sábado, 14 de junio de 2008

Gógol a V.G. Bielínskii

Ostende, finales de julio-principios de agosto de 18471.

¿Con qué empezar mi respuesta a su carta? La empezaré con sus propias palabras: "¡Vuelva en sí, está parado al borde de un abismo!" ¡Cuán lejos se desvió del camino recto, de qué forma torcida se le mostraron las cosas! ¡En qué sentido grosero, ignorante tomó mi libro! ¡Cómo lo interpretó! ¡Oh, que las fuerzas divinas traigan paz a su alma sufrida, atormentada! ¿Para qué debía cambiar el camino pacífico una vez elegido? ¿Qué podía ser más hermoso, que mostrarle a los lectores la belleza de las creaciones de nuestros escritores, elevar sus almas y fuerzas hasta la comprensión de todo lo hermoso, disfrutar de la emoción que les despierta la simpatía y, de esa forma, influir en sus almas de modo hermoso? Ese camino lo llevaría a la reconciliación con la vida, ese camino lo obligaría a bendecir todo en la naturaleza. En cuanto a los sucesos políticos, la sociedad se apaciguaría por sí misma, si la reconciliación fuera del espíritu de quienes tienen influencia sobre la sociedad. Pero ahora vuestras bocas exhalan rencor y odio. ¿Para qué le hace falta, con su espíritu fogoso, meterse en ese torbellino político, en esos sucesos turbios de la modernidad, entre los que se pierde, incluso, la firme pluralidad cautelosa? ¿Cómo no se perdería usted con su mente unilateral, fogosa como la pólvora, que ya estalla antes de alcanzar a conocer aún qué es la verdad? Usted se consumiría como una vela, y quemaría a otros. ¡Oh, cómo sufre mi corazón en este instante por usted! ¿Qué si yo soy culpable, qué si mis obras lo condujeron a un extravío? Pero no, como quiera que examine todas mis obras anteriores, veo que éstas no pudieron tentarlo. Como quiera que las mire, en éstas no hay las mentiras de ciertas obras modernas.
¡En qué extraño extravío se encuentra usted! Se nubló su mente preclara. De qué forma torcida tomó el sentido de mis obras. En éstas pues, está mi respuesta. Cuando las escribí, veneré todo lo que el hombre debe venerar. En mí se oyó burla y aversión no por el poder, no por las leyes raigales de nuestro Estado, sino por la tergiversación, por la desviación, por la interpretación incorrecta, por la aplicación estúpida de éstas... por la costra que se acumuló, por... la vida impropia de éste. En ningún lugar hubo en mí burla de eso, que constituye el fundamento del carácter ruso y de sus grandes fuerzas. Hubo burla sólo de la menudez impropia de su carácter. Mi error está, en que yo descubrí poco al hombre ruso, no lo desplegué, no lo desnudé hasta esos grandes manantiales que conserva en su alma. Pero eso no es asunto fácil. Aunque yo observé más que usted al hombre ruso, aunque me pudo ayudar cierto don de clarividencia, no estaba cegado consigo, mis ojos estaban claros. Yo vi que aún no estaba maduro, como para luchar contra sucesos superiores a esos, que aparecían hasta ahora en mis obras, y con caracteres fortísimos. Todo podía parecer exagerado y forzado. Así sucedió con este libro mío, que usted atacó tanto. Usted lo miró con ojos inflamados, y todo en éste le pareció de otra forma. No lo reconoció. No empezaré a defender mi libro. ¿Cómo responder a alguna de sus acusaciones, cuando todas son erradas? Yo mismo lo ataqué y lo ataco. Éste fue editado con una apresurada precipitación, impropia de mi carácter, juicioso y cauteloso. Pero el movimiento era honesto. Yo no quería lisonjear o incensar a nadie con éste. Sólo quería detener con éste a unas cuantas cabezas fogosas, dispuestas a marearse y perderse en ese torbellino y desorden, en que estaban de pronto todas las cosas del mundo. Yo caí en el exceso pero, le digo, eso incluso no lo advertí. Intereses personales pues, yo nunca tuve antes, cuando aún me ocupaban un poco las tentaciones del mundo, y menos ahora, cuando es hora de pensar en la muerte. Ninguna intención personal tuve yo. No quería rogar nada con éste. Eso no está en mi natura. Hay encanto en la pobreza. Si recordara, por lo menos, que no tengo ni un rincón, y sólo intento, de algún modo, aligerar mi pequeño maletín de campaña, para que me sea más fácil despedirme del mundo. Debería abstenerse de marcarme con esas sospechas ofensivas, con las que yo no tendría espíritu para mancillar al último canalla. Debería recordar eso. Usted se disculpa con su colérica disposición de espíritu. ¿Pero, cómo pues se decide a hablar, en una colérica disposición de espíritu, de unos temas tan importantes, y no ve que su mente colérica lo ciega y le quita el sosiego...
