Nápoles, 15 (27) de abril de 1847.
Te agradezco mucho por tu amable esquela del 22 de marzo. ¡Me fue tan agradable leerla! Ante todo, hablaremos de Pogódin, o sea, de mi publicado juicio sobre Pogódin. Yo olvidé mis palabras porque, en verdad, no pensé en escribirlas con el sentido que éstas te parecen (aunque yo mismo me asombré de la brusquedad de mis palabras, cuando las leí publicadas). La causa de tu conclusión incorrecta es mi propio artículo. Ese es el efecto de toda obra donde se examina la mitad del asunto, y no todo el asunto. Callar sobre las virtudes, hablar de los defectos, siempre va a parecer un rechazo y un no reconocimiento de las virtudes. Yo no quería en absoluto reprocharle a Pogódin, por que trabajó treinta años como una hormiga, sino por que él no supo proceder así, para que todos vieran, que trabajó treinta años como una hormiga para el bien. Ese artículo no es necesario eliminarlo, pero seguido de éste colocaré una carta a ti, bajo el título: Sobre la virtud de las obras y los trabajos literarios de Pogódin1, y veremos, si esos defectos están en condición de eclipsar esas virtudes suyas, que sólo a él le pertenecen y nadie más tiene. Examinaremos asimismo, si alguno de nosotros sabe ahora amar a Rusia, como la ama él. Créeme, que ese artículo será ahora más útil para las obras de Pogódin. Aun más porque, después de mis ásperas palabras sobre Pogódin, nadie empezará a reprocharme por parcialidad. Yo no me retractaré de mis ataques, pero junto a éstos pondré sólo eso, que se debe considerar de peso, cuando emites un juicio pleno sobre un hombre. Te diré asimismo unas cuantas palabras sobre tu observación de la carta anterior, acerca de mi artículo Sobre el lirismo de los poetas rusos, y de todo lo que se ha dicho sobre el poder monárquico con motivo del poema de Púshkin. Yo no respondí a eso porque, al no tener mi libro, no sabía en qué forma se publicó ese artículo. Ahora, cobrado el aliento, lo recorrí. Es simplemente un absurdo. Ese artículo, en mi manuscrito, salió bastante oscuro, y con esos recortes de la censura incomprensibles incluso para mí, aun en los lugares, cuya no autorización sólo se puede adjudicar a alguna intención peculiar de la propia censura, es simplemente un embrollo. Sin hablar de cosas diversas más importantes, te adjunto aquí una hoja no autorizada, que sirve de respuesta a tu interpelación sobre el poema de Púshkin2. A pesar de todo el desagrado, que desde la primera vez me causó el aspecto lamentable de mi artículo, y de los comentarios que corrieron en el público sobre mi servilismo, yo después no sólo me tranquilicé, sino incluso me alegré; y sólo espero eso, que me ataquen más por todas partes por ese artículo y, si es posible, incluso en Europa. Sólo entonces obtendré voz y, a modo de justificación, podré hablar finalmente de qué forma, con la riqueza de la misericordia y el amor que todo lo perdona, puede semejarse el monarca a Dios. Hay muchas cosas que no hallarás cómo decir, hasta que no te ataquen. La idea de ese artículo era buena. Créeme, que todos debemos saber perdonar y recordar a cada instante que, al saber perdonar, podemos semejarnos sobre todo a Dios.
Una palabra sobre mi renuncia al arte. Yo no puedo entender de dónde surgió esa idea absurda, de mi renuncia a mi talento y al arte, cuando por mi propio libro, al parecer, se podría ver, siquiera algunos, qué sufrimientos tuve que soportar por el amor al arte, deseando forzarme y obligarme a escribir y crear entonces, cuando no tenía fuerzas; cuando por mi propio prólogo a la segunda edición de Las almas muertas, se veía cuán ocupado estaba con una misma y sola idea, y cuánto ansiaba recoger esos informes que necesito para mi trabajo. ¿Qué hacer pues, si el alma se convirtió en objeto de mi arte, acaso soy culpable de eso? ¿Qué hacer pues, si fui obligado por muchos hechos peculiares de mi vida, a observar con más severidad el arte? ¿Quién es pues culpable ahí? El culpable es aquel, sin cuya voluntad no acontece ningún hecho.
