sábado, 21 de febrero de 2009

S.P. Sheviriév a Gógol


Moscú, 16 de abril de 1847.

Aquí tienes la segunda carta de Pávlov1, amable amigo. Disculpa, que no te escribo como quisiera. Dame un plazo, pronto terminaré mi curso público. Entonces, estaré más libre. Por ahora, te envío todo lo publicado aquí sobre ti. Te abrazo. Tuyo, S. Sheviriév.

Moscú. Abr.16.1847.

El gran príncipe heredero2 tuvo un hijo llamado Vladímir, y ayer Moscú celebró al recién nacido.
Tu libro, a pesar de lo que escriben, dicen, se agotó todo. ¿Gestionaste acaso la segunda edición, de la forma en que querías3?
La segunda carta de Pávlov produjo menos efecto. Dicen que te examina jurídicamente, como un magistrado4. Eso le gusta al llamado partido ultra occidental, que se enojó más que todos contigo por el libro.

1Nikolai Pávlov, escritor.
2Futuro Alexánder II (hijo de Nikolai I de Rusia y de Carlota de Prusia), zar del imperio ruso desde 1855 hasta 1881. También Gran Duque de Finlandia y Rey de Polonia hasta 1867.
3En realidad, el libro no se vende tan rápido como se pensaba. Gógol renuncia a la idea de reeditar los Pasajes selectos… completos en el verano de 1847.
4Vissarión Bielínskii escribe sobre la primera de las cartas de Pávlov: “…toda la fuerza del artículo estriba en que Pávlov golpea a Gógol no con sus armas, sino con las de éste, y tiene en cuenta demostrar no tanto el absurdo del libro, como su contradicción consigo mismo” (Biel., t. 12, p. 351).

Imagen: Alexander Matrehin, The Nikitskiy Monastery in Pereslavl-Zalesskiy, 2003.

viernes, 20 de febrero de 2009

Gógol a S.P. Sheviriév


Nápoles, 15 (27) de abril de 1847.

