domingo, 8 de junio de 2008

S.T. Aksákov a Gógol


Moscú, 27 de enero de 1847.

¡Amigo mío! Si deseaba hacer ruido, si deseaba que se expresaran a voluntad sus apologistas y detractores, que ahora en parte intercambiaron lugares, pues alcanzó totalmente su objetivo. Si eso fue una broma de su parte, pues su éxito superó las más valientes expectativas: ¡todo es un fiasco! Los atacantes y los defensores constituyen una hilera infinitamente diversa de fenómenos cómicos... ¡Pero, ay!, no puedo engañarme a mí mismo: usted pensó con franqueza, que su vocación estribaba en proclamar a los hombres las elevadas verdades morales, en forma de esos razonamientos y sermones, cuyo modelo contiene su libro... Se equivocó de modo grosero, lamentable. Se desvió y confundió totalmente, se contradice a sí mismo de modo incesante y, pensando en servir al cielo y a la humanidad, ofende a Dios y al hombre.
Si ese libro lo hubiera escrito un escritor ordinario, que vaya con Dios, pero ese libro está escrito por usted, en éste brilla por lugares su anterior, poderoso talento, y por eso su libro es nocivo: divulga la mentira de sus cavilaciones y extravíos. Yo presentí esa desgracia desde lejos, me afligí largo tiempo y pensé en enfrentar la tormenta con serenidad, pero cuando sobrevino el golpe, voló mi juiciosa serenidad. ¡Oh, aciagos fueron el día y la hora, cuando se le ocurrió irse a tierras extrañas, a esa Roma, destructora de las mentes y los ingenios rusos! Darán a Dios una respuesta esos amigos suyos, los ciegos fanáticos y los célebres Manílovis1, que no sólo permitieron sino que, por sí mismos, lo ayudaron a enredarse en la red de su propia inteligencia, de ese orgullo diabólico que toma por humildad cristiana. Me convenzo con amargura, de que para nadie pasa sin castigo la huída de la patria: porque una ausencia prolongada es ya una huída, una traición a ésta.
Yo no quería escribirle, antes de recibir respuesta a mi carta del 9 de diciembre, pero mi corazón no resistió. Probablemente, recibirá muchas cartas. Usted le rogó por escrito a todos expresar su opinión con franqueza, y muchos lo harán. Adjunto la carta de D.N. Svierbéev, que por algo me la escribe a mí, y no directamente a usted2. Adiós. Lo abrazo y le rezo a Dios, para que fortalezca su salud y apacigüe su espíritu. No sufro por mi enfermedad y me recupero poco a poco.

Su amigo, S. Aksákov.

P.S. No quería ni quiero referirme a las peculiaridades de su libro, pero no puedo callar sobre lo que más me ofende e irrita: hablo de sus malignas salidas contra Pogódin3. No creía a mis ojos que usted, incluso en su testamento (yo le creo, que usted escribió, exactamente, un testamento y no una obra, aunque creer eso es bastante difícil), despidiéndose del mundo y de todas sus pasiones despreciables, difamaría, deshonraría a un hombre al que llamaba amigo y que, precisamente, fue amigo suyo, pero a su forma. Pogódin, al principio, estuvo profundamente ofendido, me contaron incluso que lloró, pero pronto se tranquilizó. Él quería escribirle lo siguiente: "¡Amigo mío! Jesucristo nos enseña, tras recibir una bofetada en una mejilla, a poner la otra con humildad pero, ¿dónde pues nos enseña a dar bofetadas?" Quisiera saber, cómo se las ingeniará para responderle.
Mi dirección: en el Pasaje Mokriévskii, en casa de Riumin.

1Manílov, hacendado indolente, de carácter soñador, no se interesa en los asuntos de su posesión, personaje de Las almas muertas, novela de Nikolai Gógol.
2La carta del 16 de enero de 1847 contiene un resumen de los juicios sobre los Pasajes selectos... y una crítica del libro perteneciente al propio Svierbéev (ver texto de la carta en Shenrok, t. 4, p. 519-523).
3Mijaíl Pogódin, profesor de la Universidad de Moscú, académico, historiador, dramaturgo, editor de las revistas El Heraldo de Moscú y El Moscovita.
En el capítulo Sobre qué es la palabra, de los Pasajes selectos.., Gógol escribe: “Y entonces, con el deseo más puro de hacer el bien, se puede hacer el mal. De eso, nuestro amigo P.....n es una garantía: se apuró toda su vida, esmerándose por compartirlo todo con sus lectores, por comunicarles todo lo que acumulaba por sí mismo, sin distinguir si la idea había madurado en su propia cabeza de forma tal, para hacerse cercana y asequible a todos, en una palabra: se manifestó él todo ante el lector en todo su desacierto… Treinta años laboró y se esmeró como una hormiga este hombre, esmerándose toda su vida por poner con rapidez en las manos de todos, todo lo que hallaba a favor de la ilustración y la educación rusas… Y ninguna persona le dio las gracias; yo no encontré a ningún joven reconocido, que dijera que le está agradecido por alguna idea nueva o inclinación hermosa hacia un bien, que le hubiera inculcado con su palabra… Si habla de patriotismo, lo hace de un modo que su patriotismo parece sobornado; del amor al zar, que alimenta sincera y sacramente en su alma, se explica de un modo, que parece sólo un servilismo y como una complacencia interesada. Su cólera sincera, no fingida contra cualquier tendencia enemiga de Rusia, se expresará en él de un modo, como si hiciera una denuncia contra ciertas personas que sólo él conoce. En una palabra, a cada paso él es su propio difamador” (Acad., VIII, pag. 231-232).

Imagen: Romanov Roman, Song about Raif, 2003.