viernes, 15 de mayo de 2009

A.M. Vielgórskaya a Gógol


Petersburgo, 24 de febrero de 1849.

Amable Nikolai Vasílievich, usted nos olvida por completo o está muy ocupado, de otra forma no me puedo explicar su largo silencio. Vladímir1 me dijo que lo dejó saludable y en una excelente disposición de espíritu, de lo que yo concluí que, en realidad, todo marcha favorable para usted y está satisfecho consigo mismo, ¿entiende acaso en qué sentido digo esto? Y si mis conjeturas son acertadas, pues estoy dispuesta a perdonarle todo e incluso permitirle no escribir a nadie, lo que es muy generoso de mi parte. Una cosa quisiera saber: ¿vendrá acaso usted a Petersburgo en primavera, y exactamente en qué tiempo? No recuerdo si acaso le escribí, que todos mucho quisiéramos ir el verano actual a nuestro pueblo, no lejos de Kolómna, y con esa misma ocasión quedarnos en Moscú, y observar bien esa ciudad totalmente desconocida para nosotros. Yo mucho desearía que nos juntáramos en Moscú, y que usted fuera nuestro cicerone. En su ausencia, el conde Komaróvskii2 tomó para sí el cumplir su deber ante mi persona, y le puedo asegurar que usted estaría satisfecho de su celo. Él seguro me quiere convertir à la Russie (según su propia expresión), y con esa intención me quiere recomendar diversas obras, que se refieren a Rusia y a las tribus eslavas en general, y él mismo me prometió escribir unos cuantos artículos sobre ese tema, para que yo pueda guiarme por éstos en mis ocupaciones. Usted ve, amable Nikolai Vasílievich, que desde todas partes me tira a hacerme rusa, y por mucho que me resista a esa ambición, yo misma contribuyo a ésta, en cuanto puedo; así, espero que su y mi deseo, finalmente, se cumplirá, y que yo me haré rusa no sólo de alma, sino también de lengua y conocimiento de Rusia.

A.V.

1Vladímir Sologúb, escritor, esposo de Sofía Vielgórskaya y cuñado de Anna Vielgórskaya.
2Yegór Komaróvski, conde, casado con Sofía Vienevítinova, hermana de Alexéi Vienevítinov, esposo de Apolinaria Vielgórskaya.

Imagen: Alexander Matrehin, Pskov. View on the Kremlin, 2004.

Gógol a A.O. Smirnóva


Moscú, 18 de noviembre de 1848.

Soy culpable de que respondo a su carta no al instante1, mi buenísima Alexándra Ósipovna. Hay razones para eso: lidio conmigo de nuevo, descubro en mí tantas inmundicias, que toda idea sobre los otros vuela. Además, me dispongo a meditar con seriedad ese trabajo, para el que Dios me dio medios y fuerzas, para que la muerte, por lo menos, me encuentre en pos de la obra, y no en el ocio inactivo. Todo eso me distrae de los demás asuntos e incluso de las cartas. Para ir a Kalúga no me alcanzó la fuerza de voluntad. Me parecía que no podía decirle nada útil ni necesario a Nikolai Mijáilovich2. Si se me dio en mi larga vida ayudar a alguien en pena con un buen consejo, pues fue a esos que ya habían hallado en sí un consejero superior, y a mí me quedó nada más, que recordarles sólo a quién es necesario dirigirse para todas las necesidades. Su consejo de ocuparme de la señorita melancólica3 tampoco lo tomé. Yo pienso que relacionarse con una muchacha es asunto de mujeres, y no de hombres. Créame, una muchacha no es capaz de sentir una amistad pura y elevada por un hombre; con seguridad surge por instinto otro sentimiento, de su índole, y la desgracia recaerá sobre el doctor infortunado que, con un sentimiento verdaderamente fraternal, y no con algún otro, le brindó la medicina. Una mujer es otro asunto, esta ya tiene obligaciones. Además, esta no busca ya eso, que una muchacha intenta con todo su ser. Todo lo que yo hice fue que, debido a su carta, intenté conocer cuál de las hijas de Serguei Timoféevich se llamaba Máshenka. Debo decirle que yo tenía amistad sólo con los viejos, y con los hijos del sexo masculino; en cuanto al femenino, pues yo conocía los nombres sólo de las dos hijas mayores4, con las restantes sólo nos hacíamos reverencias, sin decir una palabra. No olvide a los Vielgórskii. Véase con ellos en lo posible más a menudo. Hable con ellos de lo ruso, y de todo lo que es precioso para el corazón ruso; y ahora, a propósito, ellos empezaron unas lecciones rusas. Con eso ellos y usted saldrán ganando. Un silencio luminoso reinará en su espíritu. No hay nada mejor en la tierra, que una plática con esos que tienen un alma hermosa, y además una plática sobre eso, por lo que se hacen aún más hermosas las almas hermosas. Adiós.