¿Cómo defenderme de sus ataques, cuando esos ataques son errados? A usted le parecieron una mentira mis palabras al soberano, que le recuerdan la santidad de su título y sus elevadas obligaciones. Las llama una lisonja. No, a cada uno de nosotros se le debe recordar que su título es sagrado, y más aún al soberano. Que recuerde, qué severa respuesta se le pedirá. Y si el título de cada uno es sagrado, pues más aún lo será el título de aquel, a quien le tocó la ardua y terrible suerte de velar por millones. ¿Para qué recordar la santidad del título? Sí, debemos recordarnos, incluso los unos a los otros, la santidad de nuestras obligaciones y títulos. Sin eso, el hombre pecará por sus sentimientos materiales. Dice, a propósito, que le canté un canto laudatorio a nuestro gobierno. Yo no canté en ningún lado. Yo sólo dije, que el gobierno se compone de nosotros mismos. Nosotros servimos y componemos el gobierno. Si el gobierno es una enorme banda de ladrones, ¿o piensa que ningún ruso sabe eso? Miremos fijamente, ¿por qué es eso? ¿Acaso no es por esa complejidad y monstruosa acumulación de derechos, acaso no es por que todos somos quien al bosque, quien por leña? Uno mira a Inglaterra, el otro a Prusia, el tercero a Francia. Este parte de unos principios, el otro de otros. Uno le mete al soberano ese proyecto, el otro otro, el tercero otro de nuevo. Si es un hombre, pues diversos proyectos y diversas ideas, si es una ciudad, pues diversas ideas y proyectos... ¿Cómo no se va a formar pues en el medio, tal discordia de ladrones y bribones de toda clase e injusticias, cuando cada uno ve que los obstáculos surgieron por doquier, cada uno piensa sólo en sí mismo, y en cómo conseguir un apartamento cálido?.. Usted dice, que la salvación de Rusia está en la civilización europea. Pero qué palabra infinita e ilimitada es esa. Siquiera si precisara, qué se debe entender bajo ese nombre de civilización europea, que todos repiten sin sentido. Ahí están los falangistas, los rojos y cualquiera, y todos están dispuestos a comerse los unos a los otros, y todos tienen unos principios tan destructivos y aniquiladores, que en Europa toda cabeza pensante ya incluso tiembla, y pregunta de modo involuntario ¿dónde está nuestra civilización? Y la civilización europea se convirtió en un fantasma, que nadie vio exactamente hasta ahora, y si acaso intentan agarrarlo con las manos, éste se desvanece. Y el progreso, éste también fue mientras no pensaban en éste, y cuando se pusieron a cazarlo, pues se desvaneció.
¿Por qué le pareció, que yo le canté un canto también a nuestro, como se expresa usted, infame clero? ¿Es posible que por mi palabra, de que el profeta de la iglesia oriental debe profesar con la vida y la obra? ¿Y por qué tiene usted ese espíritu de odio? Yo conocí a muchos popes necios, y puedo contarle multitud de anécdotas ridículas sobre ellos, acaso más que usted. Pero encontré en cambio a tales, cuyas santidad de vida y hazañas me admiraron, y vi que eran una creación de nuestra iglesia oriental, no de la occidental. Así, que yo no pensé en absoluto en entonar un canto al clero que deshonra a nuestra iglesia, sino al clero que enzalsa a nuestra iglesia.
¡Qué extraño es todo esto! ¡Qué extraña es mi situación, que debo defenderme de unos ataques, que están todos dirigidos no contra mí y no contra mi libro! Usted dice que leyó mi libro como cien veces, mientras que sus mismas palabras dicen que no lo leyó ni una vez. La cólera nubló sus ojos y no le dejó ver nada en su verdadero sentido. Deambulan por algún lugar los visos de verdad, entre el enorme montón de sofismas e irreflexivas aficiones juveniles. ¡Pero cuánta ignorancia brilla en cada página! Separa la iglesia de Cristo y del cristianismo, esa misma iglesia, esos mismos ...pastores, que grabaron con su martirio de muerte la verdad de toda palabra de Cristo, que murieron por miles bajo los cuchillos y las espadas de los asesinos, rezando por ellos, y finalmente extenuaron a los mismos verdugos, de modo que los vencedores cayeron a los pies de los vencidos, y todo el mundo profesó esa palabra. Y a esos mismos pastores, a esos mártires eparcas, que llevaron en sus hombros la santidad de la iglesia, usted quiere separarlos de Cristo, llamándolos injustos intérpretes de Cristo. ¿Quién pues, en su opinión, puede ahora interpretar mejor y más fielmente a Cristo? ¿Es posible que los actuales comunistas y socialistas, que explican que Cristo mandó quitarle los bienes y saquear a esos, que hiceron una fortuna? ¡Vuelva en sí! A Voltaire lo llama prestador de un servicio al cristianismo, y dice que eso es sabido por cualquier alumno de gimnasio. Pues yo, cuando estaba aún en el gimnasio, y entonces no admiraba a Voltaire. Ya tenía entonces suficiente inteligencia, para ver en Voltaire un agudo astuto, pero lejos no un hombre profundo. A Voltaire no podían admirarlo las mentes plenas y maduras, a éste lo admiraba la juventud diletante. Voltaire, a pesar de todas sus maneras brillantes, siempre fue el mismo francés. De él se puede decir eso, que dice Púshkin del francés en general:

