Nápoles, 30 de noviembre (12 de diciembre) de 1846.
Me vino la idea: no se pierden acaso tus cartas. De otra forma, no me puedo explicar tu silencio con ninguna otra cosa. En todo caso, el endoso del dinero debido a mí por la tesorería, ya debería estar aquí por mi cuenta hace un mes. ¿O Zhukóvskii1 olvidó enviarte un certificado de mi vida? Yo aquí tomé un certificado de nuevo, y te lo envío por si acaso. Bueno que encontré a unos conocidos aquí, y les pude pedir prestado. Si no, hubiera habido una desgracia. En una tierra extraña, como tú mismo sabes, no es muy alegre estar sin dinero. Me inquieto seriamente respecto a esas pérdidas. Teniéndote por un hombre cuidadoso, no puedo aceptar de ningún modo que lo pudiste olvidar. Es extraño, que estas demoras con el dinero sucedan, precisamente, en este tiempo, cuando el dinero, así decir, yace en mi baúl personal, y sólo necesito extender la mano para sacarlo de ahí. Es necesario ahora, en particular, disponernos de forma tal, que esto no suceda el año entrante, en que me tocará recorrer tierras desconocidas, donde no será fácil escabullirse, no teniendo en mis manos dinero en efectivo. Y por eso envía por adelantado, sin esperar mis informes, a la embajada napolitana, con los correos, cada mil rublos, a medida que se acumulen con la venta del libro2. Es mejor para mí tener demás en la mano, que arriesgarme a encontrar una situación semejante que, como tú mismo ves, siempre puede suceder. Infórmame qué costó la impresión del libro. Yo suponía que, aproximadamente, cerca de 3000 rub. No olvides asimismo adjuntar una nota, de a cuál de los libreros con exactitud, y cuántos ejemplares le fueron remitidos, para que yo pueda llevar siempre toda la cuenta en la cabeza, y no pueda cometer estupideces e imprudencias por ignorancia. Pienso que tú no debes hablar, de no darle sin dinero a ninguno de los libreros. Eso tú mismo lo sabes, porque me lo enseñaste a mí. Por gentileza tuya, yo disponía la impresión de mis libros en Petersburgo con tal presteza, como no sé si acaso la dispone ahora algún literato. Mi libro yo lo imprimía a hurtadillas en un mes, de modo que su aparición solía ser una sorpresa, incluso, para los conocidos más cercanos. Nunca tenía ningún tráfago desagradable ni con las tipografías, ni con los libreros, como le sucedía a Prokopóvich3. El dinero me lo traían completo por adelantado, todo eso solía ser apuntado e incluido por mí al instante en el libro. Y además de eso, toda mi cuenta libresca yo la llevaba siempre en la cabeza de modo tan detallado, que podía recitarla toda de memoria. A pesar de que soy considerado a los ojos de muchos un hombre libertino, y lo que se llama un poeta que vive en un reino lejano, nací para ser administrador; e incluso, siempre sentí amor por la administración, e incluso, oculto de todos adquirí muchas cualidades administrativas, e incluso te robé bastante a ti mismo, aunque no lo mostraba en mi persona. Yo debí a tiempo, tras abandonar toda ocupación cotidiana, trabajar en esa administración interior, que un hombre debe ordenar ante todo, y sin la que no saldrá ninguna ocupación cotidiana. Pero ahora, gracias a Dios, lo más difícil se ordena; ahora puedo dedicarme a las ocupaciones cotidianas y, acaso, me ocupe de éstas con tanto éxito que, incluso, te admirará de dónde salió en mí un hombre tan positivo y asentado. Cuando Dios nos disponga vernos, y nos sentemos en tu cómoda habitación, frente a frente, y tengamos pláticas sencillas, entendibles para un niño, que darán calor a nuestras almas, te asombrarás y venerarás los caminos por los que Dios conduce al hombre, para llevarlo a sí mismo y hacerlo ese que debe ser, a causa de las capacidades y los dones que le tocaron en suerte. Pero eso aún no está cerca, remitámonos al asunto. A Sheviriév4 le puedes enviar cuantos ejemplares te reclame, para la venta en Moscú. En ese hombre se puede confiar. Tiene la precisión de un banquero. Vendió con tal provecho todos mis libros que se hallaban en su poder, pagó con tal destreza todas mis deudas, sin dejarme en la ignorancia, incluso, del último kópek de mi dinero, que el banquero más cuidadoso se asombraría con él5. Mil rublos apártalos para pagar las cartas a mí, las revistas y los libros más notables que salgan este año. Yo le rogué a Arkadii Rossetti6 ocuparse de su envío, si eso te resulta abrumador y laborioso. Este año voy a necesitar leer, en particular, casi todo lo que salga en nuestro país, en particular las revistas y todos los comentarios y las opiniones de las revistas. Eso que no tiene casi ningún valor para un literato, como el testimonio de la falta de talento, de gusto, o las pasiones y las vilezas humanas, tiene para mí un valor como testimonio del estado mental y espiritual del hombre. Yo necesito saber con quién tengo trato; a mí toda línea, tanto afectada como no afectada, me descubre una parte del alma humana; necesito sentir y oír a esos, a los que hablo; necesito ver la personalidad del público, y sin eso todo me sale estúpido e incompresible. Y por eso, todo donde se estampe una expresión del espíritu ruso moderno, en sus tendencias directas e indirectas, es para mí igualmente necesario; eso mismo que yo antes arrojaría con repulsión, lo debo leer ahora. Y por eso no te admires, si te exijo que me envíes todos los periódicos y las revistas literarias, que no te provocan ni echarles un vistazo. Pero no hay lugar para escribir más. Espero noticias tuyas con impaciencia. Te abrazo y beso. Adiós.
