miércoles, 30 de julio de 2008

M.P. Pogódin a Gógol


Moscú, 10 de abril de 1847.

Me es penoso, triste, disgustos, ofensas, aflicciones, y cada una de éstas encuentra un epígrafe confirmador en las opiniones sinceras de la persona más allegada1. Me pegan, cortan, muelen, y dicen que es justo: ¡los mismos amigos son testigos de eso! Si supieras cuánto daño, mal esencial, positivo me hiciste con tus salidas, que me resuenan en los oídos a cada instante... Pero dejemos esto aun. Acaso, así me parece, se supone. Es suficiente, sufro, y a veces pierdo la paciencia: deploro, estoy triste. En esta disposición tomé ahora la pluma, aunque sólo hace tres días te envié la segunda carta.
No recuerdo ya dónde me quedé. Da lo mismo. Voy a hablarte de tus consejos generales. Todos éstos muestran una ignorancia absoluta de las circunstancias, sobre las que te dedicas a enseñar. Por ejemplo, sobre la tendencia occidental, no tienes ninguna idea en absoluto de dónde partió y parte su principio2. ¡Qué veneno se vierte en nuestro país! Es necesario observar, seguir constante, atentamente para valorar o sopesar cuanto provecho o mal hay, y tú lees acaso una página, dentro de dos meses la tercera, y lo tiras a broma. Está un tiempo en un gobierno, habla con el capitán de policía o con la hija del jurado, que leyó mucho a madame Sand3 (repartida por nuestras revistas de modo gratuito), ¡lee los nuevos relatos rusos y juzga después! Ahora, en la sociedad, sucede en cinco años, para lo que antes se requerían cincuenta. Mira a los jóvenes de la nueva generación en Petersburgo, en Moscú, y ríete con ellos si encuentras espíritu. ¡Y tú te fuiste con unos prototipos que pasaron hace mucho tiempo, y después ofreces tus consejos!
En cada artículo tuyo hay cosas admirables, y al mismo tiempo tales, que descubren claramente tu ignorancia a los conocedores especialistas. Unos vociferan contra la confusión del espíritu con el alma que, en las discusiones de ese género, es lo mismo que mezclar el cuerpo con el alma. Otros señalan la incongruencia de los conceptos sobre la iglesia rusa y el significado de la ortodoxia. Sobre La Odisea todos, al principio, aún se encogían de hombros. El quinto evangelio no haría, lo que tú le adjudicas a la traducción de Zhukóvskii4. Para todos está claro, que es una carta artificial sobre un tema impuesto a sí mismo: alabar a un amigo. Dicen: Homero escribió La Odisea, Zhukóvskii tradujo La Odisea, Gógol reseñó La Odisea, Yazíkov publicó la reseña de La Odisea, y por el informe resultó que de todos los cuatro, sólo uno sabía griego: Homero5. Esa afición de la imaginación es imposible en un cristiano estricto. Sí, seguro no leíste La Odisea, con excepción de dos o tres fragmentos que escuchaste de Zhukóvskii. El mujík va a leer La Odisea y comparar su situación con la de los paganos, y se hará mejor: esa es la sandez que se mandaría un estudiante o un seminarista, que recibiera el encargo de un panegírico6.
A todos les perturba, sobre todo, ese deseo constante de ser un apóstol, de sermonear, cuando el cristiano, comúnmente, empieza por sí mismo. Decirle a un hacendado en nuestro tiempo: has así y serás rico como Creso, es inadmisible7. Que se vayan al diablo los Cresos. Quiera Dios que no hayan Cresos.
Lo que escribes sobre la Bella8, esa carta sirve para los almanaques, para los arabescos solamente, es un cumplido agradable, ni la misma madre de Dios podría hacer esos milagros, que esperas yo no sé de qué dama. Del mismo modo, o mucho más, seducen a todos las expectativas de tu amor, cuando el mismo Jesucristo fue llevado por los hombres a la crucifixión. La poesía hermosa, que se aleja de la realidad a una distancia ilimitada, es la que da motivo a una multitud de equívocos. A todos les repugna tu intención (vieja) de codearte con los ilustres9, a los que eres muy aficionado; ves dignidad en la inmediatez y, en general, no hallas nada qué decirles, excepto lisonjas, cuando todo el mal está ahí. Pero es suficiente.
Hay, no obstante, personas a las que les gusta el libro no sólo por partes, como a mí, sino todo entero. Son, en su mayoría, personas medianas, que no advierten ni entienden todos los hilos del fundamento y la trama, sino que gustan de escuchar moralejas y contemplar buenos paisajes. Me fastidia que le guste aún a algunos hipócritas. En la historia de tu alma, probablemente, este libro ocupará un escalón importante, pero no producirá ese efecto... Por lo demás, yo no sé qué efecto querías producir. Ahora me surgió en la cabeza un montón de ideas, que debo dejar para la próxima carta, y yo, tras escribir, como que descansé y voy a dormir más tranquilo. ¿Y dónde pues vas a vivir en verano? Ven con nosotros, tras superar tu amor propio y condenar así tu orgullo no con palabras, no con raciocinios de que a cualquiera le es fácil, sino en la práctica, ¡de que es difícil, oh difícil!, y tras dejar esas reflexiones enmarañadas que te parecen sencillas. Lo sencillo es más sencillo. Te abrazo.

Tuyo, Pogódin.

Espera más cartas pronto. Quisiera desahogar toda el alma lo más pronto... ¡Oh, no hay con quien!

