viernes, 22 de agosto de 2008

M.P. Pogódin a Gógol


Moscú, 2 de junio de 1847.

Al fin preguntas por los niños. Reconoce qué abstracta, en general, es nuestra amistad y qué poco sabemos de la vida. Cómo son los niños, qué prometen, qué no prometen, cómo los educas, con qué vives, qué sucede contigo, son cuestiones de gran importancia de las que depende, en mucho, la misma disposición de alma, y nos parecen, finalmente, casi iguales a los objetos de simple curiosidad. Este reproche se refiere no sólo a ti, sino a mí también y a muchos, sino a todos. Yo te contaré ahora sólo de lo familiar. Esta es mi quinta carta con la anterior, y aun las dos o tres siguientes deben conformar una carta, que se escribe por fragmentos y después se pondrá en orden, es posible, en tu alma como en la mía. Los niños, en primer lugar, ahora están saludables; en general, estoy satisfecho con ellos, con sus inclinaciones, ocupaciones, ¿qué querrá Dios en lo adelante? Sásha ya tiene 13 años1. Con ella vive una muchacha, m. Symonds, la hija del americano con quien yo vivía donde los Trubetskói2. Le pago 1200 (r. asig.). Es una muchacha buena, ilustrada, pero educada en un pensionado y, por consiguiente, con costumbres y visiones artificiales de las cosas. Sásha es de corazón tierno, amoroso, de carácter alegre. Mítia se desarrolla con dificultad, aún tiene poca noción y juicio. Con él vive un alemán que le enseña latín y alemán; 1200 (r. asig.) por 1 1/2 año, hasta el nuevo examen del gimnasio. Para dibujar mostró una gran capacidad, y dibujaba muy bien, pero ahora no tengo fuerzas para emplear un maestro particular. Vánia tiene 5 años y Grúsha 3. Para ellos, la alemana rusa es una mujer correcta, pero seca. Ese es el carácter, al parecer, de la inspectora y de Elizaveta Fomínichna3, a quien tú bautizaste, a propósito, Agafiévna Kuzmínishna. Por consiguiente, en cuanto a voces mansas, les falta amor. Yo, sobreponiéndome, hablo con esa voz sólo a veces. La más amorosa de todos es mi mátushka, pero ya tiene más de 70 años. Mítia es muy iracundo y no aguanta las ofensas. Le gusta discutir. Vánia será, al parecer, más inteligente; Grúsha es una muchacha vivaracha y viva. Temo por ella en lo adelante. A mi hermano Grigórii Petróvich lo tengo sobre mis espaldas por completo. Y mis ingresos cesaron todos, excepto la pensión, así que yo no sé ni qué hacer. Es muy difícil mantener todo en orden. Mi posesión la puse toda en mi museo, que ahora no tiene precio y se compone de cosas valiosísimas, pero que no dan de comer. De manuscritos tengo cuatro veces más que Rumiántziev4, y de cosas y antigüedades 40 plastes. Separarme de éstas en vida no puedo porque, excepto el estudio, me brindan mi único consuelo y distracción. Dejar las compras no puedo, como el jugador dejar de jugar a las cartas. Mi colección se hizo famosa en toda Rusia, y de todas partes me traen y me cargan toda clase de rarezas. ¿Bueno, cómo negarse? Cada semana recibo algo, y sólo la correspondencia con los comisionistas me ofrece cosas curiosísimas. Ahora me rebajo a la especulación, que arreglará mis asuntos o me va a atascar ya así, que sólo sáquenme5. ¿Conoces la colección de esbozos que tenía Glínka6? Desde entonces, no apareció un aficionado a comprarla ni por 100 mil rublos. Que canallas son nuestros ricos, que tú tanto honras. Se la quieren llevar a tierras extrañas. Yo decidí comprarla por 70 mil rub. asig., ¡4 350 esbozos! Mi plan: anunciarla en Europa. Al instante recibiré, espero, una propuesta. Entonces, el gobierno volverá en sí y me comprará la invaluable colección. Pido prestado el dinero. Pero, ¿y si no se da eso? No pienso, por lo demás: devuelvo el mío con seguridad. Y eso está bien. Para que, por lo menos, no se vaya de Rusia esa colección. Me indigno conmigo mismo por mi descuido e insolencia. Por lo demás, por la economía de mis asuntos, por muy mal que estén ahora, no me preocupo, estoy seguro de que se arreglarán, y que ni mi familia ni yo pasaremos necesidades. Yo no puedo arreglarme en otro sentido. He aquí donde está mi alarma y turbación. Tú sabes que yo no conocí mujer hasta los 33 años, o sea, hasta mi casamiento. Con Liza viví 11 años. Ahora, hace tres años que estoy solo y la naturaleza demanda lo suyo. Los primeros años me las arreglaba más o menos: las reflexiones, las ocupaciones con el objeto más profundo para mí <…> me sirvieron de fontanellas, y sólo por momentos se producía un movimiento. Ahora eso se fortalece. La mujer, a la que el hombre, en general, se habitúa como a una pipa, conserva para mí todo su encanto, porque yo conocí, incluso besé, sólo a una mujer en toda mi vida. La cabeza me duele en este instante, por ejemplo. Los médicos me aconsejan, ¡pero fuera de la ley yo no puedo acercarme por nada! ¿Dónde pues buscar otra Liza? La necesidad moral también es grande. Me aburro, es triste estar solo, quisiera trasmitir, compartir mis sentimientos, incluso hablar con franqueza. Tú no puedes entender esta situación, y no la entenderá nadie, que no haya estado en unas circunstancias semejantes. ¡Buen momento hallaste para hablar conmigo de la negligencia en la palabra!
Me refiero a tu última carta. Yo no te hablé de negligencia ni de precipitación, sino de la acusación de que yo, al parecer, en 30 años no conduje al bien a ningún joven, no produje buenas impresiones en ninguno, no se me ocurrió ninguna idea y no entendí en absoluto. Me parece todo exagerado. ¡Por supuesto! ¿Y qué diferencia hay entre ser y parecer? Tengo que dar un consejo... éste muere en mis labios, oigo una voz: "¿Qué vas tú a aconsejar?" ¡Pero para qué hablar de eso! Yo, al otro día de leer tu libro, no tenía aflicción en mi corazón, y te digo, en cumplimiento de tu deseo, qué me pasa de verdad o por la mente. Por consiguiente, no necesito consuelo. ¿Por qué no me enojé? Al principio, yo supuse que un buen corazón no guarda rencor. Ahora veo con aflicción que sólo el orgullo, el pecado original, juega un gran papel. "Digan lo que digan ustedes, amigos y enemigos, nobles y canallas, yo conozco mi fuerza y se las mostraré, y los avergonzaré a todos", esa certeza, justamente, está en lo profundo de mi, por lo visto, bondadoso corazón, y por eso estoy tranquilo y no enojado. ¡Amar, amar y amar! ¡Rezar, rezar y rezar! Desear ser mejor, eso es todo lo que podemos hacer los hombres débiles, caídos... Haces mal en vivir en tierras extrañas. ¡Renuncia a tu mente, ésta te lleva sabe Dios a dónde!