Tú, pienso, ya recibiste mi esquela7 por mano de Anna Mijáilovna Vielgórskaya8, en la que te informo sobre mi decisión de aplazar, tanto la presentación de El inspector con el Desenlace, como su publicación hasta el próximo año de 1848. Arkadii Rossetti, pienso, ya te informó también del envío a mí de las revistas literarias del año entrante, a lo que, probablemente, se dedicará gustoso, si tú no tienes tiempo libre. A la condesa Nesselrode9 le rogué, asimismo, disponer para que los correos puedan tomar esos paquetes.
1Vasílii Zhukóvskii, poeta, escritor, traductor, antiguo director de la revista El Heraldo de Europa, preceptor de la familia zarista, protector de escritores.
2Los Pasajes selectos… salen a la luz el 12 de enero de 1847.
3Nikolai Prokopóvich, poeta ocasional, maestro de cuerpo de cadetes, amigo de la infancia y compañero de gimnasio de Gógol.
4Stepán Sheviriév, poeta, crítico, traductor, editor, fundador de la revista El Heraldo de Moscú, profesor de literatura rusa en la Universidad de Moscú.
5Sheviriév se dedica en 1846 a preparar la segunda edición del primer tomo de Las almas muertas.
6Arkadii Rossetti, oficial del ejército imperial, hermano de Alexándra Smirnóva.
7La carta del 26 de noviembre (8 de diciembre) de 1846.
8Anna Mijáilovna Vielgórskaya, condesa, hija menor de los Vielgórskii.
9María Nesselrode (Gúrieva de nacimiento), condesa, esposa de Karl Nesselrode, conde, canciller estatal.
Imagen: Ivan Aivasovskii, Golf of Naples, 1841.
Me vino la idea: no se pierden acaso tus cartas. De otra forma, no me puedo explicar tu silencio con ninguna otra cosa. En todo caso, el endoso del dinero debido a mí por la tesorería, ya debería estar aquí por mi cuenta hace un mes. ¿O Zhukóvskii1 olvidó enviarte un certificado de mi vida? Yo aquí tomé un certificado de nuevo, y te lo envío por si acaso. Bueno que encontré a unos conocidos aquí, y les pude pedir prestado. Si no, hubiera habido una desgracia. En una tierra extraña, como tú mismo sabes, no es muy alegre estar sin dinero. Me inquieto seriamente respecto a esas pérdidas. Teniéndote por un hombre cuidadoso, no puedo aceptar de ningún modo que lo pudiste olvidar. Es extraño, que estas demoras con el dinero sucedan, precisamente, en este tiempo, cuando el dinero, así decir, yace en mi baúl personal, y sólo necesito extender la mano para sacarlo de ahí. Es necesario ahora, en particular, disponernos de forma tal, que esto no suceda el año entrante, en que me tocará recorrer tierras desconocidas, donde no será fácil escabullirse, no teniendo en mis manos dinero en efectivo. Y por eso envía por adelantado, sin esperar mis informes, a la embajada napolitana, con los correos, cada mil rublos, a medida que se acumulen con la venta del libro2. Es mejor para mí tener demás en la mano, que arriesgarme a encontrar una situación semejante que, como tú mismo ves, siempre puede suceder. Infórmame qué costó la impresión del libro. Yo suponía que, aproximadamente, cerca de 3000 rub. No olvides asimismo adjuntar una nota, de a cuál de los libreros con exactitud, y cuántos ejemplares le fueron remitidos, para que yo pueda llevar siempre toda la cuenta en la cabeza, y no pueda cometer estupideces e imprudencias por ignorancia. Pienso que tú no debes hablar, de no darle sin dinero a ninguno de los libreros. Eso tú mismo lo sabes, porque me lo enseñaste a mí. Por gentileza tuya, yo disponía la impresión de mis libros en Petersburgo con tal presteza, como no sé si acaso la dispone ahora algún literato. Mi libro yo lo imprimía a hurtadillas en un mes, de modo que su aparición solía ser una sorpresa, incluso, para los conocidos más cercanos. Nunca tenía ningún tráfago desagradable ni con las tipografías, ni con los libreros, como le sucedía a Prokopóvich3. El dinero me lo traían completo por adelantado, todo eso solía ser apuntado e incluido por mí al instante en el libro. Y además de eso, toda mi cuenta libresca yo la llevaba siempre en la cabeza de modo tan detallado, que podía recitarla toda de memoria. A pesar de que soy considerado a los ojos de muchos un hombre libertino, y lo que se llama un poeta que vive en un reino lejano, nací para ser administrador; e incluso, siempre sentí amor