sábado, 30 de agosto de 2008

M.P. Pogódin a Gógol


Moscú, 14 de julio de 1847.

Tu libro te causó mucha aflicción, ahí tienes una gota de placer, amabilísimo Nikolai Vasílievich. Te envío una carta que me escribió un joven...1
Apenas empecé a escribirte esto, cuando recibí tu carta del 8 de julio. Me fue triste leerla. Tu barca anda por el mar, las olas la golpean de un lado al otro, y está lejos de ti el puerto, ¡está lejos Jerusalén! Se me fue de la cabeza todo lo que quería escribirte en esta carta, al parecer, la continuación de una carta mía, y ahora voy a responder sólo a la tuya.
Tú me rogaste antes: "Escríbeme todo, todo lo que te venga a la cabeza, en el primer pedazo de papel", y por el estilo2. ¿Qué te llama pues la atención, ante todo, en mis cartas? Las pequeñeces, las observaciones de pasada, las palabras que se escapan en el curso del discurso, en una palabra, el poner peros a todo, pero lo que es importante respecto a ti, a mí, como que pasa inadvertido. Encuentras ciertas contradicciones huecas, te afliges con ciertos reproches, mientras que yo te dije desde el mismo principio, y te lo dije de un modo solemne, que no estaba enojado y no pensaba reprocharte, y que tu acción conmigo, aun antes, la quería analizar de modo histórico, para un conocimiento, para una enseñanza recíproca; ¡a ésta aún no le toca el turno en mi carta! Sólo una vez, recuerdo, te trasmití ciertas circunstancias; por lo demás, de todas formas, sólo para un conocimiento. Al ver ahora, que tú no puedes entender eso de ningún modo, y ves, supones que las presentes sensaciones son lamentos, en lugar de informes históricos, pues suspendo mi carta (en seis secciones), y no voy a analizar tu acción como suponía antes, para evitar malentendidos. Regreso a la respuesta.
Tú me acusas de reproches a la nobleza. Si algo yo no quiero en el mundo, es a la nobleza. Yo estoy convencido de que degeneró físicamente, de que por ella circula otra sangre, que no es capaz de ningún bien (a lo que contribuye, además del físico, la educación), que todas sus hermosas y dulces palabras no tienen vida, y ese sentido que tienen esas mismas palabras para las otras personas, que se engañan a sí mismas ópticamente más que otras. Yo me convencí de eso después de muchas experiencias, incluso, con esas mismas personas con quienes tienes relaciones. No ocultaré que la procedencia plebeya, la juventud pasada en una casa ilustre3, con la visión de todas las ignominias y demás, fue la razón para que yo llegara al extremo, y soliera ser injusto en ese sentido, y por consiguiente, pudiera enojarme contigo en demasía, pudiera burlarme, pero no puede ser que yo te haya escrito como trasmites: "Tú complaces sólo a los ilustres", "Te son preciados sólo los ilustres". No, no puede ser que yo haya escrito así. Tú tergiversaste mis palabras, y de esa forma no las reconozco como mías. Aquí tienes un ejemplo excelente, de cómo nuestra imaginación o amor propio, o lo que quieras tergiversa las cosas a su voluntad, y juzga lo tergiversado del todo injustamente. Te ruego copiarme mis palabras con una fidelidad diplomática. Si éstas están escritas como las trasmitiste, pues me servirán de lección a mí, si al revés a ti.
Te respondo por línea. Sácate de la cabeza la idea, de que puedes recibir informes de Rusia por rumores. No, no y no. Recibirás un absurdo total. Una semana en casa te mostrará todo mejor y más fielmente, que cinco años en tierras extrañas. En nuestro país se producen milagros a la vista cada día, y ésos sólo los puede captar un ojo avisor en el lugar. ¿Y tú a quién escuchas? ¡A los ricos, los ociosos, a los magnates semifranceses o semialemanes! ¡De nuevo te salieron por la pluma!
Ahora viene una parte importantísima de tu carta. Entre nosotros se produjo un gran malentendido. Pasaron muchos años, muchos sentimientos por el corazón, muchas ideas pasaron por mi cabeza pero, que yo recuerde, empecé a pedirte artículos en 1842, debido a tu ofrecimiento anterior, como me parecía, debido a tus propias palabras dichas antes, en las que creí oír tu intención de darme un artículo. Yo pensaba que sólo te lo recordaba. Recuerdo ahora vivamente tus palabras: "Es necesario que sea de peso, que se hable de eso." Tú hablabas, veo ahora, de tu trabajo, y yo, que estaba dispuesto y pensaba, creí oír o pensar que hablabas de un artículo, que querías preparar para la revista. Al poco tiempo de esas palabras, cuando debió salir el libro, o en alguna circunstancia apremiante, yo, plenipotenciado por tus palabras, te lo empecé a recordar. No puedo traer ahora a la memoria todos los detalles, pero estoy casi seguro por completo de que fue así. Yo recuerdo muy bien que no quería pedirte artículos, y te los pedí cuando tú mismo te ofreciste, según me pareció. No quería yo preguntarte pues, lo reconozco encogiendo el corazón, haciendo un esfuerzo, quejándome y culpándote interiormente de que no querías ayudarme, cuando yo hacía el máximo esfuerzo (antes de proceder a mi gran trabajo, escribir la historia) para arreglar los asuntos y el destino de mi familia. Siempre me pareció que actuabas de un modo excéntrico, aunque inconsciente, que soñabas con sorprender a todos, con el encanto del orgullo y por el estilo, mientras que Rafael y Correggio (te recuerdo la comparación de entonces) podían safarse de sus madonnas, y ofrecer en los recesos servicios menores a sus amigos.
"Tú vives en mi casa y entre tanto..." Eso yo lo pude decir, pero sin reproche, y debería darte vergüenza, que pudiste oír un reproche en unas palabras totalmente simples y, agrego, totalmente correctas. (Yo las puedo decir y ahora.) Todos dicen: "Él vive en su casa, está relacionado con él, lo llama su amigo y, entre tanto, no tiene ninguna participación en su trabajo, entonces no lo aprueba o, simplemente, lo engaña". Así mismo fue. Así mismo fue cómo, tu traspaso de la venta de Las almas muertas a Sheviriév, cuando recién fue creada la oficina de El Moscovita, sirvió a mis enemigos como prueba, de que ¡no tenías confianza en mí! Fueron instantes amargos para mí, te lo dirá mi Liza en el otro mundo. Seis años compartí contigo mis últimas migajas sin pensar, sin conocer una devolución (porque tú, en 1839, en Marienbad, me aseguraste que no ibas a publicar Las almas muertas4 en vida), y de pronto, al empezar a publicar, te apartaste de mí, te dirigiste por el dinero de la impresión a otros, a quienes dan la harina en préstamo, cuando oyen que el centeno ya está en el granero, y demás y demás; y yo me vi injuriado, apartado (ahora me explicas la razón). ¿Por qué? "Por mi amor", gemí para mis adentros. Cuánto te quise, yo recuerdo cómo te escribí sobre la muerte de Púshkin (¡ya no amo pues ni la literatura, ni la patria, ni a ti, como amaba entonces!) Había un montón de otras circunstancias. El diablo las sabe reunir a tiempo. Al encuentro pues, tendremos de qué hablar. Porque yo me persigné cerrando la puerta tras de ti, y ya al año, al parecer, o más podía escribirte. ¡Y tú mismo me odiabas por ese tiempo! ¡Oh, los hombres! ¡Somos una penosa creación! Esa ambigüedad, esa imposibilidad de conocerse el uno al otro, ese engaño constante, incluso con toda pureza de intenciones, nobleza y demás, sirven a mi mente como pruebas, de que debe haber seguramente un tiempo, un lugar ¡donde todo se explique!
De nuevo se me suscitó en la cabeza un montón de cosas. Sólo, por Cristo, no pienses que haya reproches aquí. Yo te escribo tranquilo por completo, y deseo sólo una explicación para mí, como para ti. Tú me escribes que te atormentaste dos años con el deseo de justificarte conmigo, y de pronto me injuriaste, me acusaste ante la patria, ante los amigos, ante los enemigos, ante el zar, incluso ante la descendencia, dijiste que yo no hice nada en 30 años, que no conduje a ningún joven al bien, y con motivo de un razonamiento sobre mí concluiste, ¡que la palabra debe tratarse de modo honroso!, o sea, no así como hago yo. Por consiguiente, ¡yo la traté de modo deshonroso! Ahí tienes cómo el diablo confunde tus palabras o mis conceptos.
Leí el final de tu carta. Bueno, ¡besémonos! ¡No hubo nada, no guardar más rencor! Que mi (nuestra) Liza sea testigo desde la altura de su morada. ¡Estará acaso allá, amigo mío! Lloro... Hay en mí muchos vicios, probablemente, visibles e invisibles pero, Dios es testigo, hubo y hay aún mucho amor, yo amé ardientemente y le deseo el bien a las personas. Recordé aun un hecho: al parecer, antes de tu partida, estuve una vez arriba, en tu habitación, hablé recuerdo de la universidad, estaba conmovido y lloré, ¡y tú ya entonces me despreciabas! ¿Eso te pareció hipocresía? Recuerdo aun las palabras. ¡No, hay algo que no es así! ¡Te equivocas! Hace doce años que me conoces, doce años que no viste nada más que bondad, ¡y de pronto una palabra o, mejor, una idea que tú mismo le diste a la palabra, te saca de tus cabales, te provoca desprecio, odio! Una palabra, y me llamaste en la dedicatoria Tomás el Gemelo5. No me entienden, me injurian. No he visto, o casi no he visto compasión. ¡Es, por lo visto, mi cruz! ¡Perdí a mi único amigo! Te abrazo.

