lunes, 12 de enero de 2009

Gógol a P.A. Pletnióv


Nápoles, 25 de enero (6 de febrero) de 1847.

Recibí tu carta con la noticia de la salida de mi libro1. ¿Por qué llamas gran obra la aparición de mi libro? Eso es excesivo e injusto. La aparición de mi libro sería no una gran sino, exactamente, una obra útil, si todo se arreglara y ordenara como es debido. Pero ahora, en cuanto puedo juzgar por el número de páginas que me informas en tu carta, no han autorizado más de la mitad, y además, la mitad esencial para la que fue acometido todo el libro, y por lo demás (como observas sordamente), han tachado, incluso en las autorizadas, muchos lugares. En ese caso, ya hubiera sido mejor retener el libro. Tú miras mi libro como un literato, desde un ángulo literario, te importa la obra propiamente literaria. A mí me importa la obra, que más me oprime y duele en este instante. Tú no sabes qué sucede en Rusia, dentro, qué enfermedad padece el hombre allá, dónde y qué clamores se oyen, y en qué lugares. Es cálido vivir en Petersburgo, disfrutar con los amigos las pláticas de arte, y de todo tipo de placeres sublimes. Pero cuando sabes que hay hombres con tales sufrimientos, ante los que un alma insensible se destrozaría, cuando sabes que una gota, una pizca de ayuda es capaz de refrescar y levantar el espíritu del caído, entonces prueba a soportar de modo insensible la destrucción de tus cartas. Tú no sabes por qué lado, exactamente, mis cartas eran útiles a esos, para quienes fueron escritas; tú no investigaste el alma del hombre, no descubriste como es debido ni a los otros, ni a ti mismo ante ti mismo, y por eso no puedes sentir todo eso que siento yo. Estas mismas palabras te parecerán extrañas. Me arrancan no sólo la camisa, sino la propia piel, pero eso por ahora sólo yo lo oigo, y a ti te parece que a mí, simplemente, me arrancan sólo el capote, sin el que, por supuesto, hace frío, pero con todo no de modo tal, que no se pueda arreglarse sin éste. De la confusión que hay en esta obra por parte de la censura, por supuesto, yo soy el culpable y nadie más. Yo, desde el mismo principio, debí poner en detallado conocimiento de todo esto al conde Mijaíl Yúrievich Vielgórskii2. Él, hace tiempo, hubiera puesto en conocimiento al soberano de los capítulos no autorizados. Es un alma buena y generosa, eso sin hablar ya de que me es familiarmente cercano, por la relación espiritual para conmigo de toda su familia. Él, hace ya un mes, le expuso al soberano una petición mía que, probablemente, nadie más se atrevería a presentar3. Esa petición era mucho más presuntuosa que la presente, y sólo tendría derecho a hacerla ya un hombre muy emérito del gobierno, y no yo. Y el buen soberano la recibió con benevolencia, preguntó por mí con sensible interés, y dio la orden a la cancillería de escribir a todos los lugares, las jefaturas y las embajadas en el extranjero, para que me otorguen una protección de excepción y especial en todas partes, por donde vaya a viajar o pasar en mi viaje. Y que ese mismo soberano se niegue a echarle un vistazo benevolente e indulgente a mis artículos, no quiero creerlo. Pásame en limpio todo lo que no fue autorizado por la censura, incluye todos esos lugares que Nikítienko4 tachó con tinta roja, y dáselo todo, sin omitir nada, a Mijaíl Yúrievich. No me calmaré hasta que esta obra no se haga así, como es debido. De otra forma, no está hecha para mí. ¡Qué dos pruebas tan fuertes de pronto! Por una parte, la carta actual tuya; por la otra, la carta de Sheviriév5 con la noticia de la muerte de Yazíkov6. Y todo eso sucedió, precisamente, en un momento cuando, sin eso, mis fuerzas se agotaron con los achaques y los insomnios surgidos de nuevo, durante estos dos meses, y cuyas causas no puedo entender. Pero es grande la gracia de Dios, que me apoya incluso en estos amargos instantes de indudable esperanza, en que todo se ordenará como sea debido. Tan pronto los artículos sean autorizados, envíalos al instante a Sheviriév, para la impresión de una segunda edición en Moscú7, que me parece es más cómodo realizar allá, tanto por razón de la baratura del papel y la tipografía, como igualmente porque él está menos cargado que tú con toda clase de obras y ediciones. A esta carta dale respuesta inmediata. Te abrazo con toda el alma.

Tuyo, G.

Si no estás ocupado con alguna otra obra, y tienes tiempo libre en absoluto, y se presenta la posibilidad de imprimir el libro con bastante rapidez, bien y sin grandes costos, entonces procede tú mismo. Por favor, no omitas nada, y los artículos que hayan sufrido demasiado con el censor, mejor manda a rescribirlos todos por completo, y no con adiciones. Están escritos por mí con secuencia y relación, y yo recuerdo el lugar de casi cada idea y frase. En particular, para que no confundan el artículo Sobre el lirismo de nuestros poetas; supongo que la adición grande, que envié con el quinto pliego, fue colocada como es debido, en lugar de las páginas eliminadas. El orden de los artículos es necesario que sea, exactamente, como el mío. Yo le envié a Mijaíl Yúrievich el índice con el orden de todos los artículos. Si es necesario para la formalidad algún censor, ¿pues no sería mejor escoger a algún otro, y no a Nikítienko?

1Los Pasajes selectos de la correspondencia con los amigos.
2Mijaíl Yúrievich Vielgórskii, conde, mecenas, hermetista, masón.
3Mijaíl Vielgórskii presenta a Nikolai I una carta de Gógol, que contiene una petición de éste sobre la extensión de un pasaporte extranjero con el propósito de hacer un viaje al Oriente.
4Alexánder Nikítienko, censor, crítico, historiador de la literatura.
5Stepán Sheviriév, poeta, crítico, traductor, editor, fundador de la revista El Heraldo de Moscú, profesor de literatura rusa en la Universidad de Moscú.
6Nikolai Yazíkov, poeta, miembro del círculo pushkiniano, amigo cercano de Antón Delvig y Nikolai Gógol, entre otros escritores.
7La edición no se hace en vida de Gógol.

Imagen: Mark Myers, Vancouver’s voyage begins, XXI.