miércoles, 22 de julio de 2009

Gógol a A.M. Vielgórskaya


Moscú, 30 de julio de 1849.

Fui a echarle una ojeada a unos cuantos gobiernos en las cercanías de Moscú, estuve en Kalúga, donde visité por varios días la casa de Alexandra Ósipovna1; regresé de nuevo por breve tiempo a mi solitario cuartito en Moscú, y vi en la mesa una carta. Con alegría supe que era de usted, y aún con mayor que mi regalo2 vino a propósito. No se asombre de que nadie le pudo indicar la obra que yo le envié. Los rusos nunca saben qué existe en lengua rusa. Diríjase con sus preguntas por esa parte a mí, y a nadie más. El presente libro resultó más necesario para sus hermanas. Pero, acaso, los demás serán necesarios para usted. Ya que Sofía Mijáilovna y Apollina Mijáilovna se dedican a recoger obras sobre la palestra peterburguesa, pues ellas, además de los cuadernos que usted recibió, van a necesitar aún una obra, que Sofía Mijáilovna3 recibirá con ésta. Entréguele a ella la esquela4. El libro se envía, en particular, a su nombre. No piense que me arruinaré de libros. Yo los regalo de mi biblioteca personal, que se me conformó ya hace tiempo. Yo amo regalarle de ésta a mis amigos. Me parece entonces, como si el libro estuviera perfectamente colocado, e ingresara a un depósito de libros digno suyo. Yo puedo proceder así. Yo soy más rico que usted, y tengo más posibilidad de hacerme de libros, precisamente, porque no gasto nada en otra cosa. Por mi sustento y existencia no le pago a nadie. Vivo hoy en casa de uno, mañana en casa de otro. Iré a donde usted también, y viviré en su casa, sin pagarle por eso ni un kópek. Adiós, buena amiga Anna Mijáilovna. Beso mentalmente sus buenas manos. Y usted bese por mí más fuerte las manos de la condesa.

Todo suyo.

Mi dirección queda como antes.

1Alexándra Ósipovna Smirnóva (Rossetti de nacimiento), dama de compañía de la zarina, esposa del gobernador de Kalúga, amiga de Vasílii Zhukóvskii y Alexánder Púshkin.
2El regalo de Gógol es un Atlas botánico. En el verano de 1849, Sofía, Anna y Apollinaria Vielgórskaya (las tres hermanas) estudian botánica.
3Botánica doméstica, de Nikolai Scheglóv, SPb., 1826.
4Carta de Gógol a Sofía Sollogúb (de nacimiento Vielgórskaya) del 30 de julio de 1849.

Imagen: Mikhail Villie, A View of the Church of St John the Forerunner, 1890s.

viernes, 10 de julio de 2009

Gógol a S.M. Sollogúb


Moscú, 24 de mayo de 1849.

¡Cuánto me alegró con sus breves líneas! Que la premie Dios por éstas. El día 22 de mayo, en que recibí su carta, fue uno de los días más alegres, que yo sólo podía esperar en mi actual tiempo de pesar. Si usted1 viera en qué estado terrible estaba mi alma antes de su recibo, entendería eso. Yo vine a Moscú para sentarme con Las almas muertas, a cuya terminación estaba vinculado todo lo mío, incluso mis medios de existencia. Al principio el trabajo iba bien, parte del invierno la pasé de modo excelente, después se me embotó la cabeza de nuevo; no hubo el estado de ánimo bendito y la elevada relajación espiritual, durante la cual se realiza el trabajo de modo inspirado. Y todo en mí de pronto se encarnizó, el corazón se me endureció. Caí en el fastidio, la melancolía, casi en la rabia. No hubo personas cercanas a mi corazón que, por ese tiempo, yo no ofendiera y no agraviara con la recaída de cierta helada insensibilidad del corazón. Yo actuaba de tal forma, como puede actuar sólo un hombre en estado de locura, e imaginando al mismo tiempo que actuaba de modo inteligente. Pero Dios es misericordioso. Él me castigó con una fuerte depresión nerviosa, que empezó con la llegada de la primavera, con una enfermedad que es más terrible para mí que todas las enfermedades, tras la que, no obstante, si la soportaba con serenidad y me resignaba, llegaba casi siempre una disposición bendita. Súbitamente, mi alma encendida empezó a quejarse de la terrible crueldad de mi corazón. Con horror veo que en éste hay sólo egoísmo, que, a pesar de saber valorar los sentimientos elevados, no los incluyo en mí en absoluto, que me hago peor, mi carácter se estropea, y cada acto mío es ya un agravio para alguien. Me da terror ahora por mí, tal como nunca antes. Le diré que más de una vez, en este tiempo, les rogué en ausencia y mentalmente a Anna Mijáilovna2 y a usted, rezar por mí fuerte fuerte. No sé, si acaso sus corazones oyeron eso. Pero cada vez, cuando las imaginaba mentalmente a ambas rezando por mí, me sentía más aliviado, y la esperanza de la misericordia de Dios se despertaba en mí. Usted me pregunta qué voy a hacer conmigo y hacia dónde me moveré. Yo mismo no lo sé. Ante mí hay sólo un mar ilimitado. Siento sólo que necesito ir a algún lugar, porque el camino sería útil para mis nervios, ¿a dónde?, no lo sé. No me abandone, mi buenísima Sofía Mijáilovna. Una pequeña noticia de lo que todos ustedes hacen ahora en Pávlin, una descripción de un día suyo me traerá mucho, mucho consuelo. Si supiera cómo todos ustedes, del primero al último, se hicieron ahora más cercanos a mi corazón, más que nunca antes, y cuando sólo imagino cómo nos veremos todos juntos de nuevo, y yo les leeré mis Almas muertas, el espíritu se me sobrecoge en el pecho de alegría. Es acaso eso una disposición nerviosa o un sentimiento verdadero, yo mismo no lo puedo decidir.
Bese las inapreciables, bondadosas y benevolentes manos de la condesa3 y de Anna Mijáilovna.
Que Dios los conserve salvos a todos ustedes.

