lunes, 30 de junio de 2008

Gógol a S.T. Aksákov


Nápoles, 6 (18) de diciembre de 1847.

Sheviriév me escribe que en mi carta había algo aflictivo para usted, de modo que él incluso no quería mostrársela, temiendo deprimirlo con ésta. ¿Es verdad eso acaso, amable amigo mío? Pero si nos prometimos escribirnos el uno al otro todos los sentimientos y las sensaciones como son, sin ocultar nada, aunque en éstos hubiera disgusto para nosotros. Si en mi carta se encontró algo ofensivo y mordaz, pues eso no es nada malo. Eso son nuevas sustancias inflamables que se depositan en la hoguera de la amistad, que sin eso llamearía de modo vago y lánguido, lo que sucede casi siempre si los amigos viven lejos el uno del otro. Razone usted mismo, ¿qué clase de salsa sería, si no se le echa una cebolla, vinagre y hasta un mismo pimiento?, saldría una sopa aguada.
En mi carta le dije la pura verdad: yo lo quise, exactamente, mucho menos de lo que usted me quiso. Yo siempre estuve en condición (en cuanto me parece) de querer a todos en general, porque no era capaz de abrigar odio por nadie. Pero querer a alguien en particular, con preferencia, yo sólo podía por interés. Si alguien me brindaba un provecho sustancial, y a través de éste se enriquecía mi cabeza; si éste me empujaba a nuevas observaciones sobre él mismo, sobre su alma personal o sobre otras personas; en una palabra, si a través de éste, de algún modo, se desplegaban mis conocimientos, yo ya quería a esa persona, aunque fuera menos digna de amor que otra, aunque me quisiera menos. ¿Qué hacer pues?, usted ve, qué clase de creación es el hombre, éste siempre pone ante todo su interés personal. Porque a saber, acaso yo lo querría incomparablemente más, si usted hiciera algo en particular para mi cabeza, supongamos, siquiera, escribir unos apuntes sobre su vida, que me recordaran qué personas no debo dejar pasar en mi creación, y qué rasgos del carácter ruso no dejar morir en la memoria popular. Pero usted, en este género, no hizo nada para mí. ¿Qué hacer pues, si yo no lo quise así, como debía quererlo? ¿Quién pues de nosotros tiene poder sobre sí mismo?, ¿y quién sabe forzarse sea lo que sea? Me parece que yo ahora, de todas formas, lo quiero más que antes, pero eso es sólo, porque mi amor hacia todos aumentó en general, éste debía aumentar porque es amor en Cristo. Así estoy seguro. Pero, en realidad, acaso esto es una mentira, y yo no sé ni un poco querer mejor que antes. Los poetas, a veces, mienten de forma inocente, engañándose a sí mismos. Nacidos para entender mucho, para alcanzar con el pensamiento la belleza de los sentimientos y los elevados fenómenos del alma humana, piensan a menudo que ya reúnen en sí mismos eso, que sólo un poco pueden apreciar, y exponer con cierta viveza a los ojos de otros, y se honran con el bien ajeno, como con el suyo propio. Escríbame algo. Su carta me hallará aún en Nápoles. Por favor, no repare en si alguna mordacidad se salta de la pluma. ¡Qué provecho hay en una sopa aguada!

Todo suyo, G.

Imagen: Edward Moran, Shipping Off Governor's Island, 1870.

Gógol a S.T. Aksákov


Ostende, 16 (28) de agosto de 1847.

