miércoles, 18 de junio de 2008

Gógol a A.O. Smirnóva


Nápoles, 10 (22) de febrero de 1847.

¡Cuán agradable me fue recibir sus líneas1, mi buena Alexándra Ósipovna! Me escriben poco ahora. Desde la aparición de mi libro2, nadie me escribió aún. Excepto unas breves noticias de que el libro salió y provoca diversos comentarios, no sé nada aún. Cuáles son exactamente esos comentarios, no lo sé, no puedo incluso definirlos en lo adelante, porque no sé cuáles exactamente de mis artículos fueron autorizados, y cuáles no fueron autorizados. De Pletnióv sólo recibí, junto a la noticia de la aparición del libro, y del envío de éste a mí, la noticia de que más de la mitad no fue autorizada3, y los artículos autorizados fueron recortados sin misericordia por la censura. Todo el artificio de la censura es para mí, por ahora, oscuro e insoluble. Sólo sé que el censor, al parecer, estuvo en manos de personas de la tal llamada visión europea, poseída por un espíritu de transformación de todo tipo, y a quienes les fue desagradable la aparición de mi libro. Yo hasta ahora no lo he recibido e incluso temo recibirlo. Por mucho que me fortalezca, le confieso que me resultará penoso verlo. En éste todo tenía relación y continuidad, y llevaba gradualmente al lector al asunto, ¡y ahora toda la relación fue destruída! Sea testigo de mi debilidad espiritual y de mi incapacidad de soportar: todo lo que para los otros hombres es difícil de soportar, yo lo soporto ya fácilmente con la ayuda de Dios, y sólo no sé soportar el dolor del cuchillo del censor, que corta páginas enteras de modo insensible, escritas con un alma sensible y con buenos deseos. Todo mi débil organismo se estremece todo en esos instantes. Exactamente, como si ante los ojos de la madre cortaran a su amada criatura, así de penoso me resulta el crimen de la censura. Y lo hizo ese mismo censor, que antes era benévolo con mis obras, temiendo, según su propia expresión, producir un rasguño en éstas. Pletnióv adjudica eso a su estupidez. Pero yo no creo eso del todo, no es un hombre estúpido. Ahí hay algo hasta ahora incomprensible para mí. Yo le rogué a Vielgórskii y a Viáziemskii revisar atentamente todos los artículos no autorizados y, eliminado en éstos todo lo que les parezca indecoroso y embarazoso, presentarlos a juicio a continuación. Si el soberano dice que es mejor no publicarlos, entonces yo consideraré eso la voluntad de Dios, de que no salgan al público esas cartas4; por lo menos, tendré siquiera algún consuelo, cuando sepa que las cartas fueron leídas por esos, a quienes es preciado exactamente el bienestar y el bien de Rusia, que siquiera un ápice de las ideas que éste contiene ejerció una influencia benéfica, que acaso la semilla de un fruto venidero se sembró junto a éstas en los corazones. Esas cartas eran para los hacendados, los funcionarios, la carta a usted, acerca de lo que puede hacer una gobernadora, entró asimismo ahí, y por eso no se asombre de que le resultó no del todo apropiada: yo, al escribírsela, tuve en cuenta a muchos otros, y deseaba obtener por medio de ésta informes fidedignos y verdaderos, sobre el estado espiritual interno de la multitud, que vive por todas partes. Yo necesito eso, no sabe cómo me hace entrar en razón. Yo sería hace tiempo mucho más inteligente que ahora, si consiguiera unas estadísticas fidedignas. Si me consiguiera en el transcurso del año, siquiera, unos informes tales, como los que contiene su grácil carta actual, a la que respondo (aunque en ésta se habla sólo de la imposibilidad de hacer el bien), pues ya con eso, este mismo fin de año, tendría la posibilidad de decirle cosas mucho más cómodas de aplicación y ejecución. Yo tengo una cabeza ingeniosa, y la dificultad de las circunstancias fortalece mi inventiva intelectual, pues el alma del hombre cada día se hace más clara. Pero cuando no estoy enterado de esos detalles, que otros consideran ínfimos, mi alma añora, y me parece exactamente como que me asfixio y tengo las manos atadas. Todo mi libro debía ser una prueba: quería probar con éste en qué estado se encuentran las cabezas y las almas. Sólo quería sembrar en las cabezas, por medio de éste, el ideal de la posibilidad de hacer el bien, porque hay muchos hombres francamente benévolos, que se cansaron de luchar y se afligieron con la idea de que no se puede hacer nada. La idea de la posibilidad, siquiera lejana, hay que llevarla en la cabeza, porque con ésta hallarás como con un candil, de algún modo, algo que hacer, y sin ésta te quedas totalmente en tinieblas. Esas cartas provocarían respuestas. Esas respuestas me darían informes. Yo no necesito reunir muchos conocimientos, necesito conocer bien Rusia. Amiga mía, no olvide que tengo una labor constante: esas mismas Almas muertas, cuyo principio apareció de una forma tan poco atractiva. Amiga mía, el arte es una obra grande. Sepa que todos esos ideales, que las novelas francesas les metieron en las cabezas a las personas, pueden ser expulsados por otros ideales. Y sus imágenes pueden ser plasmadas tan vivamente, que se harán irrebatibles para el pensamiento, y van a perseguir a los hombres a tal grado, que las leonas