Todo suyo, N.G.

A Vladímir Alexándrovich4 lo vi. Tan pronto supe que estaba en Moscú, al instante, a pesar de mi malestar, me apresuré a su casa. Además de que me fue agradable verlo en particular, a mí me alegraría toda persona por la que pudiera saber algo de ustedes. ¡Por Cristo, no me olviden! ¡Cuán sin fuerza, cuán débil estoy, y cuánto necesito ahora de ayuda!

1Sofía Mijáilovna Vielgórskaya (Sollogúb, de casada), condesa, hija de los Vielgórskii.
2Anna Mijáilovna Vielgórskaya, condesa, hija menor de los Vielgórskii.
3Luisa Kárlovna Vielgórskaya (princesa Byron de nacimiento), condesa, esposa de Mijaíl Vielgórskii, madre de las Vielgórskii.
4Vladímir Alexándrovich Sollogúb, escritor.

Imagen: Mijail Satarov, Sretiénka, XXI.

miércoles, 24 de junio de 2009

Gógol a A.M. Vielgórskaya


Moscú, 3 de junio de 1849.

¡Al fin una esquela suya! Con toda el alma le agradezco por ésta, buenísima Anna Mijáilovna. Me alegró mucho que sus ojos estén mejor. Por Dios, cuídelos. Por mucho que a usted le guste dibujar, el buen juicio le exige dedicarse menos al dibujo, y moverse más al aire libre. Entiendo que los paseos sin objetivo son aburridos. He aquí por qué me parecía, que la vida en el pueblo podría ofrecerle más alimento a su alma, que en la casa de campo. Hacer cuatro, cinco vérstas1 al día para echar una ojeada a la labor y el trabajo de los aldeanos, que se realizan en distintos lugares de la posesión, no es en absoluto lo que nuestro paseo habitual. Ahí sin querer se puede conocer el modo de vida de esas personas, con las que se relaciona tan estrechamente nuestra existencia personal, y a través de eso llegar a la posibilidad de ayudarlas.
Pero Ése que lo dispone todo, sabe mejor qué nos es más útil y mejor. Hay que resignarse. No logramos la intención de estar en ese lugar, hay que examinarse, cómo debemos ser en éste. Las obligaciones de una persona están en todas partes. Éstas pueden estar asimismo en Pávlin. Alrededor suyo, ahora, hay un montón de sobrinos y sobrinas. ¡Cuántas cosas hermosas se pueden trasmitir a las almas jóvenes mediante el amor! Se puede inculcar desde niño, en la receptiva curiosidad infantil, la concepción de su patria y su historia, la diversidad de sus comarcas, y el modo de vida de sus habitantes en todos sus rincones, e incluso el deseo ardiente de ser útil a ésta. Se puede también, en el tiempo de la adolescencia, darle a la persona una idea de cuán sagradas deben ser las relaciones entre las personas. Y entonces ésta será dichosa para toda la vida, porque en el tiempo restante de su vida, ella misma ya se va a ocupar de su recorrido posterior por el camino señalado, de conducirse a la gran, gran posibilidad de brindar utilidad y beneficiar. ¡Oh, cuán movidos seríamos todos ahora, cuánto menos pereza, inacción y letargo tendríamos, si hubiéramos adquirido en la juventud eso, que estamos obligados a adquirir ahora! Como por desgracia, nuestra primera educación nos aleja de pronto de eso, que está a nuestro alrededor. Desde los primeros días, nos atiborran de temas que nos llevan a otras tierras, y no a la nuestra. Por eso no servimos para nuestra tierra. De mí no le puedo decir nada positivo. Yo recién me recuperé de una fuerte enfermedad nerviosa que, con la llegada de la primavera, de pronto me sacudió y estremeció todo. Yo tenía, precisamente, la intención de viajar por los gobiernos nor-orientales de Rusia, que conozco poco, pero cómo y cuándo pondré eso en ejecución, no lo sé. Yo estuve en extremo insatisfecho conmigo todo este tiempo. Y sólo me asombro de la gracia de Dios, que no me castigó tanto, cuanto yo lo merecía. No me abandone, buenísima Anna Mijáilovna, con sus breves líneas. La descripción de un día suyo y su pasar el tiempo en Pávlin será un regalo para mí. ¡Que Dios la guarde!
Bese las manos inapreciables de su mámienka.

Todo suyo, N. Gógol.

1Vérsta, antigua medida rusa de superficie igual a 1,06 km.

Imagen: Alexander Matrehin, St. Basil's Cathedral, 2001.

jueves, 11 de junio de 2009

Gógol a A.M. Vielgórskaya


Moscú, 16 de abril de 1849.

