Nápoles, 3 (15) de abril de 1847.
No sé cómo agradecerle, mi buenísimo Arkadii Ósipovich, por su carta e información de las diversas opiniones. Si pudiera recibir tales cartas más a menudo, incluso sin el complemento de ese benigno interés suyo y amor por mí, yo sería hace tiempo bastante más inteligente de lo que soy ahora. ¿Pero qué hacer?, si no puedo hasta ahora convencer a nadie, con nada ni de ningún modo, de que necesito demasiado todos los comentarios sobre mí, de que esa es mi única escuela; de que hay finalmente un hombre tal, a quien se debe decir la verdad, por muy cruel que sea ésta, y que éste necesita, incluso, esas palabras groseras, ásperas, que saben pronunciar sólo el odio y el desamor.
Una de las razones de la publicación de mis cartas fue la de aprender, y no la de enseñar. Y ya que al hombre ruso no lo harás hablar hasta que no lo enojes, y no le agotes la paciencia por completo, pues yo dejé casi a propósito muchos lugares tales, que son capaces por su arrogancia de herir en lo vivo. Le diré no en broma, que yo padezco la ignorancia de muchas cosas de Rusia, que necesito conocer de modo imperioso. Yo padezco la ignorancia de lo que es el hombre ruso actual, en los distintos niveles de sus puestos, cargos y educación. Todos los informes que adquirí hasta ahora con un trabajo increíble, no me son suficientes para que mis Almas muertas sean lo que deben ser. He aquí por qué yo, con tal ansiedad, quiero conocer los comentarios de todas las personas sobre mi libro actual, sin excluir a los lacayos. En particular, no en aras de mi libro, sino en aras de que en los juicios sobre éste se expresa la persona misma, que pronuncia el juicio. Yo de pronto veo en esos juicios qué es ella misma, en qué nivel de su educación espiritual o estado se encuentra, cuán simple, buena, cuán ignorante o cuán pervertida es su naturaleza. Mi libro, en cierto sentido, es una piedra de toque, y créame que con ningún otro libro, como con éste, percibiría usted en el tiempo actual, de un modo tan satisfactorio, qué es el hombre ruso actual. No ocultaré que quería producir con éste, de pronto y rápido, un efecto benéfico en ciertos afectados; que yo esperaba, incluso, una gran cantidad de comentarios a favor mío, en lugar de como son éstos ahora; que me fue penoso, incluso, oír muchas cosas, e incluso muy penoso. ¡Pero cómo le agradezco a Dios ahora, que sucedió así y no de otra forma! Yo he sido casi obligado, casi de modo involuntario, a mirarme a mí mismo con mucha más severidad, yo tengo ahora un medio para mirar a los hombres de un modo mucho más correcto y cercano; y yo, finalmente, he sido conducido a la posibilidad de saber mirarlos mejor. En lo que respecta al hecho, de que en este asunto sufrió mi personalidad (yo debo confesarle que hasta ahora ardo de la vergüenza, al recordar con cuánta arrogancia me expresé en muchos lugares, casi à la Jlestakov), pues hay que sacrificar algo. Yo necesito asimismo una bofetada pública e, incluso, acaso más que algún otro. Pero el asunto es que hay que valerse de las circunstancias: Dios derramó de pronto todo un montón de tesoros, hay que recogerlos con ambas manos. Si usted me quiere hacer un bien verdadero, cual es capaz de hacer un cristiano, recoja para mí esos tesoros donde los encuentre. Qué le cuesta poco a poco, en forma de revista, anotar cada día siquiera, supongamos, estas palabras: “Hoy oí tal opinión, la dijo tal hombre, en la vida él es lo siguiente, su carácter es el siguiente” (en una palabra, su retrato en rasgos fugaces); si es un desconocido, pues: “su vida no la conozco, pero pienso que él es esto, por su apariencia, es atinado y decente (o indecente), pone la mano así, se suena la nariz así, aspira rapé así”. En una palabra, sin dejar pasar nada de eso que ve el ojo, desde las cosas grandes hasta las menudencias.
Créame que eso no será aburrido en absoluto. Ahí no es necesario ni un plan, ni un orden; simplemente, dos-tres líneas antes de ir a asearse. Yo, incluso, estoy seguro de que eso le será agradable, porque a usted le placerá de modo constante la idea, de que lo hace para una persona que lo quiere mucho, para la que eso será tan alegre, como es alegre para un niño recibir, antes de la fiesta, su juguete preferido. ¿Qué hacer pues si ese, por lo visto a los ojos de otros, juguete, no es un juguete para mí en absoluto?; eso no es un juguete a tal grado que, si yo no reúno una cantidad suficiente de esos juguetes, puede asomar en mis Almas muertas, en lugar de los hombres, mi propia nariz, y se mostrará exactamente todo eso, que a ustedes no le fue agradable encontrar en mi libro.