Tuyo, M. Pogódin.

Sobre la segunda parte de tu carta no puedo escribirte ahora. Hasta la próxima vez. El padre Makárii falleció, y falleció hermosamente.

1Se trata, probablemente, de Apollón Grigóriev, poeta y crítico.
2En la carta del 18 (30) de abril de 1847 (Acad., XIII, No 160).
3Mijaíl Pogódin es hijo de servidumbre del conde I.P. Saltikóv. Posteriormente, por varios años, es instructor en la casa del príncipe I.D. Trubietskói, de cuya hija estaba enamorado.
4Al parecer, Gógol supone en aquel momento que Las almas muertas no serían autorizadas por la censura (LN, t. 58, p. 793, 794).
5Gógol le regala a Mijaíl Pogódin un ejemplar de los Pasajes selectos… con la siguiente dedicatoria: “Al desaliñado y desgreñado de alma Pogódin, que no recuerda nada, no repara en nada, que inflige al otro ofensas a cada paso y no lo advierte; a Tomás el Gemelo, que con un rasero miope y burdo mide a los hombres, le regala este libro, como recuerdo eterno de sus pecados, un hombre tan pecador como él, y aun mucho más desaliñado que él mismo.” Gógol compara también a Mijaíl Pogódin con Tomás el Gemelo en su carta del 26 de junio (8 de julio) de 1847.

Imagen: Jean Beraud, Home, Driver!, XIX.

miércoles, 27 de agosto de 2008

Gógol a M.P. Pogódin


Francfort, 26 de junio (8 de julio) de 1847.

Amigo mío, tus reproches son crueles. ¿Por qué no me llega ni una carta, en la que no me reproches por ciertos amigos ilustres? “Tú complaces sólo a los ilustres", "te son preciados sólo los ilustres." ¡Debería darte vergüenza! Aquí tienes toda la verdad de mis conocidos, sobre los que juzgas de oídas, sin saber nada de seguro: yo, exactamente, hice muchos conocidos en los últimos cuatro años, pero en su mayor parte eran personas inteligentes y personas prácticas de todo tipo, que me podían dar algunos informes sobre lo que sucede dentro de Rusia, unos informes que reúno ávidamente hace ya cuatro años. De los otros, conocí a muy pocos, y eso no, en absoluto, porque fueran ilustres, sino porque encontré en ellos un alma buena, amorosa. Y cosa extraña, no en las horas de júbilo, sino en los instantes de penosos sufrimientos espirituales, me tocaba coincidir con las personas. Sabe Dios, si tú y yo hubiéramos coincidido en un momento así, y además ahora y no antes, acaso no habría ningún malentendido entre nosotros, y te sería entendible todo eso que ahora te perturba. En todo caso, recuerda que tú puedes equivocarte más en tus ideas y conclusiones sobre mí, que yo sobre ti. Tú siempre fuiste abierto conmigo, y yo fui cerrado contigo. Tú casi siempre estuviste dedicado a las ciencias, y distraído con una cantidad de ocupaciones diversas sobre objetos distintos; para mí pues, el objeto fue siempre el hombre y el alma del hombre. Y ahora más que nunca antes, eso se hizo mi objeto. Además, no olvides que entre nosotros ocurrió una cosa, que nos puso en una relación falsa1. Yo te recordaré todas las circunstancias, porque eres algo olvidadizo. Antes de mi llegada a Moscú, yo le escribí aun desde Roma a Serguéi Timoféevich Aksákov2, que me hallaba en tal situación de mi estado espiritual, durante la que no escribiría en mucho tiempo, que me era resueltamente imposible escribir, que no podía explicar nada de eso, y rogaba que me creyeran de palabra; le rogaba que te lo explicara, para que tú no me exigieras nada para la revista, que yo mismo te lo iba a rogar con lágrimas y de rodillas. Al llegar a Moscú, me alojé en tu casa con temor, como presintiendo que habría un disgusto entre nosotros. El mismo primer día te repetí ese mismo ruego3. Yo no supe decirte nada, ni tuve fuerzas para explicarte nada. Sólo te dije, que dentro de mí había ocurrido algo peculiar, que había producido un viraje significativo en mi labor artística, que podría surgir de eso una obra mía bastante significativa. Te dije que sería tan significativa, que tú mismo llorarías con ésta, como llorarían muchos en Rusia, además de que aparecería en un momento incomparablemente penoso, y sería un remedio para la pena. Yo no supe decirte nada más. Sólo sé que: te rogué con lágrimas, en nombre de Dios, creer en mis palabras. Tú te conmoviste entonces y me dijiste: "Creo". Te rogué de nuevo no exigirme nada para la revista. Me diste tu palabra. Al tercer, al cuarto día te pusiste a cavilar. Empezaste a soñar con los diablos. De mis débiles y confusas palabras, empezaste a extraer ciertos significados peculiares. Yo lamentaba en silencio, pero no decía nada, signo de que no podía explicar nada, y sólo me difamaría a mí mismo. Pero cuando tú, dos semanas después de eso, me anunciaste que debía darte un artículo para la revista, como si no hubiera ocurrido nada entre nosotros, eso me asombró y, al mismo tiempo, me afligió bastante. Y cuando tú después, pasadas unas tres semanas, me lo recordaste de nuevo, diciendo que yo debía darte un artículo porque, fuera como fuera, yo vivía en tu casa, y tus parientes te preguntaban sobre que yo pues, en realidad, vivía en tu casa, y no colaboraba contigo en tu revista. Ese recordatorio me pareció tan bajo, innoble y no delicado. (Perdóname. Eso fue hace ya mucho tiempo. Yo mismo me asombro de mi delicadeza. Yo esa vez perdí de vista que a ti, a veces, se te escapan las palabras ásperas sin intención.) Me pareció tan bajo que le recordaras a la persona que vivía contigo, que debía estarte agradecida por eso. Me pareció tan innoble que, tras dar tu palabra de honor, te retractaras de ésta. Me pareció tan indigno de un alma elevada, no creer en las lágrimas de una persona que te rogaba o, peor aun, decir: "creo", y dudar. En una palabra, eso me resultó tan pusilánime e innoble, que empecé a despreciarte. (Amigo mío, perdóname, ese sentimiento pasó hace mucho tiempo.) Yo no intentaba ocultarte mi desprecio. Al contrario, te lo mostraba en cada ocasión casi de un modo palpable. Al no entender de qué fuente procedía, tú lo tomabas simplemente por orgullo y, al encontrar una expresión colérica en mi rostro en todas, incluso en las mínimas ocasiones, concluiste que se había alojado en mí el mismo demonio del orgullo en toda su imagen satánica, y pensaste que eso era ya mi naturaleza, que yo seguramente me conducía así con todos, cuando te confieso en verdad, que yo nunca traté a nadie en el mundo tan mal como a ti. Me da vergüenza cuando recuerdo sólo algunos de mis actos. Yo estaba enojado contigo, incluso, porque me habías hecho enojar, porque ya empezaba a pensar de mí, que a cualquier persona le era difícil hacerme enojar. Desde entonces, todo marchó al revés entre nosotros. Al ver cómo te equivocabas conmigo y te extraviabas en suposiciones, me decía: "¡Pues equivócate cuanto sea!" Y ya para tu mal, empecé a hacer otra cosa impropia por completo de mí, no de mi naturaleza, con el deseo de fastidiarte. Amigo mío, por todo eso pagué‚ y pagué bastante. Dos años enteros me atormentó después el deseo de justificarme contigo. Dos años enteros estuve sin fuerzas para hacer casi nada: así me ocupaba el deseo de hacerte mi pura confesión de corazón. Yo tomaba la pluma, y cada vez desfallecía sobre ésta. Escribía hojas enteras, y veía que todo eso no era suficiente para darte una idea exacta del asunto. Veía que era necesario levantar para eso todo, lo que no se avenía a mis más secretos y guardados pensamientos; veía que era necesario levantar para eso las mismas Almas muertas... En una palabra, era una labor terrible. Yo no tenía fuerzas para dedicarme a nada más que eso, sólo a eso, y cada vez agotado, perdidas las fuerzas, viendo que las explicaciones no tenían fin, porque para explicar una cuerda había que levantar otra, cada vez me daba la palabra de dejarlo y no explicarme. Y cada vez me atraía de nuevo, con una fuerza irresistible, explicarme contigo. Yo escribía y rompía entonces lo escrito. Era, simplemente, las penas de Tántalo, y terminé con una terrible depresión nerviosa. Pero aparte de todo esto. Yo ahora traje esto a colación no para justificarme, sino sólo para que te convenzas por ti mismo, de que tu visión de mí no puede ser acertada. Y por eso, tus observaciones sobre mí, respecto a mi carácter, serán más erradas, que tus observaciones sobre cualquier otra persona. Dejemos todo ahora. Yo te pido perdón con franqueza, por todo lo que te afligí. Te pido perdón asimismo, por mi importuno juicio publicado sobre ti, que tanto te afligió sin ningún deseo de mi parte de afligirte. Ese juicio fue escrito en un momento, cuando yo me educaba con reproches, exigía indicaciones y reproches para mí de todas partes y, asimismo, repartía a todos indicaciones y reproches. Se me fue de la cabeza, que lo permitido en las cartas entre sí, no se puede sacar a la luz ante el público, por lo menos, no sin explicar con claridad en qué sentido se debe tomar y entender. Te pido perdón una vez más, y me refiero a un punto muy importante de tu carta. Tú te dispones a casarte. Me parece que eso lo necesitas en todos los sentidos. Pero no olvides que es difícil encontrar otra Liza. Me parece que, por tu parte, sería más juicioso casarte con una alemana, en lugar de con una rusa4. En todo caso, elige una que sea, en cuanto sea posible, de sangre fría y carácter sosegado, cuyas cuerdas sensibles del corazón y los nervios estén adormecidas, o no funcionen en absoluto. No olvides, de ningún modo, que tú puedes ofender fuertemente, sin pensar en ofender en absoluto, y golpear de modo errado en lugares tan sensibles, cuyo dolor no podrás calmar después de ningún modo. Elige una que ya tenga formado el carácter, y no tengas que educar tú mismo porque, como tú mismo sabes, no tienes la sangre fría ni la paciencia que necesita un educador. Aquí considero apropiado decirte que contigo se enojaron, en particular, no por la grosería y aspereza de tus reproches (reproches más ásperos se aguantan), sino porque éstos solían ser errados, lo que enoja aun más. Tú no tuviste suficiente indulgencia hacia la naturaleza de la persona, con quien tenías el asunto. ¡Extraño asunto! No se puede decir que no conozcas a las personas. En general, entiendes lo que es una persona. Tú reconoces, incluso, que cada una tiene sus peculiaridades, que se deben tomar en consideración. Pero cada vez que tenías algún asunto con alguna persona, de pronto se te iba todo de la cabeza, y te imaginabas que tenías ante ti otro Pogódin, como tú, y que podías exigirle lo mismo que a ti mismo. De ahí salen todas esas historias, que te ocasionaron en la vida tantos disgustos de todo tipo. Todo esto, en particular, tómalo ahora en consideración, y ruégale asimismo no perder de vista este punto a esos, que te van a buscar una novia. Y que Dios disponga lo mejor para este asunto; de mí pues, por ahora, recibe el más franco deseo y de todo corazón: que no sientas en la segunda esposa ninguna diferencia con la anterior, y te parezca toda tu vida como que abrazas en ella a tu primera esposa.
Al final de tu carta, dándome una pequeña lección, como era debido, dices: "Hay que amar, amar y amar", y tras eso, con el sentimiento de un hombre afligido, te indignas con Stróganov por su poco atractiva y maligna mordacidad. ¿Qué decir sobre eso? "¡Hay que amar a Stróganov también!" Por ellos es, precisamente, por quien hay que empezar, por los que nos afligen, si no , ¿cuándo pues vamos a aprender a amar? Sólo vamos a repetir que se debe amar, y nada más. Yo no entendí en qué sentido y para qué, propiamente, se deben adjudicar tus últimas palabras, con las que concluiste tu carta de un modo inesperado por completo, sin ninguna relación con el objeto anterior, entiendo, al siguiente consejo dirigido a mí: "Renuncia a tu mente, ésta te lleva sabe Dios a dónde". Si eso se refiere a mis dos cartas a ti, pues yo las escribí como las escribí, sin ninguna intención; perdóname si te ofendí con algo; yo al escribirte pensaba, precisamente, en cómo no ofenderte, reconociendo que ya sin eso te había ofendido bastante. Si tú recordabas mi libro de nuevo y las adjudicabas a éste, pues por éste se ve mejor aun que yo renuncié a mi mente. Mi mente no era tonta. Mi mente me aconsejaba bien. Me aconsejaba hacer mi obra sin turbarme con nada, sin entrar en explicaciones con nadie, sin dar nada a la luz hasta no alcanzar ese estado, cuando tus propias líneas son dignas de la prensa y no inducen a error a nadie. Mi mente me aconsejaba ser reservado, resistir todo y soportar todo, y no responder a nadie ninguna pregunta, quien quiera que preguntase qué haces tú ahora. Yo no obedecí a mi mente, y el fruto de esa desobediencia es mi libro actual. Pero, por lo demás, ¿qué estoy diciendo? Como si nos halláramos en condiciones de disponer de nosotros mismos. Como si a todos no nos dirigiera una fuerza superior. Como si ésta no hubiera permitido que apareciera mi libro. ¿De qué soy culpable, de darlo a la luz? Éste fue mi necesidad espiritual. En éste está mi desahogo. ¿Acaso sería mejor entonces, si todos esos defectos míos, que tanto asombraron a todos que ya, sin dudas, empezaban a hablar de mi pacto con el diablo, se quedaran ocultos en mí?, ¿qué pues ganaría yo con eso? No, no seguir a la mente es malo también. Es mejor rezarle a Dios, pero trabajar con todas tus capacidades y fuerzas. Dios no abandona en el camino del extravío, a quien le reza y quiere trabajar con todas sus fuerzas para Él‚ aunque lo obligue con malicia a rodar un poco por la vereda. Dios lo trae al camino de nuevo. Eso es imposible: Dios nunca abandonará al que reza. Y a ti te diré, que no se puede dar unos consejos cuyo sentido es tan amplio, que no sabes cuál lado de éste referir al asunto. "¡Renuncia a tu mente!" Otro, que no estuviera bien parado en su lugar, empezaría a pensar sobre esa cuestión, y después se volvería loco de verdad. Diría, ¿qué hay, propiamente, en mi mente?, ¿y dónde, exactamente, la tengo? ¿en qué? Hay que señalarme todo eso. Aquí, por ejemplo, habló por mí el alma, y a otro le parece que habló la mente. Aquí habló en mí, acaso, la mente, y a otro le parece que habló el alma. No, guárdeme Dios de tales consejos, que pueden desviar y confundir con su ambigüedad. Por mí, que el hombre vaya por el camino que quiera, y que sólo no se olvide de rezar, y si algunas fuerzas y capacidades quieren salir a la luz por él, eso significa que en él las hay de verdad. Pero si él mismo no maduró lo suficiente, éstas aparecerán al principio de una forma exagerada, turbia, después poco a poco empezarán a verterse con más claridad y, finalmente, tomarán una forma legítima y entrarán en sus límites. Pero, ¿por qué y para qué escribo yo todo esto? Acaso, te parezcan de nuevo algunos artificios de mi mente. Veo que no debo escribir sobre nada, y debo renunciar incluso a las cartas, ahí asimismo puedo decir palabras banales. ¿Y para qué una carta que puede turbar? Si esta carta te afligió con algo, pues perdóname, porque debemos perdonarnos los unos a los otros a cada paso. En lo que respecta a mi mente, pues renuncié no sólo a ésta, sino incluso a muchas cosas. Aún unos dos meses antes de eso, ardía en el deseo intenso de ver la patria, ahora éste disminuyó, como todo lo demás. Acaso se fatigó mi espíritu con este torbellino de malentendidos y guerras, ocurridas por eso entre los amigos, pero mi corazón me pide sosiego, y no pienso en otra cosa que en eso, que en llegar de algún modo a Jerusalén5. Después, que Dios te ampare.