¡Cristo resucitó!
A mi larga carta usted, ni una palabra, Sofía Mijáilovna tampoco. Y yo le escribí a usted y a ella tres días antes del Domingo luminoso. Si por algo se enojó conmigo... Pero no, usted no puede enojarse conmigo, buenísima Anna Mijáilovna. ¿Por qué se va a enojar conmigo? Cierto, eso sucedió así, por sí mismo. A usted, simplemente, le dio pereza, no deseo de escribir, y por eso no escribía. A pesar de todo, en esta carta, asimismo como en la anterior, le repetiré lo mismo: no abandone su buen deseo de ser rusa en el sentido superior de esa palabra. Sólo por ese único camino puede alcanzar el cumplimiento de su deber en la tierra. Cuando esté en Moscú y eche una mirada a toda su santidad, y vea en sus iglesias antiguas los vestigios de su vida rusa antigua, entonces entenderá eso. Sobre muchas cosas tendremos que hablar entonces, pero ahora temo aburrirla y decir algo incomprensible. Le diré por ahora, solamente, que yo me convenzo por la experiencia cotidiana de cada hora y cada minuto, de que aquí, en esta vida, debemos trabajar no para sí, sino para Dios. Es peligroso perder eso de vista hasta por un instante. La humanidad del presente siglo se salió del camino sólo, por que se imaginó que es necesario trabajar para sí, y no para Dios. Incluso en nuestros minutos de diversión, no debemos apartarnos de la idea de Ése, que nos mira también en nuestros minutos de diversión. No pierda usted tampoco eso de vista. Vamos a intentar, que todas nuestras ocupaciones estén dirigidas a la glorificación de su nombre, y que toda nuestra vida sea un incesante himno a Él. A usted le gusta dibujar, pues dibuje todo eso que sirve de adorno al templo de Dios, y no nuestras habitaciones, represente los rostros luminosos de las personas que lo complacen. Por eso su pincel y sus ideas se harán más elevadas. Usted recibirá sin comparación más placer, no le hará falta un maestro. El sentimiento personal que se elevará en su interior, se volverá su maestro y la llevará a la perfección en el arte. En Moscú tendrá usted mucho alimento. En la iconografía antigua que adorna nuestras iglesias antiguas, hay rostros asombrosos y en los rostros expresiones asombrosas. En la carta anterior yo le rogué preocuparse, en particular, por la lengua eslava. Ésta le hará mucha falta. La lectura del Evangelio y de las Epístolas de los Apóstoles en lengua eslava, es el mejor camino hacia eso. Le envío por ahora un libro que usted, acaso, no leyó. Si lo leyó, pues léalo de todas formas, porque en éste hay muchas cosas que no se dan a la primera vez. Es el libro de Sheviriév sobre la literatura rusa antigua1. Éste le servirá de preludio a la lectura de esos libros, en los que se le revelará por completo la vida rusa. Aun para usted un ruego de corazón. Le envío el dinero, con que le ruego mandar a comprar para mí en la tienda sinodal, la Lectura cristiana del pasado año de 1848. Ahí se incluye entera, empezando por el 1er número, la historia clerical de Eusebio de Cesarea2, de los primeros siglos. Esa historia léala, no sólo no es aburrida, sino sumamente entretenida. Eusebio de Cesarea fue él mismo casi contemporáneo de los sucesos descritos, encontró aún a los discípulos de los apóstoles. Tras leer esa historia, usted conocerá en realidad qué cosa era la vida de los antiguos cristianos. Eso asimismo la ayudará mucho en el conocimiento, de qué cosa es la verdadera vida rusa. Ese libro lo puede retener consigo cuanto quiera, y a Moscú llévelo consigo. Pero es suficiente. ¡Con la ayuda de Dios, buenísima Anna Mijáilovna! Bese y abrace a todos los suyos, gentiles y cercanos a mi corazón.

Todo suyo, N. Gógol.

1Historia de la literatura rusa, con preferencia de la antigua, de Stepán Sheviriév (t. 1, M., 1846).
2Historia de la Iglesia, de Eusebio de Cesarea.

Imagen: Alexander Matrehin, The Pskovskiy Kremlin, 1999.

martes, 9 de junio de 2009

Gógol a A.M. Vielgórskaya


Moscú, 30 de marzo de 1849.

