Ostende, 31 de julio (12 de agosto) de 1847.
Tras conocer que usted1 está en París, le escribo. Yo recibí una carta de Bielínskii2, que me afligió no tanto con las palabras ofensivas, dirigidas a mí de modo personal, como con el sentimiento de ensañamiento en general. Lo último es demoledor para su salud. Usted ahora está junto a él: aleje de él todo lo que perturba su espíritu. Convénzalo ante todo de esa verdad absoluta, de que el exceso es ahora atributo de todo aquel, que tiene un poco de corazón no insensible a los asuntos del mundo, algún carácter y alguna convicción. Todos se pasan de la raya, porque nadie está tranquilo. Yo, que soy más tranquilo y de más sangre fría que otros, caí en el exceso más que otros: al escribir mis cartas, estaba verdaderamente convencido de esa idea, de que todos los títulos y cargos pueden ser iluminados por el hombre, y que mientras más alto sea el puesto, tanto más sagrado debe ser éste; yo quería examinar todos los puestos y títulos en su fuente pura, y no en la forma en que éstos aparecen como resultado de los abusos humanos; empecé por los cargos superiores, quería recordarle al hombre todo lo sagrado de sus obligaciones, y me expresé así, que mis palabras fueron tomadas como una alabanza al hombre. Si yo no me hubiera aficionado al espíritu del exceso, que infatua a todos ahora, me hubiera expresado acaso así, que conmigo convendrían en muchas cosas esos, que ahora me disputan en todo, aunque siento que entonces se hubiera visto en mí la parcialidad: dedicado a mi educación personal interna, pasando largo tiempo con la Biblia, con Moisés, Homero, con los legisladores de los siglos pasados, leyendo la historia de los hechos ya expirados y caducos, finalmente observando y disecando mi propia alma, con el deseo de conocer de modo más profundo el alma del hombre en general, y encontrándome por este camino con ese, que conocía más que todos nosotros el alma del hombre yo, muy naturalmente, me hice por un tiempo ajeno a todo lo moderno. En cambio ahora se despertó en mí la curiosidad del niño, por conocer todo lo que antes no quería conocer. Exactamente, como si sobre eso hubiera ya la voluntad, de que yo no procediera al conocimiento de los asuntos mundanos, sin antes conocerme mejor a mí mismo. Y me parece que ahora, puedo ir más lejos que cualquier otro por el camino de la exploración: ni irritación, ni fanatismo hay en mí, no puedo ponerme de parte de nadie, porque en todos lados veo una parte de la verdad, y toda clase de exageraciones y mentiras. No sé sólo, si acaso me alcanzarán para eso las fuerzas físicas: mi salud, que ya había empezado a recuperarse y restablecerse, se conmocionó con ésta historia demoledora para mí con motivo de mi libro. Muchos golpes fueron tan sensibles para toda clase de cuerdas delicadas, que yo mismo me asombro de cómo quedé vivo y cómo mi cuerpo débil soportó todo eso. Pero aparte de todo esto. Hace poco leí sus cartas de París3. Mucha observación y precisión, pero una precisión daguerrotípica. No se siente el pincel que las dibuja; el mismo autor es una cera que no ha recibido forma, aunque una cera de primera calidad, transparente, pura, exactamente esa que se necesita para moldear una figura de ésta. En una palabra, en las cartas no se ve para qué están escritas las cartas. Al mismo tiempo leí las cartas de Bótkin4. Las leí con curiosidad. En éstas todo es interesante acaso, precisamente, por que el autor se dedicó mentalmente, a la cuestión de resolver para sí mismo qué es el hombre español actual, y procedió a eso con humildad, sin formarse de antemano ninguna convicción por las revistas, sin enamorarse de la primera conclusión que extrajo, como hacen las personas de temperamento fogoso, sin contemplar el hecho de que la conclusión se ha extraído sólo de dos, tres lados del asunto, y no de todos, como sucede con Bielínskii, con muchas personas en Moscú, conmigo, pecador y, en general, con todos aquellos en los que hay mucho orgullo y convicción, de que ellos tienen un punto de vista superior de las cosas. En sus cartas, me pareció como que usted no se hizo a sí mismo una pregunta seria. Yo pensé: ¿qué sería si usted, en lugar de daguerrotipar París, que el ruso conoce más que todo lo demás, empezara a escribir unos apuntes de las ciudades rusas, empezando por Simbírsk5, y con esa curiosidad empezara a examinar a toda persona que encuentra, como examina usted en las manufacturas y todas las exposiciones toda clase de cosa? Si en esa descripción se diera a sí, la tarea interna de resolver para sí mismo qué es el hombre ruso actual en todos los estamentos, en todos los puestos, desde los superiores hasta los inferiores y, manteniendo en su interior esa pregunta, contemplara todo hecho y caso, por muy insignificante que fueran éstos, como un fenómeno psicológico, sus apuntes saldrían interesantes con seguridad. Además de que en usted, como me parece, no hay una afición y una seguridad absoluta en la verdad de sus conclusiones y deducciones. Yo recuerdo mucho una carta suya, que me escribió desde Simbírsk en respuesta a ciertos reproches de mi parte. Ésta me conmovió con esa ausencia de orgullosa seguridad en sí mismo, yo realmente lo envidié. Pero hablé demasiado... Usted haría bien si pasara por Ostende. Es tan cerca de París. Por vía férrea es un día de marcha. Recordaríamos los viejos tiempos. Le diré que ahora quisiera, con más fuerza que nunca, ver a todos los que conozco desde hace tiempo. Las personas con las que me encontraba en mi juventud, se hacen para mí cada año como que más carnales y cercanas; acaso porque la capacidad de recordar, que en mí siempre fue viva, con la vuelta de mis días hacia la vejez, se ha hecho aun más viva, o porque en realidad el amor al hombre aumentó en mí. Sea como sea, le agradezco a Dios por ese sentimiento. Éste apacigua tanto que sosiega el alma, incluso, entre las cavilaciones sobre el destino de la humanidad, la sociedad y el mundo entero. Bueno, adiós. Si ve a Bótkin, salúdelo. En la dirección de las cartas, arriba de Ostende, puede poner: Rue de Capucins, 16. A Bielínskii le escribí la respuesta, dirigiéndola a poste restante.
Suyo, N.G.
1Pavel Ánnenkov, crítico, viajero, memorialista, colaborador de El Contemporáneo y de la Biblioteca de lectura, defensor de la teoría del “arte por el arte”.
2Vissarión Bielínskii, crítico, ideólogo, líder del movimiento occidentalista, cabeza de la revista El Observador moscovita, promotor de talentos.
3Las Cartas parisinas, de Pavel Ánnenkov (una serie de artículos sobre la Francia moderna), son publicadas en El Contemporáneo en 1847.
4Vasílii Bótkin, escritor, occidentalista, amigo de Vissarión Bielínskii y Alexánder Guiértzen, partidario de la teoría del “arte por el arte”. Las Cartas de España, de Vasílii Bótkin, son publicadas en El Contemporáneo en 1847.
5Simbírsk, ciudad de provincia donde nace Pavel Ánnenkov.
Imagen: J. Spurling, Clipper Under Full Sail, XX.