Todo suyo, N.G.

No me olvide y escriba.

1La carta de Alexándra Smirnóva del 20 de octubre de 1848 (RS, 1890, No 11, p. 355-357).
2Por esos días, Nikolai Smirnóv tiene problemas en su servicio, en la ciudad de Kalúga: se pelea con el vice-gobernador, y este empieza a escribir denuncias contra él. El asunto termina en que Smirnóv debe abandonar la ciudad.
3El 20 de octubre de 1848 Alexándra Smirnóva le pide a Gógol ocuparse de la hija menor de Serguei Aksákov, María ("Másha") Aksákova, que sufre de accesos de melancolía (RS, 1890, Nº 11, p. 356).
4Viera Aksákova y Nadiézhda Aksákova, hijas de Serguei Aksákov.

Imagen: Mijail Satarov, El templo de Cristo, XXI.

jueves, 14 de mayo de 2009

A.M. Vielgórskaya a Gógol


Petersburgo, 7 de noviembre de 1848.

Amable Nikolai Vasílievich, ya hace un mes que se fue de casa, y hasta ahora no recibimos ninguna noticia suya. El refrán francés dice: “Pas de nouvelles, bonnes nouvelles1”; así, espero que esté totalmente saludable, y que su próxima carta confirme mi suposición. Yo mucho quisiera saber, qué hace desde que está en Moscú, cómo se siente y cómo soportó las primeras heladas. Responda, por favor, a todas mis preguntas. Usted sabe que yo, desde los viejos tiempos, suelo tener el pecado de importunarlo con preguntas; por consiguiente, le ruego de una vez para siempre no enojarse por eso conmigo, sino responder a mis preguntas con su anterior benevolencia.
A usted, acaso, le será agradable oír, que nuestras ocupaciones con Vladímir Alexándrovich2 siguen de forma muy correcta, y que él mismo, así como nosotros, las encuentra muy entretenidas. Dos veces a la semana nos reunimos en su casa para la lección, y el tiempo restante, o sea cada día desde las once hasta las doce, elaboramos y escribimos eso, de lo que él nos habló durante la lección. Vladímir se prepara muy seriamente antes de cada una de nuestras pláticas, y en realidad debo confesar que él encontró, respecto a los temas que ahora examinamos, muchas visiones novedosas y notables. Con el tiempo, él tiene la intención de poner en orden los trabajos nuestros y los suyos, sobre la historia de la lengua y la literatura rusas, elaborarlos por completo y conformar con éstos un libro. Él nos obliga a leer muchas canciones populares rusas, para que nos sumerjamos en el espíritu del pueblo ruso, y aprendamos las auténticas expresiones rusas. Ahora adiós, amable Nikolai Vasílievich, que esté saludable, tan saludable como estamos todos aquí, y respóndame pronto. Que el Señor lo conserve y fortalezca en la obra que usted ha emprendido.

A.V.
1Pas de nouvelles, bonnes nouvelles, sin noticias, buenas noticias.
2Vladímir Alexándrovich Sologúb, escritor, esposo de Sofía Vielgórskaya y cuñado de Anna Vielgórskaya.

