jueves, 11 de junio de 2009

Gógol a A.M. Vielgórskaya


Moscú, 16 de abril de 1849.

¡Cristo resucitó!
A mi larga carta usted, ni una palabra, Sofía Mijáilovna tampoco. Y yo le escribí a usted y a ella tres días antes del Domingo luminoso. Si por algo se enojó conmigo... Pero no, usted no puede enojarse conmigo, buenísima Anna Mijáilovna. ¿Por qué se va a enojar conmigo? Cierto, eso sucedió así, por sí mismo. A usted, simplemente, le dio pereza, no deseo de escribir, y por eso no escribía. A pesar de todo, en esta carta, asimismo como en la anterior, le repetiré lo mismo: no abandone su buen deseo de ser rusa en el sentido superior de esa palabra. Sólo por ese único camino puede alcanzar el cumplimiento de su deber en la tierra. Cuando esté en Moscú y eche una mirada a toda su santidad, y vea en sus iglesias antiguas los vestigios de su vida rusa antigua, entonces entenderá eso. Sobre muchas cosas tendremos que hablar entonces, pero ahora temo aburrirla y decir algo incomprensible. Le diré por ahora, solamente, que yo me convenzo por la experiencia cotidiana de cada hora y cada minuto, de que aquí, en esta vida, debemos trabajar no para sí, sino para Dios. Es peligroso perder eso de vista hasta por un instante. La humanidad del presente siglo se salió del camino sólo, por que se imaginó que es necesario trabajar para sí, y no para Dios. Incluso en nuestros minutos de diversión, no debemos apartarnos de la idea de Ése, que nos mira también en nuestros minutos de diversión. No pierda usted tampoco eso de vista. Vamos a intentar, que todas nuestras ocupaciones estén dirigidas a la glorificación de su nombre, y que toda nuestra vida sea un incesante himno a Él. A usted le gusta dibujar, pues dibuje todo eso que sirve de adorno al templo de Dios, y no nuestras habitaciones, represente los rostros luminosos de las personas que lo complacen. Por eso su pincel y sus ideas se harán más elevadas. Usted recibirá sin comparación más placer, no le hará falta un maestro. El sentimiento personal que se elevará en su interior, se volverá su maestro y la llevará a la perfección en el arte. En Moscú tendrá usted mucho alimento. En la iconografía antigua que adorna nuestras iglesias antiguas, hay rostros asombrosos y en los rostros expresiones asombrosas. En la carta anterior yo le rogué preocuparse, en particular, por la lengua eslava. Ésta le hará mucha falta. La lectura del Evangelio y de las Epístolas de los Apóstoles en lengua eslava, es el mejor camino hacia eso. Le envío por ahora un libro que usted, acaso, no leyó. Si lo leyó, pues léalo de todas formas, porque en éste hay muchas cosas que no se dan a la primera vez. Es el libro de Sheviriév sobre la literatura rusa antigua1. Éste le servirá de preludio a la lectura de esos libros, en los que se le revelará por completo la vida rusa. Aun para usted un ruego de corazón. Le envío el dinero, con que le ruego mandar a comprar para mí en la tienda sinodal, la Lectura cristiana del pasado año de 1848. Ahí se incluye entera, empezando por el 1er número, la historia clerical de Eusebio de Cesarea2, de los primeros siglos. Esa historia léala, no sólo no es aburrida, sino sumamente entretenida. Eusebio de Cesarea fue él mismo casi contemporáneo de los sucesos descritos, encontró aún a los discípulos de los apóstoles. Tras leer esa historia, usted conocerá en realidad qué cosa era la vida de los antiguos cristianos. Eso asimismo la ayudará mucho en el conocimiento, de qué cosa es la verdadera vida rusa. Ese libro lo puede retener consigo cuanto quiera, y a Moscú llévelo consigo. Pero es suficiente. ¡Con la ayuda de Dios, buenísima Anna Mijáilovna! Bese y abrace a todos los suyos, gentiles y cercanos a mi corazón.

Todo suyo, N. Gógol.

1Historia de la literatura rusa, con preferencia de la antigua, de Stepán Sheviriév (t. 1, M., 1846).
2Historia de la Iglesia, de Eusebio de Cesarea.

Imagen: Alexander Matrehin, The Pskovskiy Kremlin, 1999.