sábado, 5 de julio de 2008

Gógol a K.S. Aksákov


Vasílievka, 3 de junio de 1848.

La franqueza ante todo, Konstantín Serguéevich. Ya que usted fue franco y dijo en su carta, todo lo que tenía en la lengua, pues yo también debo decirle sobre las impresiones, que me produjo la lectura de su carta. En primer lugar, me asombró un poco que, en lugar de darme noticias suyas, se extendiera sobre mi libro, del que ya no suponía oír nada, tras mi regreso a la patria. Yo pensaba que todos los rumores habían terminado, y que éste había sido echado al olvido. Yo, no obstante, leí con atención sus tres grandes páginas. Muchas cosas en éstas me dieron a conocer que usted, desde entonces, cuando nos separamos, investigó (por vía histórica y filosófica) la esencia de la naturaleza del hombre ruso y que, probablemente, extrajo no pocas significativas conclusiones.
Con la misma gran impaciencia ansío leer su drama, que por ahora no tengo aún en mis manos. Aquí tiene aun otra idea que me vino en el momento, cuando leí las palabras de su carta: "El defecto principal del libro (el mío) es, en esencia, que es una mentira". Esto es lo que pensé: ¿pero quién pues de nosotros puede expresarse tan resueltamente, excepto acaso ese, que está seguro de estar en la cumbre de la verdad? ¿Cómo puede alguien (excepto quien habla, acaso, por el espíritu santo) discernir qué es mentira y qué es verdad? ¿Cómo puede un hombre semejante a otro, apasionado, que se extravía a cada paso, emitir un juicio justo a otro en ese sentido? ¿Cómo puede él, inexperto conocedor del corazón, llamar mentira continua, de principio a fin, cualquiera que sea, una confesión espiritual? Él, que es él mismo una mentira, según la palabra del apóstol Pablo. ¿Es posible que usted piense, que en sus juicios sobre mi libro no puede ocultarse asimismo una mentira? Por el tiempo, cuando yo publicaba mi libro, me parecía que lo publicaba en aras de la sola verdad, pero cuando pasó cierto tiempo después de la publicación, me dio vergüenza por muchas, muchas cosas, y no tuve ánimo para mirarlo. ¿Acaso no puede suceder lo mismo con usted? ¿Acaso usted no es un hombre? ¿Cómo puede decir que su visión actual es impecable y correcta, o que no la cambiará jamás mientras que, yendo por el mismo camino de la investigación, puede encontrar nuevas facetas que no advirtió hasta entonces, debido a lo cual la misma visión ya no será absolutamente esa, y lo que parecía antes íntegro, resultará sólo una parte de lo íntegro? No, Konstantín Serguéevich, existe un espíritu de seducción, un espíritu tentador que no dormita, y que tramita tanto alrededor de usted, como alrededor de mí, y ¡ay!, está más a menudo a nuestro lado en ese momento, cuando pensamos que está lejos, que nos libramos de él y de la mentira, y que la misma verdad habla por nuestra boca. Estas son las ideas que me vinieron en el momento, cuando leía su condena al libro que, hasta ahora, aún no tengo ánimo de mirar. Le diré asimismo que me da miedo ahora, cada vez que oigo a un hombre que proclama con demasiada firmeza su conclusión como una verdad irrevocable, impecable. Me parece mejor hablar con menos firmeza, pero ofrecer más pruebas.
Su drama lo leeré con atención, y le doy mi palabra de no ocultar mi opinión. Es para mí tanto más interesante porque, probablemente, hallaré en éste una clarísima exposición de todo eso, de lo que usted habla en su carta de forma un poco indefinida y confusa. Adiós, Konstantín Serguéevich. ¡Con la ayuda de Dios! Alguna vez hablaremos de muchas cosas en persona y eso, probablemente, será mejor que todos los razonamientos epistolarios. Por ahora, no se enoje con las críticas de las revistas, y no las llame asimismo efectos de la enemistad, la envidia y por el estilo. En cada una de éstas puede haber esa partícula de verdad, que sólo al principio encandila los ojos, pero que si se lee varias veces será curativa y útil.
Francamente, deseándole bien y queriéndolo, N.G.

Imagen: Nikolai Dubovik, Street in Great Ustug, 2007.