Imagen: Alexander Matrehin, In Pechory. Snow Removal, 2005.

miércoles, 13 de mayo de 2009

Gógol a A.M. Vielgórskaya


Moscú, 29 de octubre de 1848.

¿Cómo está usted?, ¿cómo está su salud, mi buenísima Anna Mijáilovna? En cuanto a mí, recién me recupero de mis insomnios, que siguieron incluso aquí, en Moscú, y sólo ahora empiezan a cesar. Moscú está solitaria, tranquila y favorable para las ocupaciones. Yo aún no trabajo así como quisiera, siento cierta debilidad, aún no tengo esa bendita disposición de espíritu que es necesaria para crear. Pero mi alma intuye algo, y mi corazón está lleno de la esperanza palpitante de ese tiempo deseado. Escríbame unas cuantas líneas sobre sus ocupaciones y su estado de espíritu. Yo estoy curioso por saber, cómo empezaron en su casa las lecciones rusas1. Por ahora no le envío aún la lista de los libros, que deben conformar la lectura rusa en su sentido histórico. Es necesario abarcar muchas cosas y examinar previamente, para saber dárselos a usted uno tras otro en orden, para que no aparezca la sopa después de la salsa, y el pastel antes del asado. Escríbame cómo se dispone mi profesor-ayudante2, y en qué orden le sirve los platos. Yo estoy muy seguro, de que le dirá muchas cosas buenas y necesarias, y al mismo tiempo estoy seguro, de que a mí también me quedará espacio para incluir mi discurso, y añadir algo así que él olvide decir. Eso depende, no de que yo sea más leído e instruido que él, sino de que, cualquier hombre algo talentoso tiene su propia intuición original, que le pertenece en particular, debido a lo que ve toda una parte que otros no advierten. He aquí por qué yo mucho quisiera, que nuestras lecciones en conjunto empiecen con el segundo tomo de Las almas muertas. Después de éstas, a mi alma le sería más fácil y libre hablar de muchas cosas. Hay muchas partes de la vida rusa que aún, hasta ahora, no han sido descubiertas por ningún escritor. Yo quisiera que, tras la lectura de mi libro, las personas de todos los partidos y opiniones dijeran: "Él conoce bien al hombre ruso. Él, sin ocultar ninguno de nuestros defectos, sintió más profundamente que nadie nuestra dignidad". Quisiera asimismo hablar de lo que aún, desde los días de mi infancia, gustaba de meditar mi alma, de lo que ya hubo voces e insinuaciones confusas, dispersas en mis obras más incipientes. Ésas no cualquiera las advirtió... Pero, aparte de esto. No olvide, junto con la historia rusa, leer la historia de la iglesia rusa, sin eso muchas cosas de nuestra historia son oscuras. La obra de Fillaretto Rízhski3 salió ahora completa: cinco libritos. Éstos se pueden encuadernar en un tomo. Ese libro lo tiene, al parecer, Matvéi Yúrievich4, a quien, con esta ocasión, abrace fuertemente por mí. Sobre la salud aquí tiene de nuevo una instrucción: por Dios, no esté sentada en un lugar más de hora y media, no se incline sobre la mesa: su pecho es débil, usted debe saber eso. Intente, por todos los medios, acostarse a dormir no más tarde de las once. No baile por completo, en particular los bailes salvajes: éstos ponen la sangre en agitación, pero el movimiento correcto, necesario al cuerpo, no lo dan. Y a usted pues, no le sientan los bailes en absoluto, su figura no es tan esbelta ni ligera. Pues usted no es bien parecida. ¿Sabe acaso eso a ciencia cierta? Usted es bien parecida sólo entonces, cuando en su rostro aparece un movimiento noble; se ve, que los rasgos de su rostro ya están formados, para expresar su nobleza de alma; tan pronto pues no tiene esa expresión, se torna fea.
Abandone todas, incluso las pequeñas salidas a la sociedad. Usted ve que la sociedad no le consiguió nada: buscaba en ésta un alma capaz de responder a la suya, pensaba encontrar a un hombre con quien quería ir de la mano por la vida, y encontró menudencia y trivialidad. Abandónela pues en absoluto. Hay en la sociedad inmundicias que, como las bardanas, se nos pegan, por mucho que miremos. A usted ya se le pegó algo, qué exactamente, yo por ahora no le diré. Que Dios la guarde asimismo, de la veleidad de la tal llamada amabilidad mundana. Conserve la sencillez de los niños, eso es mejor que todo. "¡Observe la santidad con todos!" He aquí lo que me dijo una vez un santo anacoreta. Yo entonces no entendí esas palabras, pero mientras más penetro en éstas, más profundamente oigo su sabiduría. Si nos acercáramos a toda persona como a un santuario, pues la propia expresión de nuestro rostro se haría mejor, y nuestro discurso se investiría de ese decoro, de esa sencillez amorosa y familiar que a todos gusta, y provoca de su parte también la disposición hacia nosotros, de modo que nadie nos dirá entonces una palabra indecorosa o mala. No deje pasar las pláticas con esas personas, de las que usted puede aprender mucho, no se turbe si éstas tienen un aspecto severo. Sea sólo atenta con éstas, sepa cómo preguntarles, y se soltarán a conversar con usted. Recuerde que usted debe hacerse realmente rusa, de alma y no de nombre. A propósito: no olvide que me prometió, cada vez que encuentre a Dal5, obligarlo a contarle sobre el modo de vida de los campesinos en los distintos gobiernos de Rusia. Entre los campesinos, en particular, se oye la originalidad de nuestro juicio ruso. Cuando le ocurra ver a Pletnióv6, no olvide preguntarle por todos los literatos rusos, con quienes tuvo relaciones. Esas personas eran más rusas que las personas de los otros estamentos, y por eso usted conocerá necesariamente muchas cosas tales, que le explicarán de modo aun más satisfactorio al hombre ruso. Si va a verse con Alexándra Ósipovna7, hable con ella sólo de Rusia: en los últimos tiempos ella vio y conoció mucho, de lo que sucede dentro de Rusia. Ella asimismo puede nombrarle muchas personas notables, con quienes conversar no es inútil. En una palabra, tenga ahora asunto con esas personas que ya no tienen asunto con la sociedad, y saben eso que no sabe la sociedad. ¡Que Dios la guarde! Adiós. No me olvide y escríbame más a menudo. Deme sermones tan severos y ásperos, como yo a usted, sin ocultar lo malo que advirtió en mí. Nosotros pues nos prometimos eso el uno al otro.