Te agradezco mucho por tu amable esquela del 22 de marzo. ¡Me fue tan agradable leerla! Ante todo, hablaremos de Pogódin, o sea, de mi publicado juicio sobre Pogódin. Yo olvidé mis palabras porque, en verdad, no pensé en escribirlas con el sentido que éstas te parecen (aunque yo mismo me asombré de la brusquedad de mis palabras, cuando las leí publicadas). La causa de tu conclusión incorrecta es mi propio artículo. Ese es el efecto de toda obra donde se examina la mitad del asunto, y no todo el asunto. Callar sobre las virtudes, hablar de los defectos, siempre va a parecer un rechazo y un no reconocimiento de las virtudes. Yo no quería en absoluto reprocharle a Pogódin, por que trabajó treinta años como una hormiga, sino por que él no supo proceder así, para que todos vieran, que trabajó treinta años como una hormiga para el bien. Ese artículo no es necesario eliminarlo, pero seguido de éste colocaré una carta a ti, bajo el título: Sobre la virtud de las obras y los trabajos literarios de Pogódin1, y veremos, si esos defectos están en condición de eclipsar esas virtudes suyas, que sólo a él le pertenecen y nadie más tiene. Examinaremos asimismo, si alguno de nosotros sabe ahora amar a Rusia, como la ama él. Créeme, que ese artículo será ahora más útil para las obras de Pogódin. Aun más porque, después de mis ásperas palabras sobre Pogódin, nadie empezará a reprocharme por parcialidad. Yo no me retractaré de mis ataques, pero junto a éstos pondré sólo eso, que se debe considerar de peso, cuando emites un juicio pleno sobre un hombre. Te diré asimismo unas cuantas palabras sobre tu observación de la carta anterior, acerca de mi artículo Sobre el lirismo de los poetas rusos, y de todo lo que se ha dicho sobre el poder monárquico con motivo del poema de Púshkin. Yo no respondí a eso porque, al no tener mi libro, no sabía en qué forma se publicó ese artículo. Ahora, cobrado el aliento, lo recorrí. Es simplemente un absurdo. Ese artículo, en mi manuscrito, salió bastante oscuro, y con esos recortes de la censura incomprensibles incluso para mí, aun en los lugares, cuya no autorización sólo se puede adjudicar a alguna intención peculiar de la propia censura, es simplemente un embrollo. Sin hablar de cosas diversas más importantes, te adjunto aquí una hoja no autorizada, que sirve de respuesta a tu interpelación sobre el poema de Púshkin2. A pesar de todo el desagrado, que desde la primera vez me causó el aspecto lamentable de mi artículo, y de los comentarios que corrieron en el público sobre mi servilismo, yo después no sólo me tranquilicé, sino incluso me alegré; y sólo espero eso, que me ataquen más por todas partes por ese artículo y, si es posible, incluso en Europa. Sólo entonces obtendré voz y, a modo de justificación, podré hablar finalmente de qué forma, con la riqueza de la misericordia y el amor que todo lo perdona, puede semejarse el monarca a Dios. Hay muchas cosas que no hallarás cómo decir, hasta que no te ataquen. La idea de ese artículo era buena. Créeme, que todos debemos saber perdonar y recordar a cada instante que, al saber perdonar, podemos semejarnos sobre todo a Dios.
Una palabra sobre mi renuncia al arte. Yo no puedo entender de dónde surgió esa idea absurda, de mi renuncia a mi talento y al arte, cuando por mi propio libro, al parecer, se podría ver, siquiera algunos, qué sufrimientos tuve que soportar por el amor al arte, deseando forzarme y obligarme a escribir y crear entonces, cuando no tenía fuerzas; cuando por mi propio prólogo a la segunda edición de Las almas muertas, se veía cuán ocupado estaba con una misma y sola idea, y cuánto ansiaba recoger esos informes que necesito para mi trabajo. ¿Qué hacer pues, si el alma se convirtió en objeto de mi arte, acaso soy culpable de eso? ¿Qué hacer pues, si fui obligado por muchos hechos peculiares de mi vida, a observar con más severidad el arte? ¿Quién es pues culpable ahí? El culpable es aquel, sin cuya voluntad no acontece ningún hecho.
