Moscú, 18 de noviembre de 1848.
Soy culpable de que respondo a su carta no al instante1, mi buenísima Alexándra Ósipovna. Hay razones para eso: lidio conmigo de nuevo, descubro en mí tantas inmundicias, que toda idea sobre los otros vuela. Además, me dispongo a meditar con seriedad ese trabajo, para el que Dios me dio medios y fuerzas, para que la muerte, por lo menos, me encuentre en pos de la obra, y no en el ocio inactivo. Todo eso me distrae de los demás asuntos e incluso de las cartas. Para ir a Kalúga no me alcanzó la fuerza de voluntad. Me parecía que no podía decirle nada útil ni necesario a Nikolai Mijáilovich2. Si se me dio en mi larga vida ayudar a alguien en pena con un buen consejo, pues fue a esos que ya habían hallado en sí un consejero superior, y a mí me quedó nada más, que recordarles sólo a quién es necesario dirigirse para todas las necesidades. Su consejo de ocuparme de la señorita melancólica3 tampoco lo tomé. Yo pienso que relacionarse con una muchacha es asunto de mujeres, y no de hombres. Créame, una muchacha no es capaz de sentir una amistad pura y elevada por un hombre; con seguridad surge por instinto otro sentimiento, de su índole, y la desgracia recaerá sobre el doctor infortunado que, con un sentimiento verdaderamente fraternal, y no con algún otro, le brindó la medicina. Una mujer es otro asunto, esta ya tiene obligaciones. Además, esta no busca ya eso, que una muchacha intenta con todo su ser. Todo lo que yo hice fue que, debido a su carta, intenté conocer cuál de las hijas de Serguei Timoféevich se llamaba Máshenka. Debo decirle que yo tenía amistad sólo con los viejos, y con los hijos del sexo masculino; en cuanto al femenino, pues yo conocía los nombres sólo de las dos hijas mayores4, con las restantes sólo nos hacíamos reverencias, sin decir una palabra. No olvide a los Vielgórskii. Véase con ellos en lo posible más a menudo. Hable con ellos de lo ruso, y de todo lo que es precioso para el corazón ruso; y ahora, a propósito, ellos empezaron unas lecciones rusas. Con eso ellos y usted saldrán ganando. Un silencio luminoso reinará en su espíritu. No hay nada mejor en la tierra, que una plática con esos que tienen un alma hermosa, y además una plática sobre eso, por lo que se hacen aún más hermosas las almas hermosas. Adiós.
No me olvide y escriba.
1La carta de Alexándra Smirnóva del 20 de octubre de 1848 (RS, 1890, No 11, p. 355-357).
2Por esos días, Nikolai Smirnóv tiene problemas en su servicio, en la ciudad de Kalúga: se pelea con el vice-gobernador, y este empieza a escribir denuncias contra él. El asunto termina en que Smirnóv debe abandonar la ciudad.
3El 20 de octubre de 1848 Alexándra Smirnóva le pide a Gógol ocuparse de la hija menor de Serguei Aksákov, María ("Másha") Aksákova, que sufre de accesos de melancolía (RS, 1890, Nº 11, p. 356).
4Viera Aksákova y Nadiézhda Aksákova, hijas de Serguei Aksákov.
Imagen: Mijail Satarov, El templo de Cristo, XXI.
Soy culpable de que respondo a su carta no al instante1, mi buenísima Alexándra Ósipovna. Hay razones para eso: lidio conmigo de nuevo, descubro en mí tantas inmundicias, que toda idea sobre los otros vuela. Además, me dispongo a meditar con seriedad ese trabajo, para el que Dios me dio medios y fuerzas, para que la muerte, por lo menos, me encuentre en pos de la obra, y no en el ocio inactivo. Todo eso me distrae de los demás asuntos e incluso de las cartas. Para ir a Kalúga no me alcanzó la fuerza de voluntad. Me parecía que no podía decirle nada útil ni necesario a Nikolai Mijáilovich2. Si se me dio en mi larga vida ayudar a alguien en pena con un buen consejo, pues fue a esos que ya habían hallado en sí un consejero superior, y a mí me quedó nada más, que recordarles sólo a quién es necesario dirigirse para todas las necesidades. Su consejo de ocuparme de la señorita melancólica3 tampoco lo tomé. Yo pienso que relacionarse con una muchacha es asunto de mujeres, y no de hombres. Créame, una muchacha no es capaz de sentir una amistad pura y elevada por un hombre; con seguridad surge por instinto otro sentimiento, de su índole, y la desgracia recaerá sobre el doctor infortunado que, con un sentimiento verdaderamente fraternal, y no con algún otro, le brindó la medicina. Una mujer es otro asunto, esta ya tiene obligaciones. Además, esta no busca ya eso, que una muchacha intenta con todo su ser. Todo lo que yo hice fue que, debido a su carta, intenté conocer cuál de las hijas de Serguei Timoféevich se llamaba Máshenka. Debo decirle que yo tenía amistad sólo con los viejos, y con los hijos del sexo masculino; en cuanto al femenino, pues yo conocía los nombres sólo de las dos hijas mayores4, con las restantes sólo nos hacíamos reverencias, sin decir una palabra. No olvide a los Vielgórskii. Véase con ellos en lo posible más a menudo. Hable con ellos de lo ruso, y de todo lo que es precioso para el corazón ruso; y ahora, a propósito, ellos empezaron unas lecciones rusas. Con eso ellos y usted saldrán ganando. Un silencio luminoso reinará en su espíritu. No hay nada mejor en la tierra, que una plática con esos que tienen un alma hermosa, y además una plática sobre eso, por lo que se hacen aún más hermosas las almas hermosas. Adiós.
Todo suyo, N.G.
No me olvide y escriba.
1La carta de Alexándra Smirnóva del 20 de octubre de 1848 (RS, 1890, No 11, p. 355-357).
2Por esos días, Nikolai Smirnóv tiene problemas en su servicio, en la ciudad de Kalúga: se pelea con el vice-gobernador, y este empieza a escribir denuncias contra él. El asunto termina en que Smirnóv debe abandonar la ciudad.
3El 20 de octubre de 1848 Alexándra Smirnóva le pide a Gógol ocuparse de la hija menor de Serguei Aksákov, María ("Másha") Aksákova, que sufre de accesos de melancolía (RS, 1890, Nº 11, p. 356).
4Viera Aksákova y Nadiézhda Aksákova, hijas de Serguei Aksákov.
Imagen: Mijail Satarov, El templo de Cristo, XXI.