Todo suyo, N. Gógol.

A ambas hermanas, Apolinaria y Sofía Mijáilovna, abrácelas fuertemente. En las cartas a mí, por ahora, escriba así: a la Tvierskáya, en la oficina de El Moscovita. Dentro de una semana me mudo y le enviaré la dirección del nuevo apartamento.

1En 1848, Vladímir Sologúb (escritor) empieza a impartir a su esposa y a su cuñada unas lecciones de historia y literatura rusas.
2Gógol nombra así en broma a Vladímir Sologúb.
3La Historia de la iglesia rusa en cinco partes (M. y Riga, 1847-1848) del obispo Fillaretto Rízhki, futuro arzobispo de Chernigóvski.
4Mijaíl Yúrievich Vielgórskii, conde, mecenas, hermetista, masón.
5Vladímir Dal, médico, uno de los más grandes lexicógrafos rusos, autor del Diccionario del gran idioma ruso vivo.
6Piótr Pletnióv, escritor, crítico, profesor del Instituto Patriótico, editor de la revista El contemporáneo, rector de la Universidad de San Petersburgo.
7Alexándra Ósipovna Smirnóva (Rossetti de nacimiento), dama de compañía de la zarina, esposa del gobernador de Kalúga, amiga de Vasílii Zhukóvskii y Alexánder Púshkin.

Imagen: Alexander Matrehin, Romanov's Yard, 2004.