miércoles, 4 de febrero de 2009

Gógol a S.P. Sheviriév


Nápoles, 20 de febrero (4 de marzo) de 1847.

Largo tiempo no entendí las razones de tu silencio, en un tiempo cuando necesitaba sobre todo tus cartas. Finalmente, por una carta de Serg. Tim. Aksákov1 (llena de los reproches más ásperos e, incluso, no totalmente justos, aunque necesarios para mi alma) adiviné que deberías estar enojado conmigo por Pogódin2. Yo había olvidado también, que en mi libro hay unas palabras sobre Pogódin que él y ustedes recibieron en otro sentido. Ustedes se convencieron firmemente, de que yo abrigo cólera y disgusto contra Pogódin, miran desde el ángulo de esa convicción todas mis palabras sobre Pogódin, y por eso vieron el asunto de forma más grande de lo que es. Esta es toda la verdad del asunto: cuando yo estuve realmente enojado con Pogódin, de mí nadie oyó entonces una palabra malvada sobre Pogódin; les presentaré testigos que, gracias a Dios, aún están vivos. Cuando pasó la cólera, surgió en mi alma el fuerte deseo de justificarme con Pogódin, de mostrarle cómo él se hizo culpable de modo inocente, y cómo se extravió conmigo. Con ese deseo sufrí y me angustié, y al mismo tiempo, vi que para eso era necesario poner al desnudo toda mi alma, y hacer una confesión no fingida de todo eso, que sucedía en mi alma oculto de todos; sin eso, mi explicación sería incomprensible. Pero yo no tenía fuerzas entonces para hacer mi confesión completa, y ahora apenas tenga fuerzas. Mi cólera ante mi impotencia para explicarme, se expresó como un lamento enfermizo en esas cartas mías, en las que les recordé de Pogódin. Ese lamento enfermizo ustedes lo tomaron como mi cólera contra Pogódin. Yo no quise disuadirlos, sabiendo que ustedes no creerían en mis palabras. Después, ese mismo deseo de explicarme y justificarme se apagó en mí. Yo empecé a pensar sólo, de qué manera hacerle sentir a Pogódin más sensiblemente su culpa en general, y no en contra mía, y mostrarle cómo se puede propinar, sin deseo, una derrota a un hombre y abatirlo, porque estuvo a punto de suceder una cosa tal, por la que su conciencia lo hubiera torturado3. Teniendo en la cabeza, de modo constante, la idea de cómo señalarle a Pogódin sus defectos, que lo ponen en malas relaciones con las personas, yo, acaso, me expresé de él con más fuerza de la que se expresa, comúnmente, un amigo de un amigo. Y eso les admiró a ustedes en el artículo publicado en mi libro que, acaso, yo habría corregido y atenuado si lo hubiera examinado antes de la publicación pero, ocupado con otros asuntos que me ocupaban más, lo olvidé simplemente. En todo caso, en el artículo sobre Pogódin no hay una mentira, yo dije algo de lo que estaba convencido, y por muy indecorosas que sean esas palabras y expresiones, en su fundamento hay una verdad, eso ni tú puedes negarlo. En lo que respecta a las palabras de Serguéi Timoféevich, de que yo al parecer deshonré a Pogódin públicamente, pues eso es totalmente injusto. Ninguna de las personas que desconocen nuestras relaciones, encontró en esas palabras un odio mío a Pogódin. Ustedes lo vieron porque las miraron con ojos prejuiciados, y porque conocen muchas circunstancias tales, que no puede conocer el lector. Si alguien encuentra en éstas huellas de mi odio y airamiento contra Pogódin, entonces la deshonra es para mí, y no para Pogódin. ¿Quién ganó ahí pues, yo o Pogódin? ¿Para quién la gloria, para mí o para él? Acaso ahora, incluso las personas allegadas a mí no me llaman hipócrita, Tartufo, hombre de doble personalidad, que interpreta una comedia, incluso, con lo más sagrado del hombre. ¿O piensas tú, qué es fácil soportar eso? Sabe Dios aun, qué bofetada es más difícil de soportar, esa o la que yo di, en vuestra opinión, a Pogódin. La bofetada a Pogódin como que salió por sí misma, de modo que, te doy mi palabra de honor, yo mismo no sé hasta qué grado soy culpable de ésta; y espero aún una acusación formal; toda una mitad de nuestros pecados no la vemos, y por eso es necesario que los otros nos ayuden, señalándolos por completo. Yo sólo sé que me alegré de que se diera esa bofetada, aunque al principio me asusté. Desde ese momento, mi amor por Pogódin que, te digo sin hipocresía, quería adquirir a la fuerza, entró de pronto por sí mismo en mi alma, un amor que nunca antes tuve por él a tal grado. Antes yo sólo lo respetaba, amaba sus ideas generosas y la nobleza de sus elevadas intenciones, pero no a él mismo. Yo no le daba la mano para una amistad estrecha. Él fue el primero que empezó a decirme “tú”. No teníamos ninguna afinidad en nuestros caracteres, ni en esas simpáticas y pequeñas inclinaciones, que hacen que los hombres se hagan amigos de pronto, y nunca puedan pelearse entre sí. Pero ahora siento que entre nosotros se anudará una amistad, que ya nadie destruirá en la tierra, porque Cristo se pondrá entre nosotros y nos ayudará a explicarnos. Al mismo tiempo que esta carta mía a ti, le escribí una carta a él. Y por eso, pregúntale si la recibió o no. En lo que respecta a ti pues, en todo caso, será pecado tuyo: si estás enojado, dilo, pero no lo calles. Si quieres castigarme con el silencio, pues será doble pecado para ti, porque yo rogué en el prólogo de mi libro, perdonarme por lo que se encuentre en mi libro. Si yo procedí no como un cristiano pues, ¿acaso eso te da derecho a ti a proceder no como un cristiano? Infórmame todo sobre mi libro, sin ocultar nada, pues de otra forma darás cuenta por eso ante Dios, porque yo ruego por el señor Cristo. Con ésta una carta a mi hermana Olga4 que te ruego dirigir a Poltáva, al pueblo Vasílievka, junto a las prédicas de Inokentii, que tómate el trabajo de comprar con mi dinero. Y si el dinero se acumuló, pues envía de inmediato dos mil cien rub. asignados, 2100 rub., a mi madre, a esta dirección: “A su excelencia María Ivánovna Gógol, en Poltáva, y de ahí a la aldea Vasílievka.” Te abrazo.

Tuyo, G.

1Serguéi Aksákov, crítico, poeta, censor, antiguo presidente del Comité de Censura de Moscú, autor de memorias noveladas.
2Mijaíl Pogódin, profesor de la Universidad de Moscú, académico, historiador, dramaturgo, editor de las revistas El Heraldo de Moscú y El Moscovita.
3No se sabe de qué se trata.
4Olga Gógol (Golovniá de casada), hermana de Gógol.

Imagen: Mark Myers, The Sv. Pavel off Lisianski Strait, 18 july 1741, XX.