Nápoles, 2 (14) de diciembre de 1847.
Le agradezco por la esquela, a pesar de que en ésta me habla poco de usted mismo. ¡Anímese, fortalézcase! ¡Eso es todo lo que debe decir un hombre a otro hombre en esta tierra sufrida! Y por eso, probablemente, yo también le diría esas mismas palabras, si usted me escribiera algo sobre su estado espiritual. Así que tiene razón en que calló. Sofía Petróvna y su hermano, el conde Alexánder Petróvich, quieren estar con usted en Roma a finales de febrero y, sin dudas, lo consolarán y calmarán en cuanto puedan. Pero recuerde que quien tiene un camino peculiar, y una ruta que no se parece a la ruta de los otros hombres, no puede depositar sus esperanzas en nadie de este mundo. Nadie puede entender su situación totalmente y, por lo tanto, nadie puede ayudarlo totalmente en este mundo. Cómo no puede entender bien hasta ahora, que sin Dios no puede pasar el umbral, que debe rezar al levantarse y al acostarse, para que su día empiece y pase de modo favorable, sin obstáculos, para que Dios le dé fuerzas, e incluso si sucede una locura, no se perturbe con eso. Pero es suficiente sobre esto. Hablemos de lo sencillo de su carta. A Guiértzen yo no lo conozco, pero oí que es un hombre bondadoso e inteligente, aunque dicen que cree demasiado en la bendición de los actuales progresos europeos, y por eso es enemigo de toda antigualla rusa y costumbre auténtica. Escríbame qué le pareció él, qué hace en Roma, qué dice de las artes y qué opinión tiene sobre la actual situación política y civil en Roma, de los cívicos1 y demás. Yo no sabía que usted no había leído mi carta sobre usted. Pensaba que había leído mi libro entero donde Sofía Petróvna, en Nápoles. Si tiene curiosidad por conocerlo, pues le envío el libro con todo lo que le arrancaron. Y el libro se lo llevará Sofía Petróvna. Yo no sé si mi carta hizo algo a su favor, pero por lo menos, por el tiempo cuando la escribía, estaba seguro de que usted la necesitaba. ¡Bueno, adiós! Infórmeme si hizo algo respecto a ese cartero2, sobre el que le rogué en Roma antes de mi salida.
N.G.
1Los cívicos, así llaman a la guardia nacional italiana.
2Se trata de un cartero que pierde un dinero que Gógol envía a Alexánder Ivánov, y es despedido de su servicio. A juzgar por las cartas posteriores de Ivánov (Zummer, p. 46, 47), el escritor se ocupa de los asuntos financieros de éste.
Imagen: Helmut Glassl, Stormy Weather, XX.