viernes, 10 de julio de 2009

Gógol a S.M. Sollogúb


Moscú, 24 de mayo de 1849.

¡Cuánto me alegró con sus breves líneas! Que la premie Dios por éstas. El día 22 de mayo, en que recibí su carta, fue uno de los días más alegres, que yo sólo podía esperar en mi actual tiempo de pesar. Si usted1 viera en qué estado terrible estaba mi alma antes de su recibo, entendería eso. Yo vine a Moscú para sentarme con Las almas muertas, a cuya terminación estaba vinculado todo lo mío, incluso mis medios de existencia. Al principio el trabajo iba bien, parte del invierno la pasé de modo excelente, después se me embotó la cabeza de nuevo; no hubo el estado de ánimo bendito y la elevada relajación espiritual, durante la cual se realiza el trabajo de modo inspirado. Y todo en mí de pronto se encarnizó, el corazón se me endureció. Caí en el fastidio, la melancolía, casi en la rabia. No hubo personas cercanas a mi corazón que, por ese tiempo, yo no ofendiera y no agraviara con la recaída de cierta helada insensibilidad del corazón. Yo actuaba de tal forma, como puede actuar sólo un hombre en estado de locura, e imaginando al mismo tiempo que actuaba de modo inteligente. Pero Dios es misericordioso. Él me castigó con una fuerte depresión nerviosa, que empezó con la llegada de la primavera, con una enfermedad que es más terrible para mí que todas las enfermedades, tras la que, no obstante, si la soportaba con serenidad y me resignaba, llegaba casi siempre una disposición bendita. Súbitamente, mi alma encendida empezó a quejarse de la terrible crueldad de mi corazón. Con horror veo que en éste hay sólo egoísmo, que, a pesar de saber valorar los sentimientos elevados, no los incluyo en mí en absoluto, que me hago peor, mi carácter se estropea, y cada acto mío es ya un agravio para alguien. Me da terror ahora por mí, tal como nunca antes. Le diré que más de una vez, en este tiempo, les rogué en ausencia y mentalmente a Anna Mijáilovna2 y a usted, rezar por mí fuerte fuerte. No sé, si acaso sus corazones oyeron eso. Pero cada vez, cuando las imaginaba mentalmente a ambas rezando por mí, me sentía más aliviado, y la esperanza de la misericordia de Dios se despertaba en mí. Usted me pregunta qué voy a hacer conmigo y hacia dónde me moveré. Yo mismo no lo sé. Ante mí hay sólo un mar ilimitado. Siento sólo que necesito ir a algún lugar, porque el camino sería útil para mis nervios, ¿a dónde?, no lo sé. No me abandone, mi buenísima Sofía Mijáilovna. Una pequeña noticia de lo que todos ustedes hacen ahora en Pávlin, una descripción de un día suyo me traerá mucho, mucho consuelo. Si supiera cómo todos ustedes, del primero al último, se hicieron ahora más cercanos a mi corazón, más que nunca antes, y cuando sólo imagino cómo nos veremos todos juntos de nuevo, y yo les leeré mis Almas muertas, el espíritu se me sobrecoge en el pecho de alegría. Es acaso eso una disposición nerviosa o un sentimiento verdadero, yo mismo no lo puedo decidir.
Bese las inapreciables, bondadosas y benevolentes manos de la condesa3 y de Anna Mijáilovna.
Que Dios los conserve salvos a todos ustedes.

Todo suyo, N.G.

A Vladímir Alexándrovich4 lo vi. Tan pronto supe que estaba en Moscú, al instante, a pesar de mi malestar, me apresuré a su casa. Además de que me fue agradable verlo en particular, a mí me alegraría toda persona por la que pudiera saber algo de ustedes. ¡Por Cristo, no me olviden! ¡Cuán sin fuerza, cuán débil estoy, y cuánto necesito ahora de ayuda!

1Sofía Mijáilovna Vielgórskaya (Sollogúb, de casada), condesa, hija de los Vielgórskii.
2Anna Mijáilovna Vielgórskaya, condesa, hija menor de los Vielgórskii.
3Luisa Kárlovna Vielgórskaya (princesa Byron de nacimiento), condesa, esposa de Mijaíl Vielgórskii, madre de las Vielgórskii.
4Vladímir Alexándrovich Sollogúb, escritor.

Imagen: Mijail Satarov, Sretiénka, XXI.