por la administración, e incluso, oculto de todos adquirí muchas cualidades administrativas, e incluso te robé bastante a ti mismo, aunque no lo mostraba en mi persona. Yo debí a tiempo, tras abandonar toda ocupación cotidiana, trabajar en esa administración interior, que un hombre debe ordenar ante todo, y sin la que no saldrá ninguna ocupación cotidiana. Pero ahora, gracias a Dios, lo más difícil se ordena; ahora puedo dedicarme a las ocupaciones cotidianas y, acaso, me ocupe de éstas con tanto éxito que, incluso, te admirará de dónde salió en mí un hombre tan positivo y asentado. Cuando Dios nos disponga vernos, y nos sentemos en tu cómoda habitación, frente a frente, y tengamos pláticas sencillas, entendibles para un niño, que darán calor a nuestras almas, te asombrarás y venerarás los caminos por los que Dios conduce al hombre, para llevarlo a sí mismo y hacerlo ese que debe ser, a causa de las capacidades y los dones que le tocaron en suerte. Pero eso aún no está cerca, remitámonos al asunto. A Sheviriév4 le puedes enviar cuantos ejemplares te reclame, para la venta en Moscú. En ese hombre se puede confiar. Tiene la precisión de un banquero. Vendió con tal provecho todos mis libros que se hallaban en su poder, pagó con tal destreza todas mis deudas, sin dejarme en la ignorancia, incluso, del último kópek de mi dinero, que el banquero más cuidadoso se asombraría con él5. Mil rublos apártalos para pagar las cartas a mí, las revistas y los libros más notables que salgan este año. Yo le rogué a Arkadii Rossetti6 ocuparse de su envío, si eso te resulta abrumador y laborioso. Este año voy a necesitar leer, en particular, casi todo lo que salga en nuestro país, en particular las revistas y todos los comentarios y las opiniones de las revistas. Eso que no tiene casi ningún valor para un literato, como el testimonio de la falta de talento, de gusto, o las pasiones y las vilezas humanas, tiene para mí un valor como testimonio del estado mental y espiritual del hombre. Yo necesito saber con quién tengo trato; a mí toda línea, tanto afectada como no afectada, me descubre una parte del alma humana; necesito sentir y oír a esos, a los que hablo; necesito ver la personalidad del público, y sin eso todo me sale estúpido e incompresible. Y por eso, todo donde se estampe una expresión del espíritu ruso moderno, en sus tendencias directas e indirectas, es para mí igualmente necesario; eso mismo que yo antes arrojaría con repulsión, lo debo leer ahora. Y por eso no te admires, si te exijo que me envíes todos los periódicos y las revistas literarias, que no te provocan ni echarles un vistazo. Pero no hay lugar para escribir más. Espero noticias tuyas con impaciencia. Te abrazo y beso. Adiós.
Tú, pienso, ya recibiste mi esquela7 por mano de Anna Mijáilovna Vielgórskaya8, en la que te informo sobre mi decisión de aplazar, tanto la presentación de El inspector con el Desenlace, como su publicación hasta el próximo año de 1848. Arkadii Rossetti, pienso, ya te informó también del envío a mí de las revistas literarias del año entrante, a lo que, probablemente, se dedicará gustoso, si tú no tienes tiempo libre. A la condesa Nesselrode9 le rogué, asimismo, disponer para que los correos puedan tomar esos paquetes.
1Vasílii Zhukóvskii, poeta, escritor, traductor, antiguo director de la revista El Heraldo de Europa, preceptor de la familia zarista, protector de escritores.
2Los Pasajes selectos… salen a la luz el 12 de enero de 1847.
3Nikolai Prokopóvich, poeta ocasional, maestro de cuerpo de cadetes, amigo de la infancia y compañero de gimnasio de Gógol.
4Stepán Sheviriév, poeta, crítico, traductor, editor, fundador de la revista El Heraldo de Moscú, profesor de literatura rusa en la Universidad de Moscú.
5Sheviriév se dedica en 1846 a preparar la segunda edición del primer tomo de Las almas muertas.
6Arkadii Rossetti, oficial del ejército imperial, hermano de Alexándra Smirnóva.
7La carta del 26 de noviembre (8 de diciembre) de 1846.
8Anna Mijáilovna Vielgórskaya, condesa, hija menor de los Vielgórskii.
9María Nesselrode (Gúrieva de nacimiento), condesa, esposa de Karl Nesselrode, conde, canciller estatal.
Imagen: Ivan Aivasovskii, Golf of Naples, 1841.