La aparición de mi libro, a pesar de toda su monstruosidad, es para mí un paso demasiado importante. Mi libro posee la cualidad de una piedra de toque: créeme, que con éste probarás, precisamente, al hombre actual. En los juicios sobre éste se expresará, seguramente, el hombre con todas sus ideas, incluso esas que esconde con cuidado de todos, y de pronto se verá, en qué nivel de su estado espiritual está él. He aquí por qué tanto quisiera recoger, todos los comentarios de todos sobre mi libro. Sería bueno adjuntar a cada opinión, el retrato de esa persona a la que pertenece la opinión, si la persona me es desconocida. Créeme, que necesito palpar la sociedad básica y radicalmente, no mirarla durante el baile o el paseo. De otra forma, todo lo mío será por largo tiempo aún errado, aunque crezca la capacidad de creación. Yo lamento mucho que no entraron en mi libro, las cartas a los diversos funcionarios y la gente de gobierno. Entonces, por supuesto, me injuriarían aun más. Me dirían aun más: te metiste en un asunto no tuyo y te enredaste; pero, a pesar de todo, con motivo de esos artículos, se me revelarían muchas cosas dentro de Rusia. Y muchos, con el deseo de demostrarme mis errores, empezarían a contarme esas cosas, que necesito precisamente. Y esas cosas no se pueden obtener con peticiones de ningún tipo. Hay un solo medio: publicar un libro insolente, provocador, que los haga estremecerse a todos. Créeme, que al hombre ruso no lo harás hablar, hasta que no lo enojes. Éste se la pasará acostado de costado, y exigiendo que el autor lo agasaje con algo que (como se dice) lo reconcilie con la vida. ¡El ocio!, como si se pudiera inventar esa reconciliación con la vida. Créeme, que cualquier obra de ficción que publiques, no ejercerá influencia ahora si no hay en ésta, exactamente, esas cuestiones, a cuyo alrededor gira la sociedad actual, si en ésta no se expone a los hombres que necesitamos ahora, en el tiempo presente. Si no se hace eso, la matará la primera novela que salga de la fábrica de Dumas3. Tus palabras sobre cómo poner al diablo de imbécil, vinieron totalmente al compás de mis ideas. Ya desde entonces sólo me preocupo, por que después de mi obra el hombre se ría a voluntad del diablo. Yo mucho desearía saber, de dónde es por su procedencia ese viejo con quien hablaste. A juzgar por su juicio sobre el diablo, debe ser de la pequeña Rusia. Espero con impaciencia todas las críticas publicadas. Desde ahora, dirígelo todo a Zhukóvskii. De Nápoles me marcho en unos días. En junio estaré cerca de Francfort, en las aguas. A finales de julio, todo agosto y principios de septiembre estaré en los baños de mar, en Ostende, lo único que me ayudó hasta ahora. En otoño de nuevo a Nápoles, para después de ahí al Oriente. No olvides enviarme con alguna ocasión esos libros que te pedí, o sea, Los anales rusos y Las fiestas rusas, de Snieguirióv. Y si se acumula dinero, pues Los monumentos ilustrados de Moscú, de Snieguirióv4. De ésta dale la carta a Shépkin5, y escríbeme lo que diga en respuesta a ésta. Te abrazo con toda el alma. Por Dios, no me olvides y escríbeme. Las cartas que recibo de quienes me quieren, son para mí un verdadero beneficio, casi lo que una limosna para un mendigo.
No te enojes con mi mala letra, mi estilo cortado, mis síncopas y correcciones. No olvides, que esas son las señas inseparables de un hombre, que aún se forma y se preocupa por su formación.