Tuyo, G.

Por favor, envía la carta adjunta a ésta a Inokéntii6, a quien estoy muy agradecido por su franqueza y bondad en conjunto.
Sobre Shafarik: ricachón, en Francfort, no me tocó ver a ninguno. No obstante, le rogué a una persona. Me han prometido enviar algo. Le diré a Shafarik que te haga saber, si recibió algún endoso. Si no, le enviaré algo por mi parte.

1Gógol se refiere a sus relaciones con Mijaíl Pogódin durante su estancia en Moscú de 1841 a 1842.
2El 1 (13) de marzo de 1841.
3En la copia de la carta que conserva Mijaíl Pogódin, esta frase lleva adjunta una observación hecha por él mismo, ya después de la muerte del escritor: "No puedo dejar este lugar sin una explicación: Gógol u olvidó, al escribir después de mucho tiempo, unos tres años o más después del suceso, o hubo algún malentendido. Me parece, por el contrario, que él se ofreció enseguida <…> “Roma”, y yo sólo le recordé después, lo que a él le pareció una exigencia. Puedo encontrar pruebas, pero ahora estoy ocupado con otros objetos en absoluto" (Acad., XIII, p. 517).
4Mijaíl Pogódin se casa por segunda vez con Sofía Ivánovna Bel (de nacimiento Seymonds), en abril de 1860.
5Gógol viaja a Jerusalén en 1848.
6Acad., XIII, No 186.

Imagen: Willem Koekkoek, Figures by a Canal in a Dutch Town, XIX.

viernes, 22 de agosto de 2008

M.P. Pogódin a Gógol


Moscú, 2 de junio de 1847.