De su amor por mí yo nunca dudé, mi buen amigo Serguei Timoféevich. Al contrario, sólo me asombraba su exceso, tanto más que yo no tenía ningún derecho a éste: yo nunca fui franco con usted en particular, y casi no le hablé de nada que fuera cercano a mi alma; de modo que usted, más pronto, me pudo conocer sólo como escritor y no como hombre, y a esto acaso contribuyó, en parte, su gentil hijo Konstantín Serguéevich1. Por contrario al cuento infantil que hicieron de mí en Moscú, en el que cree tan gustoso, de que yo, o sea, amo las complacencias y las alabanzas de ciertos ilustres Manilóvis2, le diré que yo, más pronto, intenté alejar de mí que atraer a todos esos, que son capaces de amar con demasiada fuerza, y que con usted me conduje un poco no así como debería. Me sedujeron no las alabanzas de los otros, sino me seduje yo mismo como nos seducimos nosotros todos, como se seduce todo el que tiene en algo su propia forma de pensar, y oye en algo su superioridad, como se seduce con sus sueños generosos su amable hijo Konstantín Serguéevich, como nos seducimos nosotros todos del primero al último, hombres pecadores: y quien más dones y talentos recibió, tanto más se seduce. Y el demonio del exceso, que empuja ahora a todos, infla tanto nuestra palabra, que el sentido con que ésta fue dicha no se entiende.
No se enoje con Smirnóva3, no la llame una mujer insensata. Esa mujer de respeto tenía una amistad cercana con Púshkin4 y con Zhukóvskii5, quienes la quisieron, precisamente, por su sano juicio y alma bondadosa. Ella me conoció aun antes que usted me conociera, me conoció como hombre y no como escritor, me vio en esos estados espirituales míos, en los que usted no me vio. Con ella éramos, desde hace tiempo, como un hermano y una hermana, y sin ella, sabe Dios si yo hubiera tenido fuerzas para soportar muchas cosas difíciles en mi vida; y por eso no es extraño que, a pesar de su afición por mí, ella percibiera muchas cosas en mi libro con más plenitud, y no lo interpretara de una forma tan retorcida como lo interpretó usted.
Sí, mi libro me propinó un revés, pero esa fue la voluntad de Dios. ¡Bendito sea el nombre de ese que me fulminó! Sin ese revés yo no me hubiera despertado, y no hubiera visto tan claro lo que me falta. Yo recibí muchas cartas muy significativas, mucho más significativas que todas las críticas publicadas. A pesar de los diversos puntos de vista, en cada una de éstas, así como en la suya, hay su lado justo. Pero extraer una conclusión plenamente correcta de todo el libro en general, nadie pudo, y no es extraño. Condenarme por éste, en justicia, puede sólo ese, que dirige nuestros pensamientos e ideas en su plenitud. Entre nosotros pues, hombres pecadores, puede pronunciar un juicio terminante con mas justicia que los otros, sólo ese que posee una inteligencia plena, es capaz de abarcar todas las partes del asunto, y no se enamoró aún él mismo de ninguna idea suya personal; porque sea como sea, a pesar de toda la puerilidad e inmadurez de ese libro, en éste se ven huellas de una visión más plena, que la de quienes hacen observaciones y críticas al mismo, a pesar de que su autor no tiene esos conocimientos, que puede tener en parte cualquier crítico.
¿Para qué repite asimismo los absurdos, que extrajeron de mi libro los cortos de vista, de que yo renuncio en éste al título de escritor, cambio mi vocación, tendencia y tonterías por el estilo? Mi libro es el curso legal y correcto de mi educación interior, que necesito para hacerme un escritor no menor y vacío, sino que sienta tanto lo sagrado de su título, como de todos los otros títulos, que todos deben ser sagrados. Todo eso se expresó con arrogancia, adquirió un tono solemne por la idea de la cercanía de ese gran instante, que es la muerte. Y el diablo, que aumenta la presunción que hay en cada uno de nosotros, infló hasta lo monstruoso ciertos lugares. La incontinencia me obligó a editar mi libro. Viendo que aún no pronto me sobrepondría de mis Almas muertas, y deplorando francamente la tendencia sin carácter y la absoluta anarquía que hay en la literatura, que pasa su tiempo en discusiones vacías, me apresuré a hablar de esas cuestiones que me ocupaban, y que me disponía a desarrollar o recrear en imágenes y personajes vivos. El libro imprudente, o según usted desdichado, salió a la luz. Este me cubrió de oprobio, según sus palabras. Este es para mí, exactamente, un oprobio, pero yo le agradezco a Dios por ese oprobio, le agradezco por que le permitió salir a la luz. No hubiera visto yo sin éste ni mi desaliño, ni mi autoceguera ni mucho de eso, que el hombre no quiere ver en sí mismo; no se hubiera explicado sin éste mucho de eso, que necesito conocer con imperiosidad para mis Almas muertas, y no conocería ni en qué estado se encuentra nuestra sociedad, ni qué imágenes, caracteres y personajes necesita ésta, y qué exactamente debe escoger un poeta-artista en la actualidad como objeto de su creación.
¡Amigo mío!, no esté tampoco tan seguro de la infalibilidad de sus conclusiones. Le repito de nuevo: al examinar mi libro por partes, puede tener razón, pero pronunciar un juicio final sobre mi libro tan resueltamente, como usted lo pronuncia, es un orgullo de su mente. Me pareció, incluso, como que en sus labios resonaron no sus palabras, sino ciertas juveniles, como si en ese lugar de su carta hablara, un poco confiando en sí mismo, Konstantín Sergueevich, y no usted. En éstas se expresa esta idea: "Tu cabeza no está sana, y la mía está sana; yo veo claro la cosa, y por eso puedo juzgar sobre ti". Amigo mío, ahora es tal tiempo, que es poco probable que alguno de nosotros tenga la cabeza sana, como es debido. Verme como al hijo pródigo, y esperar mi regreso al camino verdadero puede sólo ese, que ya está en el camino verdadero. Y eso sólo Dios sabe, quién de nosotros en qué lugar está exactamente. Es mejor para todos nosotros tener más humildad, y menos seguridad en la verdad irrevocable y en la justeza de su visión. En lo que respecta a mí, voy con todas mis fuerzas, cuantas hay en mí, a rezarle a Dios en esos mismos lugares, que lo vieron en la imagen de Cristo, para que me perdone por todo, a lo que me empujó mi presunción, orgullo y autoceguera.
Por su hospitalaria y amistosa invitación a quedarme en su casa durante mi llegada a Moscú, le agradezco de alma, pero no la aprovecharé sólo porque, en la concepción de mi alojamiento miro, simplemente, las comodidades materiales. En todo caso, en casa de quien me quede, no considere eso, de ningún modo, un signo de preferencia alguna u otra cosa por el estilo. Además, si Dios bendice mi regreso a Rusia, no pienso estar en Moscú mucho tiempo. Quisiera echarle una ojeada al gobierno: hay muchas cosas, que son para mí un enigma absoluto hasta ahora, y nadie me puede dar los informes que yo desearía. Yo sólo veo lo que todos los otros, que así mismo como yo no conocen Rusia.
En lo que respecta a mi estancia de invierno, pues aún no estoy seguro de si me quedaré en invierno en Rusia. Después de mi última grave enfermedad me quedó tal friolera, que hasta Roma se hizo fría para mí, y debí mudarme a Nápoles. El último invierno que he pasado en Moscú me fue muy penoso, y me dejó un triste recuerdo. Mi natura se hizo un poco parecida, a la de un anciano que necesita el sur: poca sangre, y esa circula con lentitud; y al mismo tiempo unos nervios tan sensibles, que la mínima neblina nórdica influye fuertemente, en los días helados se me sobrecoge el espíritu en el pecho. Usted dice que el aire de la patria influirá de modo benéfico en mi salud, y espera por sí mismo también la reposición de sus fuerzas. Amigo mío, no olvidemos el hecho de que usted se encuentra ya en unos años, cuando es imposible el regreso completo de la salud anterior; y que yo, siendo débil y enfermizo desde el día de mi nacimiento, y habiendo pasado la mejor mitad de mi vida, no puedo tampoco ser ese que fui antes. Vamos mejor a rogar a Dios, que nos ayude a pasar los días que nos quedan en paz plena con nuestra conciencia, donde quiera que nos toque pasarlos, y que nos dé la posibilidad, siquiera con algo, de corregir en parte el pasado, expiando siquiera con algo la inutilidad y la pereza de nuestra vida.
Me parece que, si se pusiera a dictarle a alguien las memorias de su vida pasada, y de los encuentros con todas las personas, con quienes tuvo la oportunidad de encontrarse, con fieles descripciones de sus caracteres, haría mucho más placenteros sus últimos días y, entre tanto, le brindaría a sus hijos muchas lecciones de vida útiles, y a todos sus compatriotas un mejor conocimiento del hombre ruso6. Eso no es una futileza ni una hazaña poco importante en el tiempo presente, cuando tanto necesitamos conocer los verdaderos principios de nuestra naturaleza que, hasta ahora, sólo observamos en el mujík, y eso mal.
Bueno, adiós. ¡Que Dios lo guarde! Agradezco a Olga Semiónovna7: me parece que reza por mí. Ese es el mejor servicio que podemos brindar en la tierra a nuestro prójimo.

Suyo, N.G.

1Konstantín Aksákov, poeta, crítico, dramaturgo, líder del movimiento eslavófilo, colaborador de la revista El Moscovita.
2Manilóv,
3Alexándra Ósipovna Smirnóva (Rossetti de nacimiento), dama de compañía de la zarina, esposa del gobernador de Kalúga, amiga de Vasílii Zhukóvskii y Alexánder Púshkin.
4Alexánder Púshkin, célebre poeta y novelista romántico, fundador de la literatura rusa moderna.
5Vasílii Zhukóvskii, poeta, escritor, traductor, antiguo director de la revista El Heraldo de Europa, preceptor de la familia zarista, protector de escritores.
6Serguei Aksákov escribe, por consejo de Gógol, La Crónica familiar y las Memorias, publicadas en 1856, y Los años infantiles del nieto de Bagróv, en 1858.
7Olga Semiónovna Aksákova (de nacimiento Zaplátina), esposa de Serguei Aksákov.

Imagen:
Edward Moran, First Recognition of the American Flag by a Foreign Government, XIX.

domingo, 29 de junio de 2008

V.A. Zhukóvskii a Gógol


Francfort del Main, 29 de enero (10 de febrero) de 1847.

