Nápoles, 20 de febrero (4 de marzo) de 1847.
Ambas cartas (una del 4 de febrero y otra del 10) las recibí una tras otra, aunque viajaron bastante tiempo. Antes de recibirlas, envié asimismo dos cartas, una tras otra. En una estaba incluído un extracto de una carta de Sheviriév1 sobre el deceso de Yazíkov2, en la otra la noticia de la salida a la luz de mi libro (de forma estropeada). Lo uno y lo otro era igualmente pesaroso en dos aspectos distintos. Pero grande es Dios, que prepara nuestra alma de antemano para soportar las pérdidas. ¡Oh, que esté con nosotros, que todo se cumpla según su sagrada voluntad, pero que no nos abandone y esté con nosotros en las horas de pérdidas! Me fue pesaroso asimismo oír de los achaques y los padeceres nerviosos de Elizaveta Alexéeva3. Pero yo creo en la misericordia de Dios, creo que eso sucede, por algo, en bienestar del alma. Y su alma, después de esos achaques que pasarán, brillará adornada con nuevos y preciosos enseres.
Yo recibí en estos días una carta de Smirnóva4. Ahora se recuperó de sus padeceres nerviosos, que fueron terribles y, como ella misma dice, le quitaron todas las fuerzas y el propio juicio. Ahora no sabe cómo agradecerle a Dios por ese tiempo, y por el tesoro que eso trajo a su alma. Ella dice la verdad: en las palabras de su propia carta se refleja cierta plenitud de juicio, y una firme e invencible esperanza. Te cuento de mí: mi salud se deterioró asimismo por este tiempo (mis noches, hasta ahora, son sin sueño). Además de todo eso, además del mismo alejamiento hacia un mundo mejor de Yazíkov, que tanto me quería (dos veces por mes me escribía y, a pesar de todos sus achaques, fue el más correcto de todos mis corresponsales), además de todo eso, tuve ocasión de recibir toda clase de reveses en las cuerdas más sensibles de mi alma, de unas personas que, por supuesto, no conocían mi alma. ¡Pero qué necesario era todo eso! ¡Qué necesario era todo eso! Yo no podía ni imaginar cuán mucho orgullo, presunción, amor propio, presunción y arrogancia quedaban aún en mí. Alabado sea Dios, que nos descubre nuestra propia alma. Me parece como que ahora, después de todo eso, me hice más sencillo y como que más llano: juzgo así, por que ahora me es penoso ver mi libro, todo me parece en éste tan enfático, inmoderado e incontinente, que me cubro la cara con ambas manos de antemano por la vergüenza. ¡Oh, qué difícil me es conducir mi hacienda espiritual! Una posesión grande se me ha dado a administrar, pero el administrador es aún demasiado malo, y demasiado no instruído para poner la posesión en armonía. ¡Qué difícil me es alcanzar esa sencillez, que desde el mismo nacimiento se le inculca en el alma a otro, y que yo debo alcanzar por los difíciles caminos de toda clase de reveses!
De Pletnióv5 recibí la noticia de que dos años atrás me fue enviado, con exactitud, un endoso de Prokopóvich6 a Francfort. Ese endoso, probablemente, lo recibió algún otro Gógol en lugar mío, porque uno de esos apareció en Francfort durante nuestra estancia mutua, y recibía en lugar mío mis cartas bastante a menudo. Es necesario saber que ese endoso me fue enviado en contra de mi deseo, mientras que yo ya había hecho otra disposición por completo de mi dinero. Pero al dueño, a quien pertenecía el dinero, no lo escucharon, por eso acaso le tocó ese destino a ese endoso. En todo caso, la pesquisa sobre este asunto y, en particular, toda clase de sanción se debe dejar: el que se atrevió a tomar ese dinero fue un hombre, probablemente, desordenado e indigente, y por eso hasta ahora debe seguir el mismo, o sea, desordenado e indigente; y después, acaso, se le tendrá que arrancar la última camisa (si no la misma piel) a su esposa, o a los niños, o a los parientes, de lo que guárdeme Dios, y por eso dejemos este asunto. Averiguar se puede pero, por Cristo, ¡ninguna sanción en ningún caso! En lo que respecta a mí mismo, pues dinero ahora no me hace falta. El dinero me viene ahora de todas partes, precisamente, porque dejé de preocuparme por éste. La falta de dinero se produce sólo entonces, cuando el hombre se preocupa por el dinero. Pero los abrazo a todos, mi querida hermosa familia, que se hace cada día más cercana a mi corazón. Que Dios los guarde a todos. Todo suyo...
Gógol.
Ahora, para fortalecer mis nervios, voy a tener que pasar por Shvalbáj, y después a los baños de mar, y tras eso a Nápoles, y de ahí al Oriente. Por lo tanto en junio, si Dios fuese tan misericordioso, nos encontraremos en Francfort. Por lo visto, no en vano estaba escrito en el libro de apuntes7 que me dieron en Francfort para el camino: “hasta pronto”, y después de eso se agregaba: "Francfort".
1Stepán Sheviriév, poeta, crítico, traductor, editor, fundador de la revista El Heraldo de Moscú, profesor de literatura rusa en la Universidad de Moscú.
2Nikolai Yazíkov, poeta, miembro del círculo pushkiniano, amigo cercano de Antón Delvig y Nikolai Gógol, entre otros escritores.
3Elizaveta Alexéeva Zhukóvskaya (Reitern de nacimiento), esposa de Vasílii Zhukóvskii.
4Alexándra Smirnóva (Rossetti de nacimiento), dama de compañía de la zarina, esposa del gobernador de Kalúga, amiga de Vasílii Zhukóvskii y Alexánder Púshkin.
5Piótr Pletnióv, escritor, crítico, profesor del Instituto Patriótico, editor de la revista El contemporáneo, rector de la Universidad de San Petersburgo.
6Nikolai Prokopóvich, poeta ocasional, maestro de cuerpo de cadetes, amigo de la infancia y compañero de gimnasio de Gógol.
7Vasílii Zhukóvskii regala a Gógol un libro de apuntes el día de su partida de Francfort, el 8 (20) de octubre de 1846.
Imagen: Montague Dawson, Golden West, The Pamir, XX.