martes, 9 de junio de 2009

Gógol a A.M. Vielgórskaya


Moscú, 30 de marzo de 1849.

Yo recibí su gentil esquela1, buenísima Anna Mijáilovna. Ésta me alegró, con que usted no abandona su deseo de hacerse rusa. ¡Con la ayuda de Dios! En ningún lugar es tan necesaria su ayuda, como en ese asunto. Usted dice que mi y su deseo se cumplirá, que se hará rusa no sólo de alma, sino también de lengua y conocimiento de Rusia. Yo subrayé esas líneas, porque ésas son sus propias palabras. ¿Sabe acaso, no obstante, que lo primero es más difícil que lo último? Es más fácil hacerse rusa de lengua y conocimiento de Rusia, que rusa de alma. Ahora están de moda las palabras: popularidad y nacionalidad, pero eso, por ahora, son sólo gritos que marean la cabeza y ciegan los ojos. ¿Qué cosa significa hacerse rusa en realidad? ¿En qué estriba el atractivo de nuestra especie rusa, que ahora intentamos desarrollar a porfía, arrojándole todo lo que le es extraño, indecoroso e impropio? ¿En qué estriba ésta? Eso hay que examinarlo atentamente. La elevada dignidad de la naturaleza rusa estriba, en que ésta es capaz de recibir en sí, más profundo que otras, la elevada palabra del Evangelio, que conduce al hombre a la perfección. Las semillas del sembrador celestial fueron esparcidas con pareja dadivosidad por doquier. Pero unas cayeron por el trayecto en el camino real, y fueron robadas por los pájaros que llegaban volando; otras cayeron en las piedras, brotaron pero se secaron; las terceras en los espinos, brotaron pero pronto fueron ahogadas por las malas hierbas; sólo las cuartas, tras caer en una tierra buena, dieron fruto2. Es una tierra buena la receptiva naturaleza rusa. Bien libadas en el corazón, las semillas de Cristo dieron todo lo mejor que hay en el carácter ruso. Así, para hacerse ruso, hay que recurrir a una fuente, acudir a un medio, sin el cual el ruso no se hará ruso en el sentido superior de esa palabra. Acaso, sólo al ruso le está destinado sentir más de cerca el sentido de la vida. La verdad de estas palabras la puede atestiguar sólo aquél, que penetre de modo profundo en nuestra historia y la entienda en absoluto, arrojando de antemano toda clase de sapiencias, suposiciones, ideas, autosuficiencia, orgullo y convicción de que al parecer ya entendió de qué trata el asunto, mientras que apenas sólo procedió a éste. Sí. En la historia de nuestro pueblo se advierte un fenómeno maravilloso. Corrupción, desórdenes, disturbios, oscuros engendros de la ignorancia, así como discordia y toda clase de desacuerdos hubo entre nosotros, acaso, en mayor medida que en algún otro lugar. Éstos se expresan vivamente en todas las páginas de nuestras crónicas. Pero en cambio, al mismo tiempo brilla la luz de los elegidos con más fuerza, que en algún otro lugar. Se oyen asimismo en las crónicas, por todas partes, las huellas de una vida interior atesorada, sobre la que éstas no nos dejaron un relato detallado. Se oye la posibilidad de la fundación de la ciudadanía sobre las purísimas leyes cristianas. En los últimos tiempos empezaron a descubrirse de modo incesante, entre el polvo y los trastos de la antigüedad, documentos y manuscritos como el Domostroi3 de Silvestre donde, como el mundo antiguo en las ruinas de Pompeya, se descubre con detalladísimo detalle toda la vida antigua de Rusia. Aparece ya no la organización política de Rusia, sino la vida privada familiar y en ésta la vida, iluminada por la luz con la que debe ser iluminada. En los preceptos y los trazados de cómo llevar la casa propia, cómo ser con las personas, cómo guardar la administración terrenal y celestial, además de la viveza de las detalladas costumbres de la antigüedad, asombran la profunda experiencia de la vida y la plenitud del abrazamiento de todas las obligaciones; cómo el jefe de la casa conserva la imagen de la gracia divina en el trato con todos. Cómo debe ser la esposa y dueña de la casa con el esposo, con los niños, con los sirvientes y en la administración; cómo educar a los niños, cómo educar a la servidumbre, cómo organizar todo en la casa, cubrir, limpiar, llenar de víveres la despensa, saber velar por todo; y todo con un inusitado detalle, con el nombre de las cosas que entonces estaban en uso, con los nombres de los platos que entonces se preparaban y comían. Así ves ante los ojos la alegre antigüedad, su satisfacción, hospitalidad, el trato alegre, inteligente con los visitantes, y la asombrosa ausencia de la aburrida etiqueta, reconocida como obligatoria en el siglo actual. En una palabra, vemos la unión de Marta y María juntas o, mejor, vemos que Marta no murmura contra María, sino conviene en que ella escogió la parte buena, y no piensa nada mejor que quedarse a las órdenes de María, o sea, de preocuparse sólo en lo más mínimo de la administración terrenal, para a través de eso llegar junto a María a la posibilidad de dedicarse a la administración celestial4.
En los últimos tiempos, empezaron a descubrirse de modo incesante manuscritos de ese género. Esos libros, sobre todo, dan a conocer eso que es mejor en el hombre ruso. Éstos son mucho más útiles que todos esos, que se escriben ahora sobre los eslavos y el eslavismo, por hombres que se encuentran en ebullición, en estados pasajeros del espíritu, en edades subyugadas por la imaginación, por las seducciones de una mente con amor propio y toda clase de aficiones. Pero para usted, esos libros aún son inaccesibles: en primer lugar, de ésos se han publicado no muchos; en segundo, éstos no se han traducido a la lengua rusa actual. Usted, nuestra lengua antigua, no la conoce. He aquí por qué yo me demoré en aconsejarle qué libros leer antes. Todo lo que, sobre todo, puede hacerle conocer Rusia, sigue en lengua antigua. Queda un medio: usted necesita de seguro aprender eslavo. El camino más fácil hacia eso es el siguiente: lea el Evangelio no en lengua francesa y no en rusa, sino en eslava. Al francés acuda sólo entonces, cuando no entienda. Las palabras que sean más enigmáticas, apúntelas en un papelito especial y muéstreselas al sacerdote. Él se las explicará. Si lee el Evangelio, las Epístolas, y añade a eso los cinco libros de Moisés, usted va a saber eslavo; en este asunto el alma también ganará no poco. Y cuando nos veamos, entonces yo le explicaré en dos-tres lecciones todas las aboliciones, que hay en nuestra lengua antigua del eslavo. Usted lo amará. Es una lengua sencilla, expresiva y hermosa. Pero yo, al parecer, hablé demasiado, es hora de terminar. ¡Así, con la ayuda de Dios! Sea rusa, usted debe serlo. Pero recuerde que, si a Dios no le place, usted nunca se hará rusa. Se debe dirigir por eso a la fuente de todo lo ruso, a Él mismo. ¡Con la ayuda de Dios! Ahora sobre mí. El informe de Sologúb sobre mi salud y excelente disposición de espíritu, sólo a la mitad es justo. Él me vio de visita. No se puede llevar el tedio a la visita. A la fuerza o no a la fuerza debo, si no estar pues, por lo menos, parecer estar contento. Y a decir verdad, yo estuve casi todo el tiempo insatisfecho conmigo. Mi trabajo5 marchaba como que lánguida, penosamente, y se avivaba poco con el fuego bendito de la inspiración. Finalmente, yo experimenté en este tiempo, cómo nunca pasa para nosotros sin castigo si, siquiera por un instante, quitamos nuestros ojos de eso, a lo que deben estar alzadas nuestras miradas cada minuto, y nos apasionamos, siquiera por un instante, con cualquier deseo terrenal en lugar de celestial. Pero Dios fue misericordioso y me salvó, cómo me salvó ya no una vez. En lo que se refiere a mi viaje a Petersburgo pues, a pesar de todo el deseo de ver a personas cercanas a mi corazón, éste debe ser aplazado por un tiempo, en razón de mis no así acomodadas circunstancias. Y no así se acomodaron las circunstancias en razón de la anterior, o sea, de la no así satisfactoria disposición de espíritu. Pero Dios sabe mejor que nosotros lo que será mejor. Además, ustedes me alegraron con la noticia de que, acaso, este verano se asomarán por Moscú. Con toda el alma deseo que Moscú deje en vuestra alma, para siempre, la más bendita impresión. Adiós, mi buenísima Anna Mijáilovna. Trasmítale mi reverencia de alma a la condesa, tras besarle sus manos.