1El artículo no es escrito.
2En la primera versión de los Pasajes selectos.., la censura excluye un fragmento del texto que contiene una versión gogoliana del origen del poema de Alexánder Púshkin, y sólo queda el señalamiento general de su vínculo con el nombre de Nikolai I.
3Escritor muy fructífero, Alejandro Dumas padre tiene colaboradores que le ayudan en su labor literaria.
4Los monumentos de la antigüedad moscovita, incluida la crónica de la historia monumental de Moscú, de las antiguas vistas y planos de la antigua capital. Obra <...> de Iván Snieguirióv. M., 1841-1845.
5No se conservó.

Imagen: John Michael Groves, A corvette in passing squal over Portsmouth, XX.

lunes, 9 de febrero de 2009

S.P. Sheviriév a Gógol


Moscú, 22 de marzo de 1847.

Te escribo a 2 horas de nuestra medianoche de Resurrección. Espero que ya recibiste esas cartas mías, en las que te hablaba de tu libro, y el dinero, enviado en una de éstas por el libro. Te estoy muy agradecido por esa carta, en la que expresaste tus ideas sobre mi afición. Tú me reprochas por mi anterior no franqueza en cuanto a ti, y tú mismo te volviste franco respecto a mí, sólo en pago a mi franqueza. Pero por eso te estoy muy, muy agradecido. Tu observación es muy justa. Mi afición procede de la abundancia de sentimiento sobre la razón. Espero que la fuerza superior, abarcadora de todo, me ayude a vencer la ceguera del sentimiento, y ahora nada más le ruego a Dios respecto a mí, que calme mi sentimiento y aclare mi pensamiento. El efecto de esa plegaria ya lo advertí en mí, y abrigo la esperanza de la corrección. En particular, lo experimenté en el transcurso de mis conferencias públicas, pero ahí hay otros obstáculos, el amor propio que me alimentan todos mis oyentes. Esa es la hidra contra la que se debe luchar de modo incesante. Le cortas una cabeza y le crecen cien. ¡Oh, qué difícil es! Simplemente, te gana la desolación. Ahí uno mismo, resueltamente, no puede hacer nada: aquí pues me pierdo por completo. Y además, no se puede: no está en la naturaleza del hombre actuar contra sí mismo, no está en nuestra naturaleza levantarse la mano. El suicidio es una locura. Ahí pues, sin la fuerza superior, no das un paso adelante. Si ésta no ayuda, nadie ayuda. La última observación tú también la necesitas. Tú eres menos pecador en eso que yo, porque tuviste más gloria que yo. Tú fuiste mimado por toda Rusia: te ensalzó la gloria, te alimentó el amor propio. Por eso en ti, éste debe ser más grande que en mí. Pero cada uno tiene su porción. En tu libro, éste se expresó de un modo colosal, a veces monstruoso. El amor propio nunca es tan monstruoso, como en unión con la fe. En el arte, en la ciencia, en cualquier asunto humano éste puede significar, e incluso dar fruto, pero en la fe es monstruoso. Pero a pesar de eso, ahí habrá provecho. Tú necesitabas expresarte. Tu libro emanó, de todas formas, de una fuente buena y limpia, y lo que emana de una fuente buena, pues seguramente conducirá al bien. Tu última carta me convenció aun más de eso. Tú ofendiste a Pogódin. El ofensor comúnmente no quiere al ofendido, pero tú ahora pues empiezas a quererlo. ¡En buena hora! Ahora, por supuesto, puedes serle útil. Pero, me parece, debes reconocer públicamente que lo ofendiste. Tú dices que olvidaste las palabras ofensivas, que había en tus cartas sobre Pogódin, porque estabas ocupado con algo más importante. ¡¿Y acaso se olvidan esas cosas, y qué puede ser más importante que eso?! Ahí mismo das una lección: ¡que no salga una palabra podrida de sus bocas!, y tú mismo, hablando de una persona allegada, dijiste una palabra que olvidaste. Decirle a un hombre, que trabajó 30 años como una hormiga en tonterías, y que ninguna persona le dio las gracias por eso, decir semejante calumnia, y aun olvidar que la dijiste, todo eso fue en balde. Tú no encontraste a ningún joven agradecido, bueno, ¿y qué hacer, si no lo encontraste? Pogódin es aun culpable porque publicó muchos materiales literarios, porque se alegraba con cada línea de un gran hombre1. ¿Cómo decidir sobre un gran hombre: cuál línea es preciada?, ¿cuál no? Si hay otra que disminuya la grandeza, no molesta. En un gran hombre todo es instructivo, y por eso no es una desgracia, si Pogódin publicó algo que a ti te parece una tontería, y que a otro no le parecerá. Pero es suficiente sobre esto. Le escribiste a Pogódin una carta tierna, amistosa. Ahora que lo quieres háblale de sus defectos, y tu palabra cálida, por supuesto, actuará mejor que las ásperas salidas de tus cartas y dedicatorias.