Yo recibí su gentil esquela1, buenísima Anna Mijáilovna. Ésta me alegró, con que usted no abandona su deseo de hacerse rusa. ¡Con la ayuda de Dios! En ningún lugar es tan necesaria su ayuda, como en ese asunto. Usted dice que mi y su deseo se cumplirá, que se hará rusa no sólo de alma, sino también de lengua y conocimiento de Rusia. Yo subrayé esas líneas, porque ésas son sus propias palabras. ¿Sabe acaso, no obstante, que lo primero es más difícil que lo último? Es más fácil hacerse rusa de lengua y conocimiento de Rusia, que rusa de alma. Ahora están de moda las palabras: popularidad y nacionalidad, pero eso, por ahora, son sólo gritos que marean la cabeza y ciegan los ojos. ¿Qué cosa significa hacerse rusa en realidad? ¿En qué estriba el atractivo de nuestra especie rusa, que ahora intentamos desarrollar a porfía, arrojándole todo lo que le es extraño, indecoroso e impropio? ¿En qué estriba ésta? Eso hay que examinarlo atentamente. La elevada dignidad de la naturaleza rusa estriba, en que ésta es capaz de recibir en sí, más profundo que otras, la elevada palabra del Evangelio, que conduce al hombre a la perfección. Las semillas del sembrador celestial fueron esparcidas con pareja dadivosidad por doquier. Pero unas cayeron por el trayecto en el camino real, y fueron robadas por los pájaros que llegaban volando; otras cayeron en las piedras, brotaron pero se secaron; las terceras en los espinos, brotaron pero pronto fueron ahogadas por las malas hierbas; sólo las cuartas, tras caer en una tierra buena, dieron fruto2. Es una tierra buena la receptiva naturaleza rusa. Bien libadas en el corazón, las semillas de Cristo dieron todo lo mejor que hay en el carácter ruso. Así, para hacerse ruso, hay que recurrir a una fuente, acudir a un medio, sin el cual el ruso no se hará ruso en el sentido superior de esa palabra. Acaso, sólo al ruso le está destinado sentir más de cerca el sentido de la vida. La verdad de estas palabras la puede atestiguar sólo aquél, que penetre de modo profundo en nuestra historia y la entienda en absoluto, arrojando de antemano toda clase de sapiencias, suposiciones, ideas, autosuficiencia, orgullo y convicción de que al parecer ya entendió de qué trata el asunto, mientras que apenas sólo procedió a éste. Sí. En la historia de nuestro pueblo se advierte un fenómeno maravilloso. Corrupción, desórdenes, disturbios, oscuros engendros de la ignorancia, así como discordia y toda clase de desacuerdos hubo entre nosotros, acaso, en mayor medida que en algún otro lugar. Éstos se expresan vivamente en todas las páginas de nuestras crónicas. Pero en cambio, al mismo tiempo brilla la luz de los elegidos con más fuerza, que en algún otro lugar. Se oyen asimismo en las crónicas, por todas partes, las huellas de una vida interior atesorada, sobre la que éstas no nos dejaron un relato detallado. Se oye la posibilidad de la fundación de la ciudadanía sobre las purísimas leyes cristianas. En los últimos tiempos empezaron a descubrirse de modo incesante, entre el polvo y los trastos de la antigüedad, documentos y manuscritos como el Domostroi3 de Silvestre donde, como el mundo antiguo en las ruinas de Pompeya, se descubre con detalladísimo detalle toda la vida antigua de Rusia. Aparece ya no la organización política de Rusia, sino la vida privada familiar y en ésta la vida, iluminada por la luz con la que debe ser iluminada. En los preceptos y los trazados de cómo llevar la casa propia, cómo ser con las personas, cómo guardar la administración terrenal y celestial, además de la viveza de las detalladas costumbres de la antigüedad, asombran la profunda experiencia de la vida y la plenitud del abrazamiento de todas las obligaciones; cómo el jefe de la casa conserva la imagen de la gracia divina en el trato con todos. Cómo debe ser la esposa y dueña de la casa con el esposo, con los niños, con los sirvientes y en la administración; cómo educar a los niños, cómo educar a la servidumbre, cómo organizar todo en la casa, cubrir, limpiar, llenar de víveres la despensa, saber velar por todo; y todo con un inusitado detalle, con el nombre de las cosas que entonces estaban en uso, con los nombres de los platos que entonces se preparaban y comían. Así ves ante los ojos la alegre antigüedad, su satisfacción, hospitalidad, el trato alegre, inteligente con los visitantes, y la asombrosa ausencia de la aburrida etiqueta, reconocida como obligatoria en el siglo actual. En una palabra, vemos la unión de Marta y María juntas o, mejor, vemos que Marta no murmura contra María, sino conviene en que ella escogió la parte buena, y no piensa nada mejor que quedarse a las órdenes de María, o sea, de preocuparse sólo en lo más mínimo de la administración terrenal, para a través de eso llegar junto a María a la posibilidad de dedicarse a la administración celestial4.
En los últimos tiempos, empezaron a descubrirse de modo incesante manuscritos de ese género. Esos libros, sobre todo, dan a conocer eso que es mejor en el hombre ruso. Éstos son mucho más útiles que todos esos, que se escriben ahora sobre los eslavos y el eslavismo, por hombres que se encuentran en ebullición, en estados pasajeros del espíritu, en edades subyugadas por la imaginación, por las seducciones de una mente con amor propio y toda clase de aficiones. Pero para usted, esos libros aún son inaccesibles: en primer lugar, de ésos se han publicado no muchos; en segundo, éstos no se han traducido a la lengua rusa actual. Usted, nuestra lengua antigua, no la conoce. He aquí por qué yo me demoré en aconsejarle qué libros leer antes. Todo lo que, sobre todo, puede hacerle conocer Rusia, sigue en lengua antigua. Queda un medio: usted necesita de seguro aprender eslavo. El camino más fácil hacia eso es el siguiente: lea el Evangelio no en lengua francesa y no en rusa, sino en eslava. Al francés acuda sólo entonces, cuando no entienda. Las palabras que sean más enigmáticas, apúntelas en un papelito especial y muéstreselas al sacerdote. Él se las explicará. Si lee el Evangelio, las Epístolas, y añade a eso los cinco libros de Moisés, usted va a saber eslavo; en este asunto el alma también ganará no poco. Y cuando nos veamos, entonces yo le explicaré en dos-tres lecciones todas las aboliciones, que hay en nuestra lengua antigua del eslavo. Usted lo amará. Es una lengua sencilla, expresiva y hermosa. Pero yo, al parecer, hablé demasiado, es hora de terminar. ¡Así, con la ayuda de Dios! Sea rusa, usted debe serlo. Pero recuerde que, si a Dios no le place, usted nunca se hará rusa. Se debe dirigir por eso a la fuente de todo lo ruso, a Él mismo. ¡Con la ayuda de Dios! Ahora sobre mí. El informe de Sologúb sobre mi salud y excelente disposición de espíritu, sólo a la mitad es justo. Él me vio de visita. No se puede llevar el tedio a la visita. A la fuerza o no a la fuerza debo, si no estar pues, por lo menos, parecer estar contento. Y a decir verdad, yo estuve casi todo el tiempo insatisfecho conmigo. Mi trabajo5 marchaba como que lánguida, penosamente, y se avivaba poco con el fuego bendito de la inspiración. Finalmente, yo experimenté en este tiempo, cómo nunca pasa para nosotros sin castigo si, siquiera por un instante, quitamos nuestros ojos de eso, a lo que deben estar alzadas nuestras miradas cada minuto, y nos apasionamos, siquiera por un instante, con cualquier deseo terrenal en lugar de celestial. Pero Dios fue misericordioso y me salvó, cómo me salvó ya no una vez. En lo que se refiere a mi viaje a Petersburgo pues, a pesar de todo el deseo de ver a personas cercanas a mi corazón, éste debe ser aplazado por un tiempo, en razón de mis no así acomodadas circunstancias. Y no así se acomodaron las circunstancias en razón de la anterior, o sea, de la no así satisfactoria disposición de espíritu. Pero Dios sabe mejor que nosotros lo que será mejor. Además, ustedes me alegraron con la noticia de que, acaso, este verano se asomarán por Moscú. Con toda el alma deseo que Moscú deje en vuestra alma, para siempre, la más bendita impresión. Adiós, mi buenísima Anna Mijáilovna. Trasmítale mi reverencia de alma a la condesa, tras besarle sus manos.