Mi gentil, esta carta lo hallará triste, ya ahora, probablemente, recibió esa noticia, que ya me había llegado por otra parte, pero que aún no creía entonces, cuando le envié mi última carta. He aquí por qué no recordé una palabra sobre él, no quería alarmar su corazón, pensé, estaba seguro de que me habían llegado falsos rumores, por desgracia resultó lo contrario. Hace tres días recibí una carta de Pletnióv1, y él me confirmó que es verdad, verdad que Yazíkov2 no está en este mundo. ¡Quién hubiera podido pensarlo! Las circunstancias de su defunción las desconozco, Pletnióv supone que conozco todos los detalles, y yo no tuve noticias de nadie. Al contrario, lo que me obligó a convencerme de la falsedad del rumor, fue la carta de Bulgákov3, escrita el 6 de enero, donde no había una palabra sobre este infortunado suceso. Él murió el 7 de enero. Cómo, de qué, no sé. Si le dieron la noticia, si tiene los detalles, pues infórmeme de éstos. Por los mismos muertos no se puede tener lástima, o sea, por esos muertos cuyas almas estaban preparadas para recibir la muerte, pero siento lástima por nuestros compañeros terrenales, con quienes tanto se consuela la vida. El mundo de aquí se debilita para nosotros cada hora más y más. Seis años antes, yo hubiera sentido eso más fuertemente ante este triste hecho: pero la voluntad de Dios ató mi alma a este mundo con lazos nuevos y frescos4; éstos eliminaron por siempre para mí la posibilidad de la soledad, y la amarga sensación de esa soledad me es ahora inasequible, pero en cambio sé qué se oculta en el cáliz de la prueba del sufrimiento terrenal. Ahora esa alma poética, tan purificada en los últimos tiempos por la fe, vive una vida nueva, que pudo presentir aquí más que las otras, ¿lamentar acaso que esa vida nueva comenzó para ella? No. Pero es una lástima, una lástima su rápido alejamiento de nuestro mundo, de nuestra vecindad; es una lástima que esa voz armónica calló para nosotros, que ese ser conocido, vivo, bueno, gentil está encerrado ahora en la tumba estrecha y se perdió para siempre de nuestra vista. Escríbame pues, se lo ruego, lo que sepa de los últimos instantes de nuestro gentil, bueno, inspirado hasta sus últimos días Yazíkov.
Con su carta, Pletnióv me envía un endoso (secundo) para su entrega a usted, y dice que ese mismo endoso (primo) ya me fue enviado en enero de 1845 para usted mismo, y que hasta ahora no ha oído de si usted lo recibió alguna vez. La verdad, yo no recuerdo nada. Si me hubieran enviado ese endoso para usted pues, por supuesto, se le hubiera entregado. Yo cumplí con mi libro, donde apunto las cartas enviadas; ahí están la del 23 de enero de 1845 a Gógol, con una carta a Smirnóva5 y otra a Sheremétieva6, la del 13 de enero a Gógol, simplemente, la del 21 de enero de 1846 a Gógol, incluido el endoso. Eso es todo. No sé nada del endoso, que debió ir por manos de Prokopóvich7. ¿No sabe usted algo de eso? Por lo demás, si ese endoso primo se perdió pues, por éste secundo enviado aquí recibirá usted el dinero. Sólo le ruego informarme de su recibo. En todos estos asuntos usted, amabilísimo, no observa la precisión adecuada. A mí no me respondió casi ni una vez en las ocasiones, cuando le envié dinero, y si yo no llevara unos apuntes por mi cuenta, pues sería imposible atar ningún cabo. Ese endoso yo pues, por supuesto, no lo recibí, ese paquete, seguramente, lo tendría apuntado en el libro. Adiós.

Suyo, Zhukóvskii.

PS. 29 de ene. 10 de feb.
Yo quería enviarle ayer esta carta y el endoso, pero Ubril8 me aconsejó, para evitarle las gestiones, comunicarme a través de Rothschild9 con el banquero de Hamburgo, a quien está dirigido el endoso, y tomarle a éste un certificado para usted, de que el endoso (primo) no fue pagado. Sin ese certificado, el banquero napolitano no le dará el dinero, enviará por su parte un comprobante a Nápoles, y esto se extenderá más. Ubril mismo se dispuso a gestionar este asunto; cuando el endoso le sea devuelto a él, pues lo reenviará a nuestro ministro Potótzkii10, en Nápoles, para su entrega a usted, y usted le advertirá al respecto. Y a mí, de todas formas, infórmeme sobre el recibo de esa carta, para yo saber que usted fue advertido de la llegada del endoso. Y por mi parte se le enviará en el presente mes el tercer millar; del recibo de los dos primeros usted no me dio ningún documento por escrito, y eso no estaría de más para el orden, porque ese dinero lo da el gran príncipe, y yo estoy obligado a darle cuenta de su pago si no a él mismo, pues a su oficina. Adiós.

1Piótr Pletnióv, escritor, crítico, profesor del Instituto Patriótico, editor de la revista El contemporáneo, rector de la Universidad de San Petersburgo.
2Nikolai Yazíkov, poeta, miembro del círculo pushkiniano, amigo cercano de Antón Delvig y Nikolai Gógol, entre otros escritores.
3Alexánder Bulgákov, director del correo de Moscú.
4Vasílii Zhukóvskii se refiere a su casamiento, que tiene lugar en mayo de 1841.
5Alexándra Smirnóva (Rossetti de nacimiento), dama de compañía de la zarina, esposa del gobernador de Kalúga, amiga de Vasílii Zhukóvskii y Alexánder Púshkin.
6Nadiézhda Sheremétieva (de nacimiento Tiútcheva), conocida de Gógol, tía del poeta Fiódor Tiútchev.
7Nikolai Prokopóvich, poeta ocasional, maestro de cuerpo de cadetes, amigo de la infancia y compañero de gimnasio de Gógol.
8Piótr Ubri (Ubril) enviado ruso en Alemania.
9Anselm Rothschild, banquero perteneciente a una dinastía de financieros y banqueros internacionales de origen judeoalemán.
10Liév Potótzkii, enviado ruso en Nápoles.

Imagen: William Callow, Marktplatz in Venedig, 1845.

sábado, 28 de junio de 2008

Gógol a V.A. Zhukóvskii


Nápoles, 29 de enero (10 de febrero) de 1847.

En mis asuntos relacionados con la publicación del libro, se produjo una confusión total. Más de la mitad de las cartas están detenidas por la censura, precisamente esas que se refieren a los funcionarios públicos y a todos los hombres de negocio, por lo tanto, las cartas más sustanciales y, en mi opinión, necesarias1. Pletnióv cometió la imprudencia de publicar el manojo restante2. Salió no ya un libro, no ya un folleto. Las personas y los temas sobre los que llamaba la atención del lector desaparecieron, y quedé yo solo, con mi propia figura personal, exactamente como si hubiera publicado el libro para mostrarme a mí mismo. Esa confusión me hubiera enojado mucho antes pero ahora, gracias a Dios, mi serenidad no se perturbó. Me dirigí con una carta al soberano3, rogándole resolver este asunto y echar un vistazo a los artículos, que fueron escritos con el deseo cordial de prestarle este servicio. Mi corazón me dice que no los rechazará. Además, dos meses atrás él ordenó que me entregaran no sólo un nuevo pasaporte para mi estancia en el extranjero, sino también le ordenó al canciller escribir a todas nuestras misiones y jefaturas en el Oriente, para que me otorguen una protección especial en todos los lugares por donde voy a pasar, y después, pasado cierto tiempo, le preguntó por mí con sensible interés a Mijaíl Yúrievich Vielgórskii4. ¡Todo eso me demuestra que la mano de Dios, a través de las purísimas plegarias de alguien, me protege! Mi salud se deterioró un poco de nuevo. De noche no duermo y yo mismo no puedo entender por qué, pues no tengo agitaciones nerviosas, y menos agitaciones sanguíneas. La debilidad aumentó, y ciertos achaques viejos empezaron a regresar. Pero, por gracia divina, el espíritu de la tristeza me es ajeno. Y la misma muerte inesperada de Yazíkov5 no me condujo a la congoja, sino a una especie de callada esperanza. Los abrazo con toda el alma a todos, desde los menores hasta los mayores que componen esa hermosa familia tan cercana a mi alma.