Créame que sin la salida de mi libro actual, yo no alcanzaría de ningún modo esa sencillez no artificial, que debe estar presente por necesidad en las otras partes de Las almas muertas, para que cada uno las llame un espejo fiel, y no una caricatura. Usted no sabe eso, qué vuelta grande hay que dar para alcanzar esa sencillez. Usted no sabe eso, cuán alto se encuentra la sencillez. Sobre este tema es mejor no razonar, sino simplemente ayúdeme.
No puedo entender, por qué no me llegaron hasta ahora ni uno de los libros que, dice usted, me han enviado. A todos los demás los correos les traen todo, hasta trigo sacrraceno, cartílagos y caviar para las empanadas, y a mí ni una paginita de periódico.
No olvide informarme sobre el recibo de esta carta. Dirija desde ahora todo a Francfort, a nombre de Zhukóvskii. Y a él a nombre de nuestra embajada.
Imagen: Claude Oscar Monet, Fishing Boats at Sea, 1868.
No sé cómo agradecerle, mi buenísimo Arkadii Ósipovich, por su carta e información de las diversas opiniones. Si pudiera recibir tales cartas más a menudo, incluso sin el complemento de ese benigno interés suyo y amor por mí, yo sería hace tiempo bastante más inteligente de lo que soy ahora. ¿Pero qué hacer?, si no puedo hasta ahora convencer a nadie, con nada ni de ningún modo, de que necesito demasiado todos los comentarios sobre mí, de que esa es mi única escuela; de que hay finalmente un hombre tal, a quien se debe decir la verdad, por muy cruel que sea ésta, y que éste necesita, incluso, esas palabras groseras, ásperas, que saben pronunciar sólo el odio y el desamor.
Una de las razones de la publicación de mis cartas fue la de aprender, y no la de enseñar. Y ya que al hombre ruso no lo harás hablar hasta que no lo enojes, y no le agotes la paciencia por completo, pues yo dejé casi a propósito muchos lugares tales, que son capaces por su arrogancia de herir en lo vivo. Le diré no en broma, que yo padezco la ignorancia de muchas cosas de Rusia, que necesito conocer de modo imperioso. Yo padezco la ignorancia de lo que es el hombre ruso actual, en los distintos niveles de sus puestos, cargos y educación. Todos los informes que adquirí hasta ahora con un trabajo increíble, no me son suficientes para que mis Almas muertas sean lo que deben ser. He aquí por qué yo, con tal ansiedad, quiero conocer los comentarios de todas las personas sobre mi libro actual, sin excluir a los lacayos. En particular, no en aras de mi libro, sino en aras de que en los juicios sobre éste se expresa la persona misma, que pronuncia el juicio. Yo de pronto veo en esos juicios qué es ella misma, en qué nivel de su educación espiritual o estado se encuentra, cuán simple, buena, cuán ignorante o cuán pervertida es su naturaleza. Mi libro, en cierto sentido, es una piedra de toque, y créame que con ningún otro libro, como con éste, percibiría usted en el tiempo actual, de un modo tan satisfactorio, qué es el hombre ruso actual. No ocultaré que quería producir con éste, de pronto y rápido, un efecto benéfico en ciertos afectados; que yo esperaba, incluso, una gran cantidad de comentarios a favor mío, en lugar de como son éstos ahora; que me fue penoso, incluso, oír muchas cosas, e incluso muy penoso. ¡Pero cómo le agradezco a Dios ahora, que sucedió así y no de otra forma! Yo he sido casi obligado, casi de modo involuntario, a mirarme a mí mismo con mucha más severidad, yo tengo ahora un medio para mirar a los hombres de un modo mucho más correcto y cercano; y yo, finalmente, he sido conducido a la posibilidad de saber mirarlos mejor. En lo que respecta al hecho, de que en este asunto sufrió mi personalidad (yo debo confesarle que hasta ahora ardo de la vergüenza, al recordar con cuánta arrogancia me expresé en muchos lugares, casi à la Jlestakov), pues hay que sacrificar algo. Yo necesito asimismo una bofetada pública e, incluso, acaso más que algún otro. Pero el asunto es que hay que valerse de las circunstancias: Dios derramó de pronto todo un montón de tesoros, hay que recogerlos con ambas manos. Si usted me quiere hacer un bien verdadero, cual es capaz de hacer un cristiano, recoja para mí esos tesoros donde los encuentre. Qué le cuesta poco a poco, en forma de revista, anotar cada día siquiera, supongamos, estas palabras: “Hoy oí tal opinión, la dijo tal hombre, en la vida él es lo siguiente, su carácter es el siguiente” (en una palabra, su retrato en rasgos fugaces); si es un desconocido, pues: “su vida no la conozco, pero pienso que él es esto, por su apariencia, es atinado y decente (o indecente), pone la mano así, se suena la nariz así, aspira rapé así”. En una palabra, sin dejar pasar nada de eso que ve el ojo, desde las cosas grandes hasta las menudencias.
