miércoles, 14 de enero de 2009

Gógol a P.A. Pletnióv


Nápoles, 27 de abril (9 de mayo) de 1847.

Recibí tu gentil carta (del 4/16 de abril) justo antes de mi salida de Nápoles; me apresuro, no obstante, a escribir unas cuantas líneas. La respuesta a tus demandas, probablemente, ya la tienes, en parte por mi carta a Rossetti (del 15 de abril), en parte por la carta a ti (del 17 de abril). Te agradezco asimismo por la adjunción de dos cartas muy significativas para mí. A Viguel le escribí una pequeña respuesta adjunta a esta que, por favor, entrégale de inmediato. En lo que respecta a la carta de Briansháninov1, pues es necesario hacer justicia a nuestro clero por su estricto conocimiento de los dogmas. Ese conocimiento se oye en cada línea de su carta. Todo está dicho justamente y todo es correcto. Pero para emitir un juicio pleno sobre mi libro, es necesario ser un profundo conocedor del alma humana, es necesario sentir y oír el sufrimiento de esa mitad de la humanidad moderna, con la que incluso un monje no tiene ocasión de coincidir; es necesario conocer no la vida propia, sino la vida de muchos. Por eso para mí no es nada asombroso, que él vea en mi libro la mezcla de la luz con la tiniebla. La luz para ellos es la parte que conocen, la tiniebla es la parte que no conocen, pero sobre este objeto no tenemos por qué extendernos. Todo eso tú lo sientes y entiendes, acaso, mejor que yo. En todo caso, esa carta me brindó una buena opinión sobre Briansháninov. Yo lo consideraba, basándome en los rumores, simplemente un adulón de las damas y un pope banal.
Unas cuantas palabras sobre tu admiración, ante mi curiosidad por conocer todos los comentarios, incluso los banales, sobre mí y mi libro. ¡Amigo mío, cómo puedes no sentir hasta ahora, que yo necesito eso! En esos comentarios yo busco no tanto una lección para mí, como un breve conocimiento de los hombres que necesito conocer. En los juicios sobre mis obras se descubre el propio hombre. Habla el periodista, pero detrás del periodista hay dos mil personas, sus lectores, que oyen con sus oídos y ven las cosas con sus ojos. ¡No es una futileza! Yo necesito mucho saber qué es necesario recalcar. No olvides que, aunque actúo en la palestra del arte, aunque soy un artista de alma, el objeto de mi creación es el hombre moderno, y necesito conocerlo no sólo por su aspecto exterior. Yo necesito conocer su alma, su estado actual. Ni Karamzín, ni Zhukóvskii, ni Púshkin eligieron eso como objeto de su creación, por eso no tenían necesidad de esos comentarios. Está tranquilo en cuanto a mí: no me turbarán los críticos, y no me harán tambalear en nada de lo que es sano y fuerte en mí. De todos los escritores, cuyas biografías tuve ocasión de leer, aún no encontré ni uno, que persiguiera con tal terquedad su objeto una vez elegido. Esa firmeza mía yo la considero un signo de la gracia divina en mí. ¡Sin Éste cómo podría yo conservarla, entendiendo que a pocos les tocó librar tales batallas, contra toda clase de circunstancias que desvían del camino elegido! Sólo después de todos esos comentarios, se me aclara más la visión de eso mismo que veo, y siento más ardor por la obra. Te repito que estoy demasiado firme en mis convicciones principales. Pero tengo una regla: escucha a todos y hazlo a tu manera. Y lo que haré a mi manera, tras escuchar a todos, pues ya será difícil de convertir en escarnio público, incluso temporal.
Rossetti tiene razón en cuanto a la carta a su hermana2. Exactamente, de la forma en que está, no es decoroso que esté en la prensa. Ruégale que señale con lápiz, en su opinión, todos los lugares embarazosos. Esos son muy fáciles de atenuar, además de que yo mismo siento ya cómo deben estar. El secundo endoso te lo envié de vuelta a través de Stiglitz3, porque aquí el banquero no se encargó de dar dinero por éste. Por lo tanto, ahí ya no es por disposición mía. Ese es su destino. Ese dinero guárdalo contigo. A Prokopóvich no se le debe decir nada. Las cartas dirígelas todas a Francfort, como ya te escribí en mi carta anterior, con la exposición de toda mi ruta de viaje. Te abrazo fuertemente. ¡Que Dios te guarde! ¡Por Dios, siquiera unas pocas palabras sobre ti mismo! Yo, propiamente, no sé casi nada de ti: todas tus cartas están llenas de mí. Tu libro sobre Krilóv es hermoso en todos los sentidos. Es la primera biografía en la que se trasmite al escritor tan fielmente. La revista finalmente la recibí de enero y febrero, pero mi libro no llegó.

Todo tuyo, G.

1Ignátii Briansháninov, archimandrita del monasterio de Siérguiski.
2Gógol se refiere a la carta de Alexándra Smirnóva del 25 de mayo de 1846, que constituye la base del artículo Qué es una gobernadora, prohibido por la censura y que el autor quiere incluir en la segunda edición de los Pasajes selectos...
3Stiglitz, banquero de Petersburgo.

Imagen: Geoff Hunt, HMS Bellona on blockade duty off Brest, XXI.