1Se refiere a los juicios que Gógol expresa sobre Mijaíl Pogódin en los Pasajes selectos...
2En el capítulo Discusiones de los Pasajes selectos… Gógol escribe: “Todos esos eslavistas y europeístas, o viejos creyentes y nuevos creyentes, u orientalistas y occidentalistas… todos ellos hablan de dos lados diversos del mismo objeto, sin adivinar de ningún modo que no discuten en absoluto y no se contrarían los unos a los otros” (Prosa religiosa, pag. 90).
3George Sand promueve en sus obras la emancipación femenina.
4En el artículo Sobre La Odisea traducida por Zhukóvskii, Gógol escribe: "La aparición de La Odisea hará época", y también: "Finalmente, yo pienso inluso que la aparición de La Odisea producirá una impresión en el espíritu moderno de nuestra sociedad en general" (Prosa religiosa, pags. 60, 68).
5La traducción de La Odisea en la que Vasílii Zhukóvskii trabaja de 1842 a 1848 (publicada en 1849) se realiza a partir de una traducción alemana. El artículo de Gógol es publicado en El Contemporáneo (1846, No. 7) antes de su aparición en los Pasajes selectos... y después, por mediación de Nikolai Yazíkov, en Las noticias moscovitas (1846, No. 89) y en El Moscovita (1846, No. 7).
6En el artículo Sobre La Odisea traducida por Zhukóvskii, Gógol escribe: "No, nuestro pueblo más pronto se rasca la nuca al sentir que él, conociendo a Dios en su forma verdadera, teniendo ya en sus manos su ley escrita... reza con más pereza y cumple con su deber peor que el antiguo pagano” (Prosa religiosa, pag. 63).
7En el artículo Al hacendado ruso, Gógol ofrece fórmulas para administrar la hacienda.
8Se supone el artículo La mujer en la sociedad, de los Pasajes selectos
9A menudo, las relaciones de Gógol con los aristócratas no son bien vistas por sus conocidos escritores.

Imagen: Isaac Levitan, La nieve última, Savinskaya Sloboda, 1884.

viernes, 25 de julio de 2008

N.Y. Prokopóvich a Gógol


Petersburgo, 12 de mayo de 1847.

Yo recibí tu carta de Nápoles, amabilísimo Nikolai Vasílievich, y sin darle largas al asunto, me dispongo a la respuesta. En vano adjudicas mi silencio a que, al parecer, supongo un cambio en ti. En absoluto no, yo no te escribía, simplemente, porque no recibía respuestas de ti y no sabía a dónde dirigirte. En lo que respecta a los cambios pues, sean los que sean, no son capaces de cambiar mis sentimientos por ti. Hay personas que significan tanto en nuestras vidas, que incluso sus cambios, por lo visto más radicales, no pueden tener ninguna influencia sobre nosotros. ¿Qué nos importa el hecho de que éstas cambiaron? Que juzguen sobre eso quienes les concierna, nosotros siempre seremos los mismos respecto a ellas. Tú eres una de esas pocas personas, con quienes la vida y las circunstancias me pusieron, precisamente, en una relación tal, y los cambios en ti, aunque los hubiera, no pueden cambiar mis sentimientos por ti.
Tú me ruegas que te informe sobre los comentarios orales, entre los funcionarios de medio pelo y los maestros de toda clase, sobre tu último libro. Te confieso, ahora menos que nunca esperaba yo un ruego semejante de ti: lo que tenía sentido y significado en relación con tus obras anteriores, en el presente caso parece, en mi opinión, una especie de curiosidad inútil. Pues ese tipo de libro puede ser escrito como resultado de una convicción, o como resultado de una no convicción. En el primer caso, ¿qué asunto tuyo son los comentarios de los funcionarios de todo pelo y los maestros de toda clase? Tu obra está hecha, tu palabra está dicha; una palabra dicha no para ofrecer una ocupación agradable a la mente y el gusto, una palabra dicha para brindar provecho al alma y aleccionar a los hombres, para la obra sólida de la vida, para quitar del alma, siquiera, una parte de la severa responsabilidad por la inutilidad de lo antes escrito...
¿Para qué pues, tú quieres conocer las ingenuas habladurías de los funcionarios durante el prèfèrence, o las palabras dichas al vuelo de un pobre trabajador de la ciencia? ¿Qué hay en éstas para ti? ¡Éstas no acelerarán la maduración de los frutos sembrados por tu palabra, y no la atrasarán! Esos comentarios no son importantes para una creación, que tiene el significado que tú mismo le señalaste: para una creación que emana de un alma profundamente convencida en un instante de iluminación. Para ésta son importantes no los comentarios, sino el juicio desapasionado y el veredicto auténtico de la futura historia de la literatura rusa. En el segundo caso, o sea, si tu libro está escrito como resultado de una no convicción, pues de nuevo no puedo entender para qué debes conocer los diversos comentarios: el libro, dicen, se vendió todo, y esa noticia es más satisfactoria que todos los comentarios.
Bueno, dije todo esto así, entre tanto, pero cumpliré tu deseo, y lo que sepa, pues te lo informaré sin ambages; sólo te repito que eso no te servirá ni conducirá a nada, acaso sólo a satisfacer tu curiosidad. Ni uno de los libros que salió en lengua rusa, provocó unos comentarios tan diversos y opuestos en esa parte del público, cuya opinión te interesa, como tu Correspondencia. Pero toda esa diversidad se puede dividir en tres categorías que tienen, por su parte, diversas secciones. Unos te consideran ni más ni menos que un hombre santo, para quien se abrieron las puertas del paraíso en la vida futura; compran tu libro y, siguiendo tu consejo, se lo regalan a los necesitados de bondad o del pan de cada día. Otros atribuyen la edición de tus cartas al cálculo. En esa clase se encuentran más secciones, y las adivinanzas sobre los objetivos que te rigen van, desde la simple ganancia monetaria hasta unos motivos y planes tales que a ti, por supuesto, no podrían venirte a la cabeza1. Los terceros lo adjudican todo al deterioro de tu salud, y lloran la pérdida del escritor genial en ti. Yo oí‚ incluso, que uno de ellos vinculó tu libro con el Charomútie de nuestro excéntrico Lukashévich que salió, al parecer a propósito, al mismo tiempo que tu Correspondencia2. Eso es todo lo que te puedo informar sobre las diversas opiniones y comentarios que tuve la ocasión de oír.
Me escribes que Daniliévskii te pregunta por mí, sin tener ninguna noticia de mí. Y esa es la misma razón de mi silencio: yo no sé dónde está él, no respondió a mi última carta: ¿adónde pues le voy a escribir? Y está mal que no me escribiste su dirección. Y entre tanto, yo estoy ahí mismo, en el mismo lugar, en el mismo rincón que alguna vez te recibió con júbilo y está dispuesto siempre a recibirte, si sólo no desdeñas el refugiarte en él.
Te agradezco por tu pregunta sobre mi vida cotidiana y mis familiares. Vivimos poco a poco, por lo menos estamos saludables. La cantidad de niños no supera, gracias a Dios, la media docena, necesidades hay y aumentan, ¡pero qué decir de eso!