La aparición de mi libro, a pesar de toda su monstruosidad, es para mí un paso demasiado importante. Mi libro posee la cualidad de una piedra de toque: créeme, que con éste probarás, precisamente, al hombre actual. En los juicios sobre éste se expresará, seguramente, el hombre con todas sus ideas, incluso esas que esconde con cuidado de todos, y de pronto se verá, en qué nivel de su estado espiritual está él. He aquí por qué tanto quisiera recoger, todos los comentarios de todos sobre mi libro. Sería bueno adjuntar a cada opinión, el retrato de esa persona a la que pertenece la opinión, si la persona me es desconocida. Créeme, que necesito palpar la sociedad básica y radicalmente, no mirarla durante el baile o el paseo. De otra forma, todo lo mío será por largo tiempo aún errado, aunque crezca la capacidad de creación. Yo lamento mucho que no entraron en mi libro, las cartas a los diversos funcionarios y la gente de gobierno. Entonces, por supuesto, me injuriarían aun más. Me dirían aun más: te metiste en un asunto no tuyo y te enredaste; pero, a pesar de todo, con motivo de esos artículos, se me revelarían muchas cosas dentro de Rusia. Y muchos, con el deseo de demostrarme mis errores, empezarían a contarme esas cosas, que necesito precisamente. Y esas cosas no se pueden obtener con peticiones de ningún tipo. Hay un solo medio: publicar un libro insolente, provocador, que los haga estremecerse a todos. Créeme, que al hombre ruso no lo harás hablar, hasta que no lo enojes. Éste se la pasará acostado de costado, y exigiendo que el autor lo agasaje con algo que (como se dice) lo reconcilie con la vida. ¡El ocio!, como si se pudiera inventar esa reconciliación con la vida. Créeme, que cualquier obra de ficción que publiques, no ejercerá influencia ahora si no hay en ésta, exactamente, esas cuestiones, a cuyo alrededor gira la sociedad actual, si en ésta no se expone a los hombres que necesitamos ahora, en el tiempo presente. Si no se hace eso, la matará la primera novela que salga de la fábrica de Dumas3. Tus palabras sobre cómo poner al diablo de imbécil, vinieron totalmente al compás de mis ideas. Ya desde entonces sólo me preocupo, por que después de mi obra el hombre se ría a voluntad del diablo. Yo mucho desearía saber, de dónde es por su procedencia ese viejo con quien hablaste. A juzgar por su juicio sobre el diablo, debe ser de la pequeña Rusia. Espero con impaciencia todas las críticas publicadas. Desde ahora, dirígelo todo a Zhukóvskii. De Nápoles me marcho en unos días. En junio estaré cerca de Francfort, en las aguas. A finales de julio, todo agosto y principios de septiembre estaré en los baños de mar, en Ostende, lo único que me ayudó hasta ahora. En otoño de nuevo a Nápoles, para después de ahí al Oriente. No olvides enviarme con alguna ocasión esos libros que te pedí, o sea, Los anales rusos y Las fiestas rusas, de Snieguirióv. Y si se acumula dinero, pues Los monumentos ilustrados de Moscú, de Snieguirióv4. De ésta dale la carta a Shépkin5, y escríbeme lo que diga en respuesta a ésta. Te abrazo con toda el alma. Por Dios, no me olvides y escríbeme. Las cartas que recibo de quienes me quieren, son para mí un verdadero beneficio, casi lo que una limosna para un mendigo.
No te enojes con mi mala letra, mi estilo cortado, mis síncopas y correcciones. No olvides, que esas son las señas inseparables de un hombre, que aún se forma y se preocupa por su formación.
1El artículo no es escrito.
2En la primera versión de los Pasajes selectos.., la censura excluye un fragmento del texto que contiene una versión gogoliana del origen del poema de Alexánder Púshkin, y sólo queda el señalamiento general de su vínculo con el nombre de Nikolai I.
3Escritor muy fructífero, Alejandro Dumas padre tiene colaboradores que le ayudan en su labor literaria.
4Los monumentos de la antigüedad moscovita, incluida la crónica de la historia monumental de Moscú, de las antiguas vistas y planos de la antigua capital. Obra <...> de Iván Snieguirióv. M., 1841-1845.
5No se conservó.
Imagen: John Michael Groves, A corvette in passing squal over Portsmouth, XX.