preferirán atacar a las otras leonas. La capacidad de creación es una capacidad grandiosa, sólo si está animada por la elevada bendición de Dios. Hay parte de esa capacidad en mí, y yo sé que no me salvaré si no la empleo como se debe en una obra. Y de emplearla como se debe en una obra, yo estaré en condición sólo entonces, cuando mi razón se ilumine con un conocimiento total de la obra. He aquí por qué, con tanta avidez, ruego, busco informes que casi nadie quiere o desea conseguir. No serán vivas mis imágenes si no las construyo con nuestro material, con nuestra tierra, de modo que cada uno sienta que eso está tomado de su propio cuerpo. Sólo entonces él despertará, y sólo entonces podrá convertirse en otro hombre. Amiga mía, aquí tiene una confesión de mi labor literaria. Se la anuncio a usted, porque Dios le concedió entender muchas cosas (bendiga pues todas las afecciones y aflicciones, que elevaron su alma hasta ese nivel). Con mis amigos moscovitas no razone sobre esto. Son personas inteligentes pero locuaces, y por hacer algo recogen agua en cesto. Por eso, los puede perturbar cualquier chisme de comadre, que se convierte para ellos en objeto de discusiones interminables. Que se confundan conmigo, no los voy a persuadir. Y entre tanto, sus opiniones sobre mí tienen la parte favorable que, de todos modos, me obligarán una vez más a observarme a mí mismo. Y eso no molesta en absoluto, y por eso estoy curioso por saber todo lo que dicen de mí. No me oculte pues usted nada, donde quiera que lo oiga. No sea perezosa y no me olvide con sus cartas. Sus cartas siempre me trajeron júbilo espiritual, y ahora más que nunca antes. Sus ideas sobre la dificultad de tener, alguna influencia benéfica en los habitantes de la ciudad de Kalúga5, son muy fundadas y racionales. Pero no se perturbe con eso y, en general, con el hecho de que su alma se quede sin realizar grandes hazañas. Ya es una hazaña que una persona buena, como usted, quiera vivir en la ciudad de Kalúga6. Ya vendrán las hazañas. No olvide que nuestra razón se encuentra a disposición de Dios: hoy ésta ve la imposibilidad, mañana le place a Dios abrir su horizonte, y ya ve la posibilidad ahí, donde antes hallaba la imposibilidad. Escríbame más a menudo, le digo sin hipocresía, que eso será una verdadera hazaña cristiana de su parte, y si quiere hacer más sustancial aun su buena dádiva, adjunte al final de su carta, cada vez, alguna crónica o retrato de alguna de esas personas entre las que desempeña su actividad, para poder obtener yo por éste alguna idea del estamento, al que pertenece ésta en su forma actual y moderna. Por ejemplo, ponga hoy el título: Leona citadina. Y, tras tomar una tal, que pueda ser una representante de todas las leonas provincianas, descríbamela con todos sus modales, cómo se sienta, cómo habla, con qué vestidos anda, y a qué tipo de leones les hace perder la cabeza, en una palabra, un retrato personal con todos sus detalles. Después, mañana, ponga el título: Una mujer incomprensible, y descríbame de esa misma forma una mujer incomprensible. Después: Una mujer virtuosa citadina. Después: Un sobornador honrado, después: Un león de gobierno. En una palabra, todo eso que le parezca un tipo, capaz de ofrecer consigo una idea fidedigna del estamento al que pertenece. Recuerde su contento anterior y capacidad de advertir las partes ridículas de las personas y, armándose de éstos, hágame un retrato vivo, y la idea de que lo hace no para la burla frívola, sino para el bien, le inspirará el deseo de dibujar los retratos con los detalles que antes despreciaba. Después verá, sólo si la gracia de Dios me acompaña en mi labor, qué buena obra cristiana me podrá hacer, al contemplar yo sus retratos, y la culpable de eso será usted. No pienso que ese trabajo sea difícil y fatigoso para usted. Ahí no hay ni sistema, ni plan, y nada casual o debido. Yo pienso, incluso, que eso le será agradable porque, al conformar los retratos, me imaginará a mí y sentirá que hace eso para mí. Es agradable hacer todo para quien quieres, y usted me quiere, ¡por lo que Dios la recompense mucho, mucho! Hay muchas personas que me dicen también que me quieren, pero yo no confío en su amor: éste es inestable y está expuesto a toda clase de cambios e influencias. Usted pues me quiere en Cristo, y por eso su amor es eterno, como la propia vida en Cristo. Bueno, adiós, mi buena, ¡hasta la próxima carta! Siento que ahora, más a menudo que antes, vamos a escribirnos el uno al otro. ¡Beso sus manos y que Dios la guarde!

1La carta de Alexándra Smirnóva del 11 de enero de 1847 (RS., 1980, No. 8, p. 282-284).
2Los Pasajes selectos de la correspondencia con los amigos.
3Véase la carta de Gógol a Piótr Pletnióv del 25 de enero (6 de febrero) de 1847, de Nápoles.
4El libro no es mostrado a Nikolai I sino al heredero, y éste conviene con la opinión de la censura.
5Alexándra Ósipovna Smirnóva (Rossetti de nacimiento), dama de compañía de la zarina, es esposa del gobernador de Kalúga.
6Kalúga, ciudad y puerto a la orilla del río Oká, en el oeste de Rusia, con iglesias del siglo XVII y edificios del XVIII.

Imagen: Murray Yorke, South of Battery Park, XX.