jueves, 17 de julio de 2008

Gógol a M.P. Pogódin


Nápoles, 20 de febrero (4 de marzo) de 18471.

De Serguei Timoféevich Aksákov2 recibí una carta, y en ésta la noticia de que estuviste ofendido profundamente por mis palabras sobre ti, que publiqué en mi libro (aparecido de forma estropeada e incompleta3). Él me dijo que incluso lloraste y, después de calmarte, querías escribirme lo siguiente: "¡Amigo mío! Jesucristo nos enseña, tras recibir una bofetada en la mejilla, a poner la otra con humildad, ¿pero dónde pues nos enseña a dar bofetadas?" Amigo mío, ¿por qué te detuviste y no me escribiste eso tú mismo? ¿O sentiste que reprocharme eso era ya no saber poner la otra mejilla? Entre todos nosotros hay un malentendido. S.T. Aksákov, Sheviriév4 y tú mismo están seguros de que yo estoy enojado contigo, y desde ese ángulo interpretan todas mis palabras, habituados, por un sentimiento de tierna compasión, a apiadarse de la persona en tiempo de paz, y a decirle la verdad sólo en la cólera. Ustedes vieron la cólera y, lo que es peor aun, un prolongado espíritu de venganza en mis palabras. Pero en mí no había ni cólera, ni espíritu de venganza. La primera pasó hace mucho tiempo, el segundo nunca lo abrigué por nadie, por mucho que me ofendieran. Al contrario, siempre me alegró de antemano la idea de la reconciliación, incluso, con mi enemigo más despiadado y encarnizado. El instante del perdón y la reconciliación, siempre me pareció una fiesta y el mejor instante de la vida. Aquí tienes la pura verdad de mi corazón. Pero a mí siempre me asombró tu mala memoria. Yo pensé y repensé largo tiempo, cómo hacerte sentir que ofendes a un hombre sin pensar en ofenderlo de ningún modo. No pensaría yo en eso tan constante y largamente, si no hubiera sucedido algo tal donde tú, casi casi, fuiste la causa de un suceso terrible, que hubiera envenenado para siempre tu vida y hecho de tu conciencia tu verdugo5. Así, yo pensé largo tiempo cómo hacerte sentir eso, y la idea constante de eso fue, acaso, la razón para que yo, al hablar de ti, me expresara con más rudeza de la que debía, deseando no ocultar tus defectos. Cualquiera sean las razones de mis palabras sobre ti en mi libro, mis palabras son la verdad, examínalas tú mismo, en éstas no hay falsedad. ¿Es posible, que la verdad se hizo ya tan irreverente a nuestros ojos, que sólo debemos agasajar con ésta a nuestros enemigos, y no a los amigos? La verdad sobre ti se expresó en palabras indecorosas, imprudentes porque, te doy mi palabra de honor: yo no tuve en cuenta ofenderte de esa forma. Pero mira, qué cosa extraña ocurrió: tú, que hasta ahora no observabas muy a menudo el decoro en las palabras y las expresiones tuyas, que aparecían en la prensa, y con lo que ofendiste a otros de modo involuntario, recibiste, precisamente, un empujón por lo mismo ya que, te repito de nuevo, aquí la mayor culpable de todo esto fue, simplemente, la imprudencia. Pero para mí ocurrió por esto, un fenómeno alegre que, lo confieso, no esperaba en absoluto. Tú te afligiste y, acaso, estás afligido hasta ahora (pero no, eso no puede ser: tú eres bondadoso y sabes perdonar), y yo me alegré y hasta ahora estoy alegre, me alegré porque desde este instante surgió en mí un amor por ti tan grande, como el que nunca hubo hasta ahora. Verte, hablar contigo, mirarte se hizo para mí ahora más deseable que nunca antes. Y me parece que nuestra amistad empezará a partir de ahora, y que hasta ahora ésta sólo fue un espectro engañoso, condicionado por esos ambiguos conceptos mundanos sobre la amistad; yo siento que sólo desde ahora se entablará entre nosotros ese diálogo fraterno y amoroso, que debe existir verdaderamente entre todos los hombres, ese diálogo en cuyo idioma el mismo reproche parece agradable. Yo ahora quisiera saber tanto todo de ti: y qué haces en tu casa, y dónde te sientas, y qué lees, y con qué disposición de espíritu, y con quién hablas, y qué hablas. Y daría mucho ahora por leer, siquiera, un breve recuento de un día tuyo. Amigo mío, o mejor, hermano (en el nombre de hermano hay algo mejor que en el nombre de amigo, y además Cristo nos manda a ser hermanos), escríbeme simplemente todo lo que tengas en el alma, todo eso me será igualmente agradable, como quiera que te expreses. Tus cartas serán una delicia para mí, así pienso, pues la idea de ti se me hizo una delicia6. Te confieso, que ya me había agotado un poco con los achaques, y con las muchas experiencias penosas (yo, como tú, tengo experiencias penosas, y no sé qué es más penoso, si recibir un ataque indecoroso de una persona cercana en un libro publicado, o recibir reproches epistolarios de los amigos más cercanos por hipocresía, descaro, adulación a los otros y reproches pesarosos por hacer una comedia de eso, y de lo que fue la idea más sagrada y el amor del alma). Se necesitan muchas fuerzas para soportar eso, pero yo ahora soporto con gran valor. Mi amor por ti se ha hecho un sentimiento dulce, que apacigua y renueva mis fuerzas, y siento que en tu alma ocurrió algo durante este tiempo, y que mis líneas hallarán eco en ella7. Escríbeme pues, y sin demora.

Todo tuyo, G.

1Mijaíl Pogódin, profesor de la Universidad de Moscú, académico, historiador, dramaturgo, editor de las revistas El Heraldo de Moscú y El Moscovita.
2Serguei Aksákov, crítico, poeta, censor, antiguo presidente del Comité de Censura de Moscú, autor de memorias noveladas.
3Los Pasajes selectos de la correspondencia con los amigos salen a la luz el 31 de diciembre de 1846 (12 de enero de 1847) mutilados y alterados por la censura.
4Stepán Sheviriév, poeta, crítico, traductor, editor, fundador de la revista El Heraldo de Moscú, profesor de literatura rusa en la Universidad de Moscú.
5No se sabe de qué se trata.
6Algunos críticos literarios rusos y europeos contemplan la posibilidad de que Nikolai Gógol fuera homosexual.
7Al recibir esta carta, Mijaíl Pogódin escribe en su diario: "La amable y tierna carta de Gógol. Me alivié, pero no tengo corazón para él, acaso cuando cambie de parecer" (Barsukóv, lib. 8, p. 549).

Imagen: RoyCross, Challenge' Leaving New York In The, XX.