Todo suyo, N.G.

Ya que la fiesta alegre ya se dispone a empezar, y la carta le llegará a usted el Día luminoso, pues le envío en ausencia un ósculo fraternal con las palabras: ¡Cristo resucitó!
A Sofía Mijáilovna le escribo al mismo tiempo que a usted. A Apollina Mijáilovna trasmítale la reverencia más de alma.

1Carta de A.M. Vielgórskaya a Gógol del 24 de febrero de 1849.
2Parábola del sembrador. "Aquel día salió Jesús de la casa y se sentó junto al mar. Y se le juntó mucha gente... Y les habló muchas cosas por parábolas, diciendo: He aquí, el sembrador salió a sembrar" (Mateo 13: 3-8).
3Domostrói, código de reglas cotidianas y preceptos de la Rusia antigua, regulado por el arcipestre Silvestre. Editado por primera vez en 1849, por los Anales de la Sociedad moscovita de historia de las antiguedades rusas.
4"...Pero Marta andaba afanada con los múltiples quehaceres de la casa y poniéndose delante dijo: 'Señor, ¿nada te importa que mi hermana me deje sola en el trabajo de la casa? Dile, pues, que me ayude'. Pero el Señor le respondió: 'Marta, Marta, tú te preocupas y te inquietas por muchas cosas. En verdad una sola cosa es necesaria. Así, pues, María ha escogido la mejor parte, que no le será arrebatada" (Lucas 10: 38-42).
5Gógol trabaja en el segundo tomo de Las almas muertas.

Imagen: Victor Safronov, Temple of the Basil the Blessed, 2005.