Te agradezco mucho por tu amable esquela del 22 de marzo. ¡Me fue tan agradable leerla! Ante todo, hablaremos de Pogódin, o sea, de mi publicado juicio sobre Pogódin. Yo olvidé mis palabras porque, en verdad, no pensé en escribirlas con el sentido que éstas te parecen (aunque yo mismo me asombré de la brusquedad de mis palabras, cuando las leí publicadas). La causa de tu conclusión incorrecta es mi propio artículo. Ese es el efecto de toda obra donde se examina la mitad del asunto, y no todo el asunto. Callar sobre las virtudes, hablar de los defectos, siempre va a parecer un rechazo y un no reconocimiento de las virtudes. Yo no quería en absoluto reprocharle a Pogódin, por que trabajó treinta años como una hormiga, sino por que él no supo proceder así, para que todos vieran, que trabajó treinta años como una hormiga para el bien. Ese artículo no es necesario eliminarlo, pero seguido de éste colocaré una carta a ti, bajo el título: Sobre la virtud de las obras y los trabajos literarios de Pogódin1, y veremos, si esos defectos están en condición de eclipsar esas virtudes suyas, que sólo a él le pertenecen y nadie más tiene. Examinaremos asimismo, si alguno de nosotros sabe ahora amar a Rusia, como la ama él. Créeme, que ese artículo será ahora más útil para las obras de Pogódin. Aun más porque, después de mis ásperas palabras sobre Pogódin, nadie empezará a reprocharme por parcialidad. Yo no me retractaré de mis ataques, pero junto a éstos pondré sólo eso, que se debe considerar de peso, cuando emites un juicio pleno sobre un hombre. Te diré asimismo unas cuantas palabras sobre tu observación de la carta anterior, acerca de mi artículo Sobre el lirismo de los poetas rusos, y de todo lo que se ha dicho sobre el poder monárquico con motivo del poema de Púshkin. Yo no respondí a eso porque, al no tener mi libro, no sabía en qué forma se publicó ese artículo. Ahora, cobrado el aliento, lo recorrí. Es simplemente un absurdo. Ese artículo, en mi manuscrito, salió bastante oscuro, y con esos recortes de la censura incomprensibles incluso para mí, aun en los lugares, cuya no autorización sólo se puede adjudicar a alguna intención peculiar de la propia censura, es simplemente un embrollo. Sin hablar de cosas diversas más importantes, te adjunto aquí una hoja no autorizada, que sirve de respuesta a tu interpelación sobre el poema de Púshkin2. A pesar de todo el desagrado, que desde la primera vez me causó el aspecto lamentable de mi artículo, y de los comentarios que corrieron en el público sobre mi servilismo, yo después no sólo me tranquilicé, sino incluso me alegré; y sólo espero eso, que me ataquen más por todas partes por ese artículo y, si es posible, incluso en Europa. Sólo entonces obtendré voz y, a modo de justificación, podré hablar finalmente de qué forma, con la riqueza de la misericordia y el amor que todo lo perdona, puede semejarse el monarca a Dios. Hay muchas cosas que no hallarás cómo decir, hasta que no te ataquen. La idea de ese artículo era buena. Créeme, que todos debemos saber perdonar y recordar a cada instante que, al saber perdonar, podemos semejarnos sobre todo a Dios.
Una palabra sobre mi renuncia al arte. Yo no puedo entender de dónde surgió esa idea absurda, de mi renuncia a mi talento y al arte, cuando por mi propio libro, al parecer, se podría ver, siquiera algunos, qué sufrimientos tuve que soportar por el amor al arte, deseando forzarme y obligarme a escribir y crear entonces, cuando no tenía fuerzas; cuando por mi propio prólogo a la segunda edición de Las almas muertas, se veía cuán ocupado estaba con una misma y sola idea, y cuánto ansiaba recoger esos informes que necesito para mi trabajo. ¿Qué hacer pues, si el alma se convirtió en objeto de mi arte, acaso soy culpable de eso? ¿Qué hacer pues, si fui obligado por muchos hechos peculiares de mi vida, a observar con más severidad el arte? ¿Quién es pues culpable ahí? El culpable es aquel, sin cuya voluntad no acontece ningún hecho.
