Nápoles, 6 (18) de marzo de 1847.
Yo recibí vuestras líneas, gentiles amigos míos1. Les escribo a ambos, pues ustedes conforman uno. Aunque vuestras cartas son cortitas, devoré con avidez los detalles de vuestras vidas, y los releí más de una vez. Quisiera pagarles con lo mismo, o sea, con un relato sobre mí, pero ese relato sería tan extraño, tan insusitado, que es necesario cobrar demasiado aliento, y alcanzar una disposición bastante serena, esa disposición en que se encuentra un viejo veterano que ya se acomodó en su casa, en la patria, entre sus hijos y nietecitos, donde le es fácil contar de sus batallas pasadas. Después, cuando Dios me disponga visitar Kíev (que es más atractivo aun por vuestra presencia allí), yo, acaso, sabré contarles muchas cosas con sencillez y claridad, pero ahora se produce aún tanta limpieza, recogida y tráfago en mi casa interior, que al amo, simplemente, le es imposible ser sensato, incluso, en sus pláticas con su amigo más cercano. Por ahora te diré esto, mi buen Alexánder. Tú no te perturbes conmigo, de ningún modo, con motivo de mi libro, y no pienses que yo escogí otro modo de escribir. Mi asunto es el mismo que tuve siempre, y sobre el que cavilé aun en mi juventud, aunque no hablaba de eso, sintiendo la impotencia de expresarme con claridad y comprensión (la razón constante de mi reserva). Mi libro actual2 es sólo el testimonio del tráfago que debí levantar, para que mis Almas muertas fueran lo que deben ser. Fue un tiempo difícil, las experiencias fueron tan terribles y penosas, las batallas tan cruentas, que mi alma casi sucumbió por completo. Pero, gracias a Dios, todo pasó, todo se convirtió en bien. El alma humana se me hizo más entendible, los hombres más cercanos, la vida más definida, y siento que eso se reflejará en mis obras. En éstas se reflejará esa justeza y sencillez que yo no tenía, a pesar de la viveza de mis caracteres y personajes. Mi libro actual salió a la luz para palpar con éste, en primer lugar, a mí mismo y, en segundo, a los otros, para conocer por medio de éste, en qué nivel de su estado espiritual está cada uno en nuestra sociedad moderna. He aquí por qué recojo con tanta avidez todos los comentarios sobre éste. Me importa quién y qué dijo exactamente, me importa la misma personalidad de la persona que dijo, los rasgos de su carácter. Así, sabe que cada vez que me trasmitas las ideas de alguna persona sobre mi libro, agregando a eso el retrato de esa misma persona, con eso me estarás haciendo un gran regalo, mi buen Alexánder. Y a usted le ruego, mi buena Yulia o Úlinka en ruso, que suena aun más agradable (su patria usted no me la quiso decir, deseando quedarse en mis pensamientos con el mismo nombre con que la llama su esposo), le ruego, si tiene tiempo libre en su casa, bosquejarme ligeramente unos retratos pequeños de las personas que conoció o ve ahora, siquiera con los rasgos más ligeros y fugaces. No piense que eso sea difícil. Para eso sólo es necesario recordar a la persona, y saber imaginarla mentalmente. No se enfade conmigo por que yo, sin alcanzar aún a merecer con algo su disposición, la importuno con este ruego. Pero ahora necesito mucho al hombre ruso, donde quiera que éste se encuentre, del título y el estamento que sea. Esos bosquejos fugaces de la naturaleza los necesito ahora tanto, como el pintor que pinta un cuadro grande necesita los esbozos. Éste, aunque por lo visto, no pone esos esbozos en su cuadro, los considera de modo constante, para no confundir, no mentir y no alejarse de la naturaleza. Si Dios pues la premió con un rasgo admirable, y usted, estando en sociedad, sabe advertir sus partes ridículas y aburridas, pues puede conformar tipos para mí, o sea, tomando a alguien de esos, que se pueden nombrar representantes de su estamento o variedad de persona, dibujar en su rostro el estamento que representa siquiera, por ejemplo, bajo estos títulos: León kievliano, Femme incomprise3 de gobierno, Funcionario europeo, Funcionario creyente a la antigua, y por el estilo. Y si su alma es blanda de corazón y compasiva con la situación de los demás, descríbame las heridas y las afecciones de su sociedad. Usted realizará con eso una hazaña cristiana, porque con todo eso, si Dios ayuda, espero hacer una buena obra. Mi poema, acaso, es una cosa muy necesaria y muy útil, porque ninguna prédica tiene la fuerza de influir así, como una serie de ejemplos vivos tomados de la misma tierra, del mismo cuerpo de donde somos4. Aquí tienen, mis buenos, mi relato personal y los detalles de eso que constituye mi vida actual, como pago a vuestras también cortitas noticias de sí mismos. Pero ustedes, no obstante, no olviden mostrarse a mí más a menudo, y no menosprecien esos detalles, por lo visto ínfimos, que son sin embargo preciosos para mí. Juzguen por sí mismos: ¿si ahora toda persona en Rusia me es preciada y cercana, pues cuántas veces más preciada y cercana me debe ser una persona, unida a mí por lazos de amistad? Pues yo a ustedes no los veo, y esos detalles pequeños, por lo visto banales, hacen que ustedes se dibujen ante mis ojos, y como que percibo de algún modo el júbilo del encuentro.
Aquí tienen mi ruta de viaje: hasta mayo estoy en Nápoles, y ahí me dirijo a las aguas y los baños de mar, con ocasión del regreso de los viejos achaques y mis nervios alterados. Fortalecidos mis nervios, me encaminaré por diversos caminos de Europa de nuevo a Nápoles, hacia otoño, para moverme de ahí al Oriente. Todo el invierno y el comienzo de la primavera lo pasaré en el Oriente, y de ahí, si Dios bendice, me lanzaré a Rusia, Constantinopla, Odesa y, por lo tanto, Kíev; y en Kíev, por el mes de junio, los abrazaré, lo que debe ser, según mi disposición, el año próximo.
1Alexánder Daniliévskii, inspector de gimnasio, amigo de infancia y compañero de gimnasio de Gógol. Yuliana Daniliévskaya (Pojvísnieva de nacimiento), esposa de Alexánder Daniliévskii.
3Femme incomprise, mujer incomprensible.
4Gógol incluye ciertos motivos de esta carta en La confesión del autor, de los Pasajes selectos...
Imagen: Robert Macgregor, Cutty Sark, XX.