Todo tuyo, P.

1Corren rumores de que Gógol intenta, mediante su libro, convertirse en preceptor de los grandes príncipes.
2Charomutie o lengua sagrada de los magos, hechiceros y sacerdotes descubierta por Platón Lukashévich, con un suplemento de la charomutie, extraída por éste de fuentes directas y mágicas de las lenguas rusas y eslavas, y parcialmente del latín (Piotorgórod, 1846).

Imagen: Dmitriy Mikhailychev, Church, 2006.

jueves, 24 de julio de 2008

Gógol a N.Y. Prokopóvich


Francfort, 8 (20) de junio de 1847.

Te agradezco por la carta. Ésta me produjo un placer peculiar, precisamente, por la siguiente razón: yo ya empezaba a pensar que, por tus ocupaciones de funcionario, algo ásperas, te habías atorado y ahogado. Pero el estilo de la carta es animado, y la idea es fresca. ¿Por qué no pruebas con la pluma? Digan lo que digan, las capacidades no se nos dan en vano, y su no utilización es castigada con severidad. Tú tienes pues, a juzgar por tus relatos escolares, escritos ya desde Niézhin, todas las cualidades del narrador. Tu discurso fluía fértil y libre, tu prosa era varias veces mejor que tus versos, y ya entonces era mucho más correcta que la mía actual. ¿Acaso no tienes un objeto sobre el qué escribir? ¿Pero acaso no viviste? ¿Acaso no viste a los hombres? ¿Acaso no se te abrió el alma del hombre? La diferencia está, en que ésta se te abrió desde la edad más tierna. ¿O acaso el mundo que conociste lo consideras ínfimo, no atractivo, no curioso para los otros? Pero en ese caso, es necesario demostrar antes que el hombre de esos lugares, donde tú lo hallaste, no es capaz de tener sensaciones elevadas. Pero tú y yo sabemos, que un maestro de cadetes tiene unos instantes, que no alcanza a tener un funcionario, que no se sabe por qué se convirtió en objeto primordial de la pluma. Acaso, exactamente, sea un poco culpable de eso yo. Sea como sea, todo esto es un tipo de cosas, en las que deberías pensar ahora muy seriamente. Te asombra por qué estoy tan ávido de oír los comentarios sobre mi libro. Porque estoy muy ávido de conocer a los hombres, y en los comentarios sobre mi libro, de todas formas, más o menos, se dibuja ante mí el hombre con todo su conocimiento e ignorancia y, lo que es más importante, se me revela su propio estado espiritual, que para mí es más importante aun que sus características exteriores y que, concuerda tú mismo, yo no podría conocer sin mi libro de ningún modo. A propósito de los comentarios. Leí en estos días una crítica en el 2do. No. de El Contemporáneo, de Bielínskii1. Él, al parecer, tomó el libro como escrito todo a su cuenta personal, y leyó en éste un ataque formal a todos los que comparten sus ideas. Eso no es verdad; en mi libro, como ves, hay ataques a todos y a todo lo que rebasa los límites. Probablemente, él tomó a su cuenta una imputación que estaba dirigida al periodista en general2. Me fue muy pesarosa su irritación, no por causa de la rudeza de esas palabras que, al parecer, yo no sé soportar: tú sabes que puedo escuchar las palabras más rudas. Sino porque, sea como sea, ese hombre habló de mí con interés durante diez años3. Ese hombre, a pesar de su exceso y afición, señaló justamente, no obstante, muchos rasgos de mis obras que no advirtieron otros, que se consideraban a un nivel de comprensión superior al suyo. ¡Y yo le pagaría a ese hombre con una ingratitud, cuando yo sé hacerle justicia, incluso, a esos que ponen a la vista y buscan en mí sólo los defectos! Al contrario, en este caso sólo me engañé: consideré a Bielínskii más elevado, menos capaz de una visión miope y una conclusión mezquina. Yo no sé por qué es tan penoso soportar un reproche por ingratitud, pero para mí ese reproche fue el más penoso de todos los reproches, porque mi alma en realidad es agradecida y me gusta agradecer, porque siento en eso un placer personal. Por favor, habla con Bielínskii, y escríbeme en qué disposición de espíritu se encuentra ahora respecto a mí. Si le hierve la bilis, pues que la vierta contra mí en El Contemporáneo, con las expresiones que considere oportunas, pero que no las guarde contra mí en su corazón. Y si se le apaciguó el disgusto, pues dale la esquela adjunta a ésta, que puedes leer tú mismo4.
Por todo veo, que deberé hacer algunas aclaraciones sobre mi libro, porque no sólo Bielínskii, sino incluso esas personas, que podían conocerme mucho más que él respecto a mi persona, extraen unas conclusiones tan extrañas que, simplemente, no logras entender. Se ve, que tengo sin comparación más oscuridad y vaguedad, de la que yo mismo veo. Aún otro ruego. Averigua, por favor, qué otro Gógol apareció, al parecer, como pariente mío. Cuanto puedo recordar, parientes Gógol yo no tuve ninguno, con excepción de mis hermanas que, en primer lugar, son del sexo femenino y, en segundo, no recurren a la literatura. Mi padre tenía dos primos sacerdotes, pero ésos eran simplemente Yanóvskii, sin el agregado Gógol, que sólo le quedó a mi padre. Si el aparecido Gógol es uno de los hijos del sacerdote Yanóvskii5, de los que yo, no obstante, no vi ninguno hasta ahora con mis propios ojos pues, en ese caso, éste puede resultar realmente un primo segundo mío, pero sólo no entiendo para qué debe plagiar el nombre Gógol. No digo esto porque esté muy ufano del apellido Gógol sino porque, en realidad, pueden producirse algunas porquerías con eso, historias con los libreros, engaños y falsificaciones en el negocio libresco. Y por eso te ruego, para evitar todo tipo de publicidad periodística, informar personalmente a los libreros para que tengan cuidado, y si se les aparece alguien bajo el nombre de Gógol, y empieza a proponer algo o actuar en mi nombre, pues que recuerden que yo no tengo en particular ningún pariente Gógol, y no lo vi hasta ahora con mis propios ojos. Y por eso, que se dirijan en esos casos a ti o a Pletnióv6 para aclarar el asunto. Además, a quien actúa bajo mi nombre, no estaría mal darle a saber, indirectamente, que actúe bajo su propio nombre. Todo nombre o apellido se puede bonificar. Probablemente, le será desagradable si yo hago algún anuncio periodístico. ¡Bueno, adiós! ¡Te abrazo con el alma!