Todo tuyo, G.

Mi dirección, como antes: Nápoles, Palazzo Ferandini. ¡Por Dios, una palabrita sobre ti mismo y los preparativos con motivo de la partida a Rusia!

1No se publican los artículos: Es necesario amar a Rusia, Es necesario viajar por Rusia, Qué es una gobernadora, Temores y horrores de Rusia, A quien ocupa un puesto importante, y se recortan los otros artículos.
2En julio de 1846, Gógol encarga a Piótr Pletnióv la impresión de los Pasajes selectos...
3La carta, escrita cerca del 4 (16) de enero de 1847, no es entregada a Nikolai I.
4Mijaíl Yúrievich Vielgórskii, conde, mecenas, hermetista, masón.
5Nikolai Yazíkov, poeta, miembro del círculo pushkiniano, amigo cercano de Antón Delvig y Nikolai Gógol, entre otros escritores.

Imagen: George Stainton, Homeward Bound, XIX.

V.A. Zhukóvskii a Gógol


Francfort del Main, 23 de enero (4 de febrero) de 1847.

Yo1 aún no respondí a su última carta, amabilísimo Gogolito, y ésta merecía una respuesta, y una respuesta generosa, pues nos describía la recuperación de su salud. La curación, por sí misma, es ya uno de los grandes placeres de la vida, pero la curación en medio de los encantos de la naturaleza napolitana, y ante los sentimientos que llenan ahora su alma con renovada viveza, esa curación es la visión desde la tierra de una mejor vida; quiera Dios que ésta le traiga una salud plena, y constante por largo tiempo. Y yo lo sustituí en el orden de la prueba, ésta se manifiesta en mí de la forma más penosa, se manifiesta en mi pobre esposa2. Usted la dejó ya enferma. La enfermedad pronto disminuyó y ella pudo abandonar la cama; digo: esa enfermedad que usted vio, pues en su lugar la sustituyó otra torturante, insistente, esa que usted conoce bastante, pero conoce de otra forma y, pienso, menos severa, sus nervios están muy alterados; el tedio físico incesante, que se expresa en el miedo a la muerte, y el tedio espiritual incesante, que se expresa en la impotencia absoluta. Ninguna fuerza puede quitarle esas ideas oscuras, que como monstruos revuelan en su alma. No puede dedicarse a casi nada, y nadie puede ofrecerle ninguna diversión. La lectura le irrita los nervios, la conversación es sólo sobre su enfermedad y, como a propósito, nuestro círculo familiar se descabala a menudo por las enfermedades, de modo que solemos quedarnos totalmente solos; aunque por esa parte, no obstante, es nuestro socorro principal. Hasta ahora podía caminar y fortalecerse con el aire, pero desde hace cierto tiempo eso disminuyó: un resfriado la encerró en casa, y otra depresión la mantuvo dos semanas en cama. Ahora, empieza a moverse de nuevo, pero está débil y flaca como un esqueleto. Así es nuestra vida desde el mismo Shvalbáj. Con todo esto, La Odisea3 calla, y ya hace exactamente dos años que calla. De lo que sucede dentro de mí no hablo; estoy poco satisfecho con esto, y eso aumenta la desgracia. Que Dios me ayude a ser digno de la prueba que me envió, y a pasarla del modo que Él exija.
Soy culpable ante usted no sólo por mi silencio, sino porque me demoré en reenviarle la carta recibida en su nombre, desellada pero no leída por mí. Se la envío. Otras noticias no puedo darle. Pasó a verme Michel Vielgórskii4, que iba como correo de Berlín a Suiza. Asimismo estuvo aquí Bariatínskii5, que totalmente saludable, robusto y floreciente regresa a Petersburgo. De su libro6 me escribe Ishímova7, que éste salió y produce un gran efecto. Eso me alegra indeciblemente. Adiós, mi gentil, escríbame cuando se disponga a ponerse en camino. No puedo esperar que me escriba desde el camino. Aunque eso sería bueno. Esa necesidad de expresar directamente sus impresiones, en el mismo lugar donde se reciben, genera una palabra totalmente distinta, llena de vida y de carácter individual, sobre la que influye también la persona con quien compartes tus ideas y sentimientos. Y usted pues, está habituado a compartir conmigo muchas cosas. Yo ahora sólo recibí unos anticipos pero, con el tiempo, si sólo no me voy de este mundo, recibiré todo un capital. Perdone. Mi enferma lo reverencia de alma.

Suyo, Zhukóvskii.

Responda de inmediato.

1Vasílii Zhukóvskii, poeta, escritor, traductor, antiguo director de la revista El Heraldo de Europa, preceptor de la familia zarista, protector de escritores.
2Elizaveta Zhukóvskaya (Reitern de nacimiento), esposa de Vasílii Zhukóvskii.
3Vasílii Zhukóvskii trabaja por esta época en una traducción de La Odisea, de Homero.
4Mijaíl Vielgórskii, hijo de los condes Vielgórskii, diplomático.
5Alexánder Bariatínskii, teniente.
6Los Pasajes selectos de la correspondencia con los amigos.
7Alexándra Ishímova, escritora, traductora, pedagoga.

Imagen:
Paul Baum, Sobre el Asbach, Weimar, 1885.


miércoles, 25 de junio de 2008

S.T. Aksákov a Gógol


Abrámtzievo, 26 de julio de 1847.