Al fin preguntas por los niños. Reconoce qué abstracta, en general, es nuestra amistad y qué poco sabemos de la vida. Cómo son los niños, qué prometen, qué no prometen, cómo los educas, con qué vives, qué sucede contigo, son cuestiones de gran importancia de las que depende, en mucho, la misma disposición de alma, y nos parecen, finalmente, casi iguales a los objetos de simple curiosidad. Este reproche se refiere no sólo a ti, sino a mí también y a muchos, sino a todos. Yo te contaré ahora sólo de lo familiar. Esta es mi quinta carta con la anterior, y aun las dos o tres siguientes deben conformar una carta, que se escribe por fragmentos y después se pondrá en orden, es posible, en tu alma como en la mía. Los niños, en primer lugar, ahora están saludables; en general, estoy satisfecho con ellos, con sus inclinaciones, ocupaciones, ¿qué querrá Dios en lo adelante? Sásha ya tiene 13 años1. Con ella vive una muchacha, m. Symonds, la hija del americano con quien yo vivía donde los Trubetskói2. Le pago 1200 (r. asig.). Es una muchacha buena, ilustrada, pero educada en un pensionado y, por consiguiente, con costumbres y visiones artificiales de las cosas. Sásha es de corazón tierno, amoroso, de carácter alegre. Mítia se desarrolla con dificultad, aún tiene poca noción y juicio. Con él vive un alemán que le enseña latín y alemán; 1200 (r. asig.) por 1 1/2 año, hasta el nuevo examen del gimnasio. Para dibujar mostró una gran capacidad, y dibujaba muy bien, pero ahora no tengo fuerzas para emplear un maestro particular. Vánia tiene 5 años y Grúsha 3. Para ellos, la alemana rusa es una mujer correcta, pero seca. Ese es el carácter, al parecer, de la inspectora y de Elizaveta Fomínichna3, a quien tú bautizaste, a propósito, Agafiévna Kuzmínishna. Por consiguiente, en cuanto a voces mansas, les falta amor. Yo, sobreponiéndome, hablo con esa voz sólo a veces. La más amorosa de todos es mi mátushka, pero ya tiene más de 70 años. Mítia es muy iracundo y no aguanta las ofensas. Le gusta discutir. Vánia será, al parecer, más inteligente; Grúsha es una muchacha vivaracha y viva. Temo por ella en lo adelante. A mi hermano Grigórii Petróvich lo tengo sobre mis espaldas por completo. Y mis ingresos cesaron todos, excepto la pensión, así que yo no sé ni qué hacer. Es muy difícil mantener todo en orden. Mi posesión la puse toda en mi museo, que ahora no tiene precio y se compone de cosas valiosísimas, pero que no dan de comer. De manuscritos tengo cuatro veces más que Rumiántziev4, y de cosas y antigüedades 40 plastes. Separarme de éstas en vida no puedo porque, excepto el estudio, me brindan mi único consuelo y distracción. Dejar las compras no puedo, como el jugador dejar de jugar a las cartas. Mi colección se hizo famosa en toda Rusia, y de todas partes me traen y me cargan toda clase de rarezas. ¿Bueno, cómo negarse? Cada semana recibo algo, y sólo la correspondencia con los comisionistas me ofrece cosas curiosísimas. Ahora me rebajo a la especulación, que arreglará mis asuntos o me va a atascar ya así, que sólo sáquenme5. ¿Conoces la colección de esbozos que tenía Glínka6? Desde entonces, no apareció un aficionado a comprarla ni por 100 mil rublos. Que canallas son nuestros ricos, que tú tanto honras. Se la quieren llevar a tierras extrañas. Yo decidí comprarla por 70 mil rub. asig., ¡4 350 esbozos! Mi plan: anunciarla en Europa. Al instante recibiré, espero, una propuesta. Entonces, el gobierno volverá en sí y me comprará la invaluable colección. Pido prestado el dinero. Pero, ¿y si no se da eso? No pienso, por lo demás: devuelvo el mío con seguridad. Y eso está bien. Para que, por lo menos, no se vaya de Rusia esa colección. Me indigno conmigo mismo por mi descuido e insolencia. Por lo demás, por la economía de mis asuntos, por muy mal que estén ahora, no me preocupo, estoy seguro de que se arreglarán, y que ni mi familia ni yo pasaremos necesidades. Yo no puedo arreglarme en otro sentido. He aquí donde está mi alarma y turbación. Tú sabes que yo no conocí mujer hasta los 33 años, o sea, hasta mi casamiento. Con Liza viví 11 años. Ahora, hace tres años que estoy solo y la naturaleza demanda lo suyo. Los primeros años me las arreglaba más o menos: las reflexiones, las ocupaciones con el objeto más profundo para mí <…> me sirvieron de fontanellas, y sólo por momentos se producía un movimiento. Ahora eso se fortalece. La mujer, a la que el hombre, en general, se habitúa como a una pipa, conserva para mí todo su encanto, porque yo conocí, incluso besé, sólo a una mujer en toda mi vida. La cabeza me duele en este instante, por ejemplo. Los médicos me aconsejan, ¡pero fuera de la ley yo no puedo acercarme por nada! ¿Dónde pues buscar otra Liza? La necesidad moral también es grande. Me aburro, es triste estar solo, quisiera trasmitir, compartir mis sentimientos, incluso hablar con franqueza. Tú no puedes entender esta situación, y no la entenderá nadie, que no haya estado en unas circunstancias semejantes. ¡Buen momento hallaste para hablar conmigo de la negligencia en la palabra!
Me refiero a tu última carta. Yo no te hablé de negligencia ni de precipitación, sino de la acusación de que yo, al parecer, en 30 años no conduje al bien a ningún joven, no produje buenas impresiones en ninguno, no se me ocurrió ninguna idea y no entendí en absoluto. Me parece todo exagerado. ¡Por supuesto! ¿Y qué diferencia hay entre ser y parecer? Tengo que dar un consejo... éste muere en mis labios, oigo una voz: "¿Qué vas tú a aconsejar?" ¡Pero para qué hablar de eso! Yo, al otro día de leer tu libro, no tenía aflicción en mi corazón, y te digo, en cumplimiento de tu deseo, qué me pasa de verdad o por la mente. Por consiguiente, no necesito consuelo. ¿Por qué no me enojé? Al principio, yo supuse que un buen corazón no guarda rencor. Ahora veo con aflicción que sólo el orgullo, el pecado original, juega un gran papel. "Digan lo que digan ustedes, amigos y enemigos, nobles y canallas, yo conozco mi fuerza y se las mostraré, y los avergonzaré a todos", esa certeza, justamente, está en lo profundo de mi, por lo visto, bondadoso corazón, y por eso estoy tranquilo y no enojado. ¡Amar, amar y amar! ¡Rezar, rezar y rezar! Desear ser mejor, eso es todo lo que podemos hacer los hombres débiles, caídos... Haces mal en vivir en tierras extrañas. ¡Renuncia a tu mente, ésta te lleva sabe Dios a dónde!

Adiós. Tuyo, M. Pogódin.

Kiréevskii está mejor. El padre Makárii7 falleció el día, que había escogido para su salida de Jerusalén. Hace tres días murió en nuestro patio una mujer joven, que la víspera había ido con su marido de compras a la ciudad. Por la mañana paseaba, a las 12 horas parió, a las 5 falleció.
Bueno, ¿reuniste acaso entre tus amables ricachones, siquiera, mil rublos asignados (si no más), y se los enviaste a Shafarik? Eso es necesario, yo no los puedo reunir, aquí no se puede. Hazme esa gentileza y enviáselos. Es una obra superbuena y superútil. La dirección: Paul Joseph Schafarik, Sr. Wohlgeboren, Custos an der K.K. Bibliothek in Prag. Sarbergasse, No 146.
Quieres escribir sobre mis ediciones, ¿pero acaso no las conoces?
En la Pequeña Rusia se descubrió algo no bueno8.
¿Con Aksákov, probablemente, estás enojado? Eso no está bien. El viejo te escribió con franqueza y amabilidad9.
¡Que nuestro siglo es el siglo del malentendido, es una verdad sagrada! Sí, siempre me olvido de preguntarte, ¿qué es ese suceso terrible al que di motivo? No me cabe en la cabeza10.
Escríbeme con el primer correo. Tú aún estás inquieto: lo viejo y lo nuevo luchan en ti. Eso está claro para mí por las cartas. ¿Qué contradicciones encuentras en mí? Por consiguiente, las buscas por lo menos.
"Yo debo decir: ¿tú me robaste eso?” ¿Pero qué se te puede robar a ti? Tú no dijiste, incluso, ni una palabra, oye acaso tanto (?). Y el conde Stróganov, tras leer tus cartas, me dice con una maldad felina: "Sus amigos dicen lo mismo de usted11". ¿Y las personas conocidas o desconocidas, pero sencillas, los ministros o los NN, SS, de los que depende mi situación? ¡Me da vergüenza mirarles a los ojos!

1Agrafiéna Pogódina, hija de Mijaíl Pogódin.
2Mijaíl Pogódin es invitado como preceptor, en el verano de 1819, a la casa de los príncipes Trubetzkói.
3Elizaveta Wagner, suegra de Mijaíl Pogódin.
4Mijaíl Pogódin se refiere a la colección de libros y manuscritos de Nikolai Rumiántziev, coleccionista, conde, ministro de relaciones exteriores.
5Mijaíl Pogódin se ve obligado, en 1852, a vender su colección de antigüedades a la Biblioteca pública de San Petersburgo.
6Al parecer, se refiere a la rica colección de dibujos de Dmítrii Golítzin, gobernador de Moscú, que más tarde pasa a manos de los príncipes Dolgorúkii. (Probablemente, la colección está algún tiempo en manos de alguno de los Glínkas.) En 1840, la colección se pone en venta y es comprada años después por el doctor Jolie, quien se la lleva a París.
7El arzobispo Makárii, abad del Monasterio de la Santísima Trinidad.
8Se refiere a la hermandad Kirílo-Mefodiévskoe, organización política secreta de Kíev, destruida en 1847.
9La carta de Serguéi Aksákov a Gógol del 27 de enero de 1847.
10Véase la carta de Gógol a Mijaíl Pogódin del 20 de febrero (4 de marzo) de 1847.
11Mijaíl Pogódin y Serguéi Stróganov (curador de la Universidad de Moscú) tienen unas relaciones hostiles en extremo.

