Nápoles, 16 (28) de diciembre de 1847.
Me alegra mucho que mi carta sobre usted le pareció satisfactoria1. De la generosidad de Sofía Petróvna no se asombre: yo la arranqué de mi propio ejemplar2. Recibirá usted todo el libro entero, con el que incluso puede limpiarse. Los ataques contra mi libro en parte son justos. Yo lo publiqué con demasiada rapidez después de mi estado enfermizo, cuando ni mis nervios ni mi cabeza estaban aún en su debido orden. Me apuré exactamente de la misma forma, que le gusta apurarse a usted, y me enredé con la obra antes de mostrar mi derecho a eso. Era necesario no meterse antes de hacer la obra propia, y hurgar a su alrededor cerrando los ojos a todo, según el refrán. ¡Conoce grillo tu percha3! Con ese apuro, incluso, estropeé mucho de lo que quería defender. Su libro se lo di a Colonna4.
Extraño destino el del pobre cartero. Es una lástima, que usted no me escribe si él sufrió o no, o sea, si lo echaron a la calle o si tiene algún rincón. Yo, por si acaso, hice una aclaración por escrito adjunta a ésta, que le ruego entregar a la jefatura sólo si a él le exigen y le cobran la pérdida, y no es culpable. Si él, en verdad, es pobre y no tiene realmente con qué vivir, pues cóbrele a Molière5 100 francos de mi dinero. De esos, tome para sí dos napoleones, y los 60 restantes déselos a él pero en escudos, en moneda romana. En vano usted le dio napoleones. Moneda de plata él, acaso, no hubiera perdido. Dígale a Molière, que los 600 restantes los guarde consigo hasta mi encuentro con él. Y si sucede así, que en algún lugar de mi peregrinación me sorprende la muerte, que todo depende de la voluntad divina, pues que ese dinero quede de reserva para ayuda de alguno de los pintores rusos que le resulte difícil, y no tenga resueltamente de dónde sacar dinero. Dígale asimismo a Molière, que soy culpable ante él: no cumplí su encargo. Por lo demás, yo le voy a escribir por estos días. Cuáles son vuestras circunstancias actuales, turbaciones y preocupaciones, yo eso no lo sé pero, probablemente, debe haber turbaciones y preocupaciones en abundancia, como en todo hombre muy sensible. En todo caso, le diré a usted eso que me digo a mí mismo, ¡lo que me quedó como resultado de toda la experiencia y sabiduría que perduran aún en mi pobre cabeza!
Al trabajar la obra propia, es necesario recordar firmemente para quién la trabajas, teniendo en cuenta de modo constante a quién nos encargó el trabajo. Si trabaja usted, por ejemplo, para su tierra, para elevar el arte, necesario para la ilustración del hombre, o si trabaja sólo porque así se lo ordenó Ése, que le dio todas las herramientas para el trabajo. Por lo tanto, el encargador es Dios, y no algún otro. Y por eso, sólo a Él se debe conocer. Si alguien molesta acaso, eso no es mi culpa, yo no debo turbarme con eso, sólo si el otro molestó en realidad, y no me molesté yo a mí mismo. No es mi asunto, si terminaré mi cuadro o si la muerte me sorprenderá en el trabajo mismo; yo debo trabajar hasta mi último instante, sin tener ningún descuido por mi propia parte. Si mi cuadro se arruinara o quemara ante mis propios ojos, yo debo estar tan tranquilo como si éste existiera, porque yo no bostecé, yo trabajé. El dueño que encargó eso, lo vio. Él permitió que éste se quemara. Esa es su voluntad. Él sabe mejor que yo, qué y para qué es necesario. Sólo pensando de esa forma, me parece, se puede quedarse tranquilo en medio de todo. Y quien no pueda pensar de esa forma, en ese, entonces, hay aún mucha soberbia, amor propio, sed de gloria temporal y vanas ideas terrenales. Y ése con ningún medio, protección y defensa se salvará de la inquietud.
Este es todo el resultado de las arduas observaciones, experiencia y sabiduría, que apenas pude extraer de mi vida. Se lo trasmito como un regalo por el año nuevo que empieza, y le deseo de alma todo el bien.
Suyo, N.G.
Reverencie a Beine de mi parte, y pregúntele cómo fue de Beirut a Jaffa, y de Jaffa a Jerusalén6. ¿En cuántos días? ¿Con qué comodidades e incomodidades? Ruéguele que me escriba una esquela pequeña. Eso será mejor.
Mejor que todo, si ve al cartero, mándelo ante todo a Yordánov, que sabe interrogar. Que éste conozca todas sus circunstancias. Y si resulta que el cartero es simplemente un imbécil y es culpable, pues es mejor darle el dinero a la madre, o a quien lo alimenta.
1Alexánder Ivánov escribe a Gógol entre el 2 (14) y el 16 (28) de diciembre de 1847: “Por mucho que renuncié a escribirle cartas a alguien, su artículo sobre mí me pone la pluma en la mano a la fuerza.
Lo beso y abrazo en señal de reconciliación absoluta con usted, y regreso de nuevo a esa posición cuando, viéndolo con el más profundo respeto, le creía y me sometía a usted en todo… Una cosa permítame objetar en contra de las siguientes palabras de su artículo: ‘Ivánov lleva una vida verdaderamente monástica’. Yo no renunciaría de ningún modo a tener una esposa monástica, ¡una mujer dedicada a la persecusión de sus propios pecados!” (Ivánov, p. 247). También se conocen otras observaciones más serias de Ivánov respecto al artículo de Gógol, por ejemplo en su libro de apuntes: “Nikolai Vasílievich Gógol me hizo famoso, me sacó a la senda estrepitosa de las pasiones humanas: yendo entre mogotes y terrones es difícil caminar, es imposible sumirse con serenidad en las ideas decrecientes” (VE, 1883, No. 12, p. 642).
2Alexánder Ivánov supone que el artículo Ivánov, el pintor histórico, que le han enviado, ha sido arrancado por Sofía Apráksina de su propio ejemplar de los Pasajes selectos… (Ivánov, p. 247).
3Conoce grillo tu percha (refrán), aproximadamente, cada mochuelo conoce su olivo.
4Colonna, al parecer, algún miembro de la antigua familia noble de los Colonna.
5Fiódor Molière, pintor, hijo del ministro de la marina.
6Avgust Carl Beine, arquitecto, pensionario de la Academia de artes, realiza un viaje al Oriente en 1847. En su carta del 20 de diciembre de 1847 (enero de 1848), Beine proporciona a Gógol los datos que éste le pide (Shenrok, t. 4, p. 685-689).
Imagen: Oswald Achenbach, Coastal landscape, Naples, 1882.