Aparecieron muchos artículos sobre tu libro. Los de Petersburgo casi no los leí, con excepción del artículo de Bielínskii en El Contemporáneo2. Él está furioso contigo por el libro, sólo eso. El pobre Bielínskii tiene una tuberculosis maligna. En Petersburgo todos te injuriaron, con excepción de Bulgárin, que se alegró con la ocasión de justificarse y dijo: “¡Ya ven!, pues yo decía la verdad, que las obras de Gógol no sirven para nada. Y él mismo lo dice también3”. Aquí salieron dos artículos. Uno en La Hojita, de Grigóriev4, con simpatía por ti. El otro, el artículo más fuerte contra ti de todo lo publicado hasta ahora, el artículo de Pávlov5. Despertó la simpatía de muchos, y hablan mucho de éste. Todos los artículos moscovitas te los envío por correo. Acaso, te desafíen a una respuesta. Pávlov publica una serie de cartas y no deja hueso sano en todo tu libro. Acaso, yo también diga mi palabra cuando escuche a todos6.
La principal acusación justa contra ti es la siguiente: ¿por qué abandonaste el arte y renunciaste a todo lo anterior?, ¿por qué menospreciaste un don divino? En realidad pues, el talento te fue dado por Dios. Tú lo desarrollaste, tú no lo hundiste en la tierra. ¿Por qué pues menospreciar eso? Tú con ese menosprecio ofendes a Dios, ofendes a los hombres que te admiraron por ese talento, y lo valoraron. Como quieras, es una sugestión del orgullo personal, del orgullo espiritual, contra el que tú mismo hablas en las últimas páginas de tu libro. Regresa pues a tu labor artística de nuevo. Ofrécele a ésta tus fuerzas renovadas de nuevo. Tu talento cómico es aún tan necesario en nuestra Rusia, y es necesario, precisamente, contra ese enemigo con el que luchas. Por supuesto, antes jugabas con éste a veces. Pero esos juegos son entendibles en un poeta de nuestra época. En Homero, en La Ilíada, los dioses siempre se comportan sumamente mal, injurian y pelean cuando los hombres se entregan a la maldad, la cólera, y se martirizan los unos a los otros. Los dioses griegos son los poetas o la poesía. Así, la poesía también se comporta mal, pelea e injuria cuando a los hombres les van mal los asuntos. Así es Aristófanes. Así eras tú. Tu poesía asimismo peleaba, injuriaba y jugaba como los dioses griegos, como Juno, Marte, Venus. Pero tú ahora podrías dirigir una comedia elevada, toda esa fuerza de la risa de que estás dotado, al mismo diablo. Una vez me ocurrió hablar con un ruso, un peregrino devoto que se disponía a Jerusalén y estuvo en casa. Lo llamaban Simeón Petróvich. Un viejecito colorado. Yo tengo escrita en mi libro toda su plática, pero hay en ésta, en particular, unas palabras que te pertenecen como cómico. Las copio de mi libro: “De modo muy irónico y siempre con burla hablaba del diablo, llamándolo imbécil: ‘Está en el hueco él mismo, imbécil, y quiere que otros se metan ahí. ¡Es un perfecto imbécil!” Esa es la idea de un cómico ruso y cristiano: el diablo es el primer imbécil del mundo y hay que reírse de él. Ríete, ríete del diablo: y con tu risa demostrarás que es irracional. Pues, en realidad, toda la estupidez de los hombres viene de él. Muéstrale pues a los hombres cómo los confunde, cómo los hace estúpidos, los rebaja, ¡cuánta grandeza les quita! ¡Pues esa es una reserva inagotable para un cómico ruso! Pues incluso no sólo Rusia, sino todo el mundo puede entrar en tu comedia. Tú me escribes que a través de la razón, a través del protestantismo más bien, llegaste a Cristo: así, si para ti la razón está en Cristo, pues la sinrazón y toda la estupidez deben estar en el asesino del hombre, en su enemigo. Así, persigue a tu enemigo implacable con tu risa maravillosa, y harás una obra buena para los hombres, a favor de la razón eterna, que está en Cristo. Cristo abrirá tu corazón con un amor, que te inspirará creaciones elevadas. Antes de escribirte, leí tu Domingo de Resurrección7 de nuevo. En su nombre, -y ya éste retumba por Moscú-, te ruego: regresa al arte. No obligues a la gente en Rusia a decir, que la iglesia y la fe les quitan a sus artistas y poetas. Me apresuro a maitines. Te abrazo. ¡Cristo resucitó!