Tuyo, G.

Por favor, no me olvides y escríbeme. Dirige a Francfort del Main, poste restante.

1Vissarión Bielínskii, crítico, ideólogo, líder del movimiento occidentalista, cabeza de la revista El Observador moscovita, promotor de talentos.
2En su artículo Sobre La Odisea traducida por Zhukóvskii, de los Pasajes selectos… Gógol escribe: "Incluso, esas obras delirantes y enfermizas del siglo, con esa amalgama de toda clase de ideas inmaduras, que aportaban sus incitaciones políticas y demás, empezaron a decaer de modo considerable; sólo los lectores de fondo, habituados a mantenerse a la zaga de los líderes del periodismo, aún leen algo entre líneas, sin advertir por cándidos, que los pastores que los aventajan ya hace tiempo se detuvieron en la duda, sin saber por sí mismos a dónde conducir sus rebaños extraviados”.
3Vissarión Bielínskii escribe por primera vez sobre Gógol el artículo Sobre la novela rusa y las novelas de Gógol, que incluye en 1835 en su columna (T. No. 7), y después expresa en la prensa juicios favorables sobre la obra de Gógol.
4La carta de Gógol a Vissarión Bielínskii, fechada hacia el 8 (20) de junio de 1847.
5Seguramente, Stepán Yanóvskii, hijo de Merkúrii Yanóvskii, sacerdote, tío segundo de Gógol por parte de padre.
6Piótr Pletnióv, escritor, crítico, profesor del Instituto Patriótico, editor de la revista El contemporáneo, rector de la Universidad de San Petersburgo.

Imagen: Bernardo Bellotto (Canaletto), Neuer Markt in Dresden, 1750.

Gógol a N.Y. Prokopóvich


Nápoles, 16 (28) de abril de 1847.

Hace tiempo ya que yo no te escribía. Hace tiempo asimismo que tú1 no me escribías. Si piensas (en particular, tras la lectura de mi libro2) que cambié o no soy el mismo que era antes, pues te diré que soy el mismo y amo casi lo mismo que amaba en mi juventud, aunque no le mostré a nadie muchos sentimientos atesorados; toda la diferencia está en que ahora mucho en mí se ha hecho más sencillo (no juzgues por el libro), y en que amo como nunca antes mis antiguas relaciones y a mis viejos amigos, en particular a aquellos con quienes, desde la inolvidable Niézhin3, empecé la amistad. Y por eso, escríbeme siquiera unas cuantas palabras sobre ti: ¿qué haces ahora?, ¿qué te viene a la mente?, ¿cómo vives y cómo está todo lo que constituye tu círculo hogareño, y todo lo que te rodea? Me alegrarás mucho con eso, si te es grato alegrarme. Las cartas dirígelas a nombre de Zhukóvskii4, a Francfort. Recibí una carta de Daniliévskii5, quien asimismo pregunta por ti. Él asimismo no sabe nada de ti. Infórmame asimismo, de todos los comentarios orales sobre mi libro que tengas la ocasión de oír. Yo mucho desearía conocer, lo que dicen de éste los diversos funcionarios de medio pelo, los maestros de toda clase, así como las personas que ambos conocemos. ¡Adiós! No me extiendo más porque escribo a tientas, sin saber si vives como antes en la línea 9 ni si llegará mi carta a tus manos. No seas mezquino y escríbeme más.
Te abrazo.

Tuyo, G.

1Nikolai Prokopóvich, poeta ocasional, maestro de cuerpo de cadetes, amigo de infancia y compañero de gimnasio de Gógol.
2Los Pasajes selectos de la correspondencia con los amigos.
3
Liceo de Niézhin, ciudad a la orilla del río Ostiór, donde estudia Gógol en su juventud.
4Vasílii Zhukóvskii, poeta, escritor, traductor, antiguo director de la revista El Heraldo de Europa, preceptor de la familia zarista, protector de escritores.
5Alexánder Daniliévskii, inspector de gimnasio, amigo de infancia y compañero de gimnasio de Gógol.

Imagen: Edward Moran, Moonlight Sailing, New York, XIX.

domingo, 20 de julio de 2008

M.P. Pogódin a Gógol


Moscú, 8 de abril de 1847.