El francés, un niño,
Éste así, en broma,

Destruye el trono
Y ofrece una ley;
Y presto, como una mirada,
Y vacío, como una sandez,
Asombra,
Y hace reír2.

2

...Cristo en ningún lugar le dice a nadie qué se debe adquirir, sino aún, al contrario, y con insistencia a nosotros, nos manda ceder: a quien te quite la ropa, dale tu última camisa, con quien te pida pasar un campo, pasa dos.
No se puede, habiendo recibido una simple educación de revista, juzgar sobre tales temas. Es necesario para eso estudiar la historia de la iglesia. Es necesario leer de nuevo y con reflexión toda la historia de la humanidad en sus fuentes, y no en los simples folletos actuales, escritos... sabe Dios por quién. Esos datos enciclopédicos superficiales dispersan la mente, y no la concentran.
¿Qué puedo decirle sobre su brusca observación, de que el mujík ruso, al parecer, no es inclinado a la religión y que, al hablar de Dios, se rasca con la otra mano por debajo de la espalda, una observación que pronuncia con tal seguridad en sí mismo, como si hubiera tratado un siglo con el mujík ruso? ¿Qué decir ahí, cuando lo dicen de modo tan elocuente las miles de iglesias y monasterios que cubren la tierra rusa? Éstas se construyen no con las dádivas de los ricos, sino con los pobres óbolos de los desposeídos, de ese mismo pueblo del que usted dice, que no se expresa con respeto de Dios, que comparte su último kópek con el pobre y con Dios, que soporta una amarga necesidad, que conoce cada uno de nosotros, para tener la posibilidad de hacer su asidua ofrenda a Dios. No, Vissarión Grigórievich, no puede juzgar al pueblo ruso ése, que vivió un siglo en Petersburgo, ocupado con los ligeros artículos de revista y las novelas de esos novelistas franceses, que son tan apasionados, que no quieren ver cómo del Evangelio surge la verdad, y no advierten cuán monstruosa y trivialmente se describe en ellos la vida. Ahora pues, permítame decirle, que yo tengo más derecho que usted a hablar sobre el pueblo ruso. Por lo menos, todas mis obras, por convicción unánime, muestran un conocimiento de la naturaleza rusa, revelan a un hombre que fue observador del pueblo y... por lo tanto, ya posee el don de entrar en su vida, de lo que se habló bastante, que usted mismo confirmó en sus críticas. ¿Y qué presentará usted, como prueba de su conocimiento de la naturaleza humana y el pueblo ruso, qué produjo usted donde se vea ese conocimiento? Ese tema es vasto, y sobre eso yo le podría escribir libros. Usted mismo se avergonzaría de ese sentido grosero, que dio a mis consejos al hacendado. Por mucho que esos consejos hayan sido cortados por la censura, en éstos no hay una protesta contra la instrucción, sino sólo una protesta contra la perversión del pueblo ruso con la instrucción, en lugar de que la instrucción nos fue dada, para impulsar al hombre a la luz superior. Sus juicios sobre el hacendado, en general, ya se emitían desde los tiempos de Fonvízin. Desde entonces cambiaron muchas, muchas cosas en Rusia, y ahora se mostraron otras muchas cosas. ¿Qué es más ventajoso para los campesinos, el régimen de un hacendado ya bastante instruido, que se educó en la universidad y que con todo, por lo tanto, ya debe sentir mucho, o estar bajo el régimen de muchos funcionarios menos instruidos, codiciosos y preocupados sólo por enriquecerse? Y hay muchos temas tales, sobre los que cada uno de nosotros debe pensar con anticipación, antes de hablar con la fogosidad de un caballero incontinente y un joven sobre la liberación, para que esa liberación no sea peor que la esclavitud. En general, entre nosotros como que se preocupan más por el cambio de títulos y de nombres. ¿Acaso no le da vergüenza ver en nuestros nombres diminutivos, que damos... a veces a los compañeros, una humillación a la humanidad y un signo de barbarie? He aquí hasta qué conclusiones infantiles conduce una visión incorrecta del tema principal...