Imagen: Vasiliy Polenov, Moscow Backyard, 1878.

martes, 19 de agosto de 2008

Gógol a A.O. Rossetti


Nápoles, 12 (24) de abril de 1847.

Le informo, inapreciable Arkadii Ósipovich, que, finalmente, los libros fueron recibidos sólo el día 23 de abril. Exactamente los siguientes: 2 números de El Contemporáneo y dos números de los Apuntes patrios, dos brazados de La abeja del norte y la biografía de Krilóv1. Por qué no llegaron mis Pasajes selectos y en qué pasajes se encuentran éstos ahora, eso no lo puedo entender de ningún modo. Dígale a Pletnióv que leo la biografía de Krilóv con tal placer, con el que hace mucho tiempo no leía ningún libro ruso. Ésta tiene interés, incluso, para un niño y, probablemente, se convertirá entre nosotros en un libro popular. Ahora, como veo, él salió ganando bastante, al soltar de la mano El Contemporáneo. Ahora se concentrará mucho más en sus propias fuerzas. Quien maduró para un libro, ese no tiene por qué editar una revista. Eso es asunto de la juventud. Yo le escribí a él el 17 de abril, tras la carta agradecida a usted del 15 de abril. Infórmeme del recibo tanto de su carta, como de la de él. Ahora, supongo, se envían muchas cosas al extranjero, y por eso usted puede rogar que me lleven varios libros a Ostende, o a Francfort. Yo desearía recibir los relatos de Dal2, recién salidos, y las dos partes de las Cumbres petersburguesas de Butkóv. En general, todo eso que se eslabona, siquiera algo, con el hombre ruso y su vida lo necesito mucho ahora. Lo abrazo con el alma y espero de nuevo sus líneas gratas.

Todo suyo, G.

Dirija a Zhukóvskii.

1Gógol se refiere a la biografía de Iván Krilóv, escrita por Mijaíl Pletnióv e incluida en el 1er tomo de las Obras completas de Krilóv (SP., 1847).
2Los Relatos, cuentos y narraciones de Vladímir Dal, bajo el seudónimo "Kazák Lugánskii", son publicados en Petersburgo en 1846 (4 tomos).

Imagen: Persis Clayton, Storm Tide, XX.

sábado, 16 de agosto de 2008

Gógol a A.O. Rossetti


Nápoles, 3 (15) de abril de 1847.

No sé cómo agradecerle, mi buenísimo Arkadii Ósipovich, por su carta e información de las diversas opiniones. Si pudiera recibir tales cartas más a menudo, incluso sin el complemento de ese benigno interés suyo y amor por mí, yo sería hace tiempo bastante más inteligente de lo que soy ahora. ¿Pero qué hacer?, si no puedo hasta ahora convencer a nadie, con nada ni de ningún modo, de que necesito demasiado todos los comentarios sobre mí, de que esa es mi única escuela; de que hay finalmente un hombre tal, a quien se debe decir la verdad, por muy cruel que sea ésta, y que éste necesita, incluso, esas palabras groseras, ásperas, que saben pronunciar sólo el odio y el desamor.
Una de las razones de la publicación de mis cartas fue la de aprender, y no la de enseñar. Y ya que al hombre ruso no lo harás hablar hasta que no lo enojes, y no le agotes la paciencia por completo, pues yo dejé casi a propósito muchos lugares tales, que son capaces por su arrogancia de herir en lo vivo. Le diré no en broma, que yo padezco la ignorancia de muchas cosas de Rusia, que necesito conocer de modo imperioso. Yo padezco la ignorancia de lo que es el hombre ruso actual, en los distintos niveles de sus puestos, cargos y educación. Todos los informes que adquirí hasta ahora con un trabajo increíble, no me son suficientes para que mis Almas muertas sean lo que deben ser. He aquí por qué yo, con tal ansiedad, quiero conocer los comentarios de todas las personas sobre mi libro actual, sin excluir a los lacayos. En particular, no en aras de mi libro, sino en aras de que en los juicios sobre éste se expresa la persona misma, que pronuncia el juicio. Yo de pronto veo en esos juicios qué es ella misma, en qué nivel de su educación espiritual o estado se encuentra, cuán simple, buena, cuán ignorante o cuán pervertida es su naturaleza. Mi libro, en cierto sentido, es una piedra de toque, y créame que con ningún otro libro, como con éste, percibiría usted en el tiempo actual, de un modo tan satisfactorio, qué es el hombre ruso actual. No ocultaré que quería producir con éste, de pronto y rápido, un efecto benéfico en ciertos afectados; que yo esperaba, incluso, una gran cantidad de comentarios a favor mío, en lugar de como son éstos ahora; que me fue penoso, incluso, oír muchas cosas, e incluso muy penoso. ¡Pero cómo le agradezco a Dios ahora, que sucedió así y no de otra forma! Yo he sido casi obligado, casi de modo involuntario, a mirarme a mí mismo con mucha más severidad, yo tengo ahora un medio para mirar a los hombres de un modo mucho más correcto y cercano; y yo, finalmente, he sido conducido a la posibilidad de saber mirarlos mejor. En lo que respecta al hecho, de que en este asunto sufrió mi personalidad (yo debo confesarle que hasta ahora ardo de la vergüenza, al recordar con cuánta arrogancia me expresé en muchos lugares, casi à la Jlestakov), pues hay que sacrificar algo. Yo necesito asimismo una bofetada pública e, incluso, acaso más que algún otro. Pero el asunto es que hay que valerse de las circunstancias: Dios derramó de pronto todo un montón de tesoros, hay que recogerlos con ambas manos. Si usted me quiere hacer un bien verdadero, cual es capaz de hacer un cristiano, recoja para mí esos tesoros donde los encuentre. Qué le cuesta poco a poco, en forma de revista, anotar cada día siquiera, supongamos, estas palabras: “Hoy oí tal opinión, la dijo tal hombre, en la vida él es lo siguiente, su carácter es el siguiente” (en una palabra, su retrato en rasgos fugaces); si es un desconocido, pues: “su vida no la conozco, pero pienso que él es esto, por su apariencia, es atinado y decente (o indecente), pone la mano así, se suena la nariz así, aspira rapé así”. En una palabra, sin dejar pasar nada de eso que ve el ojo, desde las cosas grandes hasta las menudencias.
Créame que eso no será aburrido en absoluto. Ahí no es necesario ni un plan, ni un orden; simplemente, dos-tres líneas antes de ir a asearse. Yo, incluso, estoy seguro de que eso le será agradable, porque a usted le placerá de modo constante la idea, de que lo hace para una persona que lo quiere mucho, para la que eso será tan alegre, como es alegre para un niño recibir, antes de la fiesta, su juguete preferido. ¿Qué hacer pues si ese, por lo visto a los ojos de otros, juguete, no es un juguete para mí en absoluto?; eso no es un juguete a tal grado que, si yo no reúno una cantidad suficiente de esos juguetes, puede asomar en mis Almas muertas, en lugar de los hombres, mi propia nariz, y se mostrará exactamente todo eso, que a ustedes no le fue agradable encontrar en mi libro.
Créame que sin la salida de mi libro actual, yo no alcanzaría de ningún modo esa sencillez no artificial, que debe estar presente por necesidad en las otras partes de Las almas muertas, para que cada uno las llame un espejo fiel, y no una caricatura. Usted no sabe eso, qué vuelta grande hay que dar para alcanzar esa sencillez. Usted no sabe eso, cuán alto se encuentra la sencillez. Sobre este tema es mejor no razonar, sino simplemente ayúdeme.
En lo que respecta a la publicación de las cartas, pues mi decisión es esta. Editar en aras de las cartas no autorizadas un nuevo tomo, como aconseja Pletnióv, me es imposible; yo tengo unas ocupaciones que no es necesario olvidar, y mi tiempo está todo contado; además, la segunda aparición de una obra de ese mismo género, no produciría incluso ni ruido. Yo necesito sólo que Viáziemskii añada sus observaciones y correcciones. Yo después las examinaré y corregiré así, que el censor simple las autorice sin los exámenes superiores. Créame que se puede decir todo, sólo si sabes decir con inteligencia. El fracaso de las acciones más generosas y benéficas proviene, en particular, de nuestra falta de juicio. Precisamente, por el hecho de que olvidamos de modo incesante el inteligente refrán: “Del mismo schi, pero sírvelo más aguado”. Si en lugar de un consejo presuntuoso y orgulloso, pronunciado en el tono de un hombre que no piensa que puede equivocarse, aparece simplemente una opinión modesta, esa misma idea se pondrá en curso e, incluso, será aceptada por muchos lectores. Así, lo que simplemente esté fuera de lugar, eso se arrojará, lo que es inteligente, pues se dirá de otra forma; donde asomó mi propia personalidad, ahí no sólo un coscorrón a ésta sino, incluso, se pone algo que otorgará a lo anterior, a lo ya publicado, cierto tono de moderación. Pero en todo caso, esas cartas es necesario incluirlas en el libro, y no publicarlas por separado. Ésas, de todas formas, elevarán su significado, al recordarle al hombre ruso sobre Rusia, y no sobre mí. No es necesario que este libro sea desechado. Por muy lleno de defectos que esté, se publicó no para las impresiones instantáneas. Es necesario que lo lean varias veces no sólo esos, que no lo entendieron en absoluto sino, incluso, esos que lo entendieron mejor que otros. Ahí hay unos cuantos secretos espirituales, que no se alcanzan de pronto. Muchas cosas son recibidas, en absoluto, no en el sentido que yo quise expresar, incluso por personas muy inteligentes. Sería bueno si la edición, en su forma completa, pudiera ser publicada para septiembre. El libro se agotará, porque se puede publicar algo que contribuya a su circulación pertinente (en algo), desde su visión. Esta carta désela a leer a Pletnióv.
Usted me agradece, por que yo le brindé la ocasión (con las gestiones de mi libro) de conocer mejor la hermosa alma de Pletnióv. Y yo le agradezco asimismo por la provisión de ciertas noticias sobre él, que me obligaron a quererlo aun más que nunca antes, y me obligaron a apreciar aun más su amistad, que me envió Dios en forma de cierto hermoso, sereno consuelo muy necesario en esta época. Yo no sé con qué júbilo lo abrazaría a él ahora, y qué no daría por verlo, hablarle y abrazarlo personalmente. Después, abrazándolos a él y a usted, mi inapreciable Arkadii Ósipovich, y agradeciéndole varias veces por sus amables líneas, quedo suyo

G.