¡Tras la primera aquí te va la segunda carta, amabilísimo Nikolai Vasílievich! ¿Cómo andas ahora? ¿Qué tal tu salud? ¿Se serena acaso tu espíritu? Hace unas dos semanas que no estuve en la ciudad, no he visto a nadie, y no sé si alguien recibió carta tuya en este tiempo.
Continúo sobre el libro; me quedé, al parecer, en el prólogo. Conformado de anhelos y demandas físicas y morales imposibles, me pareció (y ahora, pasados tres meses, me parece) el fruto de una imaginación alterada, de un estado anormal. Estos fenómenos nos suceden por diversas razones: la soledad prolongada, la intensa cavilación solitaria, la actividad forzada e incluso por muchas razones físicas. Hace poco vi un pequeño ejemplo en Sheviriév1. Viene a verme un domingo y se queda media hora, habla con asunto, pero en sus ojos, su voz, sus movimientos y giros del habla advertí algo inusitado. Tras despedirlo, voy enseguida a donde un conocido, le pregunto de modo indirecto por sus últimas conferencias, y oigo muchas cosas que me confirman que está alarmado. Oigo que él ahora pues, polemiza en los periódicos con Melgunóv sobre beneficiencia2, y en La Hojita con un joven sobre educación. Mal asunto, pienso, voy a verlo a los dos días a una conferencia pública. Se trataba de La Odisea, ¿pero qué pues?, toda la discusión y todo tu libro se me traslucen a través de sus palabras, aunque éstas, al parecer, estaban dirigidas en otra dirección en absoluto, y él estaba totalmente fuera de sí. Me asusté, le escribí una carta al día siguiente, rogándole abandonar las polémicas superfluas, renunciar por un tiempo a la sociedad con sus rumores, cerrarle la puerta a los visitantes (para que el río vuelva a su cauce3). Gracias a Dios, la inquietud le pasó pronto y se tranquilizó poco a poco. En esa situación tomamos todo demasiado a pecho, y los objetos parecen desde otro ángulo totalmente. Acaso tú también, después de tu enfermedad, estuviste animado así, y escribiste tu testamento; acaso no tenías ninguna idea peculiar o alguna intención peculiar, como de costumbre en ti, de inventar, como jugando con bolitas, diversas cosas sabiondas; supongamos que, según tú, con buenos objetivos. Oh, amigo mío, Dios duerme en los corazones sencillos4, como dice el refrán ruso. Sencillez, sencillez, y cuídate de tener el juicio en los talones. ¡La soga se rompe por el lado más débil!
Regresemos al libro (que, a pesar de todo, no tengo en casa). Esto es lo que imaginé, cuando pensé en éste. Tú encaneciste en el cristianismo, pero no encaneciste por completo. No me pareció que éste penetrara tu alma, sino que sólo la cubrió.
Cristo dice constantemente: "No enseñen, no se hagan maestros" y tú te aprestas a enseñar, y enseñas a todos desde la primera hasta la última línea.
"No condenen", dice Cristo, y tú exactamente lo condenas todo.
"Acepten la bofetada", y a ti te parece que se deben dar bofetadas, y las das con más fuerza.
"Corríjanse en silencio", y tú lo haces como muestra.
Tú dices: yo le di mis vicios a los héroes de Las almas muertas y me hice mejor5. ¿Acaso no está claro, que eres demasiado inexperto en la auténtica vida cristiana? Un cristiano nunca dirá -no puede decir- que se liberó de tal vicio. Si dijera eso pues ya pecaría, ya caería y adquiriría un vicio mayor. Por esa misma razón me resultó muy extraño oir de alguien, que tú no fuiste este año a Jerusalén porque no estabas preparado. Sin embargo, si dijeras alguna vez que estás preparado, pues en ese mismo instante estarías tan lejos de Jerusalén, como nunca. La perfección se produce en nosotros de modo imperceptible, y es una pena si nos enamoramos de ésta. El crecimiento espiritual, como el crecimiento físico, es misterioso, y nunca estamos lejos del pecado. Estas observaciones me sirvieron siempre como prueba del pecado original, de la caída del hombre, y me dieron a entender la sabiduría de la expresión apostólica, de que todo hombre es una mentira.
Más adelante dices a menudo: yo soy pecador, no sirvo para nada, y por el estilo. Esos arrepentimientos pastorales no significan nada resueltamente, ¡y son muy fáciles de hacer! Iván Vasílievich6 nos aseguraba constantemente que era el pecador más arrepentido, y eso no le impedía, de todos modos, derramar sangre a cada instante. Nos es difícil reconocer en parte y decir: ayer ofendí a Iván por tal motivo, hoy condené a Fiódor, hace tres días me vengué de alguien, dije algo con intención. Tú, en todo tu libro, no dijiste ni una palabra humillante sobre ti, y todos vieron en éste orgullo y no humildad, como es en realidad: un orgullo secreto, oculto de ti bajo tu ilusoria ropa de humildad. Te parece que eres humilde, pero eres orgulloso. Yo no oí amor verdadero en tu libro, ni asimismo en tu primera carta a Aksákov, que exhalaba una frialdad, que estaba penetrada por la idea de un perfeccionamiento sólo propio, de un provecho propio, y que veía a los otros sólo como instrumentos. Esa carta me fue repulsiva a tal grado que yo, tras recibir tu última carta, de la que emanaba amor, no quería mostrársela a él, para no afligirlo con el contraste, pero oí de ellos que habían recibido, al mismo tiempo, una carta de ese género, entonces ya les leí la mía. Pero es tarde. Y no hay lugar. Adiós. Te abrazo. Hasta la semana que viene.

Tuyo, M. Pogódin.

1Stepán Sheviriév, poeta, crítico, traductor, editor, fundador de la revista El Heraldo de Moscú, profesor de literatura rusa en la Universidad de Moscú.
2Nikolai Melgunóv, escritor, compositor, crítico musical. La polémica de Mijaíl Pogódin con éste se desarrolla en las páginas de Las noticias moscovitas (Barsukóv, lib. 9, p. 69-72).
3Para que el río vuelva a su cauce (expresión popular), aproximadamente, para que las aguas tomen su nivel.
4Dios duerme en los corazones sencillos (refrán), aproximadamente, ...
5En los Pasajes selectos de la correspondencia con los amigos, Gógol escribe: "Yo ya me liberé de muchas de mis inmundicias, con que se las di a mis héroes, me reí de éstas en ellos y obligué a otros a reírse asimismo de ellos" (Acad., VIII, p. 296-297).
6Se supone Iván el Terrible.

Imagen: Karl Buchholz, La última nieve, 1889.

sábado, 19 de julio de 2008

M.P. Pogódin a Gógol


Moscú, 17, 24 de marzo de 1847.