Tuyo, S. Sheviriév.

A tu madre le envié 2100 rub. asig. del dinero obtenido por la obra; y después le incluiré de Las almas muertas, cuando se acumule. A tu hermana le envié la carta. Las prédicas de Inokéntii no las hay: toda la edición se agotó.
El día de fiesta recibí tu carta, que fue para mí un verdadero regalo. Ahí incluido también una carta para Malinóvskii8. Cumpliré, cumpliré tu deseo. Voy a escribirte más a menudo, y te enviaré un recuento detallado de todos los comentarios referentes a tu libro. Yo siento ahora una gran necesidad de escribirte. Cada carta tuya la incrementa aun más en mí.

1En los Pasajes selectos de la correspondencia con los amigos, Gógol escribe: “Nuestro amigo P.....n tiene la costumbre, tras extraer las líneas que encuentra por doquier de un conocido escritor, de publicarlas enseguida en su revista, sin sopesar bien si eso es para honra o deshonra de éste” (Acad., VIII, p. 231).
2El Contemporáneo, 1847, No. 2.
3La abeja del norte, 1847, No. 8.
4Apollón Grigóriev, poeta, crítico.
5Nikolai Pávlov publica sus artículos en Las noticias moscovitas (1847, No. 28, 38, 46) bajo el título Cartas a Gógol, y ese mismo año en El Contemporáneo (No. 5, 8).
6Stepán Sheviriév publica su artículo dedicado a los Pasajes selectos… en El Moscovita, 1848, No. 1.
7Con el artículo El domingo de Resurrección concluyen los Pasajes selectos de la correspondencia con los amigos.
8Gógol escribe una carta a Dmítrii Malinóvskii, un estudiante de la Universidad de Moscú, que responde a su llamada al lector en el prólogo a la segunda edición de Las almas muertas (26 de febrero (10 de marzo) de 1847, Acad., XIII, No. 133).

Imagen: Alexander Matrehin, Winter Evening in The Borisoglebskiy Monastery, 2006.

miércoles, 4 de febrero de 2009

Gógol a S.P. Sheviriév


Nápoles, 20 de febrero (4 de marzo) de 1847.