Todo suyo, N.G.

Ya que la fiesta alegre ya se dispone a empezar, y la carta le llegará a usted el Día luminoso, pues le envío en ausencia un ósculo fraternal con las palabras: ¡Cristo resucitó!
A Sofía Mijáilovna le escribo al mismo tiempo que a usted. A Apollina Mijáilovna trasmítale la reverencia más de alma.

1Carta de A.M. Vielgórskaya a Gógol del 24 de febrero de 1849.
2Parábola del sembrador. "Aquel día salió Jesús de la casa y se sentó junto al mar. Y se le juntó mucha gente... Y les habló muchas cosas por parábolas, diciendo: He aquí, el sembrador salió a sembrar" (Mateo 13: 3-8).
3Domostrói, código de reglas cotidianas y preceptos de la Rusia antigua, regulado por el arcipestre Silvestre. Editado por primera vez en 1849, por los Anales de la Sociedad moscovita de historia de las antiguedades rusas.
4"...Pero Marta andaba afanada con los múltiples quehaceres de la casa y poniéndose delante dijo: 'Señor, ¿nada te importa que mi hermana me deje sola en el trabajo de la casa? Dile, pues, que me ayude'. Pero el Señor le respondió: 'Marta, Marta, tú te preocupas y te inquietas por muchas cosas. En verdad una sola cosa es necesaria. Así, pues, María ha escogido la mejor parte, que no le será arrebatada" (Lucas 10: 38-42).
5Gógol trabaja en el segundo tomo de Las almas muertas.

Imagen: Victor Safronov, Temple of the Basil the Blessed, 2005.

sábado, 6 de junio de 2009

S.T. Aksákov a Gógol


Abrámtzievo, 27 de agosto de 1849.

¡Yo siento la necesidad espiritual de decirle unas cuantas palabras, gentil amigo Nikolai Vasílievich! Yo debo arrepentirme ante usted. Tras todo lo ocurrido durante los últimos siete años yo, Tomás el Infiel, como usted mismo me nombró, había perdido la fe en la existencia posterior de su talento creador. Me pareció que su tendencia espiritual era incompatible con el arte. Me equivoqué. ¡Gracias a Dios! Le agradezco que usted, finalmente, se decidió a disipar mi extravío. Usted sabía de éste, pero no sabía cuán penoso me era verlo como un mártir ilusorio, que ha perdido la fuerza fructífera de su creación, pero que no ha perdido la intención, la necesidad de crear. Mucho pesar del corazón soporté yo por mi craso error. ¡Pero ahora todo ha sido olvidado! Gracias a Dios, yo sólo siento júbilo. Su talento no sólo está vivo, sino que ha madurado. Se ha hecho más elevado y profundo, como le dije ahora tras la lectura.
Acaso, usted quisiera oír una valoración crítica de mi parte1, pero yo no puedo hacer eso. Yo escuché con tal inquietud -y al principio con prejuicio-, que los detalles de la impresión pronto se convirtieron, solamente, en una sensación de placer. Además, yo nunca puedo juzgar acertadamente sobre los detalles, al escuchar por primera vez: necesito leer con mis propios ojos. Pero he aquí lo que me quedó en la memoria. 1) Me pareció que, al principio, usted se expresó como que difícil y penosamente. 2) Me pareció un poco extenso y alargado el cuento sobre Alexánder Petróvich2. 3) El encuentro de los campesinos con el joven hacendado en el campo, como que es un poco aguado y unilateral. Pero no respondo por la justeza de mis observaciones. Si las quiere tener, pues póngame un cuaderno en las manos.
Que Dios fortalezca su salud y bendiga sus trabajos finales: pues yo considero que Las almas muertas están escritas, y que ahora sólo queda el último acabado. Yo le ruego a Dios la gracia de vivir hasta su aparición, con mi inteligencia y sentimientos actuales. Yo quiero disfrutar plenamente no sólo el restablecimiento de su gloria, sino también su triunfo absoluto en toda la superficie de Rusia...
¡Cuánto me consoló usted a mí, a Konstantín y a toda nuestra familia! Cuánto tiempo estuvimos llenos sólo de una sensación, que enervaba incluso la pena... ¡Abajo todas las teorías y cavilaciones: bendito sea el arte en la tierra!
Lo abrazo fuertemente.

Suyo de alma, S. Aksákov.

