miércoles, 3 de noviembre de 2010

Gógol a S.M. Sollogúb y a A.M. Vielgórskaya


Moscú, 20 de octubre de 1849.


¡Gentiles y buenas amigas, Sofía Mijáilovna y Anna Mijáilovna! Con toda el alma las felicito, por la recepción en vuestro círculo familiar del nuevo visitante. Me refiero al ser recién nacido1, que resultó para una de ustedes hija, y para la otra sobrina. Al regresar a Moscú encontré aquí a Vladímir Alexándrovich, y supe por él de vuestra alegría familiar. Quiera Dios que vuestra alegría se haga aun mayor, cuando la niña alcance edad, entienda y valore la vida mejor que nuestra generación actual, que la malgasta sin sentido en diversiones vacías. Mi viaje actual no fue grande: casi todo por los alrededores de Moscú y por los gobiernos limítrofes. El viaje ulterior lo aplacé hasta el otro año, porque a cada paso me detiene la ignorancia personal. Es necesario proveerse bastante de informes preparados antes, para luego conocer a qué objetos, con preferencia, se debe prestar atención. De otra forma, a semejanza de los funcionarios y los inspectores enviados, atravesarás toda Rusia y no conocerás nada. Releo ahora todos los libros que, de algún modo, dan a conocer nuestra tierra, en su mayor parte aquellos que ahora nadie lee. Con tristeza me cercioro de que antes, en los tiempos de Ekaterína, había más obras prácticas sobre Rusia. Los viajes eran emprendidos por los científicos con humildad, con el objetivo de conocer Rusia con exactitud. Ahora todo es de escritorzuelos. Los viajeros actuales, aficionados al confort y a las tabernas, no se desvían del camino real, e intentan pasar volando lo más rápido posible. Junto a la ignorancia completa de su tierra, se reafirmó en todos la orgullosa certeza de que la conocen. Y entre tanto qué abismo es necesario leer, incluso, sólo para conocer cuán poco sabes, y para estar en condición de viajar por Rusia como se debe, con humildad, con el deseo de conocerla. Todo mi tiempo es dado al trabajo, no hay una hora libre. El tiempo vuela rápido, de modo imperceptible. ¡Oh, qué salvador es el trabajo y qué profundo es el primer mandamiento, dado al hombre tras su expulsión del paraíso: comerás el pan con el sudor de tu frente! Basta sólo apartarse un instante del trabajo cuando ya, de forma involuntaria, te encuentras en poder de toda clase de tentaciones. ¡Y yo tuve tantas de éstas en mi actual llegada a Rusia! Evito los encuentros incluso con las personas conocidas, por temor a apartarme de algún modo de mi trabajo. Salgo de la casa sólo para el paseo y regreso a trabajar de nuevo. ¡Que Dios las guarde buenas, cercanas a mi alma! No me dejen de informar de sí. Con gusto pienso con cuánto júbilo las veré, cuando termine mi trabajo. Besen las manitas a su mámienka condesa. Abracen a Mijaíl y a Matvéi Yúrievich, a los Venevitínovs y a toda vuestra familia, eternamente cercana a mi corazón.
Todo vuestro, N.G.
Mi dirección es la vieja.

Imagen: Степан Федорович Колесников, Зимний пейзаж с церковью, 1936.