Aún me admiró esa temeraria presunción con que usted dice: "Yo conozco nuestra sociedad y su espíritu", y responde por eso. ¿Cómo se puede responder por ese camaleón que cambia a cada instante? ¿Con qué datos puede probar que conoce la sociedad? ¿Dónde están sus medios para eso? ¿Acaso mostró en algún lugar de sus obras, que es un profundo conocedor del alma humana? ¿Acaso pasó por la experiencia de la vida? Viviendo casi sin contacto con las personas y la sociedad, llevando la vida pacífica de un colaborador de revista, ocupado siempre con los artículos folletinescos, ¿cómo puede tener un concepto de ese inmenso espantajo que, con sus fenómenos inesperados, nos pesca en esa trampa, en la que caen todos los escritores jóvenes, que razonan sobre el mundo entero y la humanidad, cuando ya tenemos suficientes preocupaciones a nuestro alrededor? Es necesario, ante todo, cumplir con éstas, entonces la sociedad irá bien por sí misma. Pero si despreciamos las obligaciones respecto a las personas, al prójimo, y corremos tras la sociedad, pues perderemos a los unos y a los otros, así mismo, exactamente. Yo, en los últimos tiempos, encontré muchas personas hermosas que se desviaron totalmente. Unos piensan que con transformaciones y reformas, acudiendo a éste u otro lado, se puede arreglar el mundo; otros piensan que por medio de cierta literatura peculiar, bastante mediocre, que usted llama bellas letras, se puede influir en la educación de la sociedad. Pero el bienestar de la sociedad no lo llevarán a un mejor estado ni los desórdenes, ni las cabezas fogosas. La irritación interior no la calma ninguna constitución... La sociedad se conforma por sí misma, la sociedad se compone de unidades. Es necesario que cada unidad cumpla con su deber... Es necesario recordarle al hombre que no es, en absoluto, un cerdo material, sino un elevado ciudadano de la elevada ciudadanía celestial. Hasta que éste no viva, siquiera de algún modo, la vida de un ciudadano celestial, hasta entonces no se pondrá en orden la ciudadanía terrenal.
Usted dice que Rusia ha rezado largo tiempo y en vano. No, Rusia no ha rezado en vano. Cuando rezó, pues se salvó. Rezó en 1612, y se salvó de los polacos; rezó en 1812, y se salvó de los franceses. ¿O usted llama rezar, a que uno de cada cien rece, y todos los demás parrandeen, rompiéndose la cabeza de la mañana a la noche en toda clase de espectáculos, empeñando sus últimos bienes para disfrutar de todo el confort, que nos repartió esa estúpida civilización europea?
No, dejemos semejantes conceptos dudosos y mirémonos con honestidad. Vamos a intentar no hundir en la tierra nuestro talento. Vamos a dirigir a conciencia nuestro oficio. Entonces, todo estará bien, y la situación de la sociedad se arreglará por sí misma. El soberano significa mucho en esto. Se le ha dado un cargo, que es el más importante y superior de todos. Del soberano todos toman ejemplo entre nosotros. A él sólo le basta gobernar bien, sin escatimar nada, y todo irá por sí mismo. Porque, a saber, acaso le venga la idea de vivir el tiempo restante de su labor con modestia, en retiro, lejos de la corte corrupta, de toda esa acumulación. Y todo se volteará simplemente por sí mismo. Querrán abandonar la vida loca, los hacendados se marcharán a sus haciendas, y empezarán a dedicarse al asunto. Los funcionarios verán, que no es necesario vivir con riqueza, dejarán de robar. Y el ambicioso, al ver que los puestos importantes no son recompensados ni con dinero, ni con ricos salarios, dejará el servicio. Deje ese mundo de descarados... que está muerto, para el que ni usted ni yo hemos nacido. Permítame recordarle sus anteriores trabajos y escritos. Permítame recordarle asimismo su camino anterior... Un literato vive para otra cosa. Debe servir al arte, que aporta al alma del mundo una suprema verdad conciliadora, y no enemistad, amor al hombre, y no ensañamiento y odio. Retome de nuevo su apodo, del que se alejó con la ligereza de un muchacho. Empiece a estudiar de nuevo. Empréndala con esos poetas y sabios que educan el alma. Usted mismo reconoció, que las ocupaciones de las revistas dispersan el alma, y que advierte finalmente un vacío en usted. Y no puede ser de otra forma. Recuerde que estudió más o menos, incluso no terminó el curso universitario. Recompense eso con la lectura de las grandes obras, y no de los folletos modernos, escritos por unas mentes acaloradas que seducen a primera vista.

