domingo, 15 de junio de 2008

Gógol a A.M. Vielgórskaya


Nápoles, 4 (16) de marzo de 1847.

Recibí su grata esquela, mi buenísima Anna Mijáilovna, la esquela del 7/19 de febrero con la exposición de su opinión sobre mi libro. Me hacían falta sus breves líneas. Ya empezaba a pensar, que toda su casa estaba enojada conmigo por algo, y me castigaba con el silencio, para mí el castigo más oneroso de todos los castigos. Pero, gracias a Dios, no hay tal cosa. Me contó usted, de modo muy general y en un sentido muy extenso, de las opiniones que surgen en la sociedad sobre mi libro, pero yo desearía oír sobre eso más detalles que caractericen la personalidad de esos, que emiten esas opiniones. Sé que en la sociedad surgen opiniones adversas respecto a mí mismo, que a las personas que me quieren y conocen más que otras les resulta ofensivo oír, como pues: el doble sentido de mi carácter, lo artificioso de mis reglas, mi proceder en pos de ciertos beneficios personales y la adulación a ciertas personas. Yo necesito conocer todo eso, necesito conocer, incluso, quién exactamente cómo se expresó de mí. No tema, no sacaré la basura de la isbá1. Todo eso servirá al bien y a mí, y a quienes se expresen sobre mí de cualquier forma. Mi libro de cartas salió a la luz para palpar con éste a los otros, y a mí mismo; para conocer exactamente en qué nivel de su estado espiritual está cada uno en nuestra sociedad moderna, y en qué nivel de estado espiritual estoy yo mismo ahora, porque es difícil verse a sí mismo, y cuando te atacan por todas partes y empiezan a señalarte con el dedo, entonces descubres mucho en ti mismo. Mi libro salió no tanto para divulgar determinados informes como para obtener, por mí mismo, muchos de esos informes que me son imperiosos para mi labor, para obligar a muchas personas inteligentes a hablar sobre temas más importantes y desplegar sus conocimientos, que ocultan celosamente de los demás. No me oculte tampoco los juicios de esa persona, que nos es cercana a ambos2. No sé por qué su pápienka me ocultó su opinión sobre Las almas muertas, que conocí ya por casualidad, con un largo rodeo, cinco años después de la aparición de mi libro. Si eso se me ocultó para no afligirme, pues le repito una vez más, que ninguna palabra áspera de una persona que quiero es capaz de turbarme o disminuir mi amor por ella; que ahora ansío las palabras adversas, ásperas porque -le digo francamente –éstas son como una especie de bálsamo divino para mi alma, además de que me obligan a observarme con más severidad y observar al otro con más inteligencia. Y todo eso junto, me da esa sabiduría que necesito adquirir con imperiosidad en mayor grado, para después aprender finalmente a hablar, de forma sencilla y asequible a todos, de las cosas que por ahora son inasequibles. Créame que mis siguientes obras producirán tanto acuerdo de opinión como mi libro actual desacuerdo, pero para eso es necesario hacerse más juicioso. ¿Comprende acaso eso? Y para eso necesitaba con seguridad publicar este libro, y oír los comentarios de todos sobre éste; en particular, los comentarios adversos, ásperos, tanto los justos como los injustos, los ofensivos para las cuerdas más sensibles del corazón, en una palabra, todos esos comentarios ante los que la persona inexperta, no adentrada en la ciencia de la vida ni en la ciencia del alma humana, hace oídos sordos. Así que, no me oculte la opinión de nadie sobre mi libro, y tómese por mí el trabajo de conocerlas, encargue asimismo a otros conocerlas por todas partes. A mí toda persona me interesa, y por eso su opinión tiene valor para mí. Desde su amiga hasta su sirvienta y la muchacha mucama pueden decirme algo útil. Trabaje pues un poco ahora para mí, si no tiene otro trabajo, y eso será una verdadera hazaña cristiana de su parte. No deje asimismo de dibujarme, siquiera en unos pocos rasgos fugaces, el retrato de esa persona a quien pertenecen las palabras, si su rostro no me es conocido. Me afligió su noticia de que está enferma de cuerpo y alma. Pero la certeza del provecho de todo lo que nos es enviado, la certeza alcanzada por la experiencia personal, me obligó a bendecir la voluntad divina que le envía esa prueba, para adornar su alma con nuevos tesoros, y obligarla después a agradecer eternamente por el tiempo de la prueba. Yo pienso que ahí se añadió, asimismo, una enfermedad simplemente física. Esas afecciones nerviosas inexplicables, que parecen enviadas precisamente ahora, para atenuar la naturaleza del hombre y hacer asequibles a su alma cosas, que son entendidas con dificultad por las mismas inteligencias superiores. Mis nervios están ahora alterados y destrozados también. Mis noches son sin sueño. Mi salud está tan quebrantada que, antes de mi viaje a Jerusalén, debo fortalecer mi cuerpo con aguas minerales y baños de mar. Tendré que visitar de nuevo Ostende, que es tan caro para mí por los recuerdos3. Oh, si Dios me dejara sentir de nuevo tal alegría, como la de tres años atrás cuando, tras mis largas esperas, la vía férrea la trajo de pronto y los vi a todos, a todos los caros a mi corazón. El viaje de Petersburgo a Ostende es tan ligero: todo por mar, no hace falta incluso equipaje. Pero Dios lo dispone todo como le place a su voluntad. ¡Que la guarde a usted! Adiós. Bese a todos los suyos y escríbame.

Todo suyo, G.

Escríbame qué le pareció Apráksin4. A mis ojos, me resultó nada parecido a los otros jóvenes, lleno de buenas intenciones y con la intención de dedicarse, no en broma, al verdadero bienestar de su inmensa hacienda y de las personas bajo su poder.
Entréguele de ésta la siguiente carta al príncipe Odoyévski5, y a la princesa Odoyévskaya agradézcale mucho por su bondad.

1No sacar la basura de la ísba (proverbio), aproximadamente, no sacar los trapos sucios.
2Se refiere a Nikolai I.
3Gógol recuerda su estadía junto a Anna Vielgórskaya en Ostende, en 1844.
4Víctor Apráksin, hijo de Sofía Apráksina (Tolstáya de nacimiento), hermana de Alexánder Tolstói, alto funcionario.
5Acad., XIII, No. 136.

Imagen:
Ivan Aivazovsky, Bay of Naples in the Morning, 1843.