Ahora recibí tu carta, amable Nikolai Vasílievich, y te respondo consolado, emocionado. Se me alivió el corazón, se me desataron las manos. Hasta ahora, no podía cobrar el ánimo de ningún modo para escribirte sobre tu libro, temía sobre todo que atribuyeras mi opinión a una persona alarmada. ¿Por dónde pues empezar ahora?, todo lo asentado largo tiempo en el fondo del corazón quiere salir. No busques orden, no busques reflexión, sólo para no perder algo necesario.
En cumplimiento de tu deseo te diré, ante todo, cómo recibí tu carta. Hoy es lunes de resurrección. Recién regresé de la misa y me puse a tomar té. Delante de mí estuvo sentado un bosnio, que iba a ver al zar a solicitar protección para la iglesia ortodoxa, oprimida por los turcos. Yo hablaba con él y, entre tanto, pensaba si ayunar o posponerlo para el verano, pues ahora tengo el espíritu inquieto y estoy muy limitado por las circunstancias. Tú no te puedes imaginar cuánto placer me causó tu carta. Yo despedí a la visita con rapidez, y empecé a releerla. La decisión de ayunar es uno de sus primeros frutos.
Tu libro lo vi por primera vez el 10 de enero. Me señalaron, ante todo, los pasajes que se refieren a mí. Me afligí hasta el fondo del corazón: ¿cómo, yo trabajé 30 años, y ningún joven me da al parecer ni las gracias, no conduje a ningún joven como que a ningún bien? Yo estuve a punto de llorar. Iba entonces con Sheviriév1 a un baile en casa de los Chertkóv. En ese espíritu, bajo el ruido de la música, mientras el corazón se me llenaba de sangre2, hablé del libro con Elizaveta Grigórievna3. Apenas regresé a casa, a las dos de la madrugada, me puse a leer el libro. Leí el Testamento, me asusté, continué la lectura, me quedé pensativo, me reí, convine y no. Al otro día, por la mañana, lo leí todo de una vez, y me quedó una impresión totalmente serena y armónica, tal, que yo mismo me quedé pasmado con el cambio tan repentino. Ni la más mínima sensación de desagrado y aflicción encontré en mí. Al instante le escribí sobre eso a Elizaveta Grigórievna y a Sheviriév, que fueron los únicos testigos de mi inquietud. Esos primeros instantes yo los considero asombrosos, sagrados, y el recuerdo de éstos ahora me causa placer aún. ¡Pero cómo pudo esa terrible inquietud (sus causas son peculiares, ver abajo) calmarse de pronto, de modo que no quedara huella! Esa acción me sirvió como prueba de que el libro, a pesar de sus defectos y extrañezas, está escrito con franqueza, con el alma, con buena intención.
En las conversaciones con los amigos, por ocasiones, después yo trasmití eso, pero en general fui frío, examiné la obra con ellos por partes, estuve insatisfecho con la mayor parte, me lamenté de mí mismo, pero no con el corazón, sino con la mente, y sólo salvaguardé la franqueza, adjudicando todo lo no bueno y extraño a la enfermiza depresión espiritual.

24 de marzo.

Continúo, al término del ayuno.
La prueba más clara y palpable de esa depresión, y a la vez de la franqueza del libro, es el Testamento. Lo examinaremos, en cuanto me alcance la memoria (no tengo el libro en casa).
1."No enterrarme hasta...4" Pero tú podías y puedes morir en el mar, en las tierras extrañas, en Asia. ¿Para qué pues expresar aquí ese deseo? Esa es una, y después: ¿cómo exigir o incluso suponer que toda Rusia lea tu testamento, para que no pueda pretextar ignorancia (ante quién, para qué)? ¿Acaso no es mejor, simplemente, llevar, siquiera en la cruz, una nota?: "Ruego no enterrarme hasta..."
2."No poner un monumento...5" Si lo quieren poner lo pondrán, pero para ellos, no para ti. ¿Acaso los monumentos se ponen para los difuntos? ¿Para qué los necesitan? "Para hacerse mejor". Quien se hace mejor, ése se hace para sí, para Cristo, para otro nadie se hizo mejor, en particular para un autor desconocido. Y ahí es sabio contar con los amigos. ¡Acaso, incluso, hay algo de pecado en hacerse mejor por testamento, en lugar de por monumento!
3."No llorar6". El que tenga lágrimas, ése las derramará, y al que no las tenga, no hay nada que decirle. Las lágrimas son útiles para el que llora. "No llorar incluso ni por el mejor hombre". ¿Qué clase de colación, de comparación es esa? Tú mueres hoy, el otro mañana, ¡cómo unir ahí las discusiones!
4.Sobre el retrato. Empezar a dibujar y recordar... Es el rostro, el cariz del autor, y no de un hombre moribundo7. Una litografía mediocre no estorba a un grabado célebre, como las miles anteriores no a La Transfiguración de Yordánov8. Nadie pensó en copiarla, ni nadie tiene derecho. Al mismo tiempo que en Moscú, salió en Járkov, en El Jovenzuelo, un retrato totalmente distinto. Me dijeron hace poco, que estuviste enfurecido por la inclusión de tu retrato en El Moscovita. Yo, de ningún modo, podía haberlo supuesto. Yo pensé, incluso, en darte un pequeño gusto a ti, y uno grande a tus admiradores. Ninguna otra idea hubo y no podía haber. En Rusia, nunca fue una costumbre preguntarse. ¿Por qué yo, como persona allegada, no me pregunté?, no lo pensé y, acaso, tampoco quería ponerte en la delicada situación de autorizar tu retrato. No se produjo daño a tu propiedad, eso te lo aseguro. Por lo demás, si estuviste o estás enojado, pues discúlpame. Te envío, por ahora, lo escrito. Lo restante con el siguiente correo. Te abrazo fuerte. Te beso fuerte.

Tuyo, M. Pogódin.

1Stepán Sheviriév, poeta, crítico, traductor, editor, fundador de la revista El Heraldo de Moscú, profesor de literatura rusa en la Universidad de Moscú.
2El corazón se le llena de sangre (locución usual), aproximadamente, el corazón se le encoge.
3Elizaveta Grigórievna Chertkóva (Chernishóva de nacimiento), conocida de Gógol.
4En el Testamento con que inicia sus Pasajes selectos.., Gógol escribe: "I. Lego no enterrar mi cuerpo, hasta que no se muestren los signos evidentes de la descomposición. Recuerdo sobre esto porque ya durante la propia enfermedad, se percibieron en mí minutos de estado letárgico, el corazón y el pulso dejaban de latir" (Prosa religiosa, pag. 30).
5En el punto II del Testamento, Gógol escribe: “Lego no poner sobre mí ningún monumento, y no pensar en esa banalidad, indigna de un cristiano”(Prosa religiosa, pag. 40).
6En el punto III del Testamento, Gógol escribe: "Lego que nadie me llore en absoluto, y cometerá pecado en su alma, aquel que empiece a considerar mi muerte como alguna pérdida importante o general” (Prosa religiosa, pag. 40).
7En el punto VII del Testamento, Gógol escribe: "Lego.., pero recuerdo que ya no puedo disponer de eso. De una forma desconsiderada se me ha expropiado mi derecho de propiedad: sin mi voluntad y permiso se ha publicado mi retrato" (Prosa religiosa, pag. 43). Después de Mijaíl Pogódin, el editor del almanaque de Járkov, Iván Biétzkii, publica una litografía de otro retrato de Gógol realizado por Mazer.
8El pintor Fiódor Yordan trabaja durante años en los grabados de La transfiguración del Señor, un cuadro de Rafael. De acuerdo al Testamento, Yordan tiene un derecho único sobre el retrato en grabado de Gógol.