3

Yo, exactamente, me rehúso a hablar... de los temas, sobre los que tiene derecho a hablar sólo ese, que lo obtuvo como resultado de una vida de mucha experiencia. No es mi asunto hablar de Dios. Yo debería hablar no de Dios, sino de lo que hay a nuestro alrededor, de lo que debe describir un escritor, pero así, que a cada uno le den ganas de hablar de Dios...

4

Aunque mi libro no fue escrito, en absoluto, con esa reflexión que usted sospecha, al contrario, fue publicado con precipitación, en éste había incluso cartas escritas durante la propia impresión, aunque en éste hay, realmente, muchas cosas no claras y así, probablemente, se pueden tomar por otra cosa... pero, ¡confundirse hasta el grado que se confundió usted, tomarlo todo en ese sentido tan extraño! Sólo la cólera, que oscurece la mente y nubla la cabeza, puede explicar semejante extravío...

5

Mis palabras sobre la instrucción las tomó de una forma literal, estrecha. Esas palabras fueron dichas a un hacendado, cuyos campesinos son labradores. Incluso me resultó ridículo que, de esas palabras, entendiera que yo me pertrechaba contra la instrucción. Exactamente, como si ahora la cuestión fuera de eso, cuando esa cuestión ya fue resuelta hace tiempo por nuestros padres. Nuestros padres y abuelos, incluso los iletrados, resolvieron que la instrucción es necesaria. No se trata de eso. La idea que pasa a través de todo mi libro es, la de cómo ilustrar antes a los letrados que a los iletrados, cómo ilustrar antes a esos, que tienen conflictos directos con el pueblo, que al propio pueblo, a todos esos funcionarios y autoridades menores, que son todos letrados y que, entretanto, cometen muchos abusos. Créame, que es más necesario editar para esos señores los libros que, usted piensa, son útiles para el pueblo. El pueblo está menos maleado que toda esa población letrada. Pero editar para esos señores unos libros, que les revelen el secreto de cómo ser con el pueblo y los subordinados que les han sido asignados, no en ese sentido general con que se repiten las palabras: no robes, profesa la verdad o: recuerda que tus subordinados son personas igual que tú, y por el estilo, sino que les puedan revelar cómo, precisamente, no robar, y para que se profese exactamente la verdad.

1Borrador de la respuesta de Gógol a la carta de Vissarión Bielínskii del 3 (15) de julio de 1847. Está compuesto por varios esbozos numerados por separado. El original fue pegado por Panteleimón Kúlish, a partir de pequeños pedazos rotos. No se conservan todos los pedazos. Los espacios en blanco que hay en el texto fueron reconstruidos por Panteleimón Kúlish y preparados para la Academia por G.M. Fridlender.
2El poema Las cuatro naciones (1827) no pertenece a Alexánder Púshkin, sino a Alexánder Poliezháev.

Imagen: Franz Hünten, Shipping on the Bosphorus off the Turkish coast, 1869.