Largo tiempo no entendí las razones de tu silencio, en un tiempo cuando necesitaba sobre todo tus cartas. Finalmente, por una carta de Serg. Tim. Aksákov1 (llena de los reproches más ásperos e, incluso, no totalmente justos, aunque necesarios para mi alma) adiviné que deberías estar enojado conmigo por Pogódin2. Yo había olvidado también, que en mi libro hay unas palabras sobre Pogódin que él y ustedes recibieron en otro sentido. Ustedes se convencieron firmemente, de que yo abrigo cólera y disgusto contra Pogódin, miran desde el ángulo de esa convicción todas mis palabras sobre Pogódin, y por eso vieron el asunto de forma más grande de lo que es. Esta es toda la verdad del asunto: cuando yo estuve realmente enojado con Pogódin, de mí nadie oyó entonces una palabra malvada sobre Pogódin; les presentaré testigos que, gracias a Dios, aún están vivos. Cuando pasó la cólera, surgió en mi alma el fuerte deseo de justificarme con Pogódin, de mostrarle cómo él se hizo culpable de modo inocente, y cómo se extravió conmigo. Con ese deseo sufrí y me angustié, y al mismo tiempo, vi que para eso era necesario poner al desnudo toda mi alma, y hacer una confesión no fingida de todo eso, que sucedía en mi alma oculto de todos; sin eso, mi explicación sería incomprensible. Pero yo no tenía fuerzas entonces para hacer mi confesión completa, y ahora apenas tenga fuerzas. Mi cólera ante mi impotencia para explicarme, se expresó como un lamento enfermizo en esas cartas mías, en las que les recordé de Pogódin. Ese lamento enfermizo ustedes lo tomaron como mi cólera contra Pogódin. Yo no quise disuadirlos, sabiendo que ustedes no creerían en mis palabras. Después, ese mismo deseo de explicarme y justificarme se apagó en mí. Yo empecé a pensar sólo, de qué manera hacerle sentir a Pogódin más sensiblemente su culpa en general, y no en contra mía, y mostrarle cómo se puede propinar, sin deseo, una derrota a un hombre y abatirlo, porque estuvo a punto de suceder una cosa tal, por la que su conciencia lo hubiera torturado3. Teniendo en la cabeza, de modo constante, la idea de cómo señalarle a Pogódin sus defectos, que lo ponen en malas relaciones con las personas, yo, acaso, me expresé de él con más fuerza de la que se expresa, comúnmente, un amigo de un amigo. Y eso les admiró a ustedes en el artículo publicado en mi libro que, acaso, yo habría corregido y atenuado si lo hubiera examinado antes de la publicación pero, ocupado con otros asuntos que me ocupaban más, lo olvidé simplemente. En todo caso, en el artículo sobre Pogódin no hay una mentira, yo dije algo de lo que estaba convencido, y por muy indecorosas que sean esas palabras y expresiones, en su fundamento hay una verdad, eso ni tú puedes negarlo. En lo que respecta a las palabras de Serguéi Timoféevich, de que yo al parecer deshonré a Pogódin públicamente, pues eso es totalmente injusto. Ninguna de las personas que desconocen nuestras relaciones, encontró en esas palabras un odio mío a Pogódin. Ustedes lo vieron porque las miraron con ojos prejuiciados, y porque conocen muchas circunstancias tales, que no puede conocer el lector. Si alguien encuentra en éstas huellas de mi odio y airamiento contra Pogódin, entonces la deshonra es para mí, y no para Pogódin. ¿Quién ganó ahí pues, yo o Pogódin? ¿Para quién la gloria, para mí o para él? Acaso ahora, incluso las personas allegadas a mí no me llaman hipócrita, Tartufo, hombre de doble personalidad, que interpreta una comedia, incluso, con lo más sagrado del hombre. ¿O piensas tú, qué es fácil soportar eso? Sabe Dios aun, qué bofetada es más difícil de soportar, esa o la que yo di, en vuestra opinión, a Pogódin. La bofetada a Pogódin como que salió por sí misma, de modo que, te doy mi palabra de honor, yo mismo no sé hasta qué grado soy culpable de ésta; y espero aún una acusación formal; toda una mitad de nuestros pecados no la vemos, y por eso es necesario que los otros nos ayuden, señalándolos por completo. Yo sólo sé que me alegré de que se diera esa bofetada, aunque al principio me asusté. Desde ese momento, mi amor por Pogódin que, te digo sin hipocresía, quería adquirir a la fuerza, entró de pronto por sí mismo en mi alma, un amor que nunca antes tuve por él a tal grado. Antes yo sólo lo respetaba, amaba sus ideas generosas y la nobleza de sus elevadas intenciones, pero no a él mismo. Yo no le daba la mano para una amistad estrecha. Él fue el primero que empezó a decirme “tú”. No teníamos ninguna afinidad en nuestros caracteres, ni en esas simpáticas y pequeñas inclinaciones, que hacen que los hombres se hagan amigos de pronto, y nunca puedan pelearse entre sí. Pero ahora siento que entre nosotros se anudará una amistad, que ya nadie destruirá en la tierra, porque Cristo se pondrá entre nosotros y nos ayudará a explicarnos. Al mismo tiempo que esta carta mía a ti, le escribí una carta a él. Y por eso, pregúntale si la recibió o no. En lo que respecta a ti pues, en todo caso, será pecado tuyo: si estás enojado, dilo, pero no lo calles. Si quieres castigarme con el silencio, pues será doble pecado para ti, porque yo rogué en el prólogo de mi libro, perdonarme por lo que se encuentre en mi libro. Si yo procedí no como un cristiano pues, ¿acaso eso te da derecho a ti a proceder no como un cristiano? Infórmame todo sobre mi libro, sin ocultar nada, pues de otra forma darás cuenta por eso ante Dios, porque yo ruego por el señor Cristo. Con ésta una carta a mi hermana Olga4 que te ruego dirigir a Poltáva, al pueblo Vasílievka, junto a las prédicas de Inokentii, que tómate el trabajo de comprar con mi dinero. Y si el dinero se acumuló, pues envía de inmediato dos mil cien rub. asignados, 2100 rub., a mi madre, a esta dirección: “A su excelencia María Ivánovna Gógol, en Poltáva, y de ahí a la aldea Vasílievka.” Te abrazo.

Tuyo, G.

1Serguéi Aksákov, crítico, poeta, censor, antiguo presidente del Comité de Censura de Moscú, autor de memorias noveladas.
2Mijaíl Pogódin, profesor de la Universidad de Moscú, académico, historiador, dramaturgo, editor de las revistas El Heraldo de Moscú y El Moscovita.
3No se sabe de qué se trata.
4Olga Gógol (Golovniá de casada), hermana de Gógol.

Imagen: Mark Myers, The Sv. Pavel off Lisianski Strait, 18 july 1741, XX.