Imagen: Ivan Goryushkin-Skoropudov, Starý Rusje, 1910.

jueves, 17 de julio de 2008

Gógol a M.P. Pogódin


Nápoles, 20 de febrero (4 de marzo) de 18471.

De Serguei Timoféevich Aksákov2 recibí una carta, y en ésta la noticia de que estuviste ofendido profundamente por mis palabras sobre ti, que publiqué en mi libro (aparecido de forma estropeada e incompleta3). Él me dijo que incluso lloraste y, después de calmarte, querías escribirme lo siguiente: "¡Amigo mío! Jesucristo nos enseña, tras recibir una bofetada en la mejilla, a poner la otra con humildad, ¿pero dónde pues nos enseña a dar bofetadas?" Amigo mío, ¿por qué te detuviste y no me escribiste eso tú mismo? ¿O sentiste que reprocharme eso era ya no saber poner la otra mejilla? Entre todos nosotros hay un malentendido. S.T. Aksákov, Sheviriév4 y tú mismo están seguros de que yo estoy enojado contigo, y desde ese ángulo interpretan todas mis palabras, habituados, por un sentimiento de tierna compasión, a apiadarse de la persona en tiempo de paz, y a decirle la verdad sólo en la cólera. Ustedes vieron la cólera y, lo que es peor aun, un prolongado espíritu de venganza en mis palabras. Pero en mí no había ni cólera, ni espíritu de venganza. La primera pasó hace mucho tiempo, el segundo nunca lo abrigué por nadie, por mucho que me ofendieran. Al contrario, siempre me alegró de antemano la idea de la reconciliación, incluso, con mi enemigo más despiadado y encarnizado. El instante del perdón y la reconciliación, siempre me pareció una fiesta y el mejor instante de la vida. Aquí tienes la pura verdad de mi corazón. Pero a mí siempre me asombró tu mala memoria. Yo pensé y repensé largo tiempo, cómo hacerte sentir que ofendes a un hombre sin pensar en ofenderlo de ningún modo. No pensaría yo en eso tan constante y largamente, si no hubiera sucedido algo tal donde tú, casi casi, fuiste la causa de un suceso terrible, que hubiera envenenado para siempre tu vida y hecho de tu conciencia tu verdugo5. Así, yo pensé largo tiempo cómo hacerte sentir eso, y la idea constante de eso fue, acaso, la razón para que yo, al hablar de ti, me expresara con más rudeza de la que debía, deseando no ocultar tus defectos. Cualquiera sean las razones de mis palabras sobre ti en mi libro, mis palabras son la verdad, examínalas tú mismo, en éstas no hay falsedad. ¿Es posible, que la verdad se hizo ya tan irreverente a nuestros ojos, que sólo debemos agasajar con ésta a nuestros enemigos, y no a los amigos? La verdad sobre ti se expresó en palabras indecorosas, imprudentes porque, te doy mi palabra de honor: yo no tuve en cuenta ofenderte de esa forma. Pero mira, qué cosa extraña ocurrió: tú, que hasta ahora no observabas muy a menudo el decoro en las palabras y las expresiones tuyas, que aparecían en la prensa, y con lo que ofendiste a otros de modo involuntario, recibiste, precisamente, un empujón por lo mismo ya que, te repito de nuevo, aquí la mayor culpable de todo esto fue, simplemente, la imprudencia. Pero para mí ocurrió por esto, un fenómeno alegre que, lo confieso, no esperaba en absoluto. Tú te afligiste y, acaso, estás afligido hasta ahora (pero no, eso no puede ser: tú eres bondadoso y sabes perdonar), y yo me alegré y hasta ahora estoy alegre, me alegré porque desde este instante surgió en mí un amor por ti tan grande, como el que nunca hubo hasta ahora. Verte, hablar contigo, mirarte se hizo para mí ahora más deseable que nunca antes. Y me parece que nuestra amistad empezará a partir de ahora, y que hasta ahora ésta sólo fue un espectro engañoso, condicionado por esos ambiguos conceptos mundanos sobre la amistad; yo siento que sólo desde ahora se entablará entre nosotros ese diálogo fraterno y amoroso, que debe existir verdaderamente entre todos los hombres, ese diálogo en cuyo idioma el mismo reproche parece agradable. Yo ahora quisiera saber tanto todo de ti: y qué haces en tu casa, y dónde te sientas, y qué lees, y con qué disposición de espíritu, y con quién hablas, y qué hablas. Y daría mucho ahora por leer, siquiera, un breve recuento de un día tuyo. Amigo mío, o mejor, hermano (en el nombre de hermano hay algo mejor que en el nombre de amigo, y además Cristo nos manda a ser hermanos), escríbeme simplemente todo lo que tengas en el alma, todo eso me será igualmente agradable, como quiera que te expreses. Tus cartas serán una delicia para mí, así pienso, pues la idea de ti se me hizo una delicia6. Te confieso, que ya me había agotado un poco con los achaques, y con las muchas experiencias penosas (yo, como tú, tengo experiencias penosas, y no sé qué es más penoso, si recibir un ataque indecoroso de una persona cercana en un libro publicado, o recibir reproches epistolarios de los amigos más cercanos por hipocresía, descaro, adulación a los otros y reproches pesarosos por hacer una comedia de eso, y de lo que fue la idea más sagrada y el amor del alma). Se necesitan muchas fuerzas para soportar eso, pero yo ahora soporto con gran valor. Mi amor por ti se ha hecho un sentimiento dulce, que apacigua y renueva mis fuerzas, y siento que en tu alma ocurrió algo durante este tiempo, y que mis líneas hallarán eco en ella7. Escríbeme pues, y sin demora.

Todo tuyo, G.

