutabilidad de mis relaciones cordiales, pues le diré que el amor, más que nunca antes, es ahora más asequible al alma. Si yo quiero y deseo querer incluso a esos, que no me quieren pues, ¿cómo puedo no querer a esos que me quieren? Pero yo le ruego ahora no por amor. No tenga amor por mí, pero tenga siquiera una gota de caridad porque mi situación, le repito de nuevo, es penosa. Si usted se pusiera bien en ésta, vería que para mí es más difícil, que para todos esos que ofendí. ¡Amigo mío, le digo la verdad! Lo abrazo con toda el alma.
Todo suyo, Gógol.
Trasmita mi reverencia a la buenísima Olga Semiónovna4, y tras ella a Konstantín Serguéevich5 y a todos los suyos. Yo mismo no sé, si hago bien en que escribo: acaso, esta carta le provoque a usted un disgusto. Ahora me arrepiento, de que inicié una correspondencia con Pogódin6. Aunque sólo pienso, al tomar la pluma, cómo no ofenderlo advierto, no obstante, que mis cartas no le traen ningún sosiego. Con los conceptos que él tiene de mí, ahora toda palabra de mi parte sobre mí mismo sólo puede confundirlo más aun. ¡Amigo mío, es penoso hallarse en este torbellino de malentendidos!, veo que necesito renunciar por largo tiempo a la pluma en todos los aspectos, y alejarme de todo.
Dirija a Francfort, poste restante.1La fecha de Gógol es errónea.
2En la carta del 2 de junio de 1847.
3Serguei Aksákov toma la carta de Gógol del 22 de febrero (6 de marzo) de 1847 como "la más alegre novedad" (Aksákov, p. 177). Sin embargo, toma de otra forma la carta de Gógol del 8 (20) de enero de 1847: "<...> ahora, tras su respuesta a mi carta, yo ya no voy a hablar ni escribir sobre él, -escribe Serguei Aksákov a su hijo Iván el 17 de febrero de 1847. -Tú no conoces esa carta. Yo la soporté con serenidad e indiferencia, pero las personas más dóciles que la leyeron montaron en cólera" (Aksákov, p. 174).
5Konstantín Aksákov, hijo de Serguéi Aksákov, poeta, crítico, dramaturgo, líder del movimiento eslavófilo, colaborador de la revista El Moscovita.
6Mijaíl Pogódin, profesor de la Universidad de Moscú, académico, historiador, dramaturgo, editor de las revistas El Heraldo de Moscú y El Moscovita.
Imagen: William Callow, Leaning Tower, Bologna, XIX.