Recibí su carta, gentil amigo Nikolai Vasílievich, de Francfort del 10 de julio: ésta me afligió mucho, y me reprocho de modo profundo que no le escribí en tanto tiempo. No sé por qué Pogódin1 le hizo la demanda: ¿por qué hace tanto tiempo que no me escribe y si no está enojado conmigo? Yo no le dije nada semejante. Yo, incluso, no esperaba carta de usted, por que yo mismo no había respondido a dos suyas. Ante todo, me apresuro a asegurarle que nunca estuve enojado con usted (tomando esa palabra en su verdadero sentido), y que nunca dejé de creer en su franqueza. Pecado para esa persona imprudente, que le inculcó esas ideas. Yo sospecho que eso lo hizo Smirnóva2: ella, casualmente, oyó varias líneas de mi carta sobre usted a mi hijo3, no las entendió y no las podía entender bien, porque éstas adquirían su pleno sentido en relación con otras, y en el fragmento tenían, incluso, un sentido inverso. Smirnóva tuvo una pelea acalorada con mi hijo, le dijo a él, a mí y a toda mi familia muchas groserías, ella misma recibió otras tantas y amenazó con abrirle a usted los ojos4. Veo que eso lo cumplió: pero esa mujer insensata, cuyas numerosas virtudes aprecio altamente y a quien, precisamente por ese acceso, quiero más, en lugar de abrirle los ojos a usted se los nubló un poco, se entiende, por un tiempo. Ella no sospechaba que yo, antes de todo, había vertido en mis cartas a usted mismo con plena, cruel franqueza, toda la amargura de una amistad afligida por un hombre, y el ofendido sentimiento de respeto a un gran talento. Ella no distinguió en mí un alma amorosa por la furia y la cólera. En mi convicción, usted se propinó con su libro un cruel revés, y yo me abalancé sobre usted mismo, como me hubiera abalanzado sobre cualquier otro, que le hubiera propinado tal golpe, colmándolo sin clemencia de amargos reproches. Usted me es tan preciado que cualquier daño real, cualquier ofuscación de su gloria como escritor y hombre ¡es para mí una grave ofensa! Pero dejemos esto. Si usted mismo no se explicó mis sentimientos y acciones, y los entendió no como conviene, pues mi explicación no ayudará. Yo estoy dispuesto incluso a reconocer, que la expresión no correspondía al sentimiento.
Usted, amigo mío, tiene derecho a preguntar: ¿por qué hace tanto tiempo que no le escribía? Mi última carta demandaba una continuación, su respuesta. Yo eso lo sentí mucho. Muchas veces me disponía a escribir, escribía, y quemaba lo escrito: ya que no estaba satisfecho con eso... Es difícil decir qué me impedía escribir, pero algo me lo impedía. Intentaré‚ no obstante, explicarme a mí y a usted ese extraño obstáculo. Para eso es necesario levantar un asunto, aunque sea en unas pocas palabras, desde el principio. Mi primera carta grande (al parecer, del 12 de enero5) fue escrita y enviada a usted antes de la salida de su libro. La segunda carta no grande, con la adjunción de la carta de Svierbéev6, fue escrita tras la lectura del libro, pero antes de recibir su respuesta a mi carta grande. Su respuesta fue horrible... Usted no reconoció, no valoró, no sintió la franca amistad del hombre que escribía esa carta, ¡y Dios mío, en qué situación la escribí!... Incluso, no deseo que usted entienda por completo mi situación de entonces. Su respuesta exhalaba la frialdad, la altura y la grandeza en la que usted pensaba estar con la armadura impenetrable de su nueva, ficticia vocación. Si yo hubiera recibido esa carta antes de enviar la segunda mía, pues no la hubiera enviado, eso debo confesarlo: hubiera considerado la imposibilidad de alcanzar su mente y su corazón. Pero Dios misericordioso lo dispuso de otra forma...
Su respuesta a mi segunda carta, que empieza con esas notables palabras, de que usted fue “sacudido para bien”, me alegró en extremo; su propia carta al prín. Lvov7 me alegró aun más8. Aunque en ambas cartas hay expresiones e ideas que no me venían de corazón, que mostraban que usted aún no estaba del todo saludable, aunque recuperarse totalmente, de pronto, no se puede. Para eso se necesita tiempo. Yo vi que había despertado, que parte del velo había caído de sus ojos. Eso para mí fue suficiente: yo estaba (y ahora sigo) convencido, de que usted mismo terminará la obra. Pero ahí pues, yo no sabía qué y cómo escribirle: continuar en el tono anterior ya estaba fuera de lugar, no era necesario, y para mí mismo era imposible. A expresar mi alegría no me atrevía: temía interrumpir su proceso de recuperación. Ahora veo que cometí una gran estupidez. Usted tuvo una razón para interpretar mi silencio en otro sentido, y esa idea lo afligía.
Créame, amigo mío, que yo no sólo entiendo bien la dificultad de su situación actual, ¡sino qué la preví bien! Por eso pues su libro me hizo perder el juicio a mí mismo, por eso pues el pesar era torturador. Pero Dios es misericordioso. Él fortalecerá sus menguadas fuerzas espirituales y corporales, y el tiempo sanará las heridas de su corazón... Usted cumplirá su voto, rezará en la tumba del Señor, su talento surgirá con nuevo brillo, y todos olvidarán su libro desdichado.
Por supuesto, usted no podía regresar pronto a Rusia, pero la primavera siguiente véngase seguro con nosotros. La recuperación completa la logrará sólo en el suelo natal, tras respirar el aire natal de su tierra. Si por algo le es penoso vivir en Moscú de modo permanente, pues yo tengo un rinconcito gentilísimo a cincuenta vérstas de Moscú, en el que pienso vivir incluso los inviernos, con excepción del presente año: ya que sólo entonces creeré en mi recuperación, cuando pase favorablemente el otoño y el invierno. La casa nuestra es grande y está bien situada. Va a tener un aposento tranquilo y cómodo: con nosotros o sin nosotros, es lo mismo. No es necesario decir, si estarán contentos con usted sus amigos francos.
Además, le es necesario viajar por Rusia. Es necesario echar una ojeada a su hondura: el lado estepario y del Volga. Konstantín9 puede ser su compañero, si quiere. Yo mismo tengo la intención, si Dios fortalece mi salud, de irme por un año entero al gobierno de Orenburgo, pero eso aún está en adelante. Ahora pues sólo es necesario serenarse, olvidar en cuanto sea posible todo lo ocurrido con usted y fortalecer mi salud. Excluya toda idea de que mi amistad por usted cambió: eso es un absurdo y una ofensa para mí.
Quisiera escribirle toda la carta con mi propia mano, pero mi ojo lo dificulta. Ahora vivimos todos en nuestro Podmoskóvie, con excepción de nuestra enferma Ólienka10, que vive en Moscú, junto a su hermano Iván, quien sirve allá en el Senado como secretario. No sé, si le llegó acaso la tesis de Konstantín. El 7 de marzo fue su defensa: a pesar de las muchas carreras, todo terminó favorablemente. Adiós, gentil amigo. No puedo escribir más. Lo abrazo fuertemente. Puede dirigir una carta al arrabal Serguiévskii, gobierno Moskóvskii, a mi nombre: pero lo más seguro a través de Sheviriév11. Toda mi familia lo abraza.

Suyo de alma, S. Aksákov.

Lo abrazo a la antigua, amigo nuestro Nikolai Vasílievich, rezo a Dios, para que me traiga pronto verme con usted.

1Mijaíl Pogódin, profesor de la Universidad de Moscú, académico, historiador, dramaturgo, editor de las revistas El Heraldo de Moscú y El Moscovita.
2Alexándra Smirnóva (Rossetti de nacimiento), dama de compañía de la zarina, esposa del gobernador de Kalúga, amiga de Vasílii Zhukóvskii y Alexánder Púshkin.
3Iván Aksákov (hijo de Serguei Aksákov), escritor, publicista, eslavófilo, hombre público.
4Sobre este episodio habla la carta de Iván Aksákov a su padre, del 15 de febrero de 1847, de Kalúga (ver Aksákov, p. 174). El texto completo de la carta aludida de Serguei Aksákov se puede encontrar en: G. Mat. i issle., t. 1, p. 178-180.
5Del 9 de diciembre, en realidad.
6Dmítrii Svierbéev, diplomático, literato, pariente del poeta Nikolai Yazíkov.
7Vladímir Lvov, príncipe, escritor.
8La carta de Gógol al príncipe Vladímir Lvov, del 8 (20) de marzo de 1847 (Acad., XIII, No. 140), es una respuesta a la carta de Lvov del 13 de febrero (Shenrok, t. 4, p. 526-528) que contiene un juicio crítico de los Pasajes selectos... (Ver el juicio de Serguei Aksákov sobre la carta de Gógol a Lvov en Aksákov, p. 179.).
9Konstantín Aksákov(hijo de Serguéi Aksákov), poeta, crítico, dramaturgo, líder del movimiento eslavófilo, colaborador de la revista El Moscovita.
10Olga Aksákova, hija de Serguéi Aksákov.
11Stepán Sheviriév, poeta, crítico, traductor, editor, fundador de la revista El Heraldo de Moscú, profesor de literatura rusa en la Universidad de Moscú.