1Mijaíl Pogódin, profesor de la Universidad de Moscú, académico, historiador, dramaturgo, editor de las revistas El Heraldo de Moscú y El Moscovita.
2Serguei Aksákov, crítico, poeta, censor, antiguo presidente del Comité de Censura de Moscú, autor de memorias noveladas.
3Los Pasajes selectos de la correspondencia con los amigos salen a la luz el 31 de diciembre de 1846 (12 de enero de 1847) mutilados y alterados por la censura.
4Stepán Sheviriév, poeta, crítico, traductor, editor, fundador de la revista El Heraldo de Moscú, profesor de literatura rusa en la Universidad de Moscú.
5No se sabe de qué se trata.
6Algunos críticos literarios rusos y europeos contemplan la posibilidad de que Nikolai Gógol fuera homosexual.
7Al recibir esta carta, Mijaíl Pogódin escribe en su diario: "La amable y tierna carta de Gógol. Me alivié, pero no tengo corazón para él, acaso cuando cambie de parecer" (Barsukóv, lib. 8, p. 549).

Imagen: RoyCross, Challenge' Leaving New York In The, XX.

miércoles, 16 de julio de 2008

Gógol a V.A. Zhukóvskii


Nápoles, 5 (17) de abril de 1847.

Tu agradable y triste carta, mi inapreciable amigo, la recibí. Pero ante todo hablaremos de mi informalidad. En verdad, no soy yo tan informal, como son informales las circunstancias y los sucesos que giran a mi alrededor. Yo, sin demorarme ni un poco, tras la carta a Ubril1, te escribí otra a ti, con un informe detallado del endoso y la adjunción del recibo por la obtención del tercer millar. Adjunto, por si acaso, una vez más el recibo, por si mi carta se extravió de algún modo. Pero vamos a referirnos a la parte dulce y triste de tu carta. Entiendo la elevada hazaña cristiana de la familia Reitern. ¡Oh, que Dios le dé a muchos (si no a todos) los que se glorifican con su ortodoxia y su iglesia verdadera, y con que sólo ellos se salvarán, una virtud tan elevada! Yo no pude pensar otra cosa para expresar mi simpatía a Reitern, que enviarle un fragmento de Crisóstomo2, que tómate el trabajo de explicarle en alemán de algún modo. Copio además, por si acaso, de Tertuliano3 sobre la resurrección del cuerpo4. Me parece que la verdad sobre la resurrección del cuerpo, no ha sido explicada ni aceptada lo suficiente por los luteranos. Este artículo le parecerá encantador a Reitern, en particular tras la lectura de Crisóstomo. Aquí está.
Los abrazo a todos, caros a mi corazón, y me reservo el gusto de, dentro de un mes, abrazarlos en persona.

1Piótr Ubri (Ubril), enviado ruso en Alemania.
2Juan Crisóstomo o de Antioquia (347-404), religioso ortodoxo, patriarca de Constantinopla, considerado por la Iglesia católico-romana uno de los cuatro originales doctores de la Iglesia del Oriente.
3Quinto Tertullianus, castellanizado como Tertuliano (155-230), líder de la Iglesia y prolífico autor de los primeros años del cristianismo. Nace, vive y muere en Cartago, actual Túnez.
4A la carta se adjunta una copia titulada Del cuerpo divino de Jesucristo y del nuestro, de Tertuliano.

Imagen: Ivan Aivazovskii, Tormenta en el mar, 1880.

martes, 15 de julio de 2008

Gógol a V.A. Zhukóvskii


Nápoles, 22 de febrero (6 de marzo) de 1847.

La carta del 6/18 de febrero, que echaste en Francfort con la noticia de mi libro, la recibí hace sólo tres días, o sea, el cuatro de marzo. La aparición de mi libro se convirtió, exactamente, en una especie de bofetada: una bofetada al público, una bofetada a mis amigos y, finalmente, una bofetada más fuerte a mí mismo. Después de ésta me desperté, exactamente, como de una especie de sueño, sintiéndome como un escolar culpable, que hizo más travesuras de las que tenía pensadas. Yo manoteé en mi libro como tal Jlestakóv, que no tengo ánimo para mirarlo. Pero al menos ese libro, desde ahora, va a yacer siempre sobre mi mesa como un espejo fiel, en el que debo mirarme para ver toda mi puerilidad y pecar menos en el futuro. A pesar de todo, mi libro es de provecho. En una semana se agotaron todos los ejemplares1 (aunque se imprimieron dos tiradas). Todas las hasta entonces anteriores cuestiones de la literatura, de pronto, fueron sustituidas por otras, y todos los temas de conversación de las personas inteligentes de nuestras sociedades, fueron sustituidos por otros temas. Yo espero, que después de mi libro aparezcan unas cuantas obras inteligentes y prácticas, porque en mi libro hay, precisamente, algo que estimula la actividad intelectual del hombre. A pesar de que éste no constituye, por sí mismo, una obra capital de nuestra literatura, puede generar muchas obras capitales. Pero, lo confieso, lo más alegre de todo para mí, fue oir la noticia de tu idea bendita, de escribir cartas con motivo de mis cartas. Pienso que su salida a la luz puede convertirse, ahora, en el fenómeno más decoroso y necesario entre nosotros, porque después de mi libro como que todo está tenso; todos más o menos, tanto los atacantes como los defensores, se encuentran en una situación intranquila, y muchos no acaban de entender, simplemente, a donde arrimarse, sin saber acordar tantas cosas, por lo visto, opuestas por la brusquedad con que fueron expresadas. La aparición de tus cartas puede tener ahora un efecto benéfico y conciliador. ¡Pero cuánta vergüenza me da conmigo, cuánta vergüenza me da contigo, alma buena! Me da vergüenza, porque imaginé que mi educación escolar ya había terminado, y podía ponerme a la par contigo. De verdad, en mí hay algo de Jlestakóv. Y tú dócilmente, sin indignación, me tiendes tu mano hermana, en la que te envío el beso en ausencia. ¡Adiós, mis buenos! ¡Que Dios los conserve a todos sanos y salvos!

Tuyo, G.

Unos dos días atrás te envié ya una carta, fechada el 4 de marzo, que contiene mi ruta de viaje. Mis noches, como antes, son sin sueño; estoy débil de cuerpo, pero de alma, gracias a Dios, bastante fresco.

1Al parecer, Gógol se basa en un informe no del todo verídico, pues el libro se vende con lentitud.

Imagen: Angel Oil Painting Art Co., Ltd, Seascape oil painting, XXI.