Créame que eso no será aburrido en absoluto. Ahí no es necesario ni un plan, ni un orden; simplemente, dos-tres líneas antes de ir a asearse. Yo, incluso, estoy seguro de que eso le será agradable, porque a usted le placerá de modo constante la idea, de que lo hace para una persona que lo quiere mucho, para la que eso será tan alegre, como es alegre para un niño recibir, antes de la fiesta, su juguete preferido. ¿Qué hacer pues si ese, por lo visto a los ojos de otros, juguete, no es un juguete para mí en absoluto?; eso no es un juguete a tal grado que, si yo no reúno una cantidad suficiente de esos juguetes, puede asomar en mis Almas muertas, en lugar de los hombres, mi propia nariz, y se mostrará exactamente todo eso, que a ustedes no le fue agradable encontrar en mi libro.
Créame que sin la salida de mi libro actual, yo no alcanzaría de ningún modo esa sencillez no artificial, que debe estar presente por necesidad en las otras partes de Las almas muertas, para que cada uno las llame un espejo fiel, y no una caricatura. Usted no sabe eso, qué vuelta grande hay que dar para alcanzar esa sencillez. Usted no sabe eso, cuán alto se encuentra la sencillez. Sobre este tema es mejor no razonar, sino simplemente ayúdeme.
En lo que respecta a la publicación de las cartas, pues mi decisión es esta. Editar en aras de las cartas no autorizadas un nuevo tomo, como aconseja Pletnióv, me es imposible; yo tengo unas ocupaciones que no es necesario olvidar, y mi tiempo está todo contado; además, la segunda aparición de una obra de ese mismo género, no produciría incluso ni ruido. Yo necesito sólo que Viáziemskii añada sus observaciones y correcciones. Yo después las examinaré y corregiré así, que el censor simple las autorice sin los exámenes superiores. Créame que se puede decir todo, sólo si sabes decir con inteligencia. El fracaso de las acciones más generosas y benéficas proviene, en particular, de nuestra falta de juicio. Precisamente, por el hecho de que olvidamos de modo incesante el inteligente refrán: “Del mismo schi, pero sírvelo más aguado”. Si en lugar de un consejo presuntuoso y orgulloso, pronunciado en el tono de un hombre que no piensa que puede equivocarse, aparece simplemente una opinión modesta, esa misma idea se pondrá en curso e, incluso, será aceptada por muchos lectores. Así, lo que simplemente esté fuera de lugar, eso se arrojará, lo que es inteligente, pues se dirá de otra forma; donde asomó mi propia personalidad, ahí no sólo un coscorrón a ésta sino, incluso, se pone algo que otorgará a lo anterior, a lo ya publicado, cierto tono de moderación. Pero en todo caso, esas cartas es necesario incluirlas en el libro, y no publicarlas por separado. Ésas, de todas formas, elevarán su significado, al recordarle al hombre ruso sobre Rusia, y no sobre mí. No es necesario que este libro sea desechado. Por muy lleno de defectos que esté, se publicó no para las impresiones instantáneas. Es necesario que lo lean varias veces no sólo esos, que no lo entendieron en absoluto sino, incluso, esos que lo entendieron mejor que otros. Ahí hay unos cuantos secretos espirituales, que no se alcanzan de pronto. Muchas cosas son recibidas, en absoluto, no en el sentido que yo quise expresar, incluso por personas muy inteligentes. Sería bueno si la edición, en su forma completa, pudiera ser publicada para septiembre. El libro se agotará, porque se puede publicar algo que contribuya a su circulación pertinente (en algo), desde su visión. Esta carta désela a leer a Pletnióv.
Usted me agradece, por que yo le brindé la ocasión (con las gestiones de mi libro) de conocer mejor la hermosa alma de Pletnióv. Y yo le agradezco asimismo por la provisión de ciertas noticias sobre él, que me obligaron a quererlo aun más que nunca antes, y me obligaron a apreciar aun más su amistad, que me envió Dios en forma de cierto hermoso, sereno consuelo muy necesario en esta época. Yo no sé con qué júbilo lo abrazaría a él ahora, y qué no daría por verlo, hablarle y abrazarlo personalmente. Después, abrazándolos a él y a usted, mi inapreciable Arkadii Ósipovich, y agradeciéndole varias veces por sus amables líneas, quedo suyoG.
No puedo entender, por qué no me llegaron hasta ahora ni uno de los libros que, dice usted, me han enviado. A todos los demás los correos les traen todo, hasta trigo sacrraceno, cartílagos y caviar para las empanadas, y a mí ni una paginita de periódico.
No olvide informarme sobre el recibo de esta carta. Dirija desde ahora todo a Francfort, a nombre de Zhukóvskii. Y a él a nombre de nuestra embajada.
Imagen: Claude Oscar Monet, Fishing Boats at Sea, 1868.