Iván lo reverencia. Él pregunta: ¿si acaso leyó usted la poesía de Grigórii Bogoslóv? Si no, pues léala.
En Ríbinsk interpretaron El Inspector; a mitad de la pieza los actores, viendo que los espectadores se parecían3 más que ellos a los personajes, se morían todos de la risa.

1Gógol lee el primer capítulo del segundo tomo de Las almas muertas a Serguei Aksákov, el 18 de agosto de 1849, y le pide enviarle sus comentarios.
2Se trata del personaje del segundo tomo, el maestro Alexánder Petróvich Tientétnikov.
3Iván Aksákov, en su carta del 20 de agosto de 1849, desde Ríbinsk, cuenta sobre este hecho (I.S. Aksákov en sus cartas, t. 2, pag. 214-215).

Imagen: Mikhail Villie, A General View of Rostov Veliki, 1890.

viernes, 15 de mayo de 2009

A.M. Vielgórskaya a Gógol


Petersburgo, 24 de febrero de 1849.

Amable Nikolai Vasílievich, usted nos olvida por completo o está muy ocupado, de otra forma no me puedo explicar su largo silencio. Vladímir1 me dijo que lo dejó saludable y en una excelente disposición de espíritu, de lo que yo concluí que, en realidad, todo marcha favorable para usted y está satisfecho consigo mismo, ¿entiende acaso en qué sentido digo esto? Y si mis conjeturas son acertadas, pues estoy dispuesta a perdonarle todo e incluso permitirle no escribir a nadie, lo que es muy generoso de mi parte. Una cosa quisiera saber: ¿vendrá acaso usted a Petersburgo en primavera, y exactamente en qué tiempo? No recuerdo si acaso le escribí, que todos mucho quisiéramos ir el verano actual a nuestro pueblo, no lejos de Kolómna, y con esa misma ocasión quedarnos en Moscú, y observar bien esa ciudad totalmente desconocida para nosotros. Yo mucho desearía que nos juntáramos en Moscú, y que usted fuera nuestro cicerone. En su ausencia, el conde Komaróvskii2 tomó para sí el cumplir su deber ante mi persona, y le puedo asegurar que usted estaría satisfecho de su celo. Él seguro me quiere convertir à la Russie (según su propia expresión), y con esa intención me quiere recomendar diversas obras, que se refieren a Rusia y a las tribus eslavas en general, y él mismo me prometió escribir unos cuantos artículos sobre ese tema, para que yo pueda guiarme por éstos en mis ocupaciones. Usted ve, amable Nikolai Vasílievich, que desde todas partes me tira a hacerme rusa, y por mucho que me resista a esa ambición, yo misma contribuyo a ésta, en cuanto puedo; así, espero que su y mi deseo, finalmente, se cumplirá, y que yo me haré rusa no sólo de alma, sino también de lengua y conocimiento de Rusia.

A.V.

1Vladímir Sologúb, escritor, esposo de Sofía Vielgórskaya y cuñado de Anna Vielgórskaya.
2Yegór Komaróvski, conde, casado con Sofía Vienevítinova, hermana de Alexéi Vienevítinov, esposo de Apolinaria Vielgórskaya.

Imagen: Alexander Matrehin, Pskov. View on the Kremlin, 2004.

Gógol a A.O. Smirnóva


Moscú, 18 de noviembre de 1848.

Soy culpable de que respondo a su carta no al instante1, mi buenísima Alexándra Ósipovna. Hay razones para eso: lidio conmigo de nuevo, descubro en mí tantas inmundicias, que toda idea sobre los otros vuela. Además, me dispongo a meditar con seriedad ese trabajo, para el que Dios me dio medios y fuerzas, para que la muerte, por lo menos, me encuentre en pos de la obra, y no en el ocio inactivo. Todo eso me distrae de los demás asuntos e incluso de las cartas. Para ir a Kalúga no me alcanzó la fuerza de voluntad. Me parecía que no podía decirle nada útil ni necesario a Nikolai Mijáilovich2. Si se me dio en mi larga vida ayudar a alguien en pena con un buen consejo, pues fue a esos que ya habían hallado en sí un consejero superior, y a mí me quedó nada más, que recordarles sólo a quién es necesario dirigirse para todas las necesidades. Su consejo de ocuparme de la señorita melancólica3 tampoco lo tomé. Yo pienso que relacionarse con una muchacha es asunto de mujeres, y no de hombres. Créame, una muchacha no es capaz de sentir una amistad pura y elevada por un hombre; con seguridad surge por instinto otro sentimiento, de su índole, y la desgracia recaerá sobre el doctor infortunado que, con un sentimiento verdaderamente fraternal, y no con algún otro, le brindó la medicina. Una mujer es otro asunto, esta ya tiene obligaciones. Además, esta no busca ya eso, que una muchacha intenta con todo su ser. Todo lo que yo hice fue que, debido a su carta, intenté conocer cuál de las hijas de Serguei Timoféevich se llamaba Máshenka. Debo decirle que yo tenía amistad sólo con los viejos, y con los hijos del sexo masculino; en cuanto al femenino, pues yo conocía los nombres sólo de las dos hijas mayores4, con las restantes sólo nos hacíamos reverencias, sin decir una palabra. No olvide a los Vielgórskii. Véase con ellos en lo posible más a menudo. Hable con ellos de lo ruso, y de todo lo que es precioso para el corazón ruso; y ahora, a propósito, ellos empezaron unas lecciones rusas. Con eso ellos y usted saldrán ganando. Un silencio luminoso reinará en su espíritu. No hay nada mejor en la tierra, que una plática con esos que tienen un alma hermosa, y además una plática sobre eso, por lo que se hacen aún más hermosas las almas hermosas. Adiós.