Imagen: Vasiliy Polenov, Pond in Abramtzevo, 1883.

martes, 24 de junio de 2008

Gógol a S.T. Aksákov

Francfort, 28 de junio (10 de julio) de 18471.

Pogódin me hizo la demanda2: ¿por qué hace tanto tiempo que yo no le escribo y si no estoy enojado con usted, Serguei Timoféevich? Yo no le escribí porque, en primer lugar, usted mismo no respondió a mi última carta, y en segundo porque usted, como oí, se enojó conmigo por ésta3. Por Cristo mismo, póngase en mi situación, sienta su dificultad y dígame por sí mismo: ¿cómo ser, cómo, sobre qué y qué puedo escribir ahora? Si yo tuviera fuerzas para decir una palabra franca, la lengua no se me soltaría. Se puede hablar en un lenguaje franco sólo con ese, que cree algo en nuestra franqueza. Pero si sabes que ante ti está un hombre, que ya se formó su propio concepto de ti y está afirmado en éste, ahí en el hombre más franco enmudece la palabra, no sólo en mí, que soy un hombre, como sabe, reservado, y cuya reserva proviene de su incapacidad para explicarse.
Por Cristo mismo, le ruego ahora ya no por amistad, sino por esa caridad que debe ser propia de toda alma buena y piadosa, por caridad le ruego ponerse en mi situación, porque mi alma está extenuada, por mucho que me fortalezco e intento tener sangre fría. Mis relaciones con todos esos amigos, que se apuraron a trabar amistad conmigo sin conocerme, se hicieron demasiado penosas. ¡Cómo no me dio vueltas la cabeza por completo, cómo aún no perdí el juicio con todo este embrollo, eso yo mismo no lo puedo entender! Sólo sé, que mi corazón está roto y mi actividad se paralizó. Se puede aun librar una batalla contra los enemigos más encarnizados, pero guarde Dios a cada uno de esta terrible batalla con los amigos. Ahí sucumbe todo lo que haya en ti. ¡Amigo mío, yo sucumbí! Eso es todo lo que puedo decirle ahora. En lo que respecta a la inmutabilidad de mis relaciones cordiales, pues le diré que el amor, más que nunca antes, es ahora más asequible al alma. Si yo quiero y deseo querer incluso a esos, que no me quieren pues, ¿cómo puedo no querer a esos que me quieren? Pero yo le ruego ahora no por amor. No tenga amor por mí, pero tenga siquiera una gota de caridad porque mi situación, le repito de nuevo, es penosa. Si usted se pusiera bien en ésta, vería que para mí es más difícil, que para todos esos que ofendí. ¡Amigo mío, le digo la verdad! Lo abrazo con toda el alma.

Todo suyo, Gógol.

Trasmita mi reverencia a la buenísima Olga Semiónovna4, y tras ella a Konstantín Serguéevich5 y a todos los suyos. Yo mismo no sé, si hago bien en que escribo: acaso, esta carta le provoque a usted un disgusto. Ahora me arrepiento, de que inicié una correspondencia con Pogódin6. Aunque sólo pienso, al tomar la pluma, cómo no ofenderlo advierto, no obstante, que mis cartas no le traen ningún sosiego. Con los conceptos que él tiene de mí, ahora toda palabra de mi parte sobre mí mismo sólo puede confundirlo más aun. ¡Amigo mío, es penoso hallarse en este torbellino de malentendidos!, veo que necesito renunciar por largo tiempo a la pluma en todos los aspectos, y alejarme de todo.
Dirija a Francfort, poste restante.

1La fecha de Gógol es errónea.
2En la carta del 2 de junio de 1847.
3Serguei Aksákov toma la carta de Gógol del 22 de febrero (6 de marzo) de 1847 como "la más alegre novedad" (Aksákov, p. 177). Sin embargo, toma de otra forma la carta de Gógol del 8 (20) de enero de 1847: "<...> ahora, tras su respuesta a mi carta, yo ya no voy a hablar ni escribir sobre él, -escribe Serguei Aksákov a su hijo Iván el 17 de febrero de 1847. -Tú no conoces esa carta. Yo la soporté con serenidad e indiferencia, pero las personas más dóciles que la leyeron montaron en cólera" (Aksákov, p. 174).
4Olga Semiónovna Aksákova (de nacimiento Zaplátina), esposa de Serguéi Aksákov.
5Konstantín Aksákov, hijo de Serguéi Aksákov, poeta, crítico, dramaturgo, líder del movimiento eslavófilo, colaborador de la revista El Moscovita.
6Mijaíl Pogódin, profesor de la Universidad de Moscú, académico, historiador, dramaturgo, editor de las revistas El Heraldo de Moscú y El Moscovita.

Imagen: William Callow, Leaning Tower, Bologna, XIX.

jueves, 19 de junio de 2008

Gógol a S.T. Aksákov


Nápoles, 22 de febrero (6 de marzo) de 1847.

