Moscú, 3 de junio de 1849.
¡Al fin una esquela suya! Con toda el alma le agradezco por ésta, buenísima Anna Mijáilovna. Me alegró mucho que sus ojos estén mejor. Por Dios, cuídelos. Por mucho que a usted le guste dibujar, el buen juicio le exige dedicarse menos al dibujo, y moverse más al aire libre. Entiendo que los paseos sin objetivo son aburridos. He aquí por qué me parecía, que la vida en el pueblo podría ofrecerle más alimento a su alma, que en la casa de campo. Hacer cuatro, cinco vérstas1 al día para echar una ojeada a la labor y el trabajo de los aldeanos, que se realizan en distintos lugares de la posesión, no es en absoluto lo que nuestro paseo habitual. Ahí sin querer se puede conocer el modo de vida de esas personas, con las que se relaciona tan estrechamente nuestra existencia personal, y a través de eso llegar a la posibilidad de ayudarlas.
Pero Ése que lo dispone todo, sabe mejor qué nos es más útil y mejor. Hay que resignarse. No logramos la intención de estar en ese lugar, hay que examinarse, cómo debemos ser en éste. Las obligaciones de una persona están en todas partes. Éstas pueden estar asimismo en Pávlin. Alrededor suyo, ahora, hay un montón de sobrinos y sobrinas. ¡Cuántas cosas hermosas se pueden trasmitir a las almas jóvenes mediante el amor! Se puede inculcar desde niño, en la receptiva curiosidad infantil, la concepción de su patria y su historia, la diversidad de sus comarcas, y el modo de vida de sus habitantes en todos sus rincones, e incluso el deseo ardiente de ser útil a ésta. Se puede también, en el tiempo de la adolescencia, darle a la persona una idea de cuán sagradas deben ser las relaciones entre las personas. Y entonces ésta será dichosa para toda la vida, porque en el tiempo restante de su vida, ella misma ya se va a ocupar de su recorrido posterior por el camino señalado, de conducirse a la gran, gran posibilidad de brindar utilidad y beneficiar. ¡Oh, cuán movidos seríamos todos ahora, cuánto menos pereza, inacción y letargo tendríamos, si hubiéramos adquirido en la juventud eso, que estamos obligados a adquirir ahora! Como por desgracia, nuestra primera educación nos aleja de pronto de eso, que está a nuestro alrededor. Desde los primeros días, nos atiborran de temas que nos llevan a otras tierras, y no a la nuestra. Por eso no servimos para nuestra tierra. De mí no le puedo decir nada positivo. Yo recién me recuperé de una fuerte enfermedad nerviosa que, con la llegada de la primavera, de pronto me sacudió y estremeció todo. Yo tenía, precisamente, la intención de viajar por los gobiernos nor-orientales de Rusia, que conozco poco, pero cómo y cuándo pondré eso en ejecución, no lo sé. Yo estuve en extremo insatisfecho conmigo todo este tiempo. Y sólo me asombro de la gracia de Dios, que no me castigó tanto, cuanto yo lo merecía. No me abandone, buenísima Anna Mijáilovna, con sus breves líneas. La descripción de un día suyo y su pasar el tiempo en Pávlin será un regalo para mí. ¡Que Dios la guarde!
Bese las manos inapreciables de su mámienka.
1Vérsta, antigua medida rusa de superficie igual a 1,06 km.
Imagen: Alexander Matrehin, St. Basil's Cathedral, 2001.
¡Al fin una esquela suya! Con toda el alma le agradezco por ésta, buenísima Anna Mijáilovna. Me alegró mucho que sus ojos estén mejor. Por Dios, cuídelos. Por mucho que a usted le guste dibujar, el buen juicio le exige dedicarse menos al dibujo, y moverse más al aire libre. Entiendo que los paseos sin objetivo son aburridos. He aquí por qué me parecía, que la vida en el pueblo podría ofrecerle más alimento a su alma, que en la casa de campo. Hacer cuatro, cinco vérstas1 al día para echar una ojeada a la labor y el trabajo de los aldeanos, que se realizan en distintos lugares de la posesión, no es en absoluto lo que nuestro paseo habitual. Ahí sin querer se puede conocer el modo de vida de esas personas, con las que se relaciona tan estrechamente nuestra existencia personal, y a través de eso llegar a la posibilidad de ayudarlas.
Pero Ése que lo dispone todo, sabe mejor qué nos es más útil y mejor. Hay que resignarse. No logramos la intención de estar en ese lugar, hay que examinarse, cómo debemos ser en éste. Las obligaciones de una persona están en todas partes. Éstas pueden estar asimismo en Pávlin. Alrededor suyo, ahora, hay un montón de sobrinos y sobrinas. ¡Cuántas cosas hermosas se pueden trasmitir a las almas jóvenes mediante el amor! Se puede inculcar desde niño, en la receptiva curiosidad infantil, la concepción de su patria y su historia, la diversidad de sus comarcas, y el modo de vida de sus habitantes en todos sus rincones, e incluso el deseo ardiente de ser útil a ésta. Se puede también, en el tiempo de la adolescencia, darle a la persona una idea de cuán sagradas deben ser las relaciones entre las personas. Y entonces ésta será dichosa para toda la vida, porque en el tiempo restante de su vida, ella misma ya se va a ocupar de su recorrido posterior por el camino señalado, de conducirse a la gran, gran posibilidad de brindar utilidad y beneficiar. ¡Oh, cuán movidos seríamos todos ahora, cuánto menos pereza, inacción y letargo tendríamos, si hubiéramos adquirido en la juventud eso, que estamos obligados a adquirir ahora! Como por desgracia, nuestra primera educación nos aleja de pronto de eso, que está a nuestro alrededor. Desde los primeros días, nos atiborran de temas que nos llevan a otras tierras, y no a la nuestra. Por eso no servimos para nuestra tierra. De mí no le puedo decir nada positivo. Yo recién me recuperé de una fuerte enfermedad nerviosa que, con la llegada de la primavera, de pronto me sacudió y estremeció todo. Yo tenía, precisamente, la intención de viajar por los gobiernos nor-orientales de Rusia, que conozco poco, pero cómo y cuándo pondré eso en ejecución, no lo sé. Yo estuve en extremo insatisfecho conmigo todo este tiempo. Y sólo me asombro de la gracia de Dios, que no me castigó tanto, cuanto yo lo merecía. No me abandone, buenísima Anna Mijáilovna, con sus breves líneas. La descripción de un día suyo y su pasar el tiempo en Pávlin será un regalo para mí. ¡Que Dios la guarde!
Bese las manos inapreciables de su mámienka.
Todo suyo, N. Gógol.
1Vérsta, antigua medida rusa de superficie igual a 1,06 km.
Imagen: Alexander Matrehin, St. Basil's Cathedral, 2001.