Todo suyo, N.G.

No me olvide y escriba.

1La carta de Alexándra Smirnóva del 20 de octubre de 1848 (RS, 1890, No 11, p. 355-357).
2Por esos días, Nikolai Smirnóv tiene problemas en su servicio, en la ciudad de Kalúga: se pelea con el vice-gobernador, y este empieza a escribir denuncias contra él. El asunto termina en que Smirnóv debe abandonar la ciudad.
3El 20 de octubre de 1848 Alexándra Smirnóva le pide a Gógol ocuparse de la hija menor de Serguei Aksákov, María ("Másha") Aksákova, que sufre de accesos de melancolía (RS, 1890, Nº 11, p. 356).
4Viera Aksákova y Nadiézhda Aksákova, hijas de Serguei Aksákov.

Imagen: Mijail Satarov, El templo de Cristo, XXI.

jueves, 14 de mayo de 2009

A.M. Vielgórskaya a Gógol


Petersburgo, 7 de noviembre de 1848.

Amable Nikolai Vasílievich, ya hace un mes que se fue de casa, y hasta ahora no recibimos ninguna noticia suya. El refrán francés dice: “Pas de nouvelles, bonnes nouvelles1”; así, espero que esté totalmente saludable, y que su próxima carta confirme mi suposición. Yo mucho quisiera saber, qué hace desde que está en Moscú, cómo se siente y cómo soportó las primeras heladas. Responda, por favor, a todas mis preguntas. Usted sabe que yo, desde los viejos tiempos, suelo tener el pecado de importunarlo con preguntas; por consiguiente, le ruego de una vez para siempre no enojarse por eso conmigo, sino responder a mis preguntas con su anterior benevolencia.
A usted, acaso, le será agradable oír, que nuestras ocupaciones con Vladímir Alexándrovich2 siguen de forma muy correcta, y que él mismo, así como nosotros, las encuentra muy entretenidas. Dos veces a la semana nos reunimos en su casa para la lección, y el tiempo restante, o sea cada día desde las once hasta las doce, elaboramos y escribimos eso, de lo que él nos habló durante la lección. Vladímir se prepara muy seriamente antes de cada una de nuestras pláticas, y en realidad debo confesar que él encontró, respecto a los temas que ahora examinamos, muchas visiones novedosas y notables. Con el tiempo, él tiene la intención de poner en orden los trabajos nuestros y los suyos, sobre la historia de la lengua y la literatura rusas, elaborarlos por completo y conformar con éstos un libro. Él nos obliga a leer muchas canciones populares rusas, para que nos sumerjamos en el espíritu del pueblo ruso, y aprendamos las auténticas expresiones rusas. Ahora adiós, amable Nikolai Vasílievich, que esté saludable, tan saludable como estamos todos aquí, y respóndame pronto. Que el Señor lo conserve y fortalezca en la obra que usted ha emprendido.

A.V.
1Pas de nouvelles, bonnes nouvelles, sin noticias, buenas noticias.
2Vladímir Alexándrovich Sologúb, escritor, esposo de Sofía Vielgórskaya y cuñado de Anna Vielgórskaya.

Imagen: Alexander Matrehin, In Pechory. Snow Removal, 2005.

miércoles, 13 de mayo de 2009

Gógol a A.M. Vielgórskaya


Moscú, 29 de octubre de 1848.