Adiós. Tuyo, M. Pogódin.

Kiréevskii está mejor. El padre Makárii7 falleció el día, que había escogido para su salida de Jerusalén. Hace tres días murió en nuestro patio una mujer joven, que la víspera había ido con su marido de compras a la ciudad. Por la mañana paseaba, a las 12 horas parió, a las 5 falleció.
Bueno, ¿reuniste acaso entre tus amables ricachones, siquiera, mil rublos asignados (si no más), y se los enviaste a Shafarik? Eso es necesario, yo no los puedo reunir, aquí no se puede. Hazme esa gentileza y enviáselos. Es una obra superbuena y superútil. La dirección: Paul Joseph Schafarik, Sr. Wohlgeboren, Custos an der K.K. Bibliothek in Prag. Sarbergasse, No 146.
Quieres escribir sobre mis ediciones, ¿pero acaso no las conoces?
En la Pequeña Rusia se descubrió algo no bueno8.
¿Con Aksákov, probablemente, estás enojado? Eso no está bien. El viejo te escribió con franqueza y amabilidad9.
¡Que nuestro siglo es el siglo del malentendido, es una verdad sagrada! Sí, siempre me olvido de preguntarte, ¿qué es ese suceso terrible al que di motivo? No me cabe en la cabeza10.
Escríbeme con el primer correo. Tú aún estás inquieto: lo viejo y lo nuevo luchan en ti. Eso está claro para mí por las cartas. ¿Qué contradicciones encuentras en mí? Por consiguiente, las buscas por lo menos.
"Yo debo decir: ¿tú me robaste eso?” ¿Pero qué se te puede robar a ti? Tú no dijiste, incluso, ni una palabra, oye acaso tanto (?). Y el conde Stróganov, tras leer tus cartas, me dice con una maldad felina: "Sus amigos dicen lo mismo de usted11". ¿Y las personas conocidas o desconocidas, pero sencillas, los ministros o los NN, SS, de los que depende mi situación? ¡Me da vergüenza mirarles a los ojos!

1Agrafiéna Pogódina, hija de Mijaíl Pogódin.
2Mijaíl Pogódin es invitado como preceptor, en el verano de 1819, a la casa de los príncipes Trubetzkói.
3Elizaveta Wagner, suegra de Mijaíl Pogódin.
4Mijaíl Pogódin se refiere a la colección de libros y manuscritos de Nikolai Rumiántziev, coleccionista, conde, ministro de relaciones exteriores.
5Mijaíl Pogódin se ve obligado, en 1852, a vender su colección de antigüedades a la Biblioteca pública de San Petersburgo.
6Al parecer, se refiere a la rica colección de dibujos de Dmítrii Golítzin, gobernador de Moscú, que más tarde pasa a manos de los príncipes Dolgorúkii. (Probablemente, la colección está algún tiempo en manos de alguno de los Glínkas.) En 1840, la colección se pone en venta y es comprada años después por el doctor Jolie, quien se la lleva a París.
7El arzobispo Makárii, abad del Monasterio de la Santísima Trinidad.
8Se refiere a la hermandad Kirílo-Mefodiévskoe, organización política secreta de Kíev, destruida en 1847.
9La carta de Serguéi Aksákov a Gógol del 27 de enero de 1847.
10Véase la carta de Gógol a Mijaíl Pogódin del 20 de febrero (4 de marzo) de 1847.
11Mijaíl Pogódin y Serguéi Stróganov (curador de la Universidad de Moscú) tienen unas relaciones hostiles en extremo.

Imagen: Vasiliy Polenov, Moscow Backyard, 1878.