Le agradezco, mi buen y generoso amigo, por sus reproches, éstos me sacudieron, pero me sacudieron para bien. Agradézcale asimismo al buen Dmítrii Nikoláevich Svierbéev1, y dígale que yo siempre aprecio las observaciones de un hombre inteligente, expresadas con franqueza. Él tiene razón, en que se dirigió a usted y no a mí: en su carta hay, precisamente, cierta rudeza que sería indecorosa en las explicaciones con un hombre, no muy de cerca conocido. Pero con esa misma carta a usted, él se abrió ahora el camino para expresarme con semejante franqueza a mí mismo, todo eso que le expresó a usted. Agradézcale asimismo a su gentil esposa por su esquela2. Dígales a ellos, que muchas de sus palabras fueron tomadas en consideración, y me obligaron, una vez más, a mirarme a mí mismo con más severidad. Estamos ya tan extrañamente dispuestos, que no podremos ver nada en nosotros mismos, hasta que otros no nos conduzcan a eso. Sólo observaré, que una circunstancia no fue tomada por ellos en consideración, la cual, acaso, les mostraría la cosa de otra forma, y precisamente: que el hombre, que con semejante avidez busca oírlo todo de sí, capta así todos los juicios y sabe así apreciar las observaciones de los hombres inteligentes, incluso entonces, cuando éstas son rudas y severas, ese hombre no puede hallarse en la autoceguera total y absoluta.
Y a usted, amigo mío, le haré un pequeño reproche. No se enoje. El pacto fue aceptar mutuamente, sin enojarse, los reproches de cada uno. Acaso confió usted ya demasiado en su mente, y en la infalibilidad de sus conclusiones. Hacer una observación, eso es otro asunto, eso tiene derecho a hacerlo todo hombre inteligente e, incluso, todo hombre simplemente. Pero extraer de sus observaciones una conclusión sobre todo el hombre, eso es ya una especie de presunción. Eso significa reconocer que su mente se ha elevado a una altura, desde donde puede contemplar el objeto por todos sus lados.
Bueno qué, si le cuento el siguiente relato: un cocinero se ofreció para convidar con un buen e, incluso, inusitado almuerzo a unos hombres que nunca estaban en la cocina, aunque comían unos almuerzos bastante sabrosos. El cocinero se ofreció solo, a él nadie le encargó el almuerzo. Sólo dijo de antemano, que su almuerzo sería preparado de otra forma, y que por eso necesitaría más tiempo. ¿Qué debían hacer esos, a los que se les prometió el convite? Debían callar y esperar con paciencia. No darle a gritar: "¡Sírveme el almuerzo!" El cocinero dice: "Eso es físicamente imposible, porque mi almuerzo no se prepara, en absoluto, como los otros almuerzos, para eso hay que levantar tal tráfago en la cocina, que ustedes no se pueden imaginar". A él en respuesta: "¡Mientes, hermano!" El cocinero ve que no hay nada que hacer, decide finalmente llevar a la misma visita a la cocina, intentando, cuanto era posible, colocar las cazuelas y todo el equipo de cocina de modo tal, que por éste pudieran extraer, siquiera, alguna conclusión sobre el almuerzo. Los visitantes vieron un montón de cazuelas extrañas e inusitadas y, finalmente, tales utensilios, -sobre los que no se podría ni pensar, que fueran necesarios para la preparación del almuerzo-, que las cabezas les dieron vueltas. Bueno ¿qué, si en este relato hay una pequeña partícula de verdad?
¡Amigo mío! Usted ve, que el asunto por ahora está aún oscuro. Bien hace aquél, que me provee de todas las observaciones, lo lleva todo a mis oídos, me reprocha e inclina a los otros a reprocharme. Pero que, al mismo tiempo, no se perturba conmigo y, en lugar de eso, reza en su alma en silencio, para que Dios me salve de todas las seducciones y autocegueras, que pierden el alma de un hombre. Eso es lo mejor que éste puede hacer por mí y, ciertamente, Dios, por esas puras y ardientes plegarias, cuya esencia es la mejor bendición que puede dar un hermano a su hermano en la tierra, salvará mi alma incluso entonces si, por lo visto de modo irreversible, se adueñaran de ésta todo tipo de seducciones. Pero por ahora, adiós. Trasmítame todas las opiniones y los juicios donde quiera los oiga, los propios y los ajenos. Las primeras, segundas, terceras y cuartas impresiones. Una reverencia de alma a la buena Olga Semiónovna3 y a todos los suyos.

Todo suyo, G.

En cuanto a Pogódin4 hay también malentendidos pero él, probablemente, ya se explicó con usted sobre eso, porque yo le escribí con detalle hace tres días, o sea el 4 de marzo. A Sheviriév5 le fue enviada asimismo una carta el 4 de marzo. Con ésta una esquela a Nadiézhda Nikoláevna Sheremétieva6.

1Dmítrii Svierbéev, diplomático, literato, pariente del poeta Nikolai Yazíkov.
2La carta de Ekaterina Svierbéeva (de nacimiento Scherbátova, esposa de Svierbéev) a Gógol del 20 de enero de 1847 (ver Shenrok, t. 4, p. 524-525).
3Olga Semiónovna Aksákova (de nacimiento Zaplátina), esposa de Serguéi Aksákov.
4Mijaíl Pogódin, profesor de la Universidad de Moscú, académico, historiador, dramaturgo, editor de las revistas El Heraldo de Moscú y El Moscovita.
5Stepán Sheviriév, poeta, crítico, traductor, editor, fundador de la revista El Heraldo de Moscú, profesor de literatura rusa en la Universidad de Moscú.
6Nadiézhda Nikoláevna Sheremétieva (de nacimiento Tiútcheva), conocida de Gógol, tía del poeta Fiódor Tiútchev.

Imagen: Oswald Achenbach, San Pietro in Vincoli in Rom, 1883.

miércoles, 18 de junio de 2008

Gógol a A.O. Smirnóva


Nápoles, 10 (22) de febrero de 1847.