No puedo entender, por qué no me llegaron hasta ahora ni uno de los libros que, dice usted, me han enviado. A todos los demás los correos les traen todo, hasta trigo sacrraceno, cartílagos y caviar para las empanadas, y a mí ni una paginita de periódico.
No olvide informarme sobre el recibo de esta carta. Dirija desde ahora todo a Francfort, a nombre de Zhukóvskii. Y a él a nombre de nuestra embajada.

Imagen: Claude Oscar Monet, Fishing Boats at Sea, 1868.

miércoles, 13 de agosto de 2008

Gógol a A.O. Rossetti


Nápoles, 30 de enero (11 de febrero) de 1847.

Recibí su carta1 del 29 de diciembre al estilo ruso2, y tras ésta una carta de Pletnióv con la noticia de la publicación del libro3. Pletnióv cometió una gran imprudencia, al publicar un manojo en lugar de todo el libro. Era necesario esperar con paciencia el permiso superior de autorización de todas esas cartas, que debían servir de refuerzo a las ideas expresadas en ese manojo. Pero se ha omitido casi todo, donde se explica cómo poner en práctica lo expresado: todas las cartas a los empleados y funcionarios dentro de Rusia, en las que se explica la posibilidad de realizar verdaderas hazañas cristianas, en cada puesto de nuestros empleos laicos. ¡Fruslería! Yo conformé el libro, en absoluto, no para enojar a los Bielínskis, los Kraévskis y los Sienkóvkis, sino que miraba al interior de Rusia y no a la sociedad literaria. El libro ahora está compuesto de lugares comunes, y en lugar de las personas y los temas que se debían poner a la vista de los lectores, me puse en la escena yo solo, exactamente como si hubiera publicado mi libro para mostrarme a mí mismo. Usted ya sabe, sin dudas, que yo le escribí a todo quien se debe, para presentar este asunto al examen de quien se debe. Y por eso, tan pronto eso sea autorizado, el libro debe aparecer en una segunda edición4 en su forma completa, con la inclusión de todos los lugares en el mismo orden exacto, como yo los tenía antes de los desórdenes provocados por la desatinada e insensata censura. Yo no sin razón observé una relación y cierta continuidad en las cartas. Ésas para conducir al lector, gradualmente, a la comprensión del asunto, y no desorientarlo con fragmentos. Pletnióv ve este asunto desde su punto de vista, le place incomodar a sus detractores literarios con mi libro. La segunda edición yo pensaba imprimirla en Moscú, encargársela a Sheviriév por razón de que, en primer lugar, allá el papel y la impresión cuestan más barato y, en segundo, para que Pletnióv no diga que yo ya no tengo vergüenza en absoluto, y lo recargo como a un caballo con mis asuntos. Pero ahora veo que en Moscú puede producirse fácilmente una dilación y alguna confusión, y el libro debe salir con seguridad para el domingo de Ramos. Pues no le molestaría a usted saber (si aún no lo sabe), que después del domingo de Ramos el despacho y el consumo libresco se suspende, y toda Rusia se hunde en un sueño profundo en todos los sentidos. Así, la impresión debe recaer de nuevo sobre los hombros de Pletnióv, pero ayúdelo usted, sacuda su pereza e intente portarse como un bravo y un gógol en la labor tipográfica. Ese trabajo no es tan aburrido como piensa, usted sentirá después, incluso, pequeños placeres en la persecución de toda clase de erratas por parte de los cajistas, y a veces en la corrección del propio autor, que hasta ahora conoce muy mal la gramática y la composición rusa. No le molestará tampoco tomar en consideración, que todo libro impreso rápido se puede imprimir aun dos veces más rápido: todo el secreto estriba en la adición de un número excedente de cajistas, en dependencia del orden del factor. Ahora hablaré con usted del mismo Pletnióv. Yo mucho quisiera conocer su propio estado espiritual. Es un alma purísima en el sentido absoluto de la palabra, llena de unos deseos purísimos. Pero él, como me parece, entró en relaciones falsas y en conflictos falsos con las personas, adquirió a través de eso una sequedad y una dureza que antes no tenía, y cierto airamiento contra algunos (sean quienes sean), totalmente impropios de su alma. Me parece que si yo conociera bien su estado interior, acaso lo ayudaría. En su carta advertí ciertas quejas confusas contra muchas personas de la actual sociedad petersburguesa. Él habla de la virtud, que se encuentra oprimida y despreciada por su pobreza, incluso, entre nuestras personas más nobles, por lo que yo pienso que él recibió cierto coscorrón con motivo de algunas tentativas aristocráticas. En cuanto sea posible, examínelo de nuevo, como que otra vez, y escríbame de él. Usted, aunque es un hombre taimado y callado, me parece que tiene una visión correcta y rara vez yerra el blanco. Le agradezco por su disposición a contribuir en mi abastecimiento de libros. A Viáziemskii agradézcale también mucho, mucho. Pregúntele si recibió acaso mi carta, enviada con Apráksin, en la que le rogaba ponerse en mi pesaroza situación, respecto a todo lo no permitido por la censura, y corregir en conjunto con Pletnióv y el conde Mijaíl Yúrievich Vielgórskii todo lo que resulte en mí embarazoso e indecoroso, antes de entregar los artículos al examen superior. En añadidura a las revistas enviadas a mí, le rogaré La Ilustración5 de Kúkolnik del año pasado, encuadernada en un libro. Del actual no le ruego. En ese libro hay unos relatos de Dal que necesito mucho. A ese escritor yo lo estimo, porque a través de él siempre obtendrás algunos informes positivos de las diversas pilladas en Rusia. Ahí mismo hay otros relatos de la vida cotidiana rusa. Por favor, no olvide que se me debe enviar sólo esos libros, donde se oye algo de Rusia, aunque sea de forma hedionda. Yo temo mucho que Pletnióv empiece a agasajarme con Finlandia6 y con los libros editados por Ishímova, a quien estimo bastante por sus útiles labores, y estoy seguro de que sus libros son verdaderamente necesarios, pero sólo no para mí. Yo necesito no los libros que se escriben para las personas buenas, sino los producidos por la actual escuela de literatos, que intenta pintar vivamente y civilizar a Rusia. Todos los cuadros petersburgueses y provincianos, los misterios7 y demás. El año pasado salió el libro Cumbres petersburguesas8, envíemelo en sus dos partes. Pero es suficiente. Estoy cansado. Yo me canso ahora muy rápido, porque mi salud se deterioró un poco de nuevo. Ya pronto hará dos meses que estoy poseído por el insomnio (cuyas razones no puedo entender). No olvide pues, mi bueno y amado Arkádii Ósipovich, trasmitirme todas las impresiones que produzca mi libro en todos los círculos, incluso en las capas más bajas, sin excluir al personal doméstico. Y por eso ruéguele a todas las personas algo benéficas, comprar mi libro no para ellas solas, sino para repartirlo a los que saben leer y no tienen con qué comprar. Bueno, que esté saludable. Vaya con Dios, no sea perezoso y escriba. Con ésta una esquela a Pletnióv.

1Arkadii Rossetti, oficial del ejército imperial, hermano de Alexándra Smirnóva.
2Gógol hace un juego de palabras con los parónimos rusos “stil” (estilo) y “shtil” (calma, bonanza). Escribe con ironía “russkogo shtilia” en lugar de “russkogo stilia”, o sea “a la calma rusa” en lugar de “al estilo ruso” (N. del T.)
3La censura prohibe cinco artículos del libro y recorta otros artículos.
4La segunda edición de los Pasajes selectos... no se hace en vida de Gógol.
5La Ilustración, revista semanal de San Petersburgo, editada por Nestor Kúkolnik. En varios números de 1845-1846 se publican las crónicas etnográficas de Vladímir Dal Creencias, supersticiones y prejuicios del pueblo ruso, a las que se refiere Gógol.
6Mijaíl Pletnióv se escribe con su amigo Yákov Grot, filólogo (en este momento profesor de la Universidad de Helsinki), y es aficionado a la literatura de Finlandia.
7Los misterios; Gógol se refiere acaso a las múltiples obras de imitación aparecidas en Rusia, que recrean la vida cotidiana de la capital y la provincia, según el modelo de la reciente famosa Los misterios de París, de Eugenio Sué.
8Cumbres petersburguesas, antología de relatos de Yákov Butkóv, uno de los primeros representantes de la “escuela natural”.

