A pesar de que me olvidó por completo y deja mis cartas sin respuesta, le escribo. Y no sólo le escribo, sino que la abrumo con un ruego bastante difícil. Usted debe cumplirlo, esa será su verdadera hazaña cristiana respecto a mí. Yo mismo no sé por qué me dirigí directamente a usted, condesa1, en lugar de dirigirme sobre este asunto, como hubiera sido más decoroso, a Mijaíl Yúrievich2. Simplemente, mi corazón me dice que usted, a pesar de que tiene ciertas imperfecciones con preponderancia sobre los otros miembros de su familia, como: la habilidad de enojarse, afligirse, abatirse, no reflexionar ni contenerse, tiene sin embargo, incomparablemente, más fuerzas y energías espirituales que todos, y si se presenta una obra que demande una audacia desinteresada, pues nadie más que usted tendrá carácter para realizarla. De eso se trata. Ya sabe, sin dudas, que publico un libro3. Lo publico, en absoluto, no para gusto del público y los lectores, y tampoco para obtener gloria o dinero. Lo publico con la firme convicción, de que mi libro es necesario y útil para Rusia, precisamente, en el tiempo presente; con la firme certeza de que, si no digo esas palabras que contiene mi libro, pues nadie las dirá, porque a nadie, según veo, le es cercana ni vital la obra del bien común. Esas cartas se escribieron no sin plegarias, se escribieron en un espíritu de amor al soberano, y a todo lo que hay de bueno en la tierra rusa. La censura no autoriza, precisamente, esas cartas que considero más necesarias que las otras4. En esas cartas hay ciertas cosas, que deben leer el mismo soberano y todos en el Estado. Presento mi asunto al juicio del propio soberano, y le adjunto aquí una carta para él, donde le suplico echar un vistazo a las cartas que componen mi libro, escritas con motivo de un amor puro y sincero a su persona, y que decida él mismo si éstas se deben publicar o no. Mi corazón me dice que él, más bien, me aprobará que reprobará. Y no puede ser de otra forma: su alma elevada conoce todo lo hermoso, y estoy totalmente seguro, de que nadie en todo el Estado lo conoce como se debe. Esta carta entréguela a él usted, si los otros no se deciden5. Hable sobre esto con Mijaíl Yúrievich y Anna Mijáilovna6, entre los tres. Quien sea encomendado de su familia a entregar mi carta al soberano, no debe turbarse con lo indecoroso de ese acto. Cualquiera de ustedes tiene derecho a decir: "Soberano, yo sé muy bien que realizo un acto indecoroso, pero ese hombre que ruega su juicio y justicia, nos es allegado, si nosotros no nos preocupamos por él, nadie se preocupará; a usted le es caro cada súbdito suyo y, más aún, que lo quiera de la forma en que lo quiere él". Con Pletnióv, que publica mi libro, hablará previamente, para que él pueda preparar los artículos no autorizados de forma tal, que el soberano pueda leerlos al instante, después de la carta, si así lo deseara. A Mijaíl Yúrievich le envié hace un mes mi petición al soberano7, sobre la prórroga de mi estadía en el extranjero por un año más, debido a la prescripción obligatoria del doctor, de quedarme otro invierno en el sur más cálido, lo que es totalmente justo, porque a la fuerza empiezo a calentarme en Nápoles, cuando ya quiero ir a Palermo, sin saber a dónde huir del frío, mientras que para todos los demás hace calor. Si esa carta aún no fue entregada8, pues utilice todas sus fuerzas para entregarla asimismo al soberano. Necesito, me es indispensable la extensión de un pasaporte tal que, por encima de todo lo restante que contienen los pasaportes ordinarios, disponga, en nombre del soberano de los poderes del Oriente, otorgarme una protección especial en todas esas tierras donde estaré9. Necesito ver mucho de eso, a lo que no prestan atención los otros viajeros. Este viaje se hace, en absoluto, no por simple curiosidad ni, incluso, por mi propia necesidad espiritual. Este viaje es, para estar después en condición de prestarle al soberano un servicio verdadero y honrado, que debo prestarle debido a las capacidades y fuerzas que Dios me dio. Adjunto y esta carta, por si acaso la enviada no llegó o se extravió. Que Dios la bendiga en todo.
Todo suyo, G.
1Luisa Vielgórskaya (princesa Byron de nacimiento), condesa, esposa de Mijaíl Vielgórskii.
2Mijaíl Yúrievich Vielgórskii, conde, mecenas, hermetista, masón.
3Los Pasajes selectos de la correspondencia con los amigos.
4Véase la carta de Gógol a Piótr Pletnióv del 25 de enero (6 de febrero) de 1847.
5Esa carta (Acad., XIII, p. 424-425) no es entregada a Nikolai I.
6Anna Mijáilovna Vielgórskaya, condesa, hija menor de los Vielgórskii.
7Gógol le pide a Anna Vielgórskaya, en noviembre de 1846, entregar al zar una carta, donde solicita la concesión de un pasaporte extranjero para él, por el próximo año y medio (Acad., XIII, p. 423-424).
8Esa carta es entregada al zar el 29 de diciembre de 1846.
9Gógol se refiere a su supuesto viaje a Jerusalén.
Imagen: Oswald Achenbach, Paisaje italiano de la costa cerca de Nápoles, 1880.
2Mijaíl Yúrievich Vielgórskii, conde, mecenas, hermetista, masón.
3Los Pasajes selectos de la correspondencia con los amigos.
4Véase la carta de Gógol a Piótr Pletnióv del 25 de enero (6 de febrero) de 1847.
5Esa carta (Acad., XIII, p. 424-425) no es entregada a Nikolai I.
6Anna Mijáilovna Vielgórskaya, condesa, hija menor de los Vielgórskii.
7Gógol le pide a Anna Vielgórskaya, en noviembre de 1846, entregar al zar una carta, donde solicita la concesión de un pasaporte extranjero para él, por el próximo año y medio (Acad., XIII, p. 423-424).
8Esa carta es entregada al zar el 29 de diciembre de 1846.
9Gógol se refiere a su supuesto viaje a Jerusalén.
Imagen: Oswald Achenbach, Paisaje italiano de la costa cerca de Nápoles, 1880.