¡Cuán agradable me fue recibir sus líneas1, mi buena Alexándra Ósipovna! Me escriben poco ahora. Desde la aparición de mi libro2, nadie me escribió aún. Excepto unas breves noticias de que el libro salió y provoca diversos comentarios, no sé nada aún. Cuáles son exactamente esos comentarios, no lo sé, no puedo incluso definirlos en lo adelante, porque no sé cuáles exactamente de mis artículos fueron autorizados, y cuáles no fueron autorizados. De Pletnióv sólo recibí, junto a la noticia de la aparición del libro, y del envío de éste a mí, la noticia de que más de la mitad no fue autorizada3, y los artículos autorizados fueron recortados sin misericordia por la censura. Todo el artificio de la censura es para mí, por ahora, oscuro e insoluble. Sólo sé que el censor, al parecer, estuvo en manos de personas de la tal llamada visión europea, poseída por un espíritu de transformación de todo tipo, y a quienes les fue desagradable la aparición de mi libro. Yo hasta ahora no lo he recibido e incluso temo recibirlo. Por mucho que me fortalezca, le confieso que me resultará penoso verlo. En éste todo tenía relación y continuidad, y llevaba gradualmente al lector al asunto, ¡y ahora toda la relación fue destruída! Sea testigo de mi debilidad espiritual y de mi incapacidad de soportar: todo lo que para los otros hombres es difícil de soportar, yo lo soporto ya fácilmente con la ayuda de Dios, y sólo no sé soportar el dolor del cuchillo del censor, que corta páginas enteras de modo insensible, escritas con un alma sensible y con buenos deseos. Todo mi débil organismo se estremece todo en esos instantes. Exactamente, como si ante los ojos de la madre cortaran a su amada criatura, así de penoso me resulta el crimen de la censura. Y lo hizo ese mismo censor, que antes era benévolo con mis obras, temiendo, según su propia expresión, producir un rasguño en éstas. Pletnióv adjudica eso a su estupidez. Pero yo no creo eso del todo, no es un hombre estúpido. Ahí hay algo hasta ahora incomprensible para mí. Yo le rogué a Vielgórskii y a Viáziemskii revisar atentamente todos los artículos no autorizados y, eliminado en éstos todo lo que les parezca indecoroso y embarazoso, presentarlos a juicio a continuación. Si el soberano dice que es mejor no publicarlos, entonces yo consideraré eso la voluntad de Dios, de que no salgan al público esas cartas4; por lo menos, tendré siquiera algún consuelo, cuando sepa que las cartas fueron leídas por esos, a quienes es preciado exactamente el bienestar y el bien de Rusia, que siquiera un ápice de las ideas que éste contiene ejerció una influencia benéfica, que acaso la semilla de un fruto venidero se sembró junto a éstas en los corazones. Esas cartas eran para los hacendados, los funcionarios, la carta a usted, acerca de lo que puede hacer una gobernadora, entró asimismo ahí, y por eso no se asombre de que le resultó no del todo apropiada: yo, al escribírsela, tuve en cuenta a muchos otros, y deseaba obtener por medio de ésta informes fidedignos y verdaderos, sobre el estado espiritual interno de la multitud, que vive por todas partes. Yo necesito eso, no sabe cómo me hace entrar en razón. Yo sería hace tiempo mucho más inteligente que ahora, si consiguiera unas estadísticas fidedignas. Si me consiguiera en el transcurso del año, siquiera, unos informes tales, como los que contiene su grácil carta actual, a la que respondo (aunque en ésta se habla sólo de la imposibilidad de hacer el bien), pues ya con eso, este mismo fin de año, tendría la posibilidad de decirle cosas mucho más cómodas de aplicación y ejecución. Yo tengo una cabeza ingeniosa, y la dificultad de las circunstancias fortalece mi inventiva intelectual, pues el alma del hombre cada día se hace más clara. Pero cuando no estoy enterado de esos detalles, que otros consideran ínfimos, mi alma añora, y me parece exactamente como que me asfixio y tengo las manos atadas. Todo mi libro debía ser una prueba: quería probar con éste en qué estado se encuentran las cabezas y las almas. Sólo quería sembrar en las cabezas, por medio de éste, el ideal de la posibilidad de hacer el bien, porque hay muchos hombres francamente benévolos, que se cansaron de luchar y se afligieron con la idea de que no se puede hacer nada. La idea de la posibilidad, siquiera lejana, hay que llevarla en la cabeza, porque con ésta hallarás como con un candil, de algún modo, algo que hacer, y sin ésta te quedas totalmente en tinieblas. Esas cartas provocarían respuestas. Esas respuestas me darían informes. Yo no necesito reunir muchos conocimientos, necesito conocer bien Rusia. Amiga mía, no olvide que tengo una labor constante: esas mismas Almas muertas, cuyo principio apareció de una forma tan poco atractiva. Amiga mía, el arte es una obra grande. Sepa que todos esos ideales, que las novelas francesas les metieron en las cabezas a las personas, pueden ser expulsados por otros ideales. Y sus imágenes pueden ser plasmadas tan vivamente, que se harán irrebatibles para el pensamiento, y van a perseguir a los hombres a tal grado, que las leonas preferirán atacar a las otras leonas. La capacidad de creación es una capacidad grandiosa, sólo si está animada por la elevada bendición de Dios. Hay parte de esa capacidad en mí, y yo sé que no me salvaré si no la empleo como se debe en una obra. Y de emplearla como se debe en una obra, yo estaré en condición sólo entonces, cuando mi razón se ilumine con un conocimiento total de la obra. He aquí por qué, con tanta avidez, ruego, busco informes que casi nadie quiere o desea conseguir. No serán vivas mis imágenes si no las construyo con nuestro material, con nuestra tierra, de modo que cada uno sienta que eso está tomado de su propio cuerpo. Sólo entonces él despertará, y sólo entonces podrá convertirse en otro hombre. Amiga mía, aquí tiene una confesión de mi labor literaria. Se la anuncio a usted, porque Dios le concedió entender muchas cosas (bendiga pues todas las afecciones y aflicciones, que elevaron su alma hasta ese nivel). Con mis amigos moscovitas no razone sobre esto. Son personas inteligentes pero locuaces, y por hacer algo recogen agua en cesto. Por eso, los puede perturbar cualquier chisme de comadre, que se convierte para ellos en objeto de discusiones interminables. Que se confundan conmigo, no los voy a persuadir. Y entre tanto, sus opiniones sobre mí tienen la parte favorable que, de todos modos, me obligarán una vez más a observarme a mí mismo. Y eso no molesta en absoluto, y por eso estoy curioso por saber todo lo que dicen de mí. No me oculte pues usted nada, donde quiera que lo oiga. No sea perezosa y no me olvide con sus cartas. Sus cartas siempre me trajeron júbilo espiritual, y ahora más que nunca antes. Sus ideas sobre la dificultad de tener, alguna influencia benéfica en los habitantes de la ciudad de Kalúga5, son muy fundadas y racionales. Pero no se perturbe con eso y, en general, con el hecho de que su alma se quede sin realizar grandes hazañas. Ya es una hazaña que una persona buena, como usted, quiera vivir en la ciudad de Kalúga6. Ya vendrán las hazañas. No olvide que nuestra razón se encuentra a disposición de Dios: hoy ésta ve la imposibilidad, mañana le place a Dios abrir su horizonte, y ya ve la posibilidad ahí, donde antes hallaba la imposibilidad. Escríbame más a menudo, le digo sin hipocresía, que eso será una verdadera hazaña cristiana de su parte, y si quiere hacer más sustancial aun su buena dádiva, adjunte al final de su carta, cada vez, alguna crónica o retrato de alguna de esas personas entre las que desempeña su actividad, para poder obtener yo por éste alguna idea del estamento, al que pertenece ésta en su forma actual y moderna. Por ejemplo, ponga hoy el título: Leona citadina. Y, tras tomar una tal, que pueda ser una representante de todas las leonas provincianas, descríbamela con todos sus modales, cómo se sienta, cómo habla, con qué vestidos anda, y a qué tipo de leones les hace perder la cabeza, en una palabra, un retrato personal con todos sus detalles. Después, mañana, ponga el título: Una mujer incomprensible, y descríbame de esa misma forma una mujer incomprensible. Después: Una mujer virtuosa citadina. Después: Un sobornador honrado, después: Un león de gobierno. En una palabra, todo eso que le parezca un tipo, capaz de ofrecer consigo una idea fidedigna del estamento al que pertenece. Recuerde su contento anterior y capacidad de advertir las partes ridículas de las personas y, armándose de éstos, hágame un retrato vivo, y la idea de que lo hace no para la burla frívola, sino para el bien, le inspirará el deseo de dibujar los retratos con los detalles que antes despreciaba. Después verá, sólo si la gracia de Dios me acompaña en mi labor, qué buena obra cristiana me podrá hacer, al contemplar yo sus retratos, y la culpable de eso será usted. No pienso que ese trabajo sea difícil y fatigoso para usted. Ahí no hay ni sistema, ni plan, y nada casual o debido. Yo pienso, incluso, que eso le será agradable porque, al conformar los retratos, me imaginará a mí y sentirá que hace eso para mí. Es agradable hacer todo para quien quieres, y usted me quiere, ¡por lo que Dios la recompense mucho, mucho! Hay muchas personas que me dicen también que me quieren, pero yo no confío en su amor: éste es inestable y está expuesto a toda clase de cambios e influencias. Usted pues me quiere en Cristo, y por eso su amor es eterno, como la propia vida en Cristo. Bueno, adiós, mi buena, ¡hasta la próxima carta! Siento que ahora, más a menudo que antes, vamos a escribirnos el uno al otro. ¡Beso sus manos y que Dios la guarde!

1La carta de Alexándra Smirnóva del 11 de enero de 1847 (RS., 1980, No. 8, p. 282-284).
2Los Pasajes selectos de la correspondencia con los amigos.
3Véase la carta de Gógol a Piótr Pletnióv del 25 de enero (6 de febrero) de 1847, de Nápoles.
4El libro no es mostrado a Nikolai I sino al heredero, y éste conviene con la opinión de la censura.
5Alexándra Ósipovna Smirnóva (Rossetti de nacimiento), dama de compañía de la zarina, es esposa del gobernador de Kalúga.
6Kalúga, ciudad y puerto a la orilla del río Oká, en el oeste de Rusia, con iglesias del siglo XVII y edificios del XVIII.

Imagen: Murray Yorke, South of Battery Park, XX.