¿Cómo está usted?, ¿cómo está su salud, mi buenísima Anna Mijáilovna? En cuanto a mí, recién me recupero de mis insomnios, que siguieron incluso aquí, en Moscú, y sólo ahora empiezan a cesar. Moscú está solitaria, tranquila y favorable para las ocupaciones. Yo aún no trabajo así como quisiera, siento cierta debilidad, aún no tengo esa bendita disposición de espíritu que es necesaria para crear. Pero mi alma intuye algo, y mi corazón está lleno de la esperanza palpitante de ese tiempo deseado. Escríbame unas cuantas líneas sobre sus ocupaciones y su estado de espíritu. Yo estoy curioso por saber, cómo empezaron en su casa las lecciones rusas1. Por ahora no le envío aún la lista de los libros, que deben conformar la lectura rusa en su sentido histórico. Es necesario abarcar muchas cosas y examinar previamente, para saber dárselos a usted uno tras otro en orden, para que no aparezca la sopa después de la salsa, y el pastel antes del asado. Escríbame cómo se dispone mi profesor-ayudante2, y en qué orden le sirve los platos. Yo estoy muy seguro, de que le dirá muchas cosas buenas y necesarias, y al mismo tiempo estoy seguro, de que a mí también me quedará espacio para incluir mi discurso, y añadir algo así que él olvide decir. Eso depende, no de que yo sea más leído e instruido que él, sino de que, cualquier hombre algo talentoso tiene su propia intuición original, que le pertenece en particular, debido a lo que ve toda una parte que otros no advierten. He aquí por qué yo mucho quisiera, que nuestras lecciones en conjunto empiecen con el segundo tomo de Las almas muertas. Después de éstas, a mi alma le sería más fácil y libre hablar de muchas cosas. Hay muchas partes de la vida rusa que aún, hasta ahora, no han sido descubiertas por ningún escritor. Yo quisiera que, tras la lectura de mi libro, las personas de todos los partidos y opiniones dijeran: "Él conoce bien al hombre ruso. Él, sin ocultar ninguno de nuestros defectos, sintió más profundamente que nadie nuestra dignidad". Quisiera asimismo hablar de lo que aún, desde los días de mi infancia, gustaba de meditar mi alma, de lo que ya hubo voces e insinuaciones confusas, dispersas en mis obras más incipientes. Ésas no cualquiera las advirtió... Pero, aparte de esto. No olvide, junto con la historia rusa, leer la historia de la iglesia rusa, sin eso muchas cosas de nuestra historia son oscuras. La obra de Fillaretto Rízhski3 salió ahora completa: cinco libritos. Éstos se pueden encuadernar en un tomo. Ese libro lo tiene, al parecer, Matvéi Yúrievich4, a quien, con esta ocasión, abrace fuertemente por mí. Sobre la salud aquí tiene de nuevo una instrucción: por Dios, no esté sentada en un lugar más de hora y media, no se incline sobre la mesa: su pecho es débil, usted debe saber eso. Intente, por todos los medios, acostarse a dormir no más tarde de las once. No baile por completo, en particular los bailes salvajes: éstos ponen la sangre en agitación, pero el movimiento correcto, necesario al cuerpo, no lo dan. Y a usted pues, no le sientan los bailes en absoluto, su figura no es tan esbelta ni ligera. Pues usted no es bien parecida. ¿Sabe acaso eso a ciencia cierta? Usted es bien parecida sólo entonces, cuando en su rostro aparece un movimiento noble; se ve, que los rasgos de su rostro ya están formados, para expresar su nobleza de alma; tan pronto pues no tiene esa expresión, se torna fea.
Abandone todas, incluso las pequeñas salidas a la sociedad. Usted ve que la sociedad no le consiguió nada: buscaba en ésta un alma capaz de responder a la suya, pensaba encontrar a un hombre con quien quería ir de la mano por la vida, y encontró menudencia y trivialidad. Abandónela pues en absoluto. Hay en la sociedad inmundicias que, como las bardanas, se nos pegan, por mucho que miremos. A usted ya se le pegó algo, qué exactamente, yo por ahora no le diré. Que Dios la guarde asimismo, de la veleidad de la tal llamada amabilidad mundana. Conserve la sencillez de los niños, eso es mejor que todo. "¡Observe la santidad con todos!" He aquí lo que me dijo una vez un santo anacoreta. Yo entonces no entendí esas palabras, pero mientras más penetro en éstas, más profundamente oigo su sabiduría. Si nos acercáramos a toda persona como a un santuario, pues la propia expresión de nuestro rostro se haría mejor, y nuestro discurso se investiría de ese decoro, de esa sencillez amorosa y familiar que a todos gusta, y provoca de su parte también la disposición hacia nosotros, de modo que nadie nos dirá entonces una palabra indecorosa o mala. No deje pasar las pláticas con esas personas, de las que usted puede aprender mucho, no se turbe si éstas tienen un aspecto severo. Sea sólo atenta con éstas, sepa cómo preguntarles, y se soltarán a conversar con usted. Recuerde que usted debe hacerse realmente rusa, de alma y no de nombre. A propósito: no olvide que me prometió, cada vez que encuentre a Dal5, obligarlo a contarle sobre el modo de vida de los campesinos en los distintos gobiernos de Rusia. Entre los campesinos, en particular, se oye la originalidad de nuestro juicio ruso. Cuando le ocurra ver a Pletnióv6, no olvide preguntarle por todos los literatos rusos, con quienes tuvo relaciones. Esas personas eran más rusas que las personas de los otros estamentos, y por eso usted conocerá necesariamente muchas cosas tales, que le explicarán de modo aun más satisfactorio al hombre ruso. Si va a verse con Alexándra Ósipovna7, hable con ella sólo de Rusia: en los últimos tiempos ella vio y conoció mucho, de lo que sucede dentro de Rusia. Ella asimismo puede nombrarle muchas personas notables, con quienes conversar no es inútil. En una palabra, tenga ahora asunto con esas personas que ya no tienen asunto con la sociedad, y saben eso que no sabe la sociedad. ¡Que Dios la guarde! Adiós. No me olvide y escríbame más a menudo. Deme sermones tan severos y ásperos, como yo a usted, sin ocultar lo malo que advirtió en mí. Nosotros pues nos prometimos eso el uno al otro.

Todo suyo, N. Gógol.

A ambas hermanas, Apolinaria y Sofía Mijáilovna, abrácelas fuertemente. En las cartas a mí, por ahora, escriba así: a la Tvierskáya, en la oficina de El Moscovita. Dentro de una semana me mudo y le enviaré la dirección del nuevo apartamento.

1En 1848, Vladímir Sologúb (escritor) empieza a impartir a su esposa y a su cuñada unas lecciones de historia y literatura rusas.
2Gógol nombra así en broma a Vladímir Sologúb.
3La Historia de la iglesia rusa en cinco partes (M. y Riga, 1847-1848) del obispo Fillaretto Rízhki, futuro arzobispo de Chernigóvski.
4Mijaíl Yúrievich Vielgórskii, conde, mecenas, hermetista, masón.
5Vladímir Dal, médico, uno de los más grandes lexicógrafos rusos, autor del Diccionario del gran idioma ruso vivo.
6Piótr Pletnióv, escritor, crítico, profesor del Instituto Patriótico, editor de la revista El contemporáneo, rector de la Universidad de San Petersburgo.
7Alexándra Ósipovna Smirnóva (Rossetti de nacimiento), dama de compañía de la zarina, esposa del gobernador de Kalúga, amiga de Vasílii Zhukóvskii y Alexánder Púshkin.

Imagen: Alexander Matrehin, Romanov's Yard, 2004.