La aparición de mi libro, a pesar de toda su monstruosidad, es para mí un paso demasiado importante. Mi libro posee la cualidad de una piedra de toque: créeme, que con éste probarás, precisamente, al hombre actual. En los juicios sobre éste se expresará, seguramente, el hombre con todas sus ideas, incluso esas que esconde con cuidado de todos, y de pronto se verá, en qué nivel de su estado espiritual está él. He aquí por qué tanto quisiera recoger, todos los comentarios de todos sobre mi libro. Sería bueno adjuntar a cada opinión, el retrato de esa persona a la que pertenece la opinión, si la persona me es desconocida. Créeme, que necesito palpar la sociedad básica y radicalmente, no mirarla durante el baile o el paseo. De otra forma, todo lo mío será por largo tiempo aún errado, aunque crezca la capacidad de creación. Yo lamento mucho que no entraron en mi libro, las cartas a los diversos funcionarios y la gente de gobierno. Entonces, por supuesto, me injuriarían aun más. Me dirían aun más: te metiste en un asunto no tuyo y te enredaste; pero, a pesar de todo, con motivo de esos artículos, se me revelarían muchas cosas dentro de Rusia. Y muchos, con el deseo de demostrarme mis errores, empezarían a contarme esas cosas, que necesito precisamente. Y esas cosas no se pueden obtener con peticiones de ningún tipo. Hay un solo medio: publicar un libro insolente, provocador, que los haga estremecerse a todos. Créeme, que al hombre ruso no lo harás hablar, hasta que no lo enojes. Éste se la pasará acostado de costado, y exigiendo que el autor lo agasaje con algo que (como se dice) lo reconcilie con la vida. ¡El ocio!, como si se pudiera inventar esa reconciliación con la vida. Créeme, que cualquier obra de ficción que publiques, no ejercerá influencia ahora si no hay en ésta, exactamente, esas cuestiones, a cuyo alrededor gira la sociedad actual, si en ésta no se expone a los hombres que necesitamos ahora, en el tiempo presente. Si no se hace eso, la matará la primera novela que salga de la fábrica de Dumas3. Tus palabras sobre cómo poner al diablo de imbécil, vinieron totalmente al compás de mis ideas. Ya desde entonces sólo me preocupo, por que después de mi obra el hombre se ría a voluntad del diablo. Yo mucho desearía saber, de dónde es por su procedencia ese viejo con quien hablaste. A juzgar por su juicio sobre el diablo, debe ser de la pequeña Rusia. Espero con impaciencia todas las críticas publicadas. Desde ahora, dirígelo todo a Zhukóvskii. De Nápoles me marcho en unos días. En junio estaré cerca de Francfort, en las aguas. A finales de julio, todo agosto y principios de septiembre estaré en los baños de mar, en Ostende, lo único que me ayudó hasta ahora. En otoño de nuevo a Nápoles, para después de ahí al Oriente. No olvides enviarme con alguna ocasión esos libros que te pedí, o sea, Los anales rusos y Las fiestas rusas, de Snieguirióv. Y si se acumula dinero, pues Los monumentos ilustrados de Moscú, de Snieguirióv4. De ésta dale la carta a Shépkin5, y escríbeme lo que diga en respuesta a ésta. Te abrazo con toda el alma. Por Dios, no me olvides y escríbeme. Las cartas que recibo de quienes me quieren, son para mí un verdadero beneficio, casi lo que una limosna para un mendigo.
No te enojes con mi mala letra, mi estilo cortado, mis síncopas y correcciones. No olvides, que esas son las señas inseparables de un hombre, que aún se forma y se preocupa por su formación.
1El artículo no es escrito.
2En la primera versión de los Pasajes selectos.., la censura excluye un fragmento del texto que contiene una versión gogoliana del origen del poema de Alexánder Púshkin, y sólo queda el señalamiento general de su vínculo con el nombre de Nikolai I.
3Escritor muy fructífero, Alejandro Dumas padre tiene colaboradores que le ayudan en su labor literaria.
4Los monumentos de la antigüedad moscovita, incluida la crónica de la historia monumental de Moscú, de las antiguas vistas y planos de la antigua capital. Obra <...> de Iván Snieguirióv. M., 1841-1845.
5No se conservó.
Imagen: John Michael Groves, A corvette in passing squal over Portsmouth, XX.