Imagen: Ivan Aivazovskii, Noche de luna en Capri, 1841.

jueves, 7 de agosto de 2008

Gógol a V.A. Zhukóvskii


Nápoles, 29 de diciembre de 1847 (10 de enero de 1848).

¡Soy culpable ante ti, alma mía! Cada día me dispongo a escribirte, pero un desgano inconcebible me detiene. ¡Ante mí tengo de nuevo Nápoles, el Vesubio y el mar! Los días se van en ocupaciones, el tiempo vuela así, que no sabes dónde hallar una hora libre. Aprendo, como un escolar, todo lo que desdeñé aprender en la escuela. ¡Pero para qué contar sobre esto! Quisiera hablar de eso, de lo que sólo contigo puedo hablar: de nuestro querido arte, para el que vivo y para el que aprendo ahora, como un escolar. Ya que ahora me espera un viaje a Jerusalén, pues quiero confesarme contigo, ¿con quién pues, sino contigo? Pues la literatura ocupó casi toda mi vida, y mis pecados principales están ahí1. Ya pronto hará veinte años desde que yo, un joven que apenas entraba a la sociedad, fui a verte por primera vez a ti, que ya habías recorrido la mitad del camino en esa palestra. Fue en el palacio Shepeliévskii. Esa habitación ya no existe. Pero yo la veo como entonces, toda, hasta los muebles y las cosas más mínimas. ¡Tú me tendiste tu mano, y así te llenaste del deseo de ayudar al futuro compañero de viaje! ¡Cuán amable y benévola era tu mirada!.. ¿Qué nos juntó, diferentes por la edad? El arte. Sentimos la afinidad, una afinidad más fuerte que la común. ¿Por qué? Porque ambos sentimos lo sagrado del arte.
No es mi asunto resolver en qué grado soy poeta, sólo sé que, antes de entender el significado y el objetivo del arte, yo ya sentía con toda la intuición de mi alma, que éste debía ser sagrado. Y acaso ya desde el momento de ese primer encuentro nuestro, éste se convirtió en lo principal y primario de mi vida, y todo lo demás en secundario. Me parecía que ya no debía atarme con ningún otro lazo en la tierra, ni con la vida familiar ni con la vida de deberes del ciudadano, y que la palestra literaria era también un servicio. Aún no me daba cuenta (¿y acaso podía darme cuenta entonces?) de qué debía ser el tema de mi pluma, y ya la fuerza creativa se agitaba, y las circunstancias personales de mi vida me empujaban hacia los temas. Todo sucedía como que de un modo independiente de mi personal (libre) albedrío. Nunca pensé, por ejemplo, que debería ser un escritor satírico y hacer reír a mis lectores. Es verdad que ya, estando en la escuela, sentía por momentos una propensión al júbilo, y cansaba a mis compañeros con bromas fuera de lugar. Pero eso eran recaídas temporales pues, en general, yo era más bien de carácter melancólico e inclinado a la meditación. Posteriormente, se unió a eso la enfermedad y la melancolía. Y esas mismas enfermedad y melancolía fueron la causa de ese júbilo, que aparecía en mis primeras obras: para distraerme a mí mismo, inventaba héroes sin planes ni objetivos futuros, los ponía en situaciones ridículas, ¡ese es el origen de mis relatos! La pasión de observar al hombre, que alimentaba ya desde la niñez, les otorgaba cierta naturalidad, incluso los empezaron a llamar copias fieles de la naturaleza. Aun otra circunstancia: mi risa, al principio, era bondadosa; yo no pensaba en absoluto en ridiculizar algo con algún objetivo, y me admiró hasta tal grado cuando oí que se ofendían e, incluso, se enojaban conmigo por completo los estamentos y las clases de la sociedad, que finalmente reflexioné. "Si la fuerza de la risa es tan grande que se teme, entonces no se debe gastar en lo baladí". Decidí reunir todo lo malo que conocía, y reírme de eso de una vez, ¡ese es el origen de El inspector! Esa fue mi primera obra, pensada con el objetivo de ejercer una influencia benéfica en la sociedad, lo que por lo demás no se dio: en la comedia empezaron a ver el deseo de ridiculizar el orden de cosas legal y las formas de gobierno, mientras que yo tenía la intención de ridiculizar sólo la desviación arbitraria de ciertas personas del orden formal y legal. La presentación de El inspector me produjo una impresión penosa. Yo estaba enojado también con los espectadores que no me entendían, y conmigo mismo, siendo el culpable de que no me entendieran. Quería huir de todo. Mi alma demandaba la soledad y la reflexión de mi severísimo asunto. Ya hacía mucho tiempo que me ocupaba la idea de una obra grande, donde apareciera todo lo que hay de malo y de bueno en el hombre ruso, y nos descubriera con más claridad la propiedad de nuestra naturaleza rusa. Yo veía y abarcaba por separado muchas partes, pero el plan general no se aclaraba ni definía de ningún modo ante mí con tal fuerza, para que ya lo pudiera acometer y empezar a escribir. A cada paso sentía que me faltaban muchas cosas, que no sabía aún ni enlazar ni desenlazar los hechos, y que necesitaba aprender la estructura de las grandes creaciones de los grandes maestros. Yo los acometí, empezando por nuestro amado Homero. Ya me parecía que empezaba a entender algo y adquirir, incluso, sus métodos y artificios, pero la capacidad de crear aún no regresaba. Por la tensión me dolía la cabeza. Con grandes esfuerzos logré sacar a la luz, de algún modo, la primera parte de Las almas muertas, como para ver con ésta cuán lejos aun estaba yo de lo que aspiraba. Después de eso, caí de nuevo en un estado no bendito. La pluma se roía, los nervios y las fuerzas se me irritaban, y no salía nada. Pensaba que ya la capacidad de escribir, simplemente, se me había quitado. Y de pronto, las enfermedades y los estados espirituales penosos, que me alejaban de golpe de todo e, incluso, de la propia idea del arte, me remitieron a lo que, antes de hacerme escritor, ya me daba gusto: a la observación del interior del hombre y del alma humana. ¡Oh, cuán profundo se te revela ese conocimiento, cuando empiezas la labor por tu propia alma! Por ese mismo camino, te encuentras de modo inevitable más cerca de aquél2, único hasta ahora entre todos los que fueron en la tierra, que mostró en sí mismo un conocimiento pleno del alma humana, y si incluso su divinidad fuera negada por el mundo, pues esta última propiedad no tendría fuerzas para negarla, acaso, sólo en el caso de que éste se volviera ya no ciego, sino simplemente estúpido. Con este giro en redondo, que se produjo no por mi voluntad, fui llevado a mirar el alma en general de modo más profundo, y a conocer que existen aun grados y fenómenos superiores. Desde ese entonces, mi capacidad de crear empezó a despertarse, las imágenes vivas empezaron a salir de las tinieblas claramente; sentía que el trabajo saldría, que incluso el lenguaje sería correcto y sonoro, y que la palabra se fortalecería. Y acaso, un futuro maestro de literatura de distrito leerá a sus alumnos una página de mi futura prosa, inmediatamente después de una tuya, profiriendo: "Ambos escritores escribían correcto, aunque no se parecen el uno al otro". La publicación del libro La correspondencia con los amigos, con el que (por el júbilo de soltar la pluma) me apresuré tanto, sin pensar que antes de traer algún provecho podía sacar de quicio a muchos con éste, me vino de provecho a mí mismo. Con ese libro vi dónde y en qué pasé a ese exceso, en el que cae casi todo hombre que va adelante, en la época del actual estado de transición de la sociedad. A pesar de la parcialidad de los juicios sobre ese libro y de la divergencia de opiniones, se oyó como resultado una voz general que me señaló mi lugar y unos límites que yo, como escritor, no debía traspasar. En realidad, no es mi asunto aleccionar con la prédica. El arte, sin eso, es ya una lección. Mi asunto es hablar con imágenes vivas, y no con razonamientos. Yo debo mostrar el rostro de la vida, y no disertar sobre la vida. La verdad es evidente. Pero la pregunta: ¿podría yo acaso, sin ese largo rodeo, hacerme un digno productor de arte? ¿Podría yo acaso mostrar la vida en su profundidad, así que fuera una lección? ¿Cómo representar a los hombres, si no supiste antes qué es el alma humana? Un escritor, si sólo está dotado de la fuerza creativa para crear sus propias imágenes, ¡que se eduque antes como hombre y ciudadano de su tierra, y que tome la pluma después! De otra forma, todo será errado. ¿Qué provecho hay en atacar lo ignominioso y pecaminoso, poniéndolo a la vista de todos, si no tienes claro para ti mismo el opuesto ideal del hombre perfecto? ¿Cómo exponer los defectos y la indignidad humana, si no te hiciste a ti mismo la pregunta: en qué estriba la dignidad del hombre, y no te diste sobre eso una respuesta mínimamente satisfactoria? ¿Cómo ridiculizar las excepciones, si aún no conociste bien las reglas de las que pones a la vista las excepciones? Eso sería entonces destruir la casa vieja, antes de tener la posibilidad de construir una nueva en su lugar. Pero el arte no es destrucción. El arte guarda semillas de creación, no de destrucción. Eso se sintió siempre, incluso en los tiempos cuando todo era ignorancia. Bajo los sonidos de la lira de Orfeo se construían ciudades. A pesar del concepto aún impuro, que la sociedad tiene hasta ahora del arte, todos no obstante dicen: "El arte es la reconciliación con la vida". Eso es verdad. Una verdadera obra de arte contiene en sí algo apaciguador y reconciliador. Durante la lectura, el alma se llena de un acuerdo armónico, y después de la lectura está satisfecha: no se quiere nada, no se desea nada, no surge en el corazón el impulso indignado contra el hermano, sino más bien fluye por éste un bálsamo de amor que le perdona todo al hermano. Y en general, no te inclinas a la reprensión de la acción del otro, sino a la contemplación de sí mismo. Si la creación de un poeta no contiene en sí esa propiedad, pues ésta es sólo un arrebato noble, ardiente, un fruto del estado temporal del autor. Quedará como un fenómeno destacado, pero no se llamará una obra de arte. ¡En efecto! ¡El arte es la reconciliación con la vida!
El arte es inculcar en el alma la armonía y el orden, no la turbación y la alteración. El arte debe representar a los hombres de nuestra tierra de modo tal, que cada uno sienta que son hombres vivos, creados y tomados del mismo cuerpo del que venimos. El arte debe ponernos a la vista todas nuestras valerosas cualidades y propiedades populares, sin excluir incluso esas que, al no tener espacio para desarrollarse con libertad, no por todos son advertidas y apreciadas tan justamente, para que cada uno las sienta en sí mismo, y se encienda en el deseo de desarrollar y resguardar en sí mismo eso, que ha abandonado y olvidado. El arte debe exponernos todas nuestras malas cualidades y propiedades populares de modo tal, que cada uno de nosotros busque sus huellas antes en sí mismo, y piense en cómo expulsar antes de sí mismo todo lo que oscurece la nobleza de nuestra naturaleza. ¡Sólo entonces y actuando de ese modo, el arte cumplirá su designio y aportará orden y armonía a la sociedad!
Así, bendiciendo y rezando, recurriremos con más fuerza que nunca antes a nuestro querido arte. En lo que respecta a mí pues, aplazado todo lo demás para un tiempo futuro (cuando Dios me conceda ser algo digno de eso), quiero dedicarme firmemente a Las almas muertas3. Viajaré a Jerusalén (lo que se me hace, incluso, vergonzoso no hacerlo), y agradeceré como pueda por todo lo sucedido. Rezaré, se fortalecerá mi alma y se recuperarán mis fuerzas, y a la obra con Dios. Mucho, mucho quisiera que Dios nos dispusiera vivir juntos de nuevo, en Moscú, cerca el uno del otro. Releer lo escrito y ser juez el uno del otro, será ahora más necesario que antes. Luego, te felicito con toda el alma por el año nuevo. Quiera Dios, que éste nos sea a ambos muy, muy fructífero, más fructífero que todos los anteriores. ¡Adiós, carnal mío! Te beso y abrazo fuertemente. Escríbeme. Tu carta me hallará aún en Nápoles. Antes de febrero no pienso marcharme.
Abrazo a toda tu querida familia junto a los Reitern.

Tuyo, G.

Si encuentras esta carta no sin virtudes, pues guárdala entonces. Se puede poner en la segunda edición de la Correspondencia, al inicio del libro, en lugar del Testamento que pienso excluir, y darle el título: El arte es la reconciliación con la vida.
Siempre te quiero preguntar y siempre lo olvido: ¿tienes acaso la traducción diacrónica latina de La Odisea, publicada hace poco en París junto al original? Una edición muy bonita. Todo Homero en un tomo, en octavo mayor. Editore Ambrosio Firmin Didot. Parisiis. 1846. Me pareció muy satisfactoria y más útil para ti que las demás.
Mi dirección: Nápoles, poste restante o, mejor aún, Hotel de Rome, y para que la carta no vaya a dar a la ciudad de Roma, hay que poner la palabra Nápoles más visible.

1Esta carta se acerca por su contenido a La confesión del autor.
2Se refiere a Jesucristo, lógicamente.
3El segundo tomo.

Imagen: Edward Moran, Ship At Sea Sunset, XIX.

lunes, 4 de agosto de 2008

Gógol a M.P. Pogódin


París, 20 de mayo (1 de junio) de 1847.

Recibí tus dos cartas de pronto1. Hay tanta tristeza en éstas que no se me levantó la pluma, incluso, para justificarme ante tus acusaciones con motivo de mi libro, llenas por lo demás de contradicciones. Amigo mío, por Cristo, consuélate, deja por un tiempo el libro y a mí, arroja de tu memoria lo uno y lo otro: eso despierta, como veo, todo un laberinto de ideas, suposiciones y conclusiones que no tienen fin, y además sobre unos temas, donde sólo puede decidir un profundo conocedor del corazón y el alma humana. Sólo Dios puede ser juez en ciertos asuntos, y nadie más. Tu estado de alma es nervioso-alarmado, como el de casi todos nosotros en el tiempo presente, y por eso todas las ofensas y aflicciones crecen a nuestros ojos, y parecen mayores que en la realidad. Amigo mío, créeme que me son bastante sensibles tus sufrimientos, sobre todo cuando pienso que yo mismo soy la causa de muchos. Tus sufrimientos me son bastante entendibles, porque yo mismo sufrí por entero, y el sufrido entiende al sufrido. Pero todo el mundo sufre. Todas las personas que encontré y conocí de cerca, todas sufren, incluso esas mismas, por cuya apariencia menos se puede concluir que sean desdichadas, así que yo no puedo ni decidir, incluso, de quién son los sufrimientos más fuertes. Me parece que el sufrimiento más penoso de todos los sufrimientos, proviene de los malentendidos recíprocos, y esos sufrimientos se han hecho ahora resueltamente abundantes. Sólo oyes por todas partes cómo se separan los amigos, cómo los hombres, creados para amarse los unos a los otros, se separan los unos de los otros de modo irreversible. Sólo oyes ahora cómo un hombre grita con pesar: "¡No me entienden!" ¡Oh!, cuán terrible es ahora emitir un juicio sobre cualquier hombre, sin descender a lo más hondo de su alma. Por Dios, consuélate y recuerda que entre nosotros hay un Cristo que nos consuela a todos, que hay un arca en medio de la vacilación general -la santa iglesia, donde podemos refugiarnos a cada instante. Tú estás en Moscú, donde las puertas de la iglesia están abiertas día y noche, donde hay misa varias veces al día y consueta cada tarde, donde hay, finalmente, padres a quienes confesarse de alma. Tú dices en tu carta que te cortan, muelen y pegan por mis imprudentes palabras sobre ti. Mira bien, si acaso no te parece eso algo exagerado. Cuán injusto sea yo ante ti, yo sólo hablé de tu negligencia y precipitación. Yo no negué tus virtudes, sólo no las recordé, porque no se trataba de ti. Por Dios, consuélate: no quería pedirte disculpas ni justificarme contigo por mi proceder, porque preparaba un artículo sobre tu palestra literaria2 donde, sin ocultar ninguno de tus defectos, sólo intentaba enumerar y nombrar tus virtudes, ante las que, gracias a Dios, pueden palidecer tus defectos. Yo y antes pensaba en un artículo así, pero no sabía de qué forma hablar, para que no me reprocharan compañerismo y vínculos contigo. Ahora, eso se puede hacer así, que le dé vergüenza a esas personas que, obviando las elevadas virtudes de un hombre, se apresuran a reírse de sus defectos. Así que, por Dios, consuélate en ese sentido. Créeme, que no es tan penoso oír cuando condenan nuestro trabajo y lo juzgan, como oír cuando juzgan nuestra alma y emiten tal juicio sobre ella, que te tiemblan todas las entrañas. Acaso, -piensas tú- es fácil oír de personas allegadas, hermosas de alma, incluso, acaso santas, acusaciones y pruebas del por qué de la deshonra en la tierra, y del tormento eterno en la vida futura: eso es más penoso aun que el desprecio de las personas despreciables. No digo esto para recordar algo de mí. (Sobre mí temo ahora pronunciar una palabra, porque en cada palabra mía cavan y buscan cada significado, que empiezo a sudar frío.) Pero, con esto te digo que no olvides ni por un instante que nunca antes, como en el tiempo presente, tal cantidad de personas sufrió tanto por los malentendidos. Esa es la situación general de transición, a la que se subordina ahora todo lo que está adelante, y lo que es la sociedad de la humanidad moderna fortalece aun más esos malentendidos. Todo esto es, acaso, para que el hombre no se atreva a confiar demasiado en nadie, y sienta con más fuerza que sólo Cristo es su amigo en los instantes de desdicha. Seamos pues, en este caso, obedientes a esa voz, y vamos a dirigirnos más a menudo al propio Cristo ante una mínima aflicción nuestra. El acceso a él es tan fácil: las puertas de la iglesia están abiertas, basta entrar, poner las manos en cruz con humildad y escuchar las primeras palabras que diga el servidor de Cristo: todas vendrán a propósito. Bueno, adiós. Escríbeme en los instantes pesarosos y enfermizos, y acaso me conocerás, porque sólo en esos instantes el hombre conoce al hombre. Un conocimiento del hombre adquirido por otros caminos, será más supuesto que verdadero e indudable. Dirige a Francfort o a nombre de la embajada, o a poste restante. Sobre lo demás después.

Tuyo, G.

1Del 8 y 10 de abril de 1847.
2Gógol piensa escribir (para una supuesta segunda edición de Los Pasajes selectos...) el artículo Sobre el mérito de las obras y los trabajos literarios de Pogódin, donde intentaría hablar de Mijaíl Pogódin en términos menos severos.

Imagen